EL PEZ DE PLATA VIAJERO
MIYANA Y EL PEZ DE PLATA VIAJERO
CAPÍTULO I
Este era un pez
especial
que habitaba en
cierto baño
y amaba la
oscuridad.
Con su traje
plateado
se deslizaba fugaz.
Le gustaba pasear
cuando el silencio
reinaba
y había
tranquilidad.
Miyana, en su
inveterada afición lectora, sentía que aunque llegara a cumplir más de 90 años
no iba a conseguir abarcar sino una mínima porción de la biblioteca provincial.
Amaba los libros
sobre todas las cosas, disfrutaba de ellos con todos los sentidos. Aficionada
desde que aprendió a leer, pronto tuvo carnet y aprendió a acudir por su
cuenta, burlando incluso alguna de las actividades extraescolares que sus
padres le habían proporcionado y provocándoles así un cierto disgusto.
Mantuvo la querencia
en su etapa adolescente, amplió el campo de sus lecturas a la poesía y el
ensayo, sin descuidar por ello los cuentos, novelas e historietas. Y descubrió
que tendría un futuro a su medida si estudiaba para ser bibliotecaria.
Tenía algo más de
veinticinco años cuando consiguió su objetivo. Se sentía dichosa con cada
adquisición de nuevos títulos, para los que diseñaba atractivos carteles;
siempre tenía en cuenta las indicaciones del buzón de sugerencias,
estratégicamente situado para que todos los visitantes colaboraran. Junto con
el trabajo interno de la biblioteca, buscó actividades atractivas para todo tipo de personas, consiguió entrevistas
públicas con autores de referencia, llegó a convocar premios literarios… Un enorme
desplegable en la fachada invitaba a los viandantes a las diversas actividades
culturales que se desarrollaban a lo largo del año. En definitiva, llegó a ser
el alma mater de la biblioteca.
Aquella noche de jueves
se llevó un susto
mortal
que paralizó sus
pasos
y le puso a
palpitar.
Ocultose en una
junta
para poderse salvar…
Sabía que saldría a
cenar y tenía que arreglarse, pensó que le sobraba tiempo, se sentó en la
banqueta del baño y continuó la apasionante lectura de “Dejar las cosas en sus días”: la intriga estaba llegando a un
punto sumamente decisivo… y sonó el móvil en la salita. Miyana posó el libro
apresurada en el suelo, sin cerrarlo, y salió a contestar: Arturo apremiaba, ya
estaba a punto de llegar. “¿Estás preparada? Te recuerdo la puntualidad de los
Pérez. No me hagas quedar mal, por favor”. Tan rápido como pudo se vistió y
atusó la preciosa melena negra, se dio un toque de rímel y otro de color en los
labios, escuchó el timbre del portal y cogiendo sobre la marcha el echarpe y la
cartera de mano que tenía colgados en el árbol de la entrada se lanzó escaleras
abajo. Las prisas le impidieron apagar la luz del cuarto de baño.
El pez se sentía
molesto
con aquella
claridad.
Pero el silencio
reinaba
y se lanzó a
caminar.
Se topó con un
objeto
que no era habitual,
parecía un muro alto
y ofrecía oscuridad.
Escaló con cierto
esfuerzo
y se quedó agazapado
entre las páginas
blancas
de aquel libro, por
descuido,
en el suelo
abandonado.
A la mañana
siguiente, Miyana fue a la biblioteca y devolvió el libro a su lugar en el
estante. No había podido resistir la intriga y lo había acabado robando horas
al sueño, a pesar de haber regresado bastante tarde de la velada.
