Cuento de terror de Alejandro Alonso Cabrera (Jany)
El
Silencio del diablo
No,
no se hagan imaginaciones, yo no pertenezco a este relato, ni siquiera lo he
escrito o visto. Mi participación se reduce al simple hecho de tener que poner
en conocimiento de quien pueda interesar, lo acaecido en la iglesia del
Silencio. No creo ser el narrador, si acaso, un mero contador.
La
historia se remonta allá por los años ochenta. Pero antes de entrar en la
historia, bien vale poner en antecedentes al intrigado lector.
La
iglesia del Silencio lleva abandonada desde mucho antes de la guerra y los que
dicen conocerla en pleno auge, ya no viven para contarlo. El cura desapareció,
esas lenguas viperinas dicen que enamorado de una moza hizo el petate y con
ella marchó. Otros, relatan siniestramente, que para ganar el amor de esa moza,
vendió su alma al diablo e hizo satánicos rituales, y al no poder pagar el precio
impuesto, el propio Satán vino para llevárselo, y fue con tal fuerza que
incluso el sonido se llevó.
El
caso es que abandonada de un día para otro quedó la iglesia. Era la iglesia de
San Antón, que tras el abandono enmudeció. Era traspasar sus viejas puertas y
un silencio aterrador lo anegaba todo, de ahí que la llamaran la iglesia del
Silencio. Pocos, por no decir ninguno, eran los valientes que osaban entrar en
aquel templo, daba igual que hubiera tormenta, que el agua cayera a calderos,
dentro reinaba el silencio más absoluto.
Digamos
que esa es la historia, creámosla o no, pero aquí todos, con más o menos
floritura, la tienen por cierta. Ahora entra la leyenda, lo que las lenguas
cuentan, lo que no callan, lo que dado por cierto es, quizá cierto, quizá
leyenda.
Con
esos antecedentes nadie podía pensar que una pareja, perdida por el monte,
llegara hasta aquel lugar. Forzando la entrada de la iglesia pasaron en su interior
la noche, resguardados de la iniciada primavera. Hay quien dice que algo más
hicieron que pasar la noche, pero con seguridad nadie sabe nada, es rumor,
quizá verdad, quizá leyenda.
Parece
ser que la soledad, el tiempo, y la ardiente juventud de aquella pareja
hicieron su efecto profanando el altar, cumpliendo las cuatro fases del acto
litúrgico. Se honraron sus cuerpos y se prometieron amor eterno, cumpliendo así
el latréutico, y agradecieron sus cuerpos desnudos sobre el altar, siendo así
el eucarístico, pero sabiendo que era
pecado se juraron de nuevo eterno amor, llegando al propiciatorio, y para el
impetratorio alcanzaron perfecta unión.
No
se sabe lo que pasó, pero un grito desgarrador rugió desde su maltrecho
campanario, un grito que inundó valles y bosques, ríos y montes. Acababa de
amanecer, las labores comenzaban como cualquier día, mas el grito se tatuó en
los corazones de los habitantes del pueblo. Parados, acaso inmóviles, quedaron
todos. Tras un largo rato, en el cual el silencio pareció abordarlo todo,
caminaron hasta la iglesia cual seres posesos. Una vez allí, todo el pueblo,
niños, grandes, y mayores, se quedaron mirando la puerta. Estaba entreabierta,
el miedo atenazaba sus cuerpos y nadie osaba empujar o siquiera mirar por la puerta
entreabierta. Es posible que la quietud a la que estaban agarrados frente a la
puerta, no les dejara hacer más de lo que hacían; ver, sentir, oír, creer,
callar.
El
perro, un perro, no sé sabe si por fortuna o por casualidad, fue el único en
demostrar su valor, entró en la iglesia. Qué vio o qué pasó, nadie lo sabe,
pero al cabo de un par de minutos, aquel audaz
can salió corriendo y nunca más fue visto por el lugar.
El
terror se apoderó de los presentes que, casi inanimados, seguían frente a la
puerta. El viento se levantó, las hojas furiosas bailoteaban, las nubes
comenzaron a tornarse grises, y el silencio, el silencio que estaba dentro,
entendió que debía salir y así se hizo fuerte en el exterior de la iglesia. De
repente, la puerta de la iglesia se abrió de par en par, mostrando a los
vecinos su interior. Éstos cayeron abatidos en el suelo. No se sabe por cuánto
tiempo allí permanecieron. No se sabe lo que en aquel tiempo acaeció. Al volver
en sí todos ellos la puerta estaba cerrada.
Las
malas lenguas siempre hablan, siempre confunden o lo intentan, siempre
enredando, siempre con medias lenguas y lenguas enteras. Dicen que él, el joven
que pasó la noche, estaba desnudo crucificado sobre el altar, ella, la joven,
desnuda, con una sola lagrima en su mejilla
yacía muerta con el corazón de él en sus manos.
Dicen
las lenguas, que siempre hablan, que siempre confunden, que siempre enredan,
siempre con medias lenguas y lenguas enteras, que Satán enojado con el cura
acabó los rituales.
Cuentan,
pero yo jamás he oído, que cada 2 de mayo, si prestas mucha atención, al salir
el sol, un silencio precede a un grito sordo y lejano.