Cuento de terror de Ana Domingo Martínez



CORRER O MORIR


“Corría y corría por el pasillo estrecho y prolongado, pero cuanta mas velocidad adquiría, menos avanzaba.  Estaba muy oscuro, excepto al fondo en el que se divisaba un punto de luz centelleante.
Elena estaba exhausta, le fallaban las fuerzas pero todavía oía esos gritos espeluznantes, “CORRE O MUERE” y volvía a correr para seguir con vida, volviendo la cabeza hacia atrás de vez en cuando.
Se detuvo un instante para descansar, calmar su agitada respiración. De repente, él apareció con esos ojos rojos sangrientos y en su boca se dibujó una sonrisa maléfica.
Aferró a Elena por los brazos, rasgándole el camisón y lanzando su melena por la espalda, mirando embelesado su cuello y…”


Juan estaba en su pupitre escribiendo una carta a su tía Ágata.  Hacía mucho que no iba a verla y tenía muy buenos recuerdos de ella en su infancia.    Había sido como una madre para él, cuando a la edad de siete años falleció su madre.  De hecho era su madrina.
Pero por los avatares de la vida, Juan abandonó Belmonte, un pueblo de Cuenca para abrirse camino en Limoges, Francia, como escritor.
Le iba a dar una sorpresa muy agradable, se presentaría allí sin más, sin avisar para emocionar a su tía.  Sería un buen regalo.
Rompió la carta y se dispuso a preparar la maleta para el día siguiente marchar.
Por concurrencia, tenía que acercarse a Guadalajara para recoger un premio que le habían otorgado por la publicación de su séptimo libro, dedicado al género del terror titulado “Corre o muere”.  Así mataba dos pájaros de un tiro. 
Abrió el grifo de agua caliente de la bañera para preparar un baño apacible, mientras se dispuso a afeitar y al abrir el armario del espejo, se dio cuenta de que sus ojos estaban de un color muy extraño.   Tosió tapándose con una mano, y se asustó, había sangre en la palma.    Se lavó como si nada hubiese pasado.


“Ágata salió del estanco y se dirigió al bar de siempre para tomarse un café con leche con dos churros.  Era mayor y disfrutaba de sus pequeñas costumbres diarias. En su bolso, nunca faltaba su tabaco y algún libro de su sobrino Juan.  Dentro del bar, se sentaba en su sitio preferido, junto a la ventana de cortinas verdes.   Se pasaba las horas muertas leyendo.
Tan embelesada estaba en la lectura que no se dio cuenta de que había anochecido.  Se levantó y dirigió un saludo con una sonrisa al camarero.
De vuelta a casa tomó el camino de siempre pero dudaba si coger ese u otro más iluminado y concurrido.  Optó por el primero para llegar antes, refrescaba un poco.
A la vuelta de la esquina le sorprendió ver a alguien tirado por el suelo y sin más, se agachó para verificar su estado.
Sintió un dolor insoportable en su cuerpo, pero antes logró verle la cara, ojos rojos sangrientos y una sonrisa maléfica que le decía “CORRE O MUERE” pero Ágata cayó desplomada sin darle tiempo ni siquiera a correr.”


Una gran ovación de aplausos retumbaba dentro del Teatro Auditorio Buero Vallejo de Guadalajara al entregar el Director del Teatro a Juan el premio recibido por su larga trayectoria como escritor.
Daba las gracias y de continuo, saludaba con la cabeza sin apenas poder pronunciar palabra alguna debido a su conmoción.
Todo el mundo aplaudía menos uno, que observaba con mucha atención todos los movimientos de nuestro artista.
Se dirigió directamente al camerino y se encontró con Juan por el pasillo.  Mantuvieron una conversación variopinta y entretenida a juzgar por los semblantes de sus rostros.
Juan le invitó a tomar té en un viejo caserón de su propiedad en Guadalajara para proseguir con el diálogo interrumpido por la muchedumbre que solicitaba una firma.
A las cinco de la tarde ahí estaba muy puntual nuestro anónimo en el caserón. En realidad, era Jerónimo, un detective privado contratado por la policía, que siguiendo su intuición y sus años de experiencia estaba investigando dos asesinatos cometidos en poco tiempo.  Sus andaduras le habían llevado a Juan, porque era un gran lector de sus novelas de terror y sintió una corazonada, el gran parecido de los asesinatos auténticos con los ficticios de sus novelas.

“Asió al llamador de puerta.  Nadie contestaba.  Volvió a tocar.  Así hasta cinco veces.  Esperó un poco.  No abría.  Tomó la iniciativa de irse pero a los pocos segundos se entreabrió un poco la puerta.   Se acercó Jerónimo mirando en su interior y al entrar, oyó un grito “CORRE O MUERE…”



Ana Domingo Martínez