-Evelia-
CAPÍTULO II
Miyana entrecerró
los ojos. La luz del sol entraba por el ventanal más alto de la sala principal
de la biblioteca, cuya planta circular siempre le había resultado muy
acogedora, y ella se dejó acariciar por esos efímeros rayos de febrero. El
silencio, sólo roto por algún acceso de tos o carraspeo, por algún estornudo más
o menos contenido, por algún rítmico golpeteo de los bastones de los jubilados
que pasaban buena parte de sus mañanas en la sala de prensa, se quebró al
acercarse un coche de la policía y silenciar su sirena frente a la puerta de
entrada.
-¿Ha visto Ud. a
este hombre por aquí? –le preguntó tenso un policía uniformado enseñándole una
foto en la que se apreciaba a un joven alto, de rizos castaños, muy delgado,
con la cara y la nariz afiladas y ojos de mirada acusadora.
-Sí… Estuvo hace
unos días. Ahora tiene barba. Hizo una ficha temporal y se llevó dos libros de
Nietzsche. Hablaba español, pero con un acento sudamericano indefinible y
mezclaba también expresiones en inglés…
-Déjeme ver su
ficha.
Miyana recordaba
perfectamente a aquel sucio hombre que, después de preguntarle dónde conseguir
los libros que quería, de recorrer un rato la biblioteca y de dejarle su
pasaporte para que rellenara la ficha de lector, guardó los dos libros en una
bolsa de tela plastificada blanca, grande y maloliente que parecía pesarle. La
cremallera estaba estropeada y cerró la bolsa con una cadena de llavero
alrededor de su abertura. Ella temió por sus libros –amaba tanto los libros que
a todos los consideraba suyos-, pero él pareció adivinar sus pensamientos.
“No se preocupe. Se los devolveré en perfecto
estado justamente a las doce de la mañana del día cinco. En menos de una
semana. Ok?”
“¡Ni un minuto antes, ni uno después!, le había
contestado sonriendo.”
-Enseguida busco su
ficha, agente. Pero si quiere verle, va a estar aquí en menos de una hora. Hoy
es día cinco y quedó de traer los libros a las doce en punto.
-¿Cuánta gente hay
ahora en la biblioteca?
-Unas quince
personas. Creo que están todos en la sala de lectura.
-Hágales salir de
forma ordenada, pero rápida. Dígales que hay una posible fuga de gas en un
edificio cercano y que, por motivos de seguridad, hay que cerrar la instalación
no se sabe por cuánto tiempo. Luego cierre la puerta con llave. ¿Aquí solo
trabaja Ud. o hay más personas en alguna oficina?
Miyana negó con la
cabeza. Era una biblioteca pequeña y ella hacía todas las funciones, salvo la
de limpieza que se realizaba a primera hora de la mañana antes de abrir.
Cuando se levantó
para acercarse a la sala y anunciar a los usuarios que se tenían que ir, el
policía le preguntó si había otra puerta.
-Sí, la salida de
emergencia. Está en el callejón.
-Deme la llave de
esa puerta y proceda a la evacuación sin alarmar a la gente.
Miyana con su voz
dulce y su actitud cariñosa logró que los lectores y lectoras matutinos
abandonaran las cómodas butacas sin protestar ni preocuparse en exceso. No era
la primera alarma por gas que había sucedido en los últimos días en la ciudad
sin que hubiera llegado a ocurrir nada. Desfilaron con sus abrigos grises y
negros, sus bastones y paraguas y se protegieron del frío de la plaza con
bufandas y guantes. Miyana cruzando sus brazos sobre el pecho se aventuró hasta
la acera para ayudar a bajar el bordillo a un viejecito y observó que el cielo
ahora estaba acerado. Parecía que de un momento a otro iba a empezar a nevar.
Entró de nuevo a la biblioteca temblando, sacudió su melena con una mano y
cerró la puerta con llave. Pensó que era una suerte que los colegiales y sus
padres no fueran nunca a esa hora. ¿Quién sería ese hombre que tan preocupada
tenía a la policía? A ella no le pareció peligroso. Sucio sí, pero peligroso…
Cuando volvió a
entrar a la sala principal de la biblioteca, desde donde se dominaba el resto
de las estancias, varios hombres y mujeres recorrían las tres salas de la biblioteca, los baños,
las dos oficinas, el cuarto de limpieza y la sala de la caldera. Ante su
asombro, el policía le dijo que eran compañeros de paisano y que una joven
policía la sustituiría en su puesto. Tenía unos minutos para explicarle cómo no
levantar sospechas cuando el hombre de la foto volviera.
