Doce cuentos para trece meses de Mar Cueto Aller
BLANCANIEVES Y SUS SIETE
COMPAÑERITOS
(MONOLOGO)
Antes me encantaban los cuentos de Disney. Con esos
animalitos tan lindos. Algo así como los documentales de la dos, pero en
tierno. Y con ese romanticismo implícito que en la vida real resultaría tan insólito.
Porque ¿Qué desconocido besaría en la boca a una chica que lleva varios días
durmiendo? No ya por la torta que le
puede dar del susto. Sino porque llevaría varios días sin lavarse los dientes
ni comer un chicle.
La verdad es que aún me siguen gustando las películas de
Disney, ellas no tienen la culpa del alias tan infantil que me han puesto en
clase. La culpa la tengo yo por haber ido con ese vestido y esas sandalias. ¡A
ver! Llamándome como me llamo...¿Cómo se me pudo ocurrir presentarme con tal
atuendo? Creo que es el calor que no me deja pensar con claridad. Ya cuando fui
a comprármelo debí darme cuenta de que me traería problemas. Si mis amigas no
paraban de decirme que parecía un vestido de novia. Pero a mí me pareció
absurdo, si en lo único que coincide es en el color. ¿Porque, qué novia
llevaría un vestido hasta la rodilla...? Sería ridículo, parecería que lleva
arreglado el vestido de su comunión. Y normalmente suelen llevar unos escotes
que si se descuidan se les caen hasta la cintura. O que si se inclinan se les
ve el ombligo. Mientras que el mío sólo llega hasta el punto justo en que me
mueva como me mueva nunca se me verá nada. Como que la única manera de que se
me vea el interior es si me lo quito y para eso tendría que desabrochar el corchete
y bajar la cremallera que lleva en la espalda. Así que no las hice caso...
¿Cómo se lo iba a hacer a Lucy si ella se compró uno negro haciendo juego con
la sombra de ojos que usa para parecer mayor? ¡Y nadie le dice que parece una
zombi! O a Merce, si ella se compró uno
verde cadmio con adornos blancos. Sin pensar que el día de San Patricio la van
a confundir con una camarera.
Sí, la verdad es que no estuve muy acertada llevando ese
vestido y esas sandalias a clase, porque
la mayoría de mis compañeros son unos críos. Yo pensaba que menos para ir al
gimnasio era adecuado para todo. Lo mismo para ir al cine que para ir a bailar.
Pero lo cierto es que para estar sentada muy bien, pero después de bailar cinco
o seis canciones tengo que descansar porque estoy molida, mientras que si llevo
deportivas puedo bailar unas veinte sin parar y sigo tan fresca. Pero como en
clase siempre suelo estar sentada...Y lo hubiese estado si a la profe no se le
hubiese ocurrido pedir ocho voluntarios para subir nota. Fue oírlo y sin
pensarlo me ofrecí enseguida. Porque la verdad es que en el examen no estuve
muy inspirada. ¿Cómo iba a imaginarme que sólo se ofrecerían siete de los
compañeros que aún no han dado el estirón?
Cuando vi que le sacaba la cabeza a todos los compañeros,
que me rodeaban, me entraron ganas de sentarme con disimulo. Pero no pude
porque la profesora se dio cuenta. Y no es que me moleste parecer alta, si
fuese así no me hubiese comprado esos tacones de doce centímetros. Es que me
molesta que me llamen como a un personaje de cuento. Si hasta los otros
voluntarios me empezaron a llamar así. Y eso que yo les dije con ironía: "Muchas
gracias, enanito".
Creo que no me volveré a clase nunca más con esa pinta. Y
puede que tampoco con ninguna otra. Miraré a ver si me puedo matricular en otro
sitio. Pero, desde luego, no pienso renunciar a ponerme de nuevo mi vestido y
mis sandalias. No, porque creo que a pesar de lo que me llaman mis compañeros,
me hace más madura y hasta parece que así
impongo respeto. Lo sé porque el otro día, cuando iba a casa de mi amiga
Lucy y pasé por la obra que hay de camino, los obreros tan ordinarios que hay
allí en lugar de decir las ordinarieces habituales se quedaron casi sin habla.
Sólo silbaron y dijeron: "Ahí va la tía más buena del barrio"; ya
sé que no suena como un verso de Bécquer. Pero teniendo en cuenta que no tienen
muchas luces, es lo más fino que les he oído decir desde que empezó esa obra.
Así que, a diferencia de los vestidos de novia que sólo se los ponen una sola
vez, yo pienso ponerme el mío muchas, muchas, muchas veces. Por lo menos hasta
que se estropee o hasta que ya no quepa en él.
Mar Cueto Aller