EL PEZ DE PLATA VIAJERO II

MIYANA Y EL PEZ DE PLATA VIAJERO





CAPÍTULO I

Este era un pez especial
que habitaba en cierto baño
y amaba la oscuridad.
Con su traje plateado
se deslizaba fugaz.
Le gustaba pasear
cuando el silencio reinaba
y había tranquilidad.

Miyana, en su inveterada afición lectora, sentía que aunque llegara a cumplir más de 90 años no iba a conseguir abarcar sino una mínima porción de la biblioteca provincial.
Amaba los libros sobre todas las cosas, disfrutaba de ellos con todos los sentidos. Aficionada desde que aprendió a leer, pronto tuvo carnet y aprendió a acudir por su cuenta, burlando incluso alguna de las actividades extraescolares que sus padres le habían proporcionado y provocándoles así un cierto disgusto.
Mantuvo la querencia en su etapa adolescente, amplió el campo de sus lecturas a la poesía y el ensayo, sin descuidar por ello los cuentos, novelas e historietas. Y descubrió que tendría un futuro a su medida si estudiaba para ser bibliotecaria.
Tenía algo más de veinticinco años cuando consiguió su objetivo. Se sentía dichosa con cada adquisición de nuevos títulos, para los que diseñaba atractivos carteles; siempre tenía en cuenta las indicaciones del buzón de sugerencias, estratégicamente situado para que todos los visitantes colaboraran. Junto con el trabajo interno de la biblioteca, buscó actividades atractivas para  todo tipo de personas, consiguió entrevistas públicas con autores de referencia, llegó a convocar premios literarios… Un enorme desplegable en la fachada invitaba a los viandantes a las diversas actividades culturales que se desarrollaban a lo largo del año. En definitiva, llegó a ser el alma mater de la biblioteca.

Aquella noche de jueves
se llevó un susto mortal
que paralizó sus pasos
y le puso a palpitar.
Ocultose en una junta
para poderse salvar…

Sabía que saldría a cenar y tenía que arreglarse, pensó que le sobraba tiempo, se sentó en la banqueta del baño y continuó la apasionante lectura de “Dejar las cosas en sus días”: la intriga estaba llegando a un punto sumamente decisivo… y sonó el móvil en la salita. Miyana posó el libro apresurada en el suelo, sin cerrarlo, y salió a contestar: Arturo apremiaba, ya estaba a punto de llegar. “¿Estás preparada? Te recuerdo la puntualidad de los Pérez. No me hagas quedar mal, por favor”. Tan rápido como pudo se vistió y atusó la preciosa melena negra, se dio un toque de rímel y otro de color en los labios, escuchó el timbre del portal y cogiendo sobre la marcha el echarpe y la cartera de mano que tenía colgados en el árbol de la entrada se lanzó escaleras abajo. Las prisas le impidieron apagar la luz del cuarto de baño.

El pez se sentía molesto
con aquella claridad.
Pero el silencio reinaba
y se lanzó a caminar.
Se topó con un objeto
que no era habitual,
parecía un muro alto
y ofrecía oscuridad.
Escaló con cierto esfuerzo
y se quedó agazapado
entre las páginas blancas
de aquel libro, por descuido,
en el suelo abandonado.

A la mañana siguiente, Miyana fue a la biblioteca y devolvió el libro a su lugar en el estante. No había podido resistir la intriga y lo había acabado robando horas al sueño, a pesar de haber regresado bastante tarde de la velada.


-Evelia-

CAPÍTULO II
Miyana entrecerró los ojos. La luz del sol entraba por el ventanal más alto de la sala principal de la biblioteca, cuya planta circular siempre le había resultado muy acogedora, y ella se dejó acariciar por esos efímeros rayos de febrero. El silencio, sólo roto por algún acceso de tos o carraspeo, por algún estornudo más o menos contenido, por algún rítmico golpeteo de los bastones de los jubilados que pasaban buena parte de sus mañanas en la sala de prensa, se quebró al acercarse un coche de la policía y silenciar su sirena frente a la puerta de entrada. 
-¿Ha visto Ud. a este hombre por aquí? –le preguntó tenso un policía uniformado enseñándole una foto en la que se apreciaba a un joven alto, de rizos castaños, muy delgado, con la cara y la nariz afiladas y ojos de mirada acusadora.
-Sí… Estuvo hace unos días. Ahora tiene barba. Hizo una ficha temporal y se llevó dos libros de Nietzsche. Hablaba español, pero con un acento sudamericano indefinible y mezclaba también expresiones en inglés…
-Déjeme ver su ficha.
Miyana recordaba perfectamente a aquel sucio hombre que, después de preguntarle dónde conseguir los libros que quería, de recorrer un rato la biblioteca y de dejarle su pasaporte para que rellenara la ficha de lector, guardó los dos libros en una bolsa de tela plastificada blanca, grande y maloliente que parecía pesarle. La cremallera estaba estropeada y cerró la bolsa con una cadena de llavero alrededor de su abertura. Ella temió por sus libros –amaba tanto los libros que a todos los consideraba suyos-, pero él pareció adivinar sus pensamientos.
“No se preocupe. Se los devolveré en perfecto estado justamente a las doce de la mañana del día cinco. En menos de una semana. Ok?”
“¡Ni un minuto antes, ni uno después!, le había contestado sonriendo.”
-Enseguida busco su ficha, agente. Pero si quiere verle, va a estar aquí en menos de una hora. Hoy es día cinco y quedó de traer los libros a las doce en punto.
-¿Cuánta gente hay ahora en la biblioteca?
-Unas quince personas. Creo que están todos en la sala de lectura.
-Hágales salir de forma ordenada, pero rápida. Dígales que hay una posible fuga de gas en un edificio cercano y que, por motivos de seguridad, hay que cerrar la instalación no se sabe por cuánto tiempo. Luego cierre la puerta con llave. ¿Aquí solo trabaja Ud. o hay más personas en alguna oficina?
Miyana negó con la cabeza. Era una biblioteca pequeña y ella hacía todas las funciones, salvo la de limpieza que se realizaba a primera hora de la mañana antes de abrir.
Cuando se levantó para acercarse a la sala y anunciar a los usuarios que se tenían que ir, el policía le preguntó si había otra puerta.
-Sí, la salida de emergencia. Está en el callejón.
-Deme la llave de esa puerta y proceda a la evacuación sin alarmar a la gente.
Miyana con su voz dulce y su actitud cariñosa logró que los lectores y lectoras matutinos abandonaran las cómodas butacas sin protestar ni preocuparse en exceso. No era la primera alarma por gas que había sucedido en los últimos días en la ciudad sin que hubiera llegado a ocurrir nada. Desfilaron con sus abrigos grises y negros, sus bastones y paraguas y se protegieron del frío de la plaza con bufandas y guantes. Miyana cruzando sus brazos sobre el pecho se aventuró hasta la acera para ayudar a bajar el bordillo a un viejecito y observó que el cielo ahora estaba acerado. Parecía que de un momento a otro iba a empezar a nevar. Entró de nuevo a la biblioteca temblando, sacudió su melena con una mano y cerró la puerta con llave. Pensó que era una suerte que los colegiales y sus padres no fueran nunca a esa hora. ¿Quién sería ese hombre que tan preocupada tenía a la policía? A ella no le pareció peligroso. Sucio sí, pero peligroso…
Cuando volvió a entrar a la sala principal de la biblioteca, desde donde se dominaba el resto de las estancias, varios hombres y mujeres recorrían  las tres salas de la biblioteca, los baños, las dos oficinas, el cuarto de limpieza y la sala de la caldera. Ante su asombro, el policía le dijo que eran compañeros de paisano y que una joven policía la sustituiría en su puesto. Tenía unos minutos para explicarle cómo no levantar sospechas cuando el hombre de la foto volviera.
-Juan Lucas Sebastián Donaire. Ese era el nombre que figuraba en su pasaporte. Dio la dirección del asilo de la calle Madalena. No dejó ningún número de teléfono –dijo Miyana al policía dándole su ficha.
-Bien, eso es todo. Ya puede marcharse.  Salga por la puerta de atrás. No hace falta que le diga que esto no debe de comentarlo con nadie, ¿verdad?
-Disculpe… ¿Tengo tiempo de buscar una cosa? Creo que me he dejado dentro de un libro una receta de un medicamento para mi madre –conjeturó Miyana al buscar los guantes en su bolso y no ver el sobre que contenía la receta del medicamento
-Coja lo que sea, pero rápido.
Miyana no se paró a ojear el libro que había colocado en la estantería a primera hora: “Dejar las cosas en sus días”. Lo cogió y la policía que iba a sustituirla en su puesto la acompañó hasta la salida de emergencia para cerrar la puerta. Caminó por el callejón con paso rápido mirando hacia el suelo. Un hombre con una gabardina se acercaba portando una bolsa de tela plastificada blanca. En el interior del bolso de Miyana, escondido entre las páginas de un emocionante libro, un pez de traje plateado, incapaz de sospechar lo que iba a ocurrir, disfrutaba de la oscuridad.