-Juan Lucas
Sebastián Donaire. Ese era el nombre que figuraba en su pasaporte. Dio la
dirección del asilo de la calle Madalena. No dejó ningún número de teléfono
–dijo Miyana al policía dándole su ficha.
-Bien, eso es todo.
Ya puede marcharse. Salga por la puerta
de atrás. No hace falta que le diga que esto no debe de comentarlo con nadie,
¿verdad?
-Disculpe… ¿Tengo
tiempo de buscar una cosa? Creo que me he dejado dentro de un libro una receta
de un medicamento para mi madre –conjeturó Miyana al buscar los guantes en su bolso y no ver
el sobre que contenía la receta del medicamento
-Coja lo que sea,
pero rápido.
Miyana no se paró a
ojear el libro que había colocado en la estantería a primera hora: “Dejar las
cosas en sus días”. Lo cogió y la policía que iba a sustituirla en su puesto la
acompañó hasta la salida de emergencia para cerrar la puerta. Caminó por el
callejón con paso rápido mirando hacia el suelo. Un hombre con una gabardina se
acercaba portando una bolsa de tela plastificada blanca. En el interior del
bolso de Miyana, escondido entre las
páginas de un emocionante libro, un pez de traje plateado, incapaz de sospechar
lo que iba a ocurrir, disfrutaba de la oscuridad.
El pez no sentía
frío
acolchado entre dos
hojas
que le servían de
abrigo.
Un bolso le
columpiaba
y el pez feliz se
mecía,
mas un fuerte
tropezón
en medio del
callejón
hizo que el bolso se
abriera
y el libro
precipitara
su frágil cuerpo de
plata
en una bolsa de tela
-Mara-
CAPÍTULO III
Gabardina, gorra de
tweed, grandes gafas de marca, pantalón de raya y zapato inglés, el caballero
que tenía enfrente dejó en el suelo su bolsa de tela y se acercó solícito a
ayudarla.
-¿Se ha hecho daño? -preguntó junto a su oído,
mientras sujetaba su codo.
-Es... usted...
-reconoció los matices de su rica voz-. Vaya cambio... realmente parece otra
persona... la poli le está esperando...
-Entonces permítame
que le invite a una infusión –dijo señalando la cafetería cercana.
En la esquina, un
policía de paisano les miraba sin mucho interés, más pendiente de la fachada
principal.
Sentados frente al
ventanal, Miyana comenzó a atar cabos...
-Se ha afeitado la
barba, dejándose perilla... y recortado el pelo, supongo –dijo recordando su
melena de rizos castaños.
-Se equivoca en
parte –se quitó la gorra. A la altura de la coronilla su media melena estaba
recogida en un moño de estilo japonés, tan de moda.
Aquel hombre la
subyugaba. Su personalidad, junto con las extrañas circunstancias de su
aparición trastocaban su plácida existencia, más acostumbrada a leer y
proyectar la acción en su mente que a vivirla.
Tiempo muerto.
Necesitaba recuperarse en el cuarto de baño. Frente al espejo se perfiló los
labios, rellenándolos de carmín, pulverizó colonia en sus muñecas y detrás de
las orejas, repasó con el cepillo la negra melena, buscó en su bolso el foulard
"de emergencias" y se lo puso dándole un toque de color a su usada
chaqueta de punto azul claro. Más no podía hacer.
Dos teteras y un
extraño esperaban su regreso.
