Homenaje a Matilde Asensi por Mar Cueto Aller


VENGANZA CIEGA
   Cuando las fiebres tifoideas apagaron la vida del benjamín de los Balqués Mandiez el dolor les nubló la razón a todos sus familiares. Juraron y reiteraron en juramento que matarían al médico que le atendía y a toda su parentela. De nada sirvió que los vecinos y sus amistades tratasen de hacerles razonar sobre su total inocencia. Lo único que fueron capaces de impedir fue que le asesinasen al comunicarles la funesta noticia. Tanto el desolado padre como sus tres hijos varones desenvainaron al instante su espadín de cazoleta y lo blandieron al aire en dirección al inofensivo facultativo. De suerte que se hallaba presente el alguacil del distrito con dos de sus ayudantes y pusieron el grito en el cielo ante tal brutalidad. Aun así, no pudieron impedir que algún rasguño marcase la piel del sorprendido doctor.
   -¡Pardiez, Don Balqués, os ruego que depongáis las armas e instéis a vuestros vástagos a que hagan lo propio con las suyas!-ordenó tajante el alguacil.
    En aquella ocasión bajaron sus armas. Pero sus ojos llameantes de odio y sus palabras, masculladas entre dientes, dejaron bien claro que sus intenciones no eran las de olvidarse del asunto.
   -¡Pagarás por la muerte de mi hijo! Tú y toda tu familia moriréis por lo que le has hecho. No pararé hasta vengarme.
    -¡Qué locura, no sois consciente de lo que decís! El muchacho fue aquejado de fiebres. No le he podido salvar. Debéis quemar todas sus ropas y sus pertenencias si no queréis sufrir su misma suerte-se defendió el doctor.
    -¡Padre, matémosle ahora mismo! Merece la muerte por no haber curado al Vicentino.
     -¡Ni se les ocurra tal infamia!-gritó el alguacil-. A menos que deseen ir al calabozo por despojar a la vecindad de su ilustre doctor.
    A su pesar, los familiares del difunto postergaron su venganza para un momento más propicio. Aunque no pasaron ni tres días después del entierro cuando decidieron que aquello no se podía posponer más. Armados hasta en las botas irrumpieron en casa del médico dispuestos a no dejar con vida ni siquiera a las mozas del servicio doméstico. Al oír los gritos del jardinero y de las dos empleadas que fueron atravesadas por el filo de los espadines, el doctor y sus dos hijos varones acudieron con sus armas a defender su hogar de los asaltantes. Se batieron con toda la fuerza y habilidad de que fueron capaces. En medio del lance cayó herido el hijo mayor de Don Balqués. Era la primera vez que los hijos del médico se batían en duelo sangriento y cometieron el error de perdonar la vida  a sus agresores. Al creer que se trataba de caballeros, no imaginaron que desde el suelo les clavarían la hoja cortante de sus empuñaduras en la  espalda, imaginaban que se rendirían ante sus derrotas. El padre no pudo resistir el dolor de ver la traición con que habían destruido la vida de sus hijos y bajó la guardia desolado. Al instante, fue atravesado por el cruel y despiadado adversario.
   Doña Matilde bajó gritando las escaleras para unirse a su esposo en un trágico y último abrazo en el que quedó ensartada junto a él. Los mismos pasos intentó seguir su hija Rosalinda, pero no se lo permitió su querida aya, que la llevó casi en volandas hasta la habitación más próxima. Resultó ser la de su hermano mayor y tras flanquear la puerta, con un gran arcón cerró con llave. Se dirigió a la cómoda para extraer de ella dos pares de calzas, camisas y sombreros y tras comprobar que a pesar de su corpulencia pudo embutirse en tales prendas. Comenzó a vestir de la misma manera a la desconsolada joven.
    -¿Os habéis vuelto loca?- decía entre sollozos Rosalinda-.No pienso disfrazarme así de ninguna manera.
    -¡Vaya que si lo haréis! Yo misma os vestiré así y nos escaparemos juntas de esos perros de Satanás. No hay tiempo que perder. Nos deslizaremos desde el árbol que da al balcón y huiremos sin que se den cuenta.
    -¡Sí, escaparemos juntas!-dijo la muchacha recobrando sus fuerzas y su coraje-. Y juro por Dios que vengaremos a mis padres y mis hermanos. A ninguno de sus asesinos dejaremos con vida.
    -¡Calla, hija mía! No blasfemes y reza para que no nos atrapen mientras nos deslizamos por las ramas hasta el seto y que no nos vea nadie.