El pez no sentía frío
acolchado entre dos hojas
que le servían de abrigo.
Un bolso le columpiaba
y el pez feliz se mecía,
mas un fuerte tropezón
en medio del callejón
hizo que el bolso se abriera
y el libro precipitara
su frágil cuerpo de plata
en una bolsa de tela

-Mara-

CAPÍTULO III
Gabardina, gorra de tweed, grandes gafas de marca, pantalón de raya y zapato inglés, el caballero que tenía enfrente dejó en el suelo su bolsa de tela y se acercó solícito a ayudarla.
 -¿Se ha hecho daño? -preguntó junto a su oído, mientras sujetaba su codo.
-Es... usted... -reconoció los matices de su rica voz-. Vaya cambio... realmente parece otra persona... la poli le está esperando...
-Entonces permítame que le invite a una infusión –dijo señalando la cafetería cercana.
En la esquina, un policía de paisano les miraba sin mucho interés, más pendiente de la fachada principal.
Sentados frente al ventanal, Miyana comenzó a atar cabos...
-Se ha afeitado la barba, dejándose perilla... y recortado el pelo, supongo –dijo recordando su melena de rizos castaños.
-Se equivoca en parte –se quitó la gorra. A la altura de la coronilla su media melena estaba recogida en un moño de estilo japonés, tan de moda.
Aquel hombre la subyugaba. Su personalidad, junto con las extrañas circunstancias de su aparición trastocaban su plácida existencia, más acostumbrada a leer y proyectar la acción en su mente que a vivirla.
Tiempo muerto. Necesitaba recuperarse en el cuarto de baño. Frente al espejo se perfiló los labios, rellenándolos de carmín, pulverizó colonia en sus muñecas y detrás de las orejas, repasó con el cepillo la negra melena, buscó en su bolso el foulard "de emergencias" y se lo puso dándole un toque de color a su usada chaqueta de punto azul claro. Más no podía hacer.
Dos teteras y un extraño esperaban su regreso.
Dejó su bolso en la repisa del radiador junto a la mesa. Nada más sentarse una escena captó la atención de ambos: en las escaleras de acceso a la biblioteca tres agentes vestidos de calle interceptaban la entrada de un joven "alternativo" que portaba una gran bolsa blanca plastificada.
-Tienes algo que ver en esto ¿Verdad? - Miyana comenzaba a tomar el papel de mujer de acción.
-Cincuenta euros. Aceptó encantado.
-Parecerá coincidencia. ¿Puedo tutearte?
-Por supuesto.  ¿Tu nombre?
-Miyana. ¿Cómo debo llamarte? ¿Juan Lucas?
-Lucas es mejor. Juan Lucas quedó en Paraguay.

El reloj digital del hombre dio dos pitidos. Agachándose tomó la bolsa de tela que estaba apoyada en la pata de la mesa.
-Sus libros. Perdón; tus libros.
-A las doce en punto... no son míos...
-Ni un minuto antes, ni uno después -dijo él, con sonrisa cómplice.
-"Así habló Zaratustra" y "Más allá del Bien y del Mal"… -Miyana        acarició el lomo de ambos libros, mientras trataba de centrar la conversación en lo literario-. ¿Has encontrado lo que buscabas?
-Ya los conocía, pero quería sumergirme en sus conceptos y elaborar pensamientos propios. Es interesante reflexionar desde la perspectiva de nuestra época lo que corresponde al pensamiento revelador de 1884.
-Interesante -repitió ella.
-El nihilismo como cansancio moral, la muerte de Dios como la transcendencia de los valores religiosos instituidos y el Ultrahombre como la renovación hacia una autonomía de pensamiento.
-Exactamente, buen resumen de conceptos. Y como dices, en el siglo XXI seguimos elucubrando. Creo que ahora se aborda más el estado de felicidad interna a través de una mente relajada. Yoga, mindfullness, pilates, meditación,  todo son técnicas que nos enseñan a desconectar.
-Quizá nos hemos vuelto demasiado racionales.  
-Precisamente de eso habla: "Dejar las cosas en sus días", de L. Castañón, una pensadora asturiana muy interesante no lo suficientemente conocida. Permíteme que te lo regale, casualmente lo tengo aquí mismo, en el bolso.
-Pero es un libro de la biblioteca –dijo Lucas, apurado.
-No pasa nada, lo repondré de inmediato. Acaba de salir al mercado y puedo localizarlo fácilmente. Lo pagaré de mi bolsillo, naturalmente.
-Gracias –Lucas guardó el libro en su bolsa de tela.             


El libro
conservaba
del radiador
su calor
y el lepisma
raudo salió,
de la costura
que le había dado amparo
directo al lomo redondeado
¡Qué placidez! ¡Ahora sí!
¡Cómo había mejorado!
Aunque si además de sentir
pudiera pensar,
sabría que....
en ese libro
había estado ya...
                      
-Conozco a la autora, ha venido a la biblioteca a presentarlo y hemos tomado café en un par de ocasiones.
-Permíteme que te de yo algo a cambio –sacó del bolsillo interior de la gabardina un paquete pequeño, con cordel y lacre-. ¿Qué crees que es?
     
-Jesús-

CAPÍTULO IV
Nuestro amiguito dorado
se ha vuelto a posicionar
en el lomo abovedado
de libro tan singular.
Le parece familiar
la unión de hojas al cuerpo,
la letra impresa tan rara,
el papel de claro tono.
Y esto le hace soñar,
le hace sentirse viajero
sin entender el motivo
de poderse desplazar.

La policía emboscada en la biblioteca ha tratado de identificar al supuesto Lucas pero le dejan entrar. La joven que ocupaba el lugar de Miyana ha recogido los libros que el supuesto Lucas le ha entregado, sin reparar en que no son los que se corresponden con la ficha de salida.
El joven ha vuelto a salir de la biblioteca y ha tomado una dirección contraria a la que le trajo. En seguida dos policías de paisano han comenzado a seguirlo para comprobar dónde dirige sus pasos.
Mientras tanto, en la cafetería, Lucas a pesar de estar hablando con Miyana, no ha perdido ni un sólo movimiento del joven entrando, saliendo y tampoco se le han pasado desapercibidos los dos agentes que ahora lo siguen.
Miyana mientras tanto, ha abierto el paquete que le ha dado Lucas y de su boca ha surgido una exclamación de sorpresa. Se trata de una pequeña gargantilla, formada por una cadena fina de plata y una figura similar a un pez, pero con una extraña forma ondulada.
- Es muy bonito. No puedo aceptarlo,-le dice a Lucas mientras vuelve a introducir la joya en su caja.
- Mujer, es por las molestias que te he causado. Además me gustaría que tuvieras un recuerdo mío. No siempre se puede encontrar una persona que haya leído los mismos libros que uno y los haya comprendido. Tú sí lo has hecho.
Y levantándose, deja la caja sobre la mesa y se sitúa en la barra  de la cafetería con su consumición, dejando sola y confundida a Miyana, que de repente se encuentra con el mismo policía uniformado que momentos antes le pidió que desalojara la Biblioteca.
- Señorita, cuando guste puede volver a sus quehaceres en la biblioteca. Ya hemos terminado nuestra misión.
-  Era un hombre peligroso ¿no?
- No puedo contarle nada al respecto. Eso sí, olvídese de este incidente y no se preocupe más. Ya sabe cómo van estos asuntos.
Y sin más explicaciones, el policía abandonó la cafetería, cruzó la calle y se subió a un coche patrulla que acababa de estacionarse frente a la Biblioteca.
Miyana estaba totalmente confundida. Mientras el policía hablaba con ella, a sus espaldas Lucas abonó las dos consumiciones y con un ligero e imperceptible gesto de la mano se despidió, saliendo tranquilamente a la calle.
En un estado de incertidumbre total recogió la cajita y la guardó en su bolso, se levantó, salió de la cafetería, cruzó la calle y volvió a su amada Biblioteca para encontrarse con dos libros en la gaveta de devoluciones, que no pertenecían a la biblioteca. Uno de los libros, ¡oh sorpresa! era “Dejar las cosas en sus días”.

