Cuento de terror de Mª Evelia San Juan Aguado
MISIÓN CUMPLIDA
“La vida es como se presenta. Deseaba tener una habitación limpia e
individual, una cama muy blanca, un lavabo resplandeciente, una mesa con
lámpara de luz suave. Pero debía matar a alguien”. Manuel Vicent.
Sesenta años juntas, sin haberse separado
nunca, compartiéndolo todo, habían acabado con su paciencia. Los padres ya no
podían intervenir: él se fue cinco años atrás, agotado por un verano asfixiante;
ella aguantó hasta hace siete meses, cuando un extraño acceso la dejó en la
antesala. Aún resistió unas semanas, tal vez esperaba disfrutar la primavera,
pero no le fue concedido.
No halló más alternativa. Necesitaba
con urgencia descubrir la dicha de la soledad. Iba a disfrutar a su manera, sin
trabas, sin obstáculos, sin testigos. Madurar la idea le había costado, pero
ahora ya no había vuelta atrás.
Le resultó fácil conseguir en la
droguería el producto y seguir las instrucciones al detalle. Preparó una cena
especial para celebrar su cumpleaños. Se esmeró como nunca, en la mesa no
faltaba detalle, incluso colocó y encendió velas. La música suave de los
antiguos boleros casaba a la perfección en aquel ambiente de fiesta. Rieron,
evocaron tiempos juveniles, saborearon los manjares, bebieron del vino dulce
que su madre tenía reservado. Ella declinó probar la tarta: se sentía demasiado
llena. Bailaron un rato, hasta que el cansancio las venció. Al acostarse, ella
se tomó una pastilla de somnífero, no deseaba impaciencias ni pesadillas.
A la mañana siguiente, llamó al
médico y consiguió la certificación con toda normalidad. Posteriormente, llevó a cabo todos los trámites con semblante
compungido y rigurosa eficacia. Los primos comentaban cómo iba a sobrevivir
ella tras la desgracia. Empezaron a llamarla y estar pendientes, pero les
despachó con suavidad: “No le quedaba otra sino acostumbrarse, y debía hacerlo
ya”.
Una semana más tarde, comenzó las
obras de reforma en la casa. En unos pocos días se las terminaron y se dedicó a
tirar cuantos chismes inútiles le recordaban el pasado. Sentía una satisfacción
inmensa al deshacerse de ellos. Decidió darse un capricho para completar la
operación y se compró una cajita con seis bombones grandes. No consiguió
acabarlos, pues con el tercero se atragantó y nadie pudo ayudarla.
Mª Evelia San Juan Aguado