    Para sorpresa de los asaltantes lograron escapar sin ser vistas al amparo de la luna nueva que las envolvía en la penumbra. Cogieron dos caballos que los malhechores habían atado a la valla del jardín y desaparecieron al galope.
     Con el tiempo, Rosalinda y su aya llegaron a instalarse en la casona que tenían sus padres en la serranía. Allí siguieron ocultando su personalidad y haciéndose pasar por dos primos lejanos de la familia que habían hecho fortuna en las Américas.
    -¡Pero niña, ya va siendo hora de que volváis a vestiros como una señorita! Y de que todos los nobles de la ciudad puedan volver a admirar vuestra belleza-decía su aya-.Así podréis matrimoniar con un buen mozo que os haga olvidar las desgracias padecidas.
    -¡Ni hablar! No volveremos a vestir de mujer hasta que no haya completado mis clases de esgrima ni haya vengado la muerte de mis padres y hermanos. Mientras sigas conmigo tendrás que guardarme el secreto.
     -¡Eso es una locura! Jamás seréis tan diestra ni tan astuta como esos indeseables.
    -¡No lo creas! Mi instructor dice que casi le estoy superando y que nunca había visto a nadie, que en un principio era tan torpe, progresar de un modo tan veloz. De ti sin embargo, dice que apenas ponéis interés y que si os vieseis inducido a una contienda lo mejor que harías es esconderos a tiempo.
    No solo se entrenó Rosalinda en el arte de la espadería, también aprendió a manejar el trabuco y todo lo pertinente a la artillería. Pues su maestro Don Jerónimo de Carranza insistía en la necesidad de conocer incluso la Geometría y las Matemáticas para ser un buen espadachín. Aunque pensaba que difícilmente tendría ocasión de utilizar tales conocimientos contra sus despreciables adversarios no le quedó más remedio que adquirirlos. Cuando ya estaba lo suficiente entrenada como para poder medir su destreza dignamente con los mejores caballeros, discípulos de tan insigne noble andaluz, decidió urdir un plan para su esperada venganza. Visitó su querida ciudad y no pudo evitar que las lágrimas resbalasen de sus ojos. Aunque tuvo la satisfacción de comprobar que nadie la reconoció con sus nuevos atuendos. Además, mientras inspeccionaba las posesiones de sus despreciables enemigos, tuvo la suerte de coincidir con la única hija de los Balqués Mandiez, una joven insulsa y poco agraciada de aproximadamente su misma edad. Que al momento quedó prendada del caballero que parecía ser Rosalinda.
    -¿A qué se debe tanto honor, caballero?-Dijo la mujer corriendo en su dirección y alargando la mano para que se la besase el supuesto visitante.
    -¡Doña Elvirita, por favor...!-Exclamó escandalizada su dama de compañía-. No podéis dirigiros así a un desconocido.
    -¿Desde cuándo sabes tú quiénes son mis conocidos? Además, para eso me estoy presentando, para que ya no lo sea. Soy Doña Elvirita Balqués Mandiez. Es un placer conocerlo señor Don...
     -Don Rodrigo de la Fuente para servirle, bella dama-dijo la muchacha besando la mano que le habían tendido y  no había retirado aún la ruborizada dama.
    Desde ese momento, Rosalinda pudo visitar y campar a su antojo por las tierras y la mansión de sus enemigos. No era vista con muy buenos ojos por los hermanos y los padres de Doña Elvirita, quienes la veían como a un Don Juan caza dotes. Pero nadie en su familia osaba oponerse a los caprichos de tan mimada y consentida joven.
   El aya trató de disuadir a su pupila de la venganza que se proponía llevar a cabo. La quería como si fuese su hija y no se imaginaba que su vida tuviese otro sentido que el de cuidarla y protegerla. Por ese motivo, aun a su pesar, se hizo pasar por su viudo padre y empezó a entrenarse con todas sus fuerzas, dispuesta a batirse en duelo con quienes fuese con tal de ayudarla  en cualesquiera que fuesen sus pesquisas.
     Pocas semanas después de conocer a su amado Don Rodrigo, los celos patológicos de Doña Elvirita la indujeron a tomar una precipitada decisión. Insistió en la necesidad de dar una gran fiesta para anunciar su compromiso sin que el joven en cuestión se lo hubiese propuesto. Al primer momento, Rosalinda quedó tan sorprendida que casi se atraganta cuando en mitad de la cena conoció las expectativas de su admiradora. Sin embargo, en cuanto se le pasó el acceso de tos, decidió que sería el momento perfecto para llevar a cabo su venganza.