Mientras tanto, Lucas había seguido caminando hasta una parada de autobús y tras una corta espera se subió en uno de ellos. Transcurridas varias paradas, se apeó y siguió caminando por aquel nuevo barrio. Los apiñados bloques de viviendas apenas dejaban espacio a unos jardines que ocupaban la mitad de la acera.
Caminó hasta detenerse en un portal y llamar a un timbre. Le respondió una voz cascada y tras identificarse se abrió la puerta. Dirigió sus pasos al ascensor y pulsando un piso, esperó a que se detuviera, salió y siguiendo el pasillo se introdujo en una puerta que ya estaba abierta, cerrándola a su paso.
Dejó su bolsa de tela sobre una mesa llena de papeles y viejos periódicos con tan mala fortuna que su contenido cayó encima del montón abigarrado, golpeando el libro y abriéndose éste para dejar salir al inocente pececillo que de nuevo se encontró sumido en un mar de letras.


Asustado, compungido,
deslizando su figura
por la lisa superficie
de papel, lleno de dudas
ha comenzado a entender
que todo lo que le pasa
es fruto de su pasión
por el papel, que le llama
y sin apenas reposo
se desliza por la mesa
hasta grandes letras negras
con las que él se embelesa.

-Qué, cómo te ha ido con tu devolución?
-Bien, pero como habíamos previsto, casi me localizan. Menos mal que pude darles esquinazo.
-Te lo advertí. Tú y tu pasión por la filosofía. Como si nunca hubieras leído esos libros…

-Luispa-

CAPITULO V
Lucas se dirigió distraído hasta la cocina. Mientras abría el frigorífico escuchó cómo María refunfuñaba
-¡Y además eres un descuidado! Estos papeles son importantes y dejas encima tu bolsa, así, como si tal cosa...
María apartó el libro y cogió el bolso de tela lanzándolo hasta el sofá con un mohín de disgusto. Comenzó a ordenar y recoger los papeles y los recortes de periódicos metiéndolos dentro de un sobre grande. Sigilosamente Lucas apareció por detrás y la abrazó apoyando su barbilla sobre la cabeza de María que se dejó querer, relajando su cuerpo y apoyándose ligeramente en el de él.

En el fondo del sobre
reposaba aturdido
el pez
calmó su inquietud
el olor conocido
de papel.
Aspiró los aromas
de tinta, polvo
y jerez
Un retrogusto salado
de cenizas
y vejez.
El pez entendido
es un experto
gourmet.

Miyana no deja de pensar en Lucas. Han pasado cinco días desde  que le conoció. Se sonríe y acaricia la cadena que, desde aquel día, se pone a diario. Se descubre a sí misma ilusionada, fantaseando con mil situaciones en las que vuelven a encontrarse, por la calle, en la cafetería, o de nuevo él vuelve a la biblioteca... en realidad es casi un divertimento para ella, ya que probablemente, piensa, no volverán a verse... Sin embargo, no puede evitar preguntarse quién es. Un joven fugitivo que le gusta la filosofía y cambia de aspecto y se desenvuelve con tanta naturalidad. Se reconoce intrigada y eso le atrae.
Unos pasos hacen que levante la vista. Un mensajero viene hacia ella quitándose el casco de motorista, lo que hace que por unos segundos a Miyana se le acelere el corazón pensando que bajo el casco aparecerá la melena rizosa y... no, no es él. Es un hombre con el pelo oscuro, espeso y recio como un cepillo de la ropa. Serio y concentrado se dirige a ella: --Buenos días -dice él-. Traigo un sobre a esta dirección a nombre de  Juan Lucas Sebastián Donaire.
A Miyana casi se sale el corazón por la boca. Recompuso su primera expresión de perplejidad y contestó:
-Sí, es un usuario de la biblioteca, deme que yo le firmo y se lo entrego...
El motorista dudó un instante y mientras tecleaba en su tablet las condiciones de la entrega, dice:
-Tiene que poner su nombre y D.N.I.
Miyana levanta la mirada y ve que en la calle está cruzando el policía del otro día. Se pone nerviosa. ¿Qué hace él aquí?, ¿es alguna trampa? Antes de que pudiera darse cuenta, el policía se planta de dos zancadas ante el mostrador, justo cuando el mensajero se está marchando y Miyana intenta, torpemente, esconder el sobre que acaba de recoger.
-Buenos días -le dice el policía, falsamente risueño y apoyándose con familiaridad en el mostrador de madera. Después de todo, piensa ella, parecer amable es una rutina laboral-, ¿ha vuelto a tener noticias de nuestro amigo?
Miyana, en un gesto inconsciente, se toca la gargantilla y comienza a juguetear con ella. En breves instantes su cabeza, su corazón, su valentía, su honestidad y su miedo se ponen de acuerdo y le enseña el sobre al policía.
-Lo acaba de traer un mensajero... el caso es que no sé bien por qué lo he recogido, puesto que no he tenido más contacto con él que... que... el de aquel día que le dije... -Miyana recuerda que estuvo con Lucas tomando un té mientras la policía le buscaba en la biblioteca y que este detalle lo está ocultando deliberadamente-. Bueno, ¿y ahora qué hacemos? -soltó de golpe.
El policía, que estaba observando el sobre con atención, dirigió una mirada airada a Miyana.
-¿Cómo que qué hacemos? Usted no tiene nada que hacer en esto, más que lo que ha hecho, colaborar con la policía.
Se quedó un momento pensando y añadió…
-Y podría colaborar un poco más... tendrá que prestar declaración en comisaría, tendrá que acompañarme.
-¿Cómo dice usted? -contestó Miyana-. ¿Ahora?  ¿Qué hago con la biblioteca?, ¿tendré que cerrar y echar a la gente?, ¿otra vez? ¡Pues sí que me sale a cuenta haber colaborado!
Estaba levantando la voz, no es bueno levantarle la voz a un policía...
-Compréndalo, el otro día ya tuve que desalojar, sí, con la excusa del gas, pero fue un contratiempo... -añadió falsamente calmada-. Es que es un trastorno...
El policía volvió a fijar su atención en el sobre. Marrón. Una pegatina con el nombre y la dirección más la de la compañía de mensajería. Pero el contenido... Lo agitó y dedujo que contenía papeles... más de uno y de dos... Ahí hay más pistas que el testimonio de la bibliotecaria, pero ya no se iba a echar atrás y tal vez aporte algún dato interesante.
-Tiene razón -concedió el policía-. Lo comprendo. Llamaré para que alguien pueda sustituirla mientras tanto.

En la comisaría Miyana contestó unas pocas preguntas que le realizaron sobre el joven Lucas, pero ninguna aclaró cuál era el motivo por el que lo buscaban y tampoco tuvo que mentir. Un policía mayor, de más rango, de paisano, interrumpió bruscamente el interrogatorio y se dirigió directamente a ella y tras presentarse como Inspector Benito Barando le preguntó si conocía el significado del contenido del sobre que esparció sobre la mesa.
Hojas de papel impresas, con letra muy pequeña y algunas con gráficos, una fotografía de un lugar desconocido, que podría ser cualquiera, de un lago, un prado y una arboleda; recortes de periódico amarillentos, medio rotos por las dobleces y algunos  con tipografía cirílica ¿será ruso?... Miyana miraba todo aquello que no tenía ningún significado para ella, pero que seguro lo tiene… Pero… ¿cuál? y al levantar la vista encontró la mirada escrutadora y miope del Inspector Barando que parecía taladrar su cabeza en busca de pensamientos delatores.
-Pues no sé... -dijo ella-. No veo nada que me resulte familiar o que pueda explicarme nada... Estos recortes... ¿esto  es ruso? -dijo señalando las elegantes e incomprensibles letras.
-Está bien, Miyana... -dijo el inspector  suspirando sonoramente- curioso nombre el suyo...
El inspector quedó en silencio. Tenía un aire ausente y la cabeza, ladeada, hacía pequeños movimientos afirmativos mientras guardaba pensativo los papeles desperdigados.
-Miyana –dijo-, ya puede volver a la biblioteca. El sobre se queda aquí. Y dándole la espalda, añadió en voz alta mientras se iba:
-Confío en que seguiremos colaborando en el futuro. Nos comunicará cualquier detalle, podría ser una información relevante.

Tanto vaivén al pez molesta
mucho ruido
hace frío
el sobre yace en una cesta
en una estantería
en un cuarto oscuro
de la comisaría.

-Ana Alonso Cabrera-



CAPÍTULO VI

El comisario Martínez estaba cabreado. Se acababa de mirar en el espejo del baño y lo que había visto no le gustaba: las entradas del pelo se le estaban uniendo; la tripa le salía por encima del cinturón; en los ojos, pequeñas venillas rojas  propias del mal dormir y el exceso de alcohol les daban muy mal aspecto; los dedos de las manos amarillos de nicotina no se podían limpiar. Tenía el hígado hecho paté y los pulmones como una mina de carbón, el estrés lo estaba matando. Además, le acababan de echar una bronca fenomenal desde la Delegación del Gobierno, había pedido recursos sin límite, prometiéndoles que detendría a El Sudamericano y se les había escapado en sus narices... Sus hombres eran una panda de inútiles.

