EL PEZ DE PLATA VIAJERO


                           
MIYANA Y EL PEZ DE PLATA VIAJERO





CAPÍTULO I

Este era un pez especial
que habitaba en cierto baño
y amaba la oscuridad.
Con su traje plateado
se deslizaba fugaz.
Le gustaba pasear
cuando el silencio reinaba
y había tranquilidad.

Miyana, en su inveterada afición lectora, sentía que aunque llegara a cumplir más de 90 años no iba a conseguir abarcar sino una mínima porción de la biblioteca provincial.
Amaba los libros sobre todas las cosas, disfrutaba de ellos con todos los sentidos. Aficionada desde que aprendió a leer, pronto tuvo carnet y aprendió a acudir por su cuenta, burlando incluso alguna de las actividades extraescolares que sus padres le habían proporcionado y provocándoles así un cierto disgusto.
Mantuvo la querencia en su etapa adolescente, amplió el campo de sus lecturas a la poesía y el ensayo, sin descuidar por ello los cuentos, novelas e historietas. Y descubrió que tendría un futuro a su medida si estudiaba para ser bibliotecaria.
Tenía algo más de veinticinco años cuando consiguió su objetivo. Se sentía dichosa con cada adquisición de nuevos títulos, para los que diseñaba atractivos carteles; siempre tenía en cuenta las indicaciones del buzón de sugerencias, estratégicamente situado para que todos los visitantes colaboraran. Junto con el trabajo interno de la biblioteca, buscó actividades atractivas para  todo tipo de personas, consiguió entrevistas públicas con autores de referencia, llegó a convocar premios literarios… Un enorme desplegable en la fachada invitaba a los viandantes a las diversas actividades culturales que se desarrollaban a lo largo del año. En definitiva, llegó a ser el alma mater de la biblioteca.

Aquella noche de jueves
se llevó un susto mortal
que paralizó sus pasos
y le puso a palpitar.
Ocultose en una junta
para poderse salvar…

Sabía que saldría a cenar y tenía que arreglarse, pensó que le sobraba tiempo, se sentó en la banqueta del baño y continuó la apasionante lectura de “Dejar las cosas en sus días”: la intriga estaba llegando a un punto sumamente decisivo… y sonó el móvil en la salita. Miyana posó el libro apresurada en el suelo, sin cerrarlo, y salió a contestar: Arturo apremiaba, ya estaba a punto de llegar. “¿Estás preparada? Te recuerdo la puntualidad de los Pérez. No me hagas quedar mal, por favor”. Tan rápido como pudo se vistió y atusó la preciosa melena negra, se dio un toque de rímel y otro de color en los labios, escuchó el timbre del portal y cogiendo sobre la marcha el echarpe y la cartera de mano que tenía colgados en el árbol de la entrada se lanzó escaleras abajo. Las prisas le impidieron apagar la luz del cuarto de baño.

El pez se sentía molesto
con aquella claridad.
Pero el silencio reinaba
y se lanzó a caminar.
Se topó con un objeto
que no era habitual,
parecía un muro alto
y ofrecía oscuridad.
Escaló con cierto esfuerzo
y se quedó agazapado
entre las páginas blancas
de aquel libro, por descuido,
en el suelo abandonado.

A la mañana siguiente, Miyana fue a la biblioteca y devolvió el libro a su lugar en el estante. No había podido resistir la intriga y lo había acabado robando horas al sueño, a pesar de haber regresado bastante tarde de la velada.