     -¡Mi niña, qué locura tan grande!-le dijo su aya cuando le comunicó la noticia-. ¿Pero no ves que son tres, contando al padre cuatro, contra vos? Y además son unos traidores, aunque pudieseis vencerlos os atravesarían por la espalda como a vuestros hermanos. Yo, sabes que moriría por ayudarte, pero me temo que poco podría hacer.
     -No os preocupéis, no moriréis. Pero sí necesito vuestra colaboración. Me acompañaréis vestida de mi tía. Esta vez usaré mis armas de mujer y necesito que me escondáis un paquete en vuestro miriñaque.
     -¡Dios Santo! ¿Qué os proponéis?
     -Ya lo veréis. Confiad en mí. Creo que la fiesta de pedida de Doña Elvirita será nuestra única ocasión de venganza. Luego tendremos que partir lo más lejos posible.
    Los días anteriores a la esperada celebración fueron como un torrente de actividad frenética para Rosalinda y su aya. Necesitaron proveerse de todo lo necesario para su nuevo cambio de identidad. Y no fue fácil conseguirlo dado que todas sus acciones requerían del más absoluto secreto. Aun así, consiguieron su objetivo para la fecha señalada. Por su parte, Doña Elvirita también estuvo tan absorta en los preparativos para la fiesta, que no la acosó como solía hacerlo normalmente.
     En cuanto apareció el supuesto Don Rodrigo acompañado de su supuesta tía Doña Eulalia de la Fuente, la anfitriona echó a correr en su dirección dejando al resto de sus invitados con la palabra en la boca.
      -Mi querido Don Rodrigo, ¿Cómo es que no me habíais hablado nunca de vuestra tía? ¿Y dónde está vuestro padre? ¿Cómo habéis tardado tanto en venir?
    -Cuántas preguntas. Si me dejáis hablar os las contestaré a todas por turno. En primer lugar, mi padre se halla indispuesto debido a un atracón de compota de ciruela. Y he de confesaros que me hallo casi en la misma situación que él. Pero aun así, no he querido perderme tan importante, para mí, festejo. Debido a lo cual creo que debo ausentarme por unos momentos. Mi querida tía me acompañará al jardín donde buscaremos discretamente donde aliviarme.
     -No es necesario, mis servidores os acompañaran a una de las salas vomitorio donde atenderán vuestra necesidad satisfactoriamente.
    -¿En serio? ¿Deseáis que vuestras jovencitas sirvientas sean quienes me atiendan, en lugar de mi tía quien me ocultaría discretamente en los jardines?
     -No, creo que vuestra propuesta es más conveniente-dijo mordiéndose los labios en señal de fastidio-pero os ruego que no tardéis, me muero de ganas de que todos sepan que seréis en breve mi futuro esposo.
     Rosalinda salió casi corriendo y arrastrando a su aya del brazo en dirección a los setos del palacete. Allí se cambió de ropa lo más rápido que pudo. A continuación se  cambió de peluca y de aspecto. En pocos minutos intentó volver a entrar al recibidor. No fue fácil conseguir que la dejasen volver a entrar. El guarda encargado de pregonar a las visitas se negaba a dejarla entrar si no le enseñaba su invitación. Después de porfiar e insistir el aya decidió intervenir mostrando su generoso escote y prometiendo que al terminar el baile le haría una visita.
    Cuando  Rosalinda fue anunciada todas las miradas se volvieron hacia ella. Quizás por ser la única de las mujeres a excepción de la servidumbre que vestía de color gris. O por los brillos y destellos que desprendía su ropaje al estar casi completamente bordado de perlas, diamantes y circonitas. Nadie refulgía con tanto esplendor. Hasta los músicos dejaron de tañer sus instrumentos impresionados con su belleza.
     -¿Quién es esa intrusa? ¿Cómo se  atreve a irrumpir así en mi fiesta?-Dijo Doña Elvirita furiosa-. Que se vaya ahora mismo.
     -¿Estáis segura?- Dijo el aya interponiéndose entre las dos jóvenes-. Sabed que Don Rodrigo ama a su prima Doña Marina como a una hermana y si la ofendéis tomará la ofensa como un insulto a su persona y puede ser que ya no desee pediros en compromiso. A no ser que sea un mal entendido y os disculpéis.
    -¡Oh, por supuesto que ha sido un malentendido! Cómo no voy a disculparme con tan encantadora dama. Si es el vivo retrato de su primo Don Rodrigo. La pido mis más sinceras disculpas.
    Al momento se acercaron varios muchachos con fines de invitar a bailar a Doña Marina. Ella los esquivó lo más sutilmente que pudo haciéndose la despistada hasta que el pequeño de los Balqués se acercó y la sacó a bailar empujando a sus admiradores.