Dejó su bolso en la
repisa del radiador junto a la mesa. Nada más sentarse una escena captó la
atención de ambos: en las escaleras de acceso a la biblioteca tres agentes
vestidos de calle interceptaban la entrada de un joven "alternativo"
que portaba una gran bolsa blanca plastificada.
-Tienes algo que ver
en esto ¿Verdad? - Miyana comenzaba a tomar el papel de mujer de acción.
-Cincuenta euros.
Aceptó encantado.
-Parecerá
coincidencia. ¿Puedo tutearte?
-Por supuesto. ¿Tu nombre?
-Miyana. ¿Cómo debo
llamarte? ¿Juan Lucas?
-Lucas es mejor.
Juan Lucas quedó en Paraguay.
El reloj digital del
hombre dio dos pitidos. Agachándose tomó la bolsa de tela que estaba apoyada en
la pata de la mesa.
-Sus libros. Perdón;
tus libros.
-A las doce en
punto... no son míos...
-Ni un minuto antes,
ni uno después -dijo él, con sonrisa cómplice.
-"Así habló
Zaratustra" y "Más allá del Bien y del Mal"… -Miyana acarició el lomo de ambos libros,
mientras trataba de centrar la conversación en lo literario-. ¿Has encontrado
lo que buscabas?
-Ya los conocía,
pero quería sumergirme en sus conceptos y elaborar pensamientos propios. Es
interesante reflexionar desde la perspectiva de nuestra época lo que
corresponde al pensamiento revelador de 1884.
-Interesante
-repitió ella.
-El nihilismo como
cansancio moral, la muerte de Dios como la transcendencia de los valores
religiosos instituidos y el Ultrahombre como la renovación hacia una autonomía
de pensamiento.
-Exactamente, buen
resumen de conceptos. Y como dices, en el siglo XXI seguimos elucubrando. Creo
que ahora se aborda más el estado de felicidad interna a través de una mente
relajada. Yoga, mindfullness, pilates, meditación, todo son técnicas que nos enseñan a
desconectar.
-Quizá nos hemos
vuelto demasiado racionales.
-Precisamente de eso
habla: "Dejar las cosas en sus días", de L. Castañón, una pensadora
asturiana muy interesante no lo suficientemente conocida. Permíteme que te lo
regale, casualmente lo tengo aquí mismo, en el bolso.
-Pero es un libro de
la biblioteca –dijo Lucas, apurado.
-No pasa nada, lo
repondré de inmediato. Acaba de salir al mercado y puedo localizarlo
fácilmente. Lo pagaré de mi bolsillo, naturalmente.
-Gracias –Lucas
guardó el libro en su bolsa de tela.
El libro
conservaba
del radiador
su calor
y el lepisma
raudo salió,
de la costura
que le había dado amparo
directo al lomo redondeado
¡Qué placidez! ¡Ahora sí!
¡Cómo había mejorado!
Aunque si además de sentir
pudiera pensar,
sabría que....
en ese libro
había estado ya...
conservaba
del radiador
su calor
y el lepisma
raudo salió,
de la costura
que le había dado amparo
directo al lomo redondeado
¡Qué placidez! ¡Ahora sí!
¡Cómo había mejorado!
Aunque si además de sentir
pudiera pensar,
sabría que....
en ese libro
había estado ya...
-Conozco a la autora,
ha venido a la biblioteca a presentarlo y hemos tomado café en un par de
ocasiones.
-Permíteme que te de
yo algo a cambio –sacó del bolsillo interior de la gabardina un paquete
pequeño, con cordel y lacre-. ¿Qué crees que es?
-Jesús-
CAPÍTULO IV
Nuestro amiguito
dorado
se ha vuelto a
posicionar
en el lomo abovedado
de libro tan
singular.
Le parece familiar
la unión de hojas al
cuerpo,
la letra impresa tan
rara,
el papel de claro
tono.
Y esto le hace
soñar,
le hace sentirse
viajero
sin entender el
motivo
de poderse
desplazar.