-Evelia-

CAPÍTULO II

Miyana entrecerró los ojos. La luz del sol entraba por el ventanal más alto de la sala principal de la biblioteca, cuya planta circular siempre le había resultado muy acogedora, y ella se dejó acariciar por esos efímeros rayos de febrero. El silencio, sólo roto por algún acceso de tos o carraspeo, por algún estornudo más o menos contenido, por algún rítmico golpeteo de los bastones de los jubilados que pasaban buena parte de sus mañanas en la sala de prensa, se quebró al acercarse un coche de la policía y silenciar su sirena frente a la puerta de entrada. 
-¿Ha visto Ud. a este hombre por aquí? –le preguntó tenso un policía uniformado enseñándole una foto en la que se apreciaba a un joven alto, de rizos castaños, muy delgado, con la cara y la nariz afiladas y ojos de mirada acusadora.
-Sí… Estuvo hace unos días. Ahora tiene barba. Hizo una ficha temporal y se llevó dos libros de Nietzsche. Hablaba español, pero con un acento sudamericano indefinible y mezclaba también expresiones en inglés…
-Déjeme ver su ficha.
Miyana recordaba perfectamente a aquel sucio hombre que, después de preguntarle dónde conseguir los libros que quería, de recorrer un rato la biblioteca y de dejarle su pasaporte para que rellenara la ficha de lector, guardó los dos libros en una bolsa de tela plastificada blanca, grande y maloliente que parecía pesarle. La cremallera estaba estropeada y cerró la bolsa con una cadena de llavero alrededor de su abertura. Ella temió por sus libros –amaba tanto los libros que a todos los consideraba suyos-, pero él pareció adivinar sus pensamientos.
“No se preocupe. Se los devolveré en perfecto estado justamente a las doce de la mañana del día cinco. En menos de una semana. Ok?”
“¡Ni un minuto antes, ni uno después!, le había contestado sonriendo.”
-Enseguida busco su ficha, agente. Pero si quiere verle, va a estar aquí en menos de una hora. Hoy es día cinco y quedó de traer los libros a las doce en punto.
-¿Cuánta gente hay ahora en la biblioteca?
-Unas quince personas. Creo que están todos en la sala de lectura.
-Hágales salir de forma ordenada, pero rápida. Dígales que hay una posible fuga de gas en un edificio cercano y que, por motivos de seguridad, hay que cerrar la instalación no se sabe por cuánto tiempo. Luego cierre la puerta con llave. ¿Aquí solo trabaja Ud. o hay más personas en alguna oficina?
Miyana negó con la cabeza. Era una biblioteca pequeña y ella hacía todas las funciones, salvo la de limpieza que se realizaba a primera hora de la mañana antes de abrir.
Cuando se levantó para acercarse a la sala y anunciar a los usuarios que se tenían que ir, el policía le preguntó si había otra puerta.
-Sí, la salida de emergencia. Está en el callejón.
-Deme la llave de esa puerta y proceda a la evacuación sin alarmar a la gente.
Miyana con su voz dulce y su actitud cariñosa logró que los lectores y lectoras matutinos abandonaran las cómodas butacas sin protestar ni preocuparse en exceso. No era la primera alarma por gas que había sucedido en los últimos días en la ciudad sin que hubiera llegado a ocurrir nada. Desfilaron con sus abrigos grises y negros, sus bastones y paraguas y se protegieron del frío de la plaza con bufandas y guantes. Miyana cruzando sus brazos sobre el pecho se aventuró hasta la acera para ayudar a bajar el bordillo a un viejecito y observó que el cielo ahora estaba acerado. Parecía que de un momento a otro iba a empezar a nevar. Entró de nuevo a la biblioteca temblando, sacudió su melena con una mano y cerró la puerta con llave. Pensó que era una suerte que los colegiales y sus padres no fueran nunca a esa hora. ¿Quién sería ese hombre que tan preocupada tenía a la policía? A ella no le pareció peligroso. Sucio sí, pero peligroso…
Cuando volvió a entrar a la sala principal de la biblioteca, desde donde se dominaba el resto de las estancias, varios hombres y mujeres recorrían  las tres salas de la biblioteca, los baños, las dos oficinas, el cuarto de limpieza y la sala de la caldera. Ante su asombro, el policía le dijo que eran compañeros de paisano y que una joven policía la sustituiría en su puesto. Tenía unos minutos para explicarle cómo no levantar sospechas cuando el hombre de la foto volviera.
-Juan Lucas Sebastián Donaire. Ese era el nombre que figuraba en su pasaporte. Dio la dirección del asilo de la calle Madalena. No dejó ningún número de teléfono –dijo Miyana al policía dándole su ficha.
-Bien, eso es todo. Ya puede marcharse.  Salga por la puerta de atrás. No hace falta que le diga que esto no debe de comentarlo con nadie, ¿verdad?
-Disculpe… ¿Tengo tiempo de buscar una cosa? Creo que me he dejado dentro de un libro una receta de un medicamento para mi madre –conjeturó Miyana al buscar los guantes en su bolso y no ver el sobre que contenía la receta del medicamento
-Coja lo que sea, pero rápido.
Miyana no se paró a ojear el libro que había colocado en la estantería a primera hora: “Dejar las cosas en sus días”. Lo cogió y la policía que iba a sustituirla en su puesto la acompañó hasta la salida de emergencia para cerrar la puerta. Caminó por el callejón con paso rápido mirando hacia el suelo. Un hombre con una gabardina se acercaba portando una bolsa de tela plastificada blanca. En el interior del bolso de Miyana, escondido entre las páginas de un emocionante libro, un pez de traje plateado, incapaz de sospechar lo que iba a ocurrir, disfrutaba de la oscuridad.