Para no armar un alboroto en la comisaría, se había metido en el archivo a fumar, sabía que estaba prohibido, pero si alguno intentaba protestar le metía un paquete. Sólo se relajaba echando humo, ya había vaciado la petaca de brandy y necesitaba estar tranquilo para preparar una estrategia; aunque no sabía cómo continuar, en la operación había quemado a su confidente y el escurridizo delincuente desapareció sin dejar rastro.

Había visto, desde detrás del cristal, el interrogatorio del inspector a la muchacha. Aparentemente ella no sabía nada, pero su intuición de perro viejo le decía que la chica podía ser la clave para detener al sujeto. Ya más calmado llamó a su subordinado  al despacho.

—Benito, tenemos que centrarnos en la bibliotecaria, ella es la clave. Como tú ya estás un poco “coscón” —sonrieron los dos hombres— quiero que designes a un comisario joven y guapo para que sea la sombra de la chica. Además tiene que interactuar con ella…

—¿Interactuar?—interrumpió Benito.
—Ligar, Benito, ligar. A ver si lees algo, además de ver partidos de fútbol. El español es un idioma muy rico y los policías tenemos que expresarnos con cultura. A veces los informes que me presentáis parecen mensajes de whatsapp. Como te iba diciendo, ¿tienes en mente algún candidato?
—Pues sí, acaba de incorporarse un chico joven de la academia, lo de guapo no sabría decir, pero es de la edad de la chica y tiene buena planta, Felipe Perales.
—Pues explícale lo que queremos y al tajo, que me están asfixiando desde arriba.

La luz se ha encendido,
el pez se ha asustado,
un hombre malhumorado
un cigarrillo ha prendido.
Al pez el humo molesta,
cansado de papel y letras
del sobre saca la testa.
Desde dentro de un bolsillo
del gabán del fumador
algo brillante reluce:
nuestro pez plateado
contento se ha ilusionado
pensando que un igual
en la faltriquera espera.

Miyana volvió a la biblioteca, se veía como mujer de acción, muchas veces había soñado con ser una de las heroínas de la literatura. Era bastante novelera y disfrutaba tanto con los libros que lo que leía era su referencia vital.  No le diría nada a Arturo, era buen chico pero un poco gafe. Vería todo peligroso y negativo e intentaría disuadirla. Sería el tema de conversación diario y no quería agotarse discutiendo.
Por la noche  no se podía dormir, daba sin parar vueltas en la cama pensando en las protagonistas de las novelas de misterio. Necesitaba encontrar una imagen femenina detectivesca para parecerse a ella. Le apasionaba Miss Marple, de Agatha Christie, pero era muy mayor y no se veía con un sombrerito tan ridículo. Quiso acordarse de las españolas, que las tenía más cercanas. A Petra Delicado la veía un poco borde, además no le gustaba nada Santiago Segura, que era el compañero que le habían puesto en la serie de televisión. La guardia civil Chamorro era poco sofisticada. No encontraba una imagen adecuada para convertirse en su alter ego. Pero necesitaba encontrar a quien parecerse, no se podía dormir. Al final pensando, pensando, le vino a la memoria la juez Mariana de Marco, la protagonista de las historias de JM Guelbenzu. La mujer era un poco mayor, pero leyendo las novelas siempre le había parecido una mujer mundana y elegante. Se quedó recordándola y se durmió al instante.
Como había trasnochado, cuando sonó el despertador se le pegaron las sábanas. Se cubrió con el edredón en un intento de continuar el sueño, pero al segundo timbrazo del reloj se levantó veloz.  No se quiso mirar al espejo hasta después de la ducha. Ya despejada, no vio reflejada en el cristal una mujer parecida a la juez. Frunció el ceño, pero estaba animada, tenía que transformarse poco a poco.
Empezaría quitándose la diadema del pelo, la hacía muy infantil, maquillándose un poco, y en vez del vaquero, el vestido de ir a misa los domingos, con medias. Los zapatos de tacón tendrían que esperar, no aguantaría todo el día de pie con ellos. Terminó de arreglarse. Una última mirada en el espejo de la entrada y con una amplia sonrisa se dio el aprobado. Estaba en marcha la Miyana aventurera.
Ya en la biblioteca, puso la calefacción, colocó en los casilleros la prensa del día y a las 9 en punto abrió las puertas al público.
 —Está usted hoy muy guapa, señorita Miyana.
Esta se ruborizó con la amabilidad de Don  Faustino Recaredo y le contestó con un “gracias”, casi imperceptible, mientras el caballero entraba a la biblioteca. Siempre llegaba el primero, le gustaba sentarse en la mesa junto la ventana, y ser el primero en leer los diarios.  La bibliotecaria lo conocía de siempre, cuando consiguió la plaza ya estaba allí; muy mayor, pero de edad incierta, iba todos los días y cuando tuvo confianza le contó la historia del centro. La idea de su fundación había partido de un maestro republicano que con constancia consiguió los fondos del Ministerio de Instrucción Pública. Después de la guerra del 36 los vencedores la emplearon como depósito de libros, donde guardaron los ejemplares de las estanterías de los  izquierdistas, que se habían exiliado.
Tras la muerte de Franco nunca se reclamaron, por lo que había cantidad de cajas de libros sin abrir y sin archivar. El señor Recaredo se pasaba los días enteros en la biblioteca, y cuando no había gente acompañaba a la chica para ir abriendo cajas y ordenar los volúmenes. Una vez había encontrado un ejemplar de la primera edición de 1929 de la “Rebelión de las Masas” de Ortega y Gasset. La guardaron como oro en paño, a puerta cerrada, en lo que en mejores tiempos era el despacho del director.
Como por las mañanas los clientes eran escasos, Miyana había sacado de la hemeroteca un volumen de periódicos atrasados, para intentar localizar los recortes de prensa, que salieron del sobre que le entregaron en mano y vio en la comisaria. No tenía copias, pero sí buena memoria y se había quedado con las imágenes  de los mismos.
Estaba tan concentrada en su búsqueda que no se enteró de que había entrado una persona, hasta que no lo tuvo delante del mostrador.
—Buenos días, señorita —La chica levantó las cabeza rápidamente, sorprendida—. Perdóneme, no era mi intención asustarla. Verá, soy Felipe Perales, inspector de policía. Como ayer mis compañeros no fueron muy amables con usted, me gustaría invitarla a tomar un café para que guarde una buena imagen del cuerpo.
      La bibliotecaria, una vez repuesta del pequeño susto, se quedó mirando al joven: iba muy elegante, traje azul marino, corbata roja, peinado con la raya a la izquierda perfecta, y una sonrisa “profidén” que la dejó desarmada. “Vaya chico guapo y elegante”, pensó. “Desde que soy aventurera me llueven las proposiciones”.
—Pues vamos, es mi hora de descanso. Dejaré a don Faustino de jefe y podemos ir al bar de al lado.
Lucas estaba pendiente. Escondido en un portal, esperaba el mejor momento para ver a Miyana. Quería preguntarle la impresión que habían tenido los policías al abrir el sobre. Cuando no había moros en la costa intentó entrar, vio al madero y tuvo que retirarse rápidamente. Como hacía bastante frio, se había puesto un chándal con capucha y a lo lejos era irreconocible. Le apetecía ver a la chica y además le interesaba mucho captarla para sus planes. Decidió esperar hasta que saliera,  la seguiría hasta su domicilio, quería saber si vivía sola.
María se despertó tarde, Juan Lucas ya no estaba en la cama. Fue hasta la cocina. Mientras se preparaba el café encendió un cigarrillo, pensativa. Miraba como ausente por el cristal de la ventana. Estaba preocupada, parecía que Lucas tenía mucho interés por la niñata de la biblioteca. El otro día se había arriesgado mucho y ahora tenía la sensación de que había salido sin decir nada para ir a verla. Era una irresponsabilidad que podía dar al traste con toda la operación. Además, ahora estaba con ella y no le gustaba compartirlo con otra. Tendría que hablar con él muy seriamente. Se tomó el café y continuó haciendo sus cosas.