La policía emboscada
en la biblioteca ha tratado de identificar al supuesto Lucas pero le dejan
entrar. La joven que ocupaba el lugar de Miyana ha recogido los libros que el
supuesto Lucas le ha entregado, sin reparar en que no son los que se
corresponden con la ficha de salida.
El joven ha vuelto a
salir de la biblioteca y ha tomado una dirección contraria a la que le trajo.
En seguida dos policías de paisano han comenzado a seguirlo para comprobar
dónde dirige sus pasos.
Mientras tanto, en
la cafetería, Lucas a pesar de estar hablando con Miyana, no ha perdido ni un sólo
movimiento del joven entrando, saliendo y tampoco se le han pasado
desapercibidos los dos agentes que ahora lo siguen.
Miyana mientras
tanto, ha abierto el paquete que le ha dado Lucas y de su boca ha surgido una
exclamación de sorpresa. Se trata de una pequeña gargantilla, formada por una
cadena fina de plata y una figura similar a un pez, pero con una extraña forma
ondulada.
- Es muy bonito. No
puedo aceptarlo,-le dice a Lucas mientras vuelve a introducir la joya en su
caja.
- Mujer, es por las
molestias que te he causado. Además me gustaría que tuvieras un recuerdo mío.
No siempre se puede encontrar una persona que haya leído los mismos libros que
uno y los haya comprendido. Tú sí lo has hecho.
Y levantándose, deja
la caja sobre la mesa y se sitúa en la barra
de la cafetería con su consumición, dejando sola y confundida a Miyana,
que de repente se encuentra con el mismo policía uniformado que momentos antes
le pidió que desalojara la Biblioteca.
- Señorita, cuando
guste puede volver a sus quehaceres en la biblioteca. Ya hemos terminado
nuestra misión.
- Era un hombre peligroso ¿no?
- No puedo contarle
nada al respecto. Eso sí, olvídese de este incidente y no se preocupe más. Ya
sabe cómo van estos asuntos.
Y sin más
explicaciones, el policía abandonó la cafetería, cruzó la calle y se subió a un
coche patrulla que acababa de estacionarse frente a la Biblioteca.
Miyana estaba
totalmente confundida. Mientras el policía hablaba con ella, a sus espaldas
Lucas abonó las dos consumiciones y con un ligero e imperceptible gesto de la
mano se despidió, saliendo tranquilamente a la calle.
En un estado de
incertidumbre total recogió la cajita y la guardó en su bolso, se levantó,
salió de la cafetería, cruzó la calle y volvió a su amada Biblioteca para
encontrarse con dos libros en la gaveta de devoluciones, que no pertenecían a
la biblioteca. Uno de los libros, ¡oh sorpresa! era “Dejar las cosas en sus
días”.
Mientras tanto,
Lucas había seguido caminando hasta una parada de autobús y tras una corta
espera se subió en uno de ellos. Transcurridas varias paradas, se apeó y siguió
caminando por aquel nuevo barrio. Los apiñados bloques de viviendas apenas
dejaban espacio a unos jardines que ocupaban la mitad de la acera.
Caminó hasta
detenerse en un portal y llamar a un timbre. Le respondió una voz cascada y
tras identificarse se abrió la puerta. Dirigió sus pasos al ascensor y pulsando
un piso, esperó a que se detuviera, salió y siguiendo el pasillo se introdujo
en una puerta que ya estaba abierta, cerrándola a su paso.
Dejó su bolsa de
tela sobre una mesa llena de papeles y viejos periódicos con tan mala fortuna
que su contenido cayó encima del montón abigarrado, golpeando el libro y
abriéndose éste para dejar salir al inocente pececillo que de nuevo se encontró
sumido en un mar de letras.