El pez no sentía frío
acolchado entre dos hojas
que le servían de abrigo.
Un bolso le columpiaba
y el pez feliz se mecía,
mas un fuerte tropezón
en medio del callejón
hizo que el bolso se abriera
y el libro precipitara
su frágil cuerpo de plata
en una bolsa de tela

-Mara-

CAPÍTULO III

Gabardina, gorra de tweed, grandes gafas de marca, pantalón de raya y zapato inglés, el caballero que tenía enfrente dejó en el suelo su bolsa de tela y se acercó solícito a ayudarla.
 -¿Se ha hecho daño? -preguntó junto a su oído, mientras sujetaba su codo.
-Es... usted... -reconoció los matices de su rica voz-. Vaya cambio... realmente parece otra persona... la poli le está esperando...
-Entonces permítame que le invite a una infusión –dijo señalando la cafetería cercana.
En la esquina, un policía de paisano les miraba sin mucho interés, más pendiente de la fachada principal.
Sentados frente al ventanal, Miyana comenzó a atar cabos...
-Se ha afeitado la barba, dejándose perilla... y recortado el pelo, supongo –dijo recordando su melena de rizos castaños.
-Se equivoca en parte –se quitó la gorra. A la altura de la coronilla su media melena estaba recogida en un moño de estilo japonés, tan de moda.
Aquel hombre la subyugaba. Su personalidad, junto con las extrañas circunstancias de su aparición trastocaban su plácida existencia, más acostumbrada a leer y proyectar la acción en su mente que a vivirla.
Tiempo muerto. Necesitaba recuperarse en el cuarto de baño. Frente al espejo se perfiló los labios, rellenándolos de carmín, pulverizó colonia en sus muñecas y detrás de las orejas, repasó con el cepillo la negra melena, buscó en su bolso el foulard "de emergencias" y se lo puso dándole un toque de color a su usada chaqueta de punto azul claro. Más no podía hacer.
Dos teteras y un extraño esperaban su regreso.
Dejó su bolso en la repisa del radiador junto a la mesa. Nada más sentarse una escena captó la atención de ambos: en las escaleras de acceso a la biblioteca tres agentes vestidos de calle interceptaban la entrada de un joven "alternativo" que portaba una gran bolsa blanca plastificada.
-Tienes algo que ver en esto ¿Verdad? - Miyana comenzaba a tomar el papel de mujer de acción.
-Cincuenta euros. Aceptó encantado.
-Parecerá coincidencia. ¿Puedo tutearte?
-Por supuesto.  ¿Tu nombre?
-Miyana. ¿Cómo debo llamarte? ¿Juan Lucas?
-Lucas es mejor. Juan Lucas quedó en Paraguay.

El reloj digital del hombre dio dos pitidos. Agachándose tomó la bolsa de tela que estaba apoyada en la pata de la mesa.
-Sus libros. Perdón; tus libros.
-A las doce en punto... no son míos...
-Ni un minuto antes, ni uno después -dijo él, con sonrisa cómplice.
-"Así habló Zaratustra" y "Más allá del Bien y del Mal"… -Miyana        acarició el lomo de ambos libros, mientras trataba de centrar la conversación en lo literario-. ¿Has encontrado lo que buscabas?
-Ya los conocía, pero quería sumergirme en sus conceptos y elaborar pensamientos propios. Es interesante reflexionar desde la perspectiva de nuestra época lo que corresponde al pensamiento revelador de 1884.
-Interesante -repitió ella.
-El nihilismo como cansancio moral, la muerte de Dios como la transcendencia de los valores religiosos instituidos y el Ultrahombre como la renovación hacia una autonomía de pensamiento.
-Exactamente, buen resumen de conceptos. Y como dices, en el siglo XXI seguimos elucubrando. Creo que ahora se aborda más el estado de felicidad interna a través de una mente relajada. Yoga, mindfullness, pilates, meditación,  todo son técnicas que nos enseñan a desconectar.
-Quizá nos hemos vuelto demasiado racionales.  
-Precisamente de eso habla: "Dejar las cosas en sus días", de L. Castañón, una pensadora asturiana muy interesante no lo suficientemente conocida. Permíteme que te lo regale, casualmente lo tengo aquí mismo, en el bolso.
-Pero es un libro de la biblioteca –dijo Lucas, apurado.
-No pasa nada, lo repondré de inmediato. Acaba de salir al mercado y puedo localizarlo fácilmente. Lo pagaré de mi bolsillo, naturalmente.
-Gracias –Lucas guardó el libro en su bolsa de tela.             


