Homenaje a Alejandro Casona por Mar Cueto

LA PEQUEÑA XANA
(Inspirada en “La Dama del alba” de Alejandro Casona)



Siempre había esperado tener una niña, pero de su matrimonio tan sólo le nacieron varones. Cuando dio a luz el quinto decidió no volver a intentarlo. Aunque los quería más que a nada en el mundo, a menudo miraba con sonrisa triste a las niñas del lugar. Todos los días madrugaba antes de que saliese el sol para ir a la fuente y el lavadero. Lo hacía llevando un barcal sobre la cabeza y un cubo en cada mano. Parecía una tarea ingrata, sin embargo, a ella le resultaba agradable. Allí cuando terminaba la colada se entretenía, hablando o cantando con otras mujeres, mientras llenaban los cubos y cántaros de agua. Casi siempre era la primera en llegar y en marcharse. Luego se entregaba a los quehaceres de la casa que no le dejaban ni un momento de respiro.
Aquél día al entrar bajo el enorme paraguas de madera y pizarra que techaba el lavadero, oyó un ligero llanto que le recordó el ya olvidado de sus bebés. Miró bajo todas las piletas y al final encontró la causa. La tomó en brazos y siguió buscando a ver si aparecía la madre. Buscó durante un largo recorrido por los alrededores y al ver que no había nadie corrió a su casa con la criatura dentro de la cesta en que la había encontrado. Dejó la ropa sucia y los recipientes para llevar el agua abandonados. Sabía que sus vecinas se los guardarían en cuanto los viesen.
Cuando entró por la puerta con el bebé llorando se despertó su marido, que solía levantarse, al igual que sus hijos, con la hora justa para desayunar y asearse antes de ir a la mina.
-¿Cómo se te ocurre traer una niña abandonada a casa?-dijo el marido- ¿No ves que podría aparecer su madre y acusarte de haberla robado?
-No creo que su madre vuelva a por ella. Seguro que la ha abandonado para que la recojamos y la cuidemos como si fuese nuestra hija.
-¡Estás loca! Si no la quieren es que no son buena cosa… Nadie abandona a una hija si es una buena persona. Seguro que es hija del pecado…
-Pero la niña no tiene la culpa de nada. Nosotros podríamos decir que es nuestra y educarla para que sea buena y me ayude, de grande, a hacer las cosas de casa.
-No sé. Quizás sea lo mejor para ella. Ve a ver si alguien la reclama, y si no la reclaman… Ya veremos lo que hacemos.
Rosana dejó a la niña en casa y volvió al lavadero. Todas sus vecinas estaban preocupadas al ver que había dejado sus cosas y que se había ido. Su mejor amiga se dirigía a ver si se había puesto mala o si había tenido algún percance. La encontró a medio camino. Pero no quiso contarle lo sucedido y se disculpó diciendo que se había mareado y que ya estaba mejor. Ardía en deseos de terminar pronto para ver a la criatura y cuando pudo hacerlo comprobó que en la cesta de juncos sólo había un peine y un espejo de oro. No sabía si realmente serían del preciado metal o de imitación. En cualquiera de los dos casos, decidió que nunca los vendería y se los guardaría para cuando le creciesen los cabellos y se los pudiese peinar. Le sorprendió comprobar que estaban labrados con una fina y hermosa filigrana en las que se distinguían dos iniciales la erre y la efe. “Se llamará como yo: Rosana y la apellidaremos Ferminez como al resto de la familia”, pensó complacida.
Después de dilucidar con su marido y sus hijos decidieron esperar dos semanas para ver si aparecía la madre de la pequeña. Rosana rezaba durante el día y la noche esperando que no hubiese noticias de ninguna búsqueda ni aparición. Para ir preparando el engaño con que esperaba convencer a sus vecinas, se metía una toalla bajo su saya, formando una curva en su abdomen como si estuviese embarazada. Lo tenía todo muy bien pensado y pasado el plazo, que había pactado con su familia, empezó a hacer del dominio público el rumor del nacimiento de su anhelada hija.
Por muy bien que planeó la idea de que había dado a luz a una pequeña, nadie en el pueblo se lo creyó realmente. Todos murmuraban que era hija de una xana y en lugar de llamarla Rosana, como se empeñaba su madre, le quitaban al nombre la primera sílaba. Apenas empezó a andar, todos los que la veían, se percataban de que su belleza no era de este mundo. Sus rubios cabellos tenían un brillo y una suavidad especial. La armonía de su cuerpo tenía una gracia sobrenatural. Sus facciones eran de una finura inusual entre las gentes del lugar. Cuantos la veían se quedaban fascinados, fuesen niños, jóvenes, adultos o mayores.
-¡Mira, mamá! Esa niña parece un angelito como los de las estampas de comunión.
-Tienes razón, hijo, es la niña más bonita que se haya visto por estas tierras.
-Ye que es una pequeña xana -decía una de las mujeres presentes-. La madre dice que ye suya, pero seguro que nació como las xanas del agua de la fuente.
-No digáis tonterías, es una niña como todas las demás,-exponía Rosana.