Lo que esperaba
como otro pez
resultó ser
una petaca de plata.
Desilusionado
aceptó su destino
y se dispuso a viajar
en aquel bolsillo obscuro
junto al frio metal.
                                                                                              
-Isidro Lacoma-
                                                                                                                                            
CAPÍTULO VII

En la cafetería, mientras esperaba que su infusión madurara y enfriara lo suficiente, la conversación se centró en los datos que Miyana conocía acerca de Lucas, sonsacados con habilidad y de modo displicente por Perales. Detectó que ella estaba verdaderamente interesada en saber todo de él, que había decidido seguirle la pista, y que como persona concienzuda seguiría investigando por su cuenta. Pero no consiguió de momento ningún dato interesante. Le recordó la importancia de mantenerle  informado sobre las novedades que surgieran y se despidió con mucha cordialidad. A ella le pareció que había conseguido darle esquinazo. Apuró la taza y salió de regreso.
La búsqueda entre periódicos estaba siendo laboriosa, no aparecía nada que pudiera aportar novedades. Iba archivando por orden los revisados y ya no quedaban más que un par de ellos sobre la mesa. Se acercaba la hora del cierre.
Sin quitarse la capucha, Lucas se acercó sigiloso hasta Miyana: “¿Has encontrado lo que buscas?” Ella enrojeció ligeramente y aparentando  tranquilidad respondió: “Unos datos que me había solicitado un usuario”. “Quiero que vengas a comer conmigo; yo invito”.
No se lo pensó dos veces: indagaría, tendría que ser cautelosa, pero estaba segura de conseguir datos importantes. Le  advirtió de que solamente disponía de una hora y él propuso la cafetería cercana, conocida, donde servían un menú simple, aceptable y económico. Se sentaron en la mesa más alejada de la barra, donde no serían vistos desde la calle. Ella planteó sin darle tiempo:
− ¿Cuánto tiempo llevas en la ciudad? ¿A qué te dedicas?
−Un par de meses. De momento estoy vacante. Busco trabajo, me han dicho que aquí me sería fácil encontrarlo. A lo mejor tú podrías ayudarme…
− ¿Qué tipo de trabajo buscas? ¿Qué has estudiado?
−Soy informático, domino el inglés y el ruso; puedo dar clases, tengo la acreditación en regla. Pero me serviría cualquier tarea que me permita vivir. Sé que las cosas no están fáciles para casi nadie.
−Cuéntame cosas de tu vida. ¿Qué te hizo venir aquí?
−Mucho me pides. Trataré de complacerte. Como sabes, nací al otro lado del charco hace treinta años. Mis padres eran personas muy dispares: él trabajaba en la embajada de España y ella fue una cantante de cierto renombre en su país, que era invitada a dar recitales en diversas ocasiones para las fiestas diplomáticas. En pocos meses se casaron y luego nací yo. Como era de esperar, las desavenencias llegaron relativamente pronto y con ellas el divorcio. Mi padre pidió el traslado y le enviaron a Rusia. Yo me crié con mi madre, viajando siempre de un lugar a otro, al ritmo de los compromisos musicales que le ofrecían. Así hasta que cumplí catorce años. Un cáncer fulminante acabó con ella en apenas tres meses y me vi bajo la custodia de mi padre: todo nuevo, me tuve que acostumbrar a toda velocidad. Allí hice los estudios y hubiera quedado de no ser porque a él le llegó la hora de la jubilación y decidió regresar conmigo a España. ¿Me dirás ahora por qué estuviste en la comisaría? ¿Qué tenías que hacer allí?
−Me hicieron algunas preguntas que apenas supe contestar y me enseñaron los papeles que contenía un sobre grande, querían saber si los conocía, si sabía su significado. Estás en el punto de mira de la policía. ¿Cuál puede ser el motivo?
−No tengo la menor idea. ¿Qué te ha parecido la comida?
−Bien, supongo que recuerdas mi compromiso de regresar a la biblioteca.
−No dejes de avisarme si aparece algún trabajo para mí. Aquí tienes mi número de móvil. Te acompaño. Uno de estos días tenemos que salir, cada día me gustas más. Quiero que seamos amigos.
En la puerta de la biblioteca había dos personas a la espera. Se despidieron y nada más entrar volvió a la mesa   para  revisar los dos periódicos. Martilleaban en sus sienes las últimas palabras de Lucas: “Quiero que seamos amigos”… Sabía que la historia personal que le había contado estaba incompleta, seguro que le había ocultado lo más importante.
En la sección de sucesos del catorce de noviembre pasado publicaban que en una habitación de la primera planta de un famoso hotel de la Costa Brava había sido hallado sin vida el cuerpo de R.S., funcionario diplomático jubilado, con evidentes síntomas de torturas.
Adherido a la petaca
por la parte inferior
el pez retorna a la mesa.
Al desenroscar la tapa
los efluvios del licor
hacen rápido su efecto.
Algo mareado huye
a toda velocidad
en descenso haciendo eses
en busca de oscuridad.

-Mª Evelia San Juan-


Capítulo VIII

Todo en la vida tiene su cajón, es como el juego de niños en el que hay que ir encajando piezas en su correspondiente lugar. Así es como lo veía Miyana en su cabeza, y así lo pensaba mientras armaba mentalmente el puzle, la noticia del periódico y la conversación con su misterioso nuevo amigo Lucas. “Pero no me encaja que sea él el culpable, no me encaja. ¿Torturas? Con la amabilidad y tranquilidad con la que me trata”. De repente el sonido insistente de un zumbador le devolvió a la mesa de trabajo. Abrió el bolso y miró su móvil, que siempre ponía en silencio pero dejando la vibración activada al entrar a la biblioteca. “Arturo. Como si no supiera que no debe llamarme a no ser que sea urgente de verdad –se dijo para sus adentros con cierto malhumor-.”Dime, ¿qué quieres? Ya, lo sé. Sí. No quisiera… Bueno, vale, pero no hoy, no me apetece. Está bien. Bueno, tampoco es tan urgente, me lo podías haber dicho cuando acabara. No, no me enfado, sólo te lo recuerdo, estoy trabajando. Yo también”.
Se había girado hacia la ventana para hablar, como queriendo no hacer ruido alguno y vio su reflejo en el ventanal de su derecha.

Para un momento,
¿Quién me mira?
¿Qué acuático y horrible ser
veo?
¿Efluvios, magia, pócimas tal vez?
Iracundo estoy,
y capaz de vérmelas contigo.
¿Burlas? ¿Chanzas?
¡Toma esto! ¡Toma y toma!
¡Ay! Más daño me he hecho
propinado por mi reflejo.

Más allá de su reflejo vislumbró la silueta de alguien familiar, escudriñó, examinó e inspeccionó atentamente, no podía ser otro que Perales. No se había marchado, y la duda le sobresaltó: “¿Me habrá visto con Lucas o simplemente ha vuelto de nuevo? ¿Me habrá visto mirarle?” Giró de nuevo la cabeza hacia el ventanal pero la silueta ya no estaba, había desaparecido. Tal vez venía hacia ella, tal vez se hubiera ido, tal vez se haya escondido, tal vez sólo pasaba por allí. Eran muchos “tal vez” los que rondaban su cabeza, tal vez. ¿Y sí… quizá? Quizá venía hacía ella, quizá se hubiera ido, quizá se haya escondido, quizá sólo pasaba por allí. ¿Acaso? ¿Puede? ¿Posiblemente? Ahora los sinónimos hacían naufragar su pequeño velero. Se quedó un buen rato esperando a ver si entraba por la puerta el inspector Perales, y mirando de vez en cuando por el ventanal, pero nada, ni lo uno ni lo otro, nada ocurrió.
Miyana oteó la sala, apenas un par de lectores y, como siempre, el sin par Don Faustino ensimismado en la prensa. Volvió la bibliotecaria a sus cavilaciones sobre Lucas dejando a un lado a Perales: “Por otro lado, es un mentiroso, me ha engañado y eso me parece mal, muy mal verdaderamente. Está jugando conmigo al igual que juega con la policía. Pues claro que sabe por qué le buscan, por supuesto. Tal vez no ha querido preocuparme o meterme miedo. Parece que quiere mi amistad aunque no sé muy bien el por qué. Nunca se sabe cómo son las personas realmente. ¿Y si fuera cierto? No, lo he visto en sus ojos, esos preciosos ojos marrones no me engañan, creo que es buena persona. ¿Y lo del trabajo? ¿Cómo va a trabajar si le busca la policía? En cuanto se dé de alta caerán sobre él como un matamoscas. ¿A qué juega? Pero lo que más me molesta, es que no me diga la verdad. Soy otra pieza más de su juego”. La bibliotecaria frunció el ceño, enarcó una ceja y limpió su rostro con la mano como si sudara. De pronto se dio cuenta de  que Lucas le había dado su teléfono, y se imaginó dándoselo al comisario Martínez, el cual desde tu teléfono del despacho marcó lentamente cada uno de los dígitos. Ella le miraba fijamente, sin perder detalle. Aquí el inspector Barando, ¿quién es? Y esbozó una gran sonrisa y en su cabeza sonó música de circo. “¿Te imaginas –pensó? Le doy el teléfono de Lucas al comisario y suena el teléfono de Benito Barando o el de Perales, ¡vaya tomadura de pelo! Pero eso significaría que me está utilizando para sus fines”.
Escudriñó la sala con una leve mirada de sus ojos, todo seguía igual, y silencio, un silencio que no existía en su cabeza. Cuando leía en su cabeza podía oír las olas sí de ello trataba la lectura, o la contraventana azotada por el viento, o la música de aquella otra ópera. Es lo bueno de leer, puedes ponerle los sonidos que te vienen en gana correspondan o no al texto; incluso a ese duelo de sables ponerle el sonido de una espada láser. Pero Miyana siempre compaginaba la acción y el entorno a la música o el sonido o el ruido conveniente. Y no sólo a la lectura que tanto le apasionaba, también a la otra vida, a la vida real le ponía su música, su sonido particular. Su cabeza hervía y cocinaba música y sonidos y ruidos por doquier. Pero de lo que no era capaz de poner ni música ni sonido ni ruido era a Lucas. Cuando estaba con él, sólo había silencio; en realidad no, en realidad sólo había el infame y mundanal ruido, cosa que a Miyana le molestaba bastante.