El libro
conservaba
del radiador
su calor
y el lepisma
raudo salió,
de la costura
que le había dado amparo
directo al lomo redondeado
¡Qué placidez! ¡Ahora sí!
¡Cómo había mejorado!
Aunque si además de sentir
pudiera pensar,
sabría que....
en ese libro
había estado ya...
                      
-Conozco a la autora, ha venido a la biblioteca a presentarlo y hemos tomado café en un par de ocasiones.
-Permíteme que te de yo algo a cambio –sacó del bolsillo interior de la gabardina un paquete pequeño, con cordel y lacre-. ¿Qué crees que es?
     
-Jesús-

CAPÍTULO IV

Nuestro amiguito dorado
se ha vuelto a posicionar
en el lomo abovedado
de libro tan singular.
Le parece familiar
la unión de hojas al cuerpo,
la letra impresa tan rara,
el papel de claro tono.
Y esto le hace soñar,
le hace sentirse viajero
sin entender el motivo
de poderse desplazar.

La policía emboscada en la biblioteca ha tratado de identificar al supuesto Lucas pero le dejan entrar. La joven que ocupaba el lugar de Miyana ha recogido los libros que el supuesto Lucas le ha entregado, sin reparar en que no son los que se corresponden con la ficha de salida.
El joven ha vuelto a salir de la biblioteca y ha tomado una dirección contraria a la que le trajo. En seguida dos policías de paisano han comenzado a seguirlo para comprobar dónde dirige sus pasos.
Mientras tanto, en la cafetería, Lucas a pesar de estar hablando con Miyana, no ha perdido ni un sólo movimiento del joven entrando, saliendo y tampoco se le han pasado desapercibidos los dos agentes que ahora lo siguen.
Miyana mientras tanto, ha abierto el paquete que le ha dado Lucas y de su boca ha surgido una exclamación de sorpresa. Se trata de una pequeña gargantilla, formada por una cadena fina de plata y una figura similar a un pez, pero con una extraña forma ondulada.
- Es muy bonito. No puedo aceptarlo,-le dice a Lucas mientras vuelve a introducir la joya en su caja.
- Mujer, es por las molestias que te he causado. Además me gustaría que tuvieras un recuerdo mío. No siempre se puede encontrar una persona que haya leído los mismos libros que uno y los haya comprendido. Tú sí lo has hecho.
Y levantándose, deja la caja sobre la mesa y se sitúa en la barra  de la cafetería con su consumición, dejando sola y confundida a Miyana, que de repente se encuentra con el mismo policía uniformado que momentos antes le pidió que desalojara la Biblioteca.
- Señorita, cuando guste puede volver a sus quehaceres en la biblioteca. Ya hemos terminado nuestra misión.
-  Era un hombre peligroso ¿no?
- No puedo contarle nada al respecto. Eso sí, olvídese de este incidente y no se preocupe más. Ya sabe cómo van estos asuntos.
Y sin más explicaciones, el policía abandonó la cafetería, cruzó la calle y se subió a un coche patrulla que acababa de estacionarse frente a la Biblioteca.
Miyana estaba totalmente confundida. Mientras el policía hablaba con ella, a sus espaldas Lucas abonó las dos consumiciones y con un ligero e imperceptible gesto de la mano se despidió, saliendo tranquilamente a la calle.
En un estado de incertidumbre total recogió la cajita y la guardó en su bolso, se levantó, salió de la cafetería, cruzó la calle y volvió a su amada Biblioteca para encontrarse con dos libros en la gaveta de devoluciones, que no pertenecían a la biblioteca. Uno de los libros, ¡oh sorpresa! era “Dejar las cosas en sus días”.

