Cuento de terror de Mª Ignacia Caso de los Cobos Galán.


  
Terror en el mar

          Transcurría el verano de 1959. Como todos los años nos habíamos reunido en el pueblo distintas familias procedentes de diversas provincias españolas.
        
         Formamos una pandilla nutrida de adolescentes, de 15 y 16 años, de ambos sexos. Como ya nos creíamos “mayores” organizábamos cada día distintas excursiones: chocolatada en el Peñón de Raíces, ir andando por los atajos hasta Santa María del Mar, pero aquel día nuestro proyecto era ir a pie a San Juan de Nieva, porque el tranvía era demasiado lento, y allí alquilar una lancha de remos para navegar por la ría hasta San Balandrán, bañarnos y continuar al Arañón donde, al ser un entrante de la ría, el mar se mantenía en calma.

         A las chicas no les gustó nuestro plan, por lo que fueron por otros derroteros.

         Empezamos nuestra travesía ocho mozalbetes ansiosos de aventuras. Uno propuso:

- ¿Y por qué no dejamos la ría y salimos al mar, más allá de la barra?

A la mayoría les pareció estupendo. Yo no las tenía todas conmigo, pues el mar Cantábrico ya me había hecho alguna jugarreta, pero ¿quién se atrevía a decirlo y quedar como un caguica? Se mofarían todos de mí.

Cuando enfilábamos la salida, unos marineros nos gritaron desde un barco:

- Cuidado, chavales, que el mar está cambiante y posiblemente llegue una galerna.

         Nosotros como veíamos todo en calma dijimos: ¡Bah!, y continuamos. Grave error. Comenzó un viento huracanado y, poco a poco, el mar se puso muy bravo. Cada momento era peor; las olas balanceaban la lancha como si se tratara un cascarón de nuez. Tan pronto estábamos en la cúspide de la ola, como  nos encontrábamos en lo hondo, con mar por todas partes con peligro de zozobrar. Nadie hablaba; luchábamos con los remos para salir del oleaje y embocar la ría. Muchos estaban mareados y vomitaban por la borda.

         Con el miedo actuábamos como locos, remando y achicando el agua que entraba en la lancha. Lo malo era que la corriente nos llevaba mar adentro.

         Pasaron terribles horas, no podría decir cuantas.  Cuando fue amainando el temporal nos encontrábamos exhaustos por la lucha contra el mar y la falta de alimentos. Ya no podíamos más y nos dejamos a la deriva echados en el fondo de la lancha, para tratar de reponer fuerzas. Independientemente, tampoco sabíamos en qué lugar de la costa nos encontrábamos, por lo que era inútil remar, ¿hacia dónde…?.

         Sin embargo, lo más penoso fue la llegada de la noche en que, presos del terror, creíamos ver dragones y otros monstruos que nos acechaban.

         Perdimos la noción del tiempo horrorizados hasta el punto de pensar que el mar iba a ser nuestra sepultura.

         Transcurridos dos días fuimos avistados por un barco pesquero que faenaba en las cercanías y que nos liberó de aquella pesadilla.

               Oviedo, 21 de Febrero de 2012.
                    Mª Ignacia Caso de los Cobos Galán.