¡Zas! ¡Zas!
Aleta dorsal, así doblarás
¡Zas! ¡Zas!
Aleta caudal, así arquearás.
¡Zas! ¡Zas!
Aletas pélvica, así aplaudirán.
Huyendo de mi reflejo
aleteo sin parar.
De repente, oscuridad.
De repente silencio.

-Jany-


CAPITULO IX

El comisario Segismundo Martínez volvió a leer por tercera vez el informe, que completaba la primera orden de detener al delincuente de las mil caras, recibida a finales de enero.

INTERPOL
CONFIDENCIAL:

  Con fecha 15 de enero del año en curso, solicitado por el Gobierno de Rusia, se ha procedido a dar una orden internacional de busca y captura, en la persona de Juan Lucas Sebastián Donaire también conocido por Lucas el Ruso y el Sudamericano. Se desconoce su nombre real así como su nacionalidad (es posible que todos sus nombres sean apodos).
    Es un delincuente especializado en el robo de obras de arte y su posterior venta en el mercado ilegal. Trabaja con una mujer que atiende al nombre de María y un supuesto hijo de ésta, menor de edad, y conocido como Gabito. Es una banda muy escurridiza, ninguno de sus miembros ha sido detenido nunca, por lo que todos los datos han sido recopilados por informaciones de peristas, que alguna vez han tenido relaciones con ellos para colocar obras menores.
     Son muy peligrosos, ya que no se detienen ante nada para conseguir sus propósitos, no se les conocen asesinatos pero se les suponen palizas y torturas para conseguir información.

ANTECEDENTES

  En el  ministerio de cultura soviético detectaron que en varias revistas especializadas de subastas de arte, se puso un anuncio solicitando información sobre el “Libro de horas de Catalina la Grande”.
    Adjuntamos unas notas sobre dicho libro para comprender mejor su importancia.
   El manuscrito iluminado fue realizado por  Willem Vrelant nacido en 1410 en Ultrech y fallecido en Brujas en 1481, estuvo activo en Flandes donde debió realizar el libro de horas supuestamente entre 1465 y 1470. En un principio se suponía que había sólo un ejemplar. En el año 1498 estaba en poder del obispo y embajador de la corte española en Flandes Don Diego Ramírez de Villaescusa que lo envió como regalo al embajador de Roma padre de Garcilaso de la Vega.
     Heredó el manuscrito la hermana del poeta, Leonor de la Vega, de quien tomó el nombre “Libro de horas de Leonor de la Vega”.
 Este ejemplar, que se creía único, está depositado en la Biblioteca Nacional de España, considerado como una de las mayores joyas literarias europeas.
     En el año 1936, Mijail Pauvlov, un erudito de la Biblioteca Pública Saltykov-Schedrin de Leningrado (hoy Biblioteca Nacional Rusa de San Petersburgo) organizando los fondos imperiales de los zares, reconoció el libro como uno igual al español.
   Investigando los documentos de  la zarina Catalina, descubrió que el libro había sido regalado por el prior de los jesuitas en 1773, al proporcionar ésta asilo a la Compañía de Jesús, cuando la orden fue expulsada de toda Europa. Según dedujo Mijail, el obispo español mecenas de las letras, pudo adquirir dos ejemplares del mismo libro para no desprenderse de una propiedad tan bella.
    En 1937, cuando fue ascendido a máximo responsable de la embajada soviética en España, Sergues Marchenko, gran amigo del bibliotecario, le pidió éste que lo reclamara como agregado cultural. Pavlov estaba preocupado por las sangrientas purgaras estalinistas y quería salir del país.
   Como sabía que ya no podría volver a Rusia se llevó consigo el libro de horas, era de pequeño tamaño, 19x13 cm. Vendiéndolo en Occidente podría comenzar una nueva vida fuera del comunismo. No se sabe cómo lo sacó de la URSS: pudo ponerle otras tapas y para ocultarlo, al salir como agregado cultural se llevó gran cantidad de libros, y pasarlo escondido  en cualquier baúl.
    Una vez en Madrid, quería escapar a EE UU por Portugal, la huida no le resultó tan fácil como esperaba, las rutas hacia el oeste estaban tomadas por los nacionales. Tuvo que instalarse en la capital y además allí se enamoró de una española. Nadie sabe quién fue esta mujer, sabedor de que lo espiaban los comisarios políticos, mantuvo su romance en el más absoluto de los secretos.
    Las crónicas de la embajada dicen que murió en un bombardeo. Descubrieron que fue Pauvlov quien robó y se llevó el libro a España, y  que desapareció allí. Se supone que quedó en poder de la supuesta amante. Como después de la guerra española llegó la II Guerra Mundial, el libro quedó en el olvido.
   Con el final del régimen comunista y la apertura rusa, los responsables culturales intentaron seguir el rastro del manuscrito, para reclamarlo como legítimos propietarios, pero la pista siempre se pierde al llegar a Madrid.
   A la vez que los anuncios comentados al principio del informe, se detectó la presencia en España de la banda del Sudamericano; para este caso podemos denominarlo Lucas el Ruso. Y el asesinato y tortura de un integrante de la embajada española en Moscú. Todos estos indicios nos llevan a creer, que por alguna causa que desconocemos, es posible que el funcionario asesinado tuviera alguna información sobre el asunto. Esto nos hace pensar que ha vuelto el interés por el supuesto manuscrito y algún anticuario o coleccionista está dispuesto a pagar bien por el libro de horas perdido.
   Ya pesa un orden de detención internacional sobre la banda de Lucas el Ruso, por diversos robos de obras de arte, tanto privada como pública, que se suman a la solicitud del gobierno ruso para su captura.
   En el caso de detener a la peligrosa banda, ruego envíen comunicación urgente a la sede de la Interpol, para proceder a solicitar orden de extradición.
   Sabemos que los soviéticos han enviado agentes secretos, que no podemos controlar, para localizar el libro. Es posible que se crucen en la investigación, ellos no se identificarán, por lo que pueden ser peligrosos.

  El comisario mandó hacer copias de la orden para entregar a su equipo y se marchó al armario para fumar y relajarse.
   “Estos de la central están como una puta cabra, me marcho a una ciudad de provincias, para tener un final de profesión tranquilo y me endiñan la detención de una banda de delincuentes internacionales peligrosos, a los que la policía de ningún país ha podido echar el guante, además de los espías soviéticos.
Mis hombres, como mucho, han detenido a algún carterista o a camellos de poca monta  y de la noche a la mañana quieren que los convierta en agentes de la CIA. Encima, con los recortes no tengo ni para la gasolina de los coches”.
Intentó dar un trago a la petaca, pero no quedaba ni una gota de coñac “Si siguen las cosas así tendré que comprar una más grande”. Apagó el cigarrillo con la suela del zapato y se guardó la colilla para envolverla con un folio y tirarla a la papelera. Se fue hasta la sala de reuniones donde estaban esperando sus hombres para hacer un plan de actuación.

El pez está mareado
el alcohol lo ha trastocado
despierta  despistado
en total obscuridad
en un lúgubre lugar.

Unos pasos lo asustan
una luz lo deslumbra
pasmado se ha encontrado
en el cajón de una mesa
de sobres y sellos rodeado

Ya más sereno y calmado
descubre ensimismado
que su reflejo encantado
es el cristal de una lupa
que sucia y desgastada
descansa abandonada
en una gaveta anticuada.
     