Mientras tanto, Lucas había seguido caminando hasta una parada de autobús y tras una corta espera se subió en uno de ellos. Transcurridas varias paradas, se apeó y siguió caminando por aquel nuevo barrio. Los apiñados bloques de viviendas apenas dejaban espacio a unos jardines que ocupaban la mitad de la acera.
Caminó hasta detenerse en un portal y llamar a un timbre. Le respondió una voz cascada y tras identificarse se abrió la puerta. Dirigió sus pasos al ascensor y pulsando un piso, esperó a que se detuviera, salió y siguiendo el pasillo se introdujo en una puerta que ya estaba abierta, cerrándola a su paso.
Dejó su bolsa de tela sobre una mesa llena de papeles y viejos periódicos con tan mala fortuna que su contenido cayó encima del montón abigarrado, golpeando el libro y abriéndose éste para dejar salir al inocente pececillo que de nuevo se encontró sumido en un mar de letras.


Asustado, compungido,
deslizando su figura
por la lisa superficie
de papel, lleno de dudas
ha comenzado a entender
que todo lo que le pasa
es fruto de su pasión
por el papel, que le llama
y sin apenas reposo
se desliza por la mesa
hasta grandes letras negras
con las que él se embelesa.

-Qué, cómo te ha ido con tu devolución?
-Bien, pero como habíamos previsto, casi me localizan. Menos mal que pude darles esquinazo.
-Te lo advertí. Tú y tu pasión por la filosofía. Como si nunca hubieras leído esos libros…

-Luispa-

CAPITULO V

Lucas se dirigió distraído hasta la cocina. Mientras abría el frigorífico escuchó cómo María refunfuñaba
-¡Y además eres un descuidado! Estos papeles son importantes y dejas encima tu bolsa, así, como si tal cosa...
María apartó el libro y cogió el bolso de tela lanzándolo hasta el sofá con un mohín de disgusto. Comenzó a ordenar y recoger los papeles y los recortes de periódicos metiéndolos dentro de un sobre grande. Sigilosamente Lucas apareció por detrás y la abrazó apoyando su barbilla sobre la cabeza de María que se dejó querer, relajando su cuerpo y apoyándose ligeramente en el de él.

En el fondo del sobre
reposaba aturdido
el pez
calmó su inquietud
el olor conocido
de papel.
Aspiró los aromas
de tinta, polvo
y jerez
Un retrogusto salado
de cenizas
y vejez.
El pez entendido
es un experto
gourmet.