    -Lo siento, pero no me encuentro muy bien para bailar. Sin embargo me encantaría salir a tomar el aire a uno de los balcones, donde no haya tanta concurrencia.
    El pequeño de los anfitriones sin pensarlo dos veces la hizo subir hasta su habitación, arriba en el tercer piso, donde había un pequeño balcón. Se dirigió rápidamente a la barandilla y al verle precipitarse sobre ella de modo brusco se giró hacía un lado. El ímpetu le hizo precipitarse por la barandilla, pero no se hubiese llegado a estrellar la cabeza contra el pavimento de mármol si no le hubiese propinado un gran empujón el aya, que les había seguido discretamente y no había encontrado ningún impedimento para introducirse en la habitación.
    Tan pronto como llegaron a la sala de baile los invitados volvieron a intentar entablar conversación con la fulgurante dama. Ella volvió a esquivarles haciendo que le cayese el contenido de su copa sobre alguno de ellos y pegando un fuerte pisotón a otro de los desdichados. Solo le prestó atención al  mediano de los Balqués, a quien le pidió que la acompañase a dar un paseo por los jardines, pues alegaba que le dolía la cabeza tanto como al hermano pequeño, quien la había dejado para ir a descansar a su habitación.
    -¡Eso parece muy poco propio de mi hermano! Pero no os preocupéis, ha sido una suerte para vos, así podré enseñaros yo mismo en persona los jardines y la fuente del lago.
     Caminaron durante más de media hora y terminaron sentándose sobre la barandilla del lago. Rosalinda esperaba que fuese tan fácil desembarazarse de él como de su hermano pequeño, pero resultó más complicado. Cuando intentó besarla y ella se puso a apartarse, empujándole hacia abajó, él se percató de su jugada. Sacó un puñal de su cinto y se lo puso al cuello mientras intentaba conseguir su objetivo bien fuese por la de buenas o por la de malas. Estuvo a punto de lograrlo y lo hubiese conseguido de no ser por una oportuna espadachina que llegó justo a tiempo de ensartar su ancho cuello.
     -¡Esta es por mi querida Rosalinda! ¡Y estas otras por mis queridos chicos a los que traicioneramente atravesasteis por la espalda!
     Para evitar que nadie pudiese encontrar el cadáver lo tiraron al río con unas cuantas piedras metidas en sus bolsillos y en el forro de su capa. Luego volvieron, por separado, al salón de baile donde esperaban que la joven entablase conversación con el hermano mayor de Doña Elvirita.  Resultó complicado, pues se hallaba rodeado de varias mozas y no parecía sentirse impresionado por los brillos de la intrusa. Aun así, ella se fue acercando con varios de sus pretendientes y simulando torpeza tras torpeza se colocó a su lado solicitando que la volviese a acompañar al jardín si era tan amable. No se anduvo con miramientos y rechazó su oferta. Sabía muy bien que las mujeres solo se interesaban por su posición y no por su persona, y como ya la había visto con sus hermanos, no quiso incurrir en líos familiares. No era muy exigente y para él cualquier dama que se prestase a sus juegos era válida. Al ver Rosalinda su resistencia para caer en la red de sus encantos decidió cambiar de técnica. Le dijo que su primo Don Rodrigo le estaba esperando en la fuente del lago para contarle el secreto de por  qué se había ausentado de la fiesta. Esta vez sí logró cautivar su interés. Era del dominio público que había salido del palacete y que no había regresado. Su nerviosa y desconsolada hermana había hecho participes a todos los presentes de sus dudas sobre la ausencia de su futuro prometido. Afortunadamente, el aya, que no tenía reparos en esconderse debajo de las mesas, tras los sillones, o los cortinajes, pudo oírla y prepararse para poder suministrarle sus ropas de caballero y sus armas.
    -¡Hija mía, estás segura de que deseas batirte! ¿No será mejor que lo volvamos a intentar seduciéndole? Ya sabéis lo traidor que es. Aunque le vencieseis tendríais que ser rápida y fulminarle para que no recurriese a sus sucias artimañas.
    -Vos estaréis presente. Si le vieseis recurrir a algún acto traicionero no dudo que tratareis de evitarlo.