 Miyana continuaba abstraída deshojando su margarita mental, por el lado de aventurera se sentía atraída por el misterioso Lucas; su lado de ciudadana responsable por el guapo Felipe. Pero nunca podía soñar despierta, cualquier socio que preguntaba por un libro, le hacía volver a su realidad de bibliotecaria. Y con remordimientos pensaba en su novio Arturo ¿Qué iba hacer con él? Llevaban juntos desde críos y era una excelente persona. Si aquella especie de vagabundo no hubiera aparecido por la biblioteca, continuarían con su rutinaria y tranquila vida de novios eternos.
Pero la vida le había dado una oportunidad de vivirla de otra manera y se tenía que decidir, sólo pensar que tenía que decirle a su novio de dejarlo un tiempo le ponía carne de gallina “Pero tonta, si quieres ser una aventurera y no te atreves a dejar a tu novio, bien vamos”, pensaba, y se le caía el mundo a los pies.
Aquella noche en sus vivencias oníricas nocturnas, todo resultaba fácil y magnífico: en sus relaciones apasionadas con los dos chicos, caracterizada de mujer fatal y misteriosa, les sonsacaba información para intentar resolver el crimen del funcionario de la embajada y conocer los secretos de Lucas.
Con estos sueños se despertó sobresaltada, no sabía por qué pero tenía que conseguir una copia de los recortes del sobre. El primer paso era seducir al policía.
El Sudamericano estaba en una cabina, esperando la llamada del misterioso sujeto que le había hecho el encargo de recuperar el libro, las cosas no iban bien y necesitaba más dinero. Puntualmente, a la hora acordada sonó el teléfono, esperó al tercer tono y lo cogió, la voz del otro lado, distorsionada por algún artilugio electrónico, le preguntó su nombre, era la consigna acordada.    
—Las cosas se han complicado —dijo la misteriosa voz— algún perista chivato te ha reconocido en España y dado el soplo. En la Interpol te han relacionado con el libro de horas y el asesinato del diplomático, han intensificado tu búsqueda. Por si fuera poco  también los rusos quieren localizarte. Además, el comprador del libro se está impacientando y quiere encargarle a otro el trabajo, le he convencido de que eres el mejor y no lo defraudarás, pero tienes que apurarte, el tiempo va en tu contra, cada vez te sentirás más acorralado y eso no es bueno para pensar.
 —Todo que dices no me preocupa —contestó Lucas sin mucha convicción—, pero necesito más dinero, tengo que cambiar de domicilio frecuentemente y pagar todo en metálico.
 —Ya lo tenía previsto, encontrarás un sobre con 100.000 euros en el sitio de siempre, pero el comprador me ha dicho que son los últimos hasta que entregues el paquete. Ahora  tengo que dejarte, volveré a llamarte en el lugar y fecha acordada. Buena suerte.
La conversación se cortó bruscamente. El Sudamericano se quedó preocupado, las cosas no estaban saliendo como esperaba, además el entregar el sobre a la chica había sido una equivocación, la prepotencia de saberse indetectable le había hecho una mala pasada. Ahora lo tenía la policía y con todo lo que sabían, podían llegar a sus mismas conclusiones y frustrar la operación. Necesitaba recuperar el sobre como fuera.
María está preocupada, ve a Lucas desconcentrado, pasa mucho tiempo con la mosquita muerta de la biblioteca y no la tiene al día de sus pesquisas, como suelen hacerlo en todos los golpes, ella no sabe muy bien lo que está pasando y no le gusta nada; el encoñamiento no es bueno para el trabajo. Además la documentación que habían sonsacado al diplomático con diversas pistas para localizar el libro había desaparecido, se la había llevado él para sacar copias, pero no la encontraba por ningún sitio. Lo normal es que aquello lo hubiera hecho Gabito. Se había fiado siempre de Lucas, pero en esta operación tenía que vigilarlo.
Arturo ve estos días a su novia como distinta, ha sido siempre un poco fantasiosa, tantos libros es posible que la tengan un poco trastornada, como a Don Quijote. Él es de poco leer, tiene una vida muy reglada, pero le gusta. Heredó la sastrería de su padre y la trasformó en una moderna tienda de ropa, además como aprendió el oficio de cortar y coser, también hace trajes a medida para clientes de buen vestir.
Todos los días cumple con su rutina; abrir y cerrar la tienda a sus horas, los días de partido los pasa con sus amigos en el bar y los viernes y sábados sale con Miyana, van al cine o a la discoteca. Los domingos comen con sus padres y la lleva a casa. Un par de veces al mes va a la capital para hacer fotos a los escaparates y poder adornar el suyo con los diseños de moda y poco más, su vida le gusta.
En su último viaje compró un libro que se titulaba “Cómo enamorar a las mujeres”, ya se había percatado del alejamiento de su chica y quería hacer algo. No se le ocurría nada original y miró los consejos del libro, sobre todo hacían hincapié en “lo que más gustaba a las mujeres era que las sorprendieran”.
Un día que la quiso sorprender presentándose en la biblioteca para invitarla a comer, antes de llegar la vio salir con un chico y entrar en la cafetería de la plaza. No supo qué pensar, esperaba que por la tarde se lo hubiera comentado pero no le dijo nada. Se dio cuenta de que algo no iba bien y decidió que tenía que haber cambios en su vida.
Llevaban mucho tiempo de novios y tendría que preparar boda, pero la reforma de la sastrería se había llevado todos sus ahorros, no podía plantearse más gastos y menos buscar un piso para los dos. Para empezar le diría a su madre que no lo llamara Arturito cuando estuviera Miyana presente, a ésta no le gustaba nada el diminutivo.


El pez está descontento
no le gusta su aposento
descansa esperando atento
a que se abra el cajón
y con una fina pirueta
salir al mundo exterior

-Isidro Lacoma-
                                                                                                                                            
CAPÍTULO X  

Maria estaba furiosa. ¿Quién se creía que era Juan Lucas?
La sustracción del Código Calixtino, su primera gran operación en solitario, fue una chapuza y gracias al aviso de una confidente pudieron dar marcha atrás y hacerle desaparecer sin dejar rastro. Si no es por ella, ahora estaría con sus huesos en la cárcel. La Organización negoció con un fontanero del que tenían pruebas comprometedoras en asuntos más graves, para que se presentara como cabeza de turco.
¿Y ahora?
La actual operación había empezado bien, pero Juan Lucas estaba corriendo riesgos innecesarios. Su juventud, su falta de experiencia vital, era una baza en su contra.
María se había acostumbrado a sopesar las cosas dos veces. Hija de un político cubano y de una secretaria rusa, cuando ella tenía siete años emigraron por problemas políticos desde la Habana a Rusia.
 Kazán  es la sexta ciudad de Rusia en importancia, con una multietnicidad reconocida por la Unesco,  lo cual desarrolló su facilidad para los idiomas –inglés, francés, español y ruso.
Trabajaba como traductora en prácticas en la Embajada cuando Juan Lucas llegó a Moscú. Una delegación de dos coches oficiales acudió a recibirle al aeropuerto.
María tenía veintiún años, Juan Lucas quince. Enseguida empatizaron y Don Juan pidió a María que dedicase la semana a enseñar a su hijo la ciudad.
Moreno, tímido, piel tostada, callado, ojos negros, resultaba exótico en la sociedad moscovita, lo que le hacía aún más huidizo. Su amistad continuó durante años, hasta que Juan Lucas marchó a la Universidad. 
María conoció a un nuevo agregado de la embajada, Vladimir, con quien se casó antes de llegar al año.
Impetuoso, egocéntrico, amante del lujo, apasionado. Con él vivió una vorágine de sensaciones.
Una vida a capricho no se mantiene con dos sueldos de empleados. Cierta noche ella entró en el dormitorio al tiempo de ver a su marido apoyado en el quicio de la ventana, con una pistola al alcance de la mano. Su intención de suicidarse era clara.
En aquel momento ella creía ciegamente en él. Dialogó lo más calmada posible hasta conseguir que dejara la pistola y se explicara.
El Gran Casino. Partidas de cartas, apuestas en el ala privada. Durante años  fue bien, ganando a menudo,  pero su buena racha se había esfumado hacía ya tiempo. Dependía del dinero de ciertos prestamistas.  El pago de los intereses se cubría con otro préstamo, y los de éste con otro, esperando que la diosa Fortuna mirara a su favor.
Ahora que ya no había más crédito, sobre su cabeza pendía la amenaza de muerte “accidental” con que se liquidaban ciertas deudas, castigo ejemplar para que el resto de los deudores comprendiera con quién se la estaban jugando.
María consiguió convencerle para dejar la pistola y hablar. Al día siguiente ella aceptó “cruzarse al lado ilegal” como forma de salvar a Vladimir.
Así comenzaron la espiral de robos de obras de arte. La propia organización ofreció cancelar pequeñas cantidades a cambio de transportar, con su jovial imagen de pareja recién casada,  sobres de información a agentes apostados en determinados sitios. María siempre sospechó que los primeros encargos fueron para ponerles a prueba, pues poco a poco las situaciones  se fueron complicando.
Cuando por un trabajo de mes y medio les pagaron tanto como un año entero de la Embajada, acabaron finiquitando con ésta, con la intención, según Vladimir, de retirarse en dos años y poder montar algún negocio tranquilo.
Sin haberlo previsto, ella se quedó embarazada. Se lo dijo a los tres meses. Vladimir le pidió que abortara, que ya habría momentos mejores. Ella se resistió,  él se enfadó mucho y dijo que la “organización” no contaba con esto, que era un punto negro para los dos. Marchó dando un portazo.
Nunca volvió a verlo. Al tercer día denunció su desaparición, y una semana más tarde, el cadáver de Vladimir apareció en un pantano.
Después del parto, sin trabajo y sin apenas recursos, cuando la Organización volvió a ponerse en contacto con ella para hacer de intermediaria en el  alquiler de una sala de juegos, ella aceptó.
Fueron dándole trabajos de importancia creciente, teniéndose que especializar en arte sacro.  Tiempo después le propusieron formar binomio con otro miembro, como forma de pasar más desapercibidos y hacer equipo de trabajo. Ella aceptó, y su sorpresa fue ver que su supuesto marido era Juan Lucas.  
La chispa que siempre había entre ambos, antes soterrada, surgió, y tuvieron una tórrida relación en aquel piso de alquiler desde el que iban cumpliendo las pautas dadas por la organización.
De acuerdo, ella era seis años mayor, pero su mutua pasión iba dirigida a una relación estable, hasta que apareció aquella odiosa bibliotecaria.
Quizá tenía que hacer algo para apartarla de su camino.