Asustado,
compungido,
deslizando su figura
por la lisa
superficie
de papel, lleno de
dudas
ha comenzado a
entender
que todo lo que le
pasa
es fruto de su
pasión
por el papel, que le
llama
y sin apenas reposo
se desliza por la
mesa
hasta grandes letras
negras
con las que él se
embelesa.
-Qué, cómo te ha ido
con tu devolución?
-Bien, pero como
habíamos previsto, casi me localizan. Menos mal que pude darles esquinazo.
-Te lo advertí. Tú y
tu pasión por la filosofía. Como si nunca hubieras leído esos libros…
-Luispa-
CAPITULO V
Lucas se dirigió distraído hasta la cocina.
Mientras abría el frigorífico escuchó cómo María refunfuñaba
-¡Y además eres un descuidado! Estos papeles son
importantes y dejas encima tu bolsa, así, como si tal cosa...
María apartó el libro y cogió el bolso de tela
lanzándolo hasta el sofá con un mohín de disgusto. Comenzó a ordenar y recoger
los papeles y los recortes de periódicos metiéndolos dentro de un sobre grande.
Sigilosamente Lucas apareció por detrás y la abrazó apoyando su barbilla sobre
la cabeza de María que se dejó querer, relajando su cuerpo y apoyándose
ligeramente en el de él.
En el fondo del sobre
reposaba aturdido
el pez
calmó su inquietud
el olor conocido
de papel.
Aspiró los aromas
de tinta, polvo
y jerez
Un retrogusto salado
de cenizas
y vejez.
El pez entendido
es un experto
gourmet.
Miyana no deja de
pensar en Lucas. Han pasado cinco días desde
que le conoció. Se sonríe y acaricia la cadena que, desde aquel día, se
pone a diario. Se descubre a sí misma ilusionada, fantaseando con mil
situaciones en las que vuelven a encontrarse, por la calle, en la cafetería, o
de nuevo él vuelve a la biblioteca... en realidad es casi un divertimento para
ella, ya que probablemente, piensa, no volverán a verse... Sin embargo, no
puede evitar preguntarse quién es. Un joven fugitivo que le gusta la filosofía
y cambia de aspecto y se desenvuelve con tanta naturalidad. Se reconoce
intrigada y eso le atrae.
Unos pasos hacen que
levante la vista. Un mensajero viene hacia ella quitándose el casco de
motorista, lo que hace que por unos segundos a Miyana se le acelere el corazón
pensando que bajo el casco aparecerá la melena rizosa y... no, no es él. Es un
hombre con el pelo oscuro, espeso y recio como un cepillo de la ropa. Serio y
concentrado se dirige a ella: --Buenos días -dice él-. Traigo un sobre a esta
dirección a nombre de Juan Lucas
Sebastián Donaire.
A Miyana casi se
sale el corazón por la boca. Recompuso su primera expresión de perplejidad y
contestó:
-Sí, es un usuario
de la biblioteca, deme que yo le firmo y se lo entrego...
El motorista dudó un
instante y mientras tecleaba en su tablet las condiciones de la entrega, dice:
-Tiene que poner su
nombre y D.N.I.
Miyana levanta la
mirada y ve que en la calle está cruzando el policía del otro día. Se pone
nerviosa. ¿Qué hace él aquí?, ¿es alguna trampa? Antes de que pudiera darse
cuenta, el policía se planta de dos zancadas ante el mostrador, justo cuando el
mensajero se está marchando y Miyana intenta, torpemente, esconder el sobre que
acaba de recoger.
-Buenos días -le
dice el policía, falsamente risueño y apoyándose con familiaridad en el
mostrador de madera. Después de todo, piensa ella, parecer amable es una rutina
laboral-, ¿ha vuelto a tener noticias de nuestro amigo?
Miyana, en un gesto
inconsciente, se toca la gargantilla y comienza a juguetear con ella. En breves
instantes su cabeza, su corazón, su valentía, su honestidad y su miedo se ponen
de acuerdo y le enseña el sobre al policía.