Miyana no deja de pensar en Lucas. Han pasado cinco días desde  que le conoció. Se sonríe y acaricia la cadena que, desde aquel día, se pone a diario. Se descubre a sí misma ilusionada, fantaseando con mil situaciones en las que vuelven a encontrarse, por la calle, en la cafetería, o de nuevo él vuelve a la biblioteca... en realidad es casi un divertimento para ella, ya que probablemente, piensa, no volverán a verse... Sin embargo, no puede evitar preguntarse quién es. Un joven fugitivo que le gusta la filosofía y cambia de aspecto y se desenvuelve con tanta naturalidad. Se reconoce intrigada y eso le atrae.
Unos pasos hacen que levante la vista. Un mensajero viene hacia ella quitándose el casco de motorista, lo que hace que por unos segundos a Miyana se le acelere el corazón pensando que bajo el casco aparecerá la melena rizosa y... no, no es él. Es un hombre con el pelo oscuro, espeso y recio como un cepillo de la ropa. Serio y concentrado se dirige a ella: --Buenos días -dice él-. Traigo un sobre a esta dirección a nombre de  Juan Lucas Sebastián Donaire.
A Miyana casi se sale el corazón por la boca. Recompuso su primera expresión de perplejidad y contestó:
-Sí, es un usuario de la biblioteca, deme que yo le firmo y se lo entrego...
El motorista dudó un instante y mientras tecleaba en su tablet las condiciones de la entrega, dice:
-Tiene que poner su nombre y D.N.I.
Miyana levanta la mirada y ve que en la calle está cruzando el policía del otro día. Se pone nerviosa. ¿Qué hace él aquí?, ¿es alguna trampa? Antes de que pudiera darse cuenta, el policía se planta de dos zancadas ante el mostrador, justo cuando el mensajero se está marchando y Miyana intenta, torpemente, esconder el sobre que acaba de recoger.
-Buenos días -le dice el policía, falsamente risueño y apoyándose con familiaridad en el mostrador de madera. Después de todo, piensa ella, parecer amable es una rutina laboral-, ¿ha vuelto a tener noticias de nuestro amigo?
Miyana, en un gesto inconsciente, se toca la gargantilla y comienza a juguetear con ella. En breves instantes su cabeza, su corazón, su valentía, su honestidad y su miedo se ponen de acuerdo y le enseña el sobre al policía.
-Lo acaba de traer un mensajero... el caso es que no sé bien por qué lo he recogido, puesto que no he tenido más contacto con él que... que... el de aquel día que le dije... -Miyana recuerda que estuvo con Lucas tomando un té mientras la policía le buscaba en la biblioteca y que este detalle lo está ocultando deliberadamente-. Bueno, ¿y ahora qué hacemos? -soltó de golpe.
El policía, que estaba observando el sobre con atención, dirigió una mirada airada a Miyana.
-¿Cómo que qué hacemos? Usted no tiene nada que hacer en esto, más que lo que ha hecho, colaborar con la policía.
Se quedó un momento pensando y añadió…
-Y podría colaborar un poco más... tendrá que prestar declaración en comisaría, tendrá que acompañarme.
-¿Cómo dice usted? -contestó Miyana-. ¿Ahora?  ¿Qué hago con la biblioteca?, ¿tendré que cerrar y echar a la gente?, ¿otra vez? ¡Pues sí que me sale a cuenta haber colaborado!
Estaba levantando la voz, no es bueno levantarle la voz a un policía...
-Compréndalo, el otro día ya tuve que desalojar, sí, con la excusa del gas, pero fue un contratiempo... -añadió falsamente calmada-. Es que es un trastorno...
El policía volvió a fijar su atención en el sobre. Marrón. Una pegatina con el nombre y la dirección más la de la compañía de mensajería. Pero el contenido... Lo agitó y dedujo que contenía papeles... más de uno y de dos... Ahí hay más pistas que el testimonio de la bibliotecaria, pero ya no se iba a echar atrás y tal vez aporte algún dato interesante.
-Tiene razón -concedió el policía-. Lo comprendo. Llamaré para que alguien pueda sustituirla mientras tanto.

En la comisaría Miyana contestó unas pocas preguntas que le realizaron sobre el joven Lucas, pero ninguna aclaró cuál era el motivo por el que lo buscaban y tampoco tuvo que mentir. Un policía mayor, de más rango, de paisano, interrumpió bruscamente el interrogatorio y se dirigió directamente a ella y tras presentarse como Inspector Benito Barando le preguntó si conocía el significado del contenido del sobre que esparció sobre la mesa.
Hojas de papel impresas, con letra muy pequeña y algunas con gráficos, una fotografía de un lugar desconocido, que podría ser cualquiera, de un lago, un prado y una arboleda; recortes de periódico amarillentos, medio rotos por las dobleces y algunos  con tipografía cirílica ¿será ruso?... Miyana miraba todo aquello que no tenía ningún significado para ella, pero que seguro lo tiene… Pero… ¿cuál? y al levantar la vista encontró la mirada escrutadora y miope del Inspector Barando que parecía taladrar su cabeza en busca de pensamientos delatores.
-Pues no sé... -dijo ella-. No veo nada que me resulte familiar o que pueda explicarme nada... Estos recortes... ¿esto  es ruso? -dijo señalando las elegantes e incomprensibles letras.
-Está bien, Miyana... -dijo el inspector  suspirando sonoramente- curioso nombre el suyo...
El inspector quedó en silencio. Tenía un aire ausente y la cabeza, ladeada, hacía pequeños movimientos afirmativos mientras guardaba pensativo los papeles desperdigados.
-Miyana –dijo-, ya puede volver a la biblioteca. El sobre se queda aquí. Y dándole la espalda, añadió en voz alta mientras se iba:
-Confío en que seguiremos colaborando en el futuro. Nos comunicará cualquier detalle, podría ser una información relevante.

Tanto vaivén al pez molesta
mucho ruido
hace frío
el sobre yace en una cesta
en una estantería
en un cuarto oscuro
de la comisaría.

-Ana Alonso Cabrera-