-Jesús Salgado-

CAPITULO XI

El tiempo vuela
Y no queda nada
En las juntas del parquet
Para comer.

Se ha puesto gordo
Estos meses el pez
Viviendo a cuerpo de rey
Tomando el sol tan ricamente
Junto a la máquina del café.
Hace calor en la comisaría
El verano ya llegó
Al pez le pica la alegría
Es la hora del adiós.

Miyana, frente al ordenador, busca la corriente de aire que entra por la puerta y vuela por el corredor de estanterías a sus espaldas. Esa misma que en el invierno la obliga a cambiar el puesto de trabajo fuera de su influencia. Un cuchillo de frío que atraviesa el cuerpo de lado a lado, es ahora una tibia caricia de pluma que apenas logra apaciguar el calor de este final de junio.
En su pantalla los datos de los últimos préstamos devueltos parecen derretirse ante sus ojos… La biblioteca vacía… ¿quién va a venir hasta aquí con este calor?
Levanta la mirada y ve a un indigente. Un hombre encorvado que arrastra levemente una pierna y lleva un brazo con un vendaje sucio y gris. No puede evitar una punzada de miedo y una ola de compasión. Alerta y relajada a partes iguales le va a hablar cuando unos ojos castaños que reconoce inolvidables le hacen enmudecer. ¡Lucas! Tras él otro hombre joven y apuesto se planta de dos zancadas ante el mostrador y muy serio y enérgico se acerca al indigente y cogiéndole del brazo le encamina hacia la salida. El indigente se deja llevar dócilmente hasta la puerta balbuceando palabras incongruentes y estridentes.
Miyana no sale de su asombro y reconoce con una pizca de temor lo gran actor que es Lucas. Porque es Lucas, está claro. Pero después de tanto tiempo… ¿qué le ha pasado? ¿Estará enfermo? Se siente intrigada, asustada, molesta… intuye problemas.
—¡Miyana! -La voz de Felipe la saca de su ensimismamiento-. ¿Te ha hecho algo ese tío? Porque voy por él ahora mismo y…
—¡No! -contestó con mayor vehemencia de la que hubiera querido-. No, es... es que me he asustado un poco… estoy sola y… ¡Bueno! –dice cambiando de tema y sonriendo luminosa- ¿a qué debo el placer de tu visita?
—Dijiste que comerías conmigo -contestó él acercándose a ella de modo seductor, sonriente, ganando terreno, elegante, decidido hasta alcanzarla y pegarse a su cuerpo besándola-. ¿Estás bien? ¿Segura? Tienes el corazón a mil…
Un beso ligero de ella cortó el tema.
—Es por ti -contestó ella, zalamera, mirada coqueta, mirada evasiva, jugueteando con sus dedos sobre el pecho de él-. Me pones nerviosa…
Más serio él, la mira a los ojos y pregunta: ¿Te arrepientes de lo que pasó?.

Lucas, desde la esquina les ve salir de la biblioteca. Juntos. Cierto acaramelamiento que le fastidia. Miyana sonriente y bella. Él… él es un madero seguro. Los huelo de lejos. La forma de andar y mirar, el cuerpo musculado… fijo que es policía… Pero… ¿qué hace Miyana con él? ¿Sabrá que es policía o… es una trampa? La mirada de Lucas sigue sus pasos, una mirada aguda y dura que se cruza un instante con la de ella. Lee miedo en sus ojos. Ella se acerca más a él y le coge del brazo, saltarina, juguetona… ¿despistándole? Tal vez…
Pensativo se queda inmóvil en la esquina. ¿Qué hacer? ¿Podré seguir confiando en ella? ¡Ese espantapájaros! Ese va a ser un problema…

—¡Miyana! -Ella levanta la vista del plato y ve a Felipe con el ceño fruncido. Se da cuenta al instante que ha estado ausente de la conversación. La aparición de Lucas la ha alterado-.
—¡Perdona! -contesta resoplando el flequillo con un mohín de incomodidad-. Es este calor… ¡me agota! Me está entrando una modorra…
Sonrió con una sonrisa de emergencias, la infalible, ocultando sus verdaderas emociones. 
—¡Luego vamos a tomar un helado en el parque! Yo invito.
Felipe es un policía joven. Inteligente y apasionado. Se da cuenta de que Miyana está fingiendo… pero ¿qué? Desde que le asignaron en comisaría la vigilancia no invasiva de esa bibliotecaria tan guapa, su fascinación por ella fue creciendo de día en día. Le gustaba su aspecto, la ropa que llevaba, la forma de andar, la sonrisa con que iluminaba sus pasos… no supo o no quiso frenar el impulso de acercarse más, de intimar… ella le esquivó un tiempo largo. Desconfiada y siempre alerta. Él le confesó en un alarde de ingenuidad que era policía. ¿Me estas vigilando?, le preguntó ella burlona. Sí, contestó él muy serio. Se miraron un momento y ambos se echaron a reír en una carcajada alegre y estúpida.
Desde entonces se hicieron amigos. Más que amigos. Felipe no tuvo valor de informar a sus superiores de que la vigilancia de la bibliotecaria había pasado algunas líneas rojas. Si estaba implicada en algo turbio… no sabría… en todo caso quería estar cerca, tal vez él podría ayudarla… no quería que le apartaran del caso, que aunque no sabía bien de qué se trataba, le dijeron que podría tener más información que no había revelado. Solo vigilarla, seguirla, informar puntualmente con quién habla, con quién va, dónde vive… esas cosas de rutina. Y así fue cómo observó a Miyana bromeando cariñosamente con el señor mayor que cada día entra a la biblioteca. Sonriendo a cada persona que se ha acercado al mostrador. Caminando resuelta hacia su casa, siempre con un libro bajo el brazo. Escuchó sus palabras amables a la frutera, una señora entrada en años que se quejaba cada día de un dolor distinto. Miyana irradiaba luz por donde pasaba. Y Felipe se convirtió poco a poco en la polilla que irremediablemente va a la luz.

La mujer delgada que entró por la puerta tenía un aspecto anodino. Pelo corto que asomaba bajo un sombrerito de tela azul. Gafas de sol tipo aviador. Camiseta holgada sobre una falda larga de color azul, desteñido, zapatillas de deporte y una gran bandolera de flores amarillas colgada del hombro.
—Este libro no pertenece a esta biblioteca -dijo Miyana devolviendo el ejemplar que la señora había dejado sobre el mostrador-. No tiene los códigos de ésta.
La mujer se apoya y echando el cuerpo hacia adelante se levanta las gafas sobre la frente y dice: es una donación.
—¡Lucas! Pero… ¿se puede saber a qué juegas? Hace unas horas eras un indigente, ahora…
Lucas la interrumpió:
—Miyana, tengo un problema de los gordos. En este libro hay una nota que te lo explica todo. No tengo a nadie más en quien confiar. De ti depende si me ayudas o no…Pero si no me ayudas sólo te pido que no me delates… por favor.
Y dándose la vuelta salió por la puerta de la biblioteca, desapareciendo de su vista en un minuto y dejándola inquieta, perpleja, enfadada y un poco asustada. Miró el libro de pasta dura y lo abrió buscando la explicación prometida.


Aferrado al bajo de un pantalón
El pez confía en una vida mejor
No sabe a dónde le llevarán esos pasos
Decididos o vacilantes, según los casos.

Los zapatos rechinan en un suelo reluciente
De madera olorosa, y un recuerdo reciente
Decide soltarse y cae justo enfrente
Del mostrador de Miyana, junto al indigente.

Esos momentos que entrecruzan vidas al azar
Instantes, momentos,  destino y casualidad.


-Ana Alonso Cabrera-