-Lo acaba de traer
un mensajero... el caso es que no sé bien por qué lo he recogido, puesto que no
he tenido más contacto con él que... que... el de aquel día que le dije... -Miyana
recuerda que estuvo con Lucas tomando un té mientras la policía le buscaba en
la biblioteca y que este detalle lo está ocultando deliberadamente-. Bueno, ¿y
ahora qué hacemos? -soltó de golpe.
El policía, que
estaba observando el sobre con atención, dirigió una mirada airada a Miyana.
-¿Cómo que qué
hacemos? Usted no tiene nada que hacer en esto, más que lo que ha hecho,
colaborar con la policía.
Se quedó un momento
pensando y añadió…
-Y podría colaborar
un poco más... tendrá que prestar declaración en comisaría, tendrá que
acompañarme.
-¿Cómo dice usted? -contestó
Miyana-. ¿Ahora? ¿Qué hago con la
biblioteca?, ¿tendré que cerrar y echar a la gente?, ¿otra vez? ¡Pues sí que me
sale a cuenta haber colaborado!
Estaba levantando la
voz, no es bueno levantarle la voz a un policía...
-Compréndalo, el
otro día ya tuve que desalojar, sí, con la excusa del gas, pero fue un
contratiempo... -añadió falsamente calmada-. Es que es un trastorno...
El policía volvió a
fijar su atención en el sobre. Marrón. Una pegatina con el nombre y la
dirección más la de la compañía de mensajería. Pero el contenido... Lo agitó y
dedujo que contenía papeles... más de uno y de dos... Ahí hay más pistas que el
testimonio de la bibliotecaria, pero ya no se iba a echar atrás y tal vez
aporte algún dato interesante.
-Tiene razón -concedió
el policía-. Lo comprendo. Llamaré para que alguien pueda sustituirla mientras
tanto.
En la comisaría
Miyana contestó unas pocas preguntas que le realizaron sobre el joven Lucas,
pero ninguna aclaró cuál era el motivo por el que lo buscaban y tampoco tuvo
que mentir. Un policía mayor, de más rango, de paisano, interrumpió bruscamente
el interrogatorio y se dirigió directamente a ella y tras presentarse como
Inspector Benito Barando le preguntó si conocía el significado del contenido
del sobre que esparció sobre la mesa.
Hojas de papel
impresas, con letra muy pequeña y algunas con gráficos, una fotografía de un lugar
desconocido, que podría ser cualquiera, de un lago, un prado y una arboleda;
recortes de periódico amarillentos, medio rotos por las dobleces y algunos con tipografía cirílica ¿será ruso?... Miyana
miraba todo aquello que no tenía ningún significado para ella, pero que seguro
lo tiene… Pero… ¿cuál? y al levantar la vista encontró la mirada escrutadora y
miope del Inspector Barando que parecía taladrar su cabeza en busca de
pensamientos delatores.
-Pues no sé... -dijo
ella-. No veo nada que me resulte familiar o que pueda explicarme nada... Estos
recortes... ¿esto es ruso? -dijo
señalando las elegantes e incomprensibles letras.
-Está bien,
Miyana... -dijo el inspector suspirando
sonoramente- curioso nombre el suyo...
El inspector quedó
en silencio. Tenía un aire ausente y la cabeza, ladeada, hacía pequeños
movimientos afirmativos mientras guardaba pensativo los papeles desperdigados.
-Miyana –dijo-, ya
puede volver a la biblioteca. El sobre se queda aquí. Y dándole la espalda, añadió
en voz alta mientras se iba:
-Confío en que
seguiremos colaborando en el futuro. Nos comunicará cualquier detalle, podría
ser una información relevante.
Tanto vaivén al pez
molesta
mucho ruido
hace frío
el sobre yace en una
cesta
en una estantería
en un cuarto oscuro
de la comisaría.
-Ana Alonso Cabrera-