     Cuando el mayor de los Balqués se dirigió a la fuente del lago no lo hizo en solitario. Se llevó junto a él a dos de sus compinches famosos por su destreza con la espada. Aunque no le sirvieron de mucha ayuda. Como iban en fila india para tantear el terreno al primero le echó el aya la zancadilla para que cayese en la zanja de un seto y allí le ató con las cuerdas que tenía preparadas, amordazándole bien fuerte para que no pudiese gritar cuando se despertase del golpe. Por su parte, Rosalinda se encargó de repetir la misma argucia con el rezagado acompañante encargado de espiar por si alguien les seguía. Ambas procuraron actuar con el mayor sigilo posible. El hijo de los Balqués oyó algunos ruidos que no supo interpretar y siguió tranquilamente hasta el lugar de la cita. Pensaba que sería cualquiera de los animalillos que paseaban por los jardines, tales como pavorreales, aves del paraíso, ardillas y demás habitantes decorativos del lugar. Confiaba que en el caso de  tratarse de una emboscada sus acompañantes caerían primero y él podría escaparse a tiempo. Esperó breves instantes y enseguida llegó Don Rodrigo. Apenas cruzaron palabras cuando empezaron a desenvainar las armas. Creyó que su adversario era un petimetre al que ensartaría en su primera estocada y se confió. No le sucedió igual a Rosalinda, quien enseguida le cruzó el brazo derecho lanzándole al suelo y acercándose a toda velocidad para rematar su jugada. Le hubiese derrotado al instante de no ser porque el mayor de los Balqués agarró un puñado de arena y se lo tiró a los ojos. La joven retrocedió maldiciendo y tratando de protegerse a ciegas de su traidor adversario. Él buscó su espadín de cazoleta que había caído lejos de él en el lance. Al ver que apenas se podía mover por haber sido herido en el brazo y en la pierna sacó su pequeña daga del cinto que se dispuso a lanzar a su contrincante antes de que pudiese limpiar sus ojos. Afortunadamente para Rosalinda su aya, que presenciaba el combate entre los arbustos salió de su escondite a tiempo embistiendo con el filo de su largo espadín al corazón del traidor vencido.
     -Ahora que ya os habéis limpiado los ojos podéis vestiros y volver a  parecer una dama. Es el momento de salir corriendo de aquí para siempre y no volver nunca más.
    -¿Qué decís? Aún nos falta el peor, el que juró una y mil veces que mataría a todos los miembros de mi familia incluidas las mujeres y la servidumbre. No, solo me iré cuando él haya desaparecido para siempre.
    Siguieron discutiendo mientras se dirigían al palacete. Allí Doña Elvirita corrió a verlas con la cara toda congestionada por haberse pasado la tarde llorando, pero con una enorme sonrisa de alivio al ver que por fin aparecía su futuro prometido. Por más que pidió explicaciones no obtuvo nada a cambio. Rosalinda la pidió que tuviese paciencia y que le llamase a su padre para hacerle en privado la solicitud antes de publicarlo a todos los invitados. No tardó ni un minuto en buscar a su padre y dejar que se fuesen juntos al gabinete donde despachaba su correspondencia y sus negocios. Tan solo les acompañó la supuesta tía Doña Eulalia en nombre del padre de Don Rodrigo. Esta vez, no estaban dispuestas a emplear ningún arma, se limitaron a deslizar un sello con veneno en la copa del anfitrión mientras éste las invitaba a brindar con fingida alegría. Tardó más de lo previsto en hacer efecto. Y cuando le vieron perder definitivamente el conocimiento Rosalinda se disponía a brindar en voz muy alta festejando el que se terminase su venganza. Su aya le tapó la boca a tiempo, pues imaginaba que Doña Elvirita estaría escuchando detrás de la puerta y no se equivocó. Sigilosamente abrió de un gran portazo que azotó bruscamente a la espía contra el suelo perdiendo el conocimiento. Rosalinda dudó un instante en si debía rematar la faena y terminar con la última de la saga de los Basqués o no. Su aya la cogió del brazo y se lo impidió. Estaba segura de que ella no tenía la culpa de la locura de su padre y sus hermanos y le parecía cruel arrebatarle la existencia solo por ser de esa familia. Rosalinda volvió a vestirse su brillante atuendo y salieron del lugar con la misma tranquilidad con la que comenzaban a hacerlo algunos de los invitados, pues nadie había presenciado los desenlaces que se desencadenaron en la supuesta petición de mano. Lo que sí rumoreaban es que el tal Don Rodrigo no parecía muy dispuesto a querer comprometerse con la anfitriona.
    -¡Querida niña!-dijo el aya cuando se encontraban muy lejos del lugar de los hechos-por fin podemos tirar los ropajes masculinos y ser unas damas para siempre.
    -¡De eso nada! Yo no pienso volver a comportarme como una dama. Es más divertido actuar como un varón. Pienso seguir vistiendo así y embarcarme hacia las Américas.


Mar Cueto Aller