El halo de misterio que envolvió a la pequeña desde su nacimiento la convirtió en una leyenda. Todas las personas del pueblo la veían como si fuese sobrenatural. No sólo admiraban su físico, también les parecía que su inteligencia era portentosa, pues cuando empezó al colegio captaba todas las enseñanzas al instante. Los niños la esperaban a la salida para verla pasar. Sus compañeras celosas trataban de ofenderla siempre que podían y no la querían incluir en sus juegos. Ella para entretenerse y no disgustarse se limitaba a dibujar flores y cosas bonitas y a leer libros de aventuras. De esa manera tuvo una infancia feliz, aunque diferente y algo solitaria.
La maestra de Xana intentaba que la niña se integrase con sus compañeras. Para lograrlo dividía la clase en grupos y les mandaba hacer trabajos sobre temas interesantes para ver si así la admitían. El resultado no solía ser muy bueno. Casi siempre le dejaban hacer las ilustraciones y los rótulos sin querer tener en cuenta sus aportaciones teóricas. La última vez que intentó que hiciesen un trabajo en grupo fue de geografía. Habían dividido la clase en cinco grupos y tenían que resumir los datos más característicos del continente al que la suerte les había dirigido. Además de los accidentes y de las poblaciones tenían que incluir la flora y la fauna. A Xana la encantó la idea y quiso participar activamente en alguno de los temas, pero sus compañeras la excluían y la limitaban a que hiciese como siempre los títulos y los dibujos solamente. Mientras se repartían los ejercicios, no se dieron cuenta de que se les hacía tarde y ya se habían marchado casi todas las alumnas de los otros grupos. En el patio, para no variar, había un grupo de muchachos que ni siquiera iban a ese colegio pero que solían ir para ver a Xana salir. Como tardaba empezaron a gritar a voces que querían que saliera.
-Mira, Lina ¿No es ése Serafín, el que decías que era tu novio? Está entre los que repiten a gritos: “que salga Xana”
-Esta bruja ya le habrá hechizado como a los otros -dijo Lina.
-No, yo no he hechizado a nadie. Y no te preocupes que a mí no me interesa. Puede ser tu novio si lo quieres.
Lina, que estaba furiosa al ver lo que estaba sucediendo, perdió el control de sí misma y sin avisar ni demostrar cuáles eran sus intenciones agarró una pluma y se la intentó clavar a Xana con todas sus fuerzas. No consiguió clavársela, pero si penetró entre la tela de su vestido hasta desgarrar su piel y lo manchó de tinta y sangre entremezclada. Quiso volver a intentar clavársela. Pero esta vez Xana se percató y puso la enciclopedia, que tenían sobre la mesa, de escudo. Su instinto de supervivencia le hizo empujar con tanta fuerza el grueso libro que al chocar con el impulso con que la envestían hizo caer a la otra niña. Lina se golpeó el brazo y se lo dislocó. Los gritos que daba alertaron al profesorado y como Xana se fue corriendo asustada, para que le curaran en su casa la herida que tenía, le echaron las culpas de todo lo sucedido. Nadie la defendió y todas las presentes se alegraron cuando oyeron, días después, que Xana ya no volvería al colegio. Ni ella ni Rosana querían que lo hiciese por temor a que la volviesen a agredir y a verse envuelta en más situaciones desagradables.
La herida de Xana no tuvo consecuencias muy serias, pues la plumilla había chocado con un hueso de costilla y no le perforó ningún órgano. Le quedó una pequeña cicatriz de dos centímetros que sólo su madre llegó a ver cuando la curó. Desde ese momento, aunque sólo tenía diez años, se dedicó a ayudar a su madre en las labores de la casa y a leer, dibujar y coser en su tiempo libre.
Los niños de los alrededores, como ya no podían ver a Xana a la salida de la escuela, se dedicaron a merodear por los apartados caminos que llevaban a su casa. Nunca antes había estado tan concurrida esa zona del pueblo que estaba un poco alejada del centro. De día se pasaban las horas alrededor del gallinero y de la corripa para ver si la veían llevar la comida a los animales. De noche también se acercaban por allí y cantaban serenatas para ver si se asomaba a las ventanas o al balcón. Rara vez lo hacía. Sólo en alguna ocasión en que le gustaba la melodía y la voz que escuchaba les sonreía desde la ventana. Pero como los que la vieron se lo contaron a cuantos conocían empezaron a pelearse por ser los primeros en llegar ante su casa para cantarle. Algunos lo hacían tan mal, que Rosana salía enfadada a quejarse, unas veces porque no les dejaban dormir y otras porque era penoso oírles.
-¿Qué hacéis? ¿Es que queréis que llueva?
-No, sólo queremos ver a Xana. Nos han dicho que le gusta que le canten canciones.
-Pues no es verdad. Ni a Xana ni a nadie le gusta que le canten como vosotros lo hacéis. Si es que a eso se le puede llamar cantar.
Los chicos se iban cabizbajos y un poco avergonzados. Aunque a los pocos días volvían otra vez, si no eran ellos, otros en su lugar, haciendo las mismas tonterías. Mientras Xana era pequeña en su casa no se preocupaban mucho por los pretendientes que venían a verla. Pero cuando empezó a crecer y a hacerse una mujercita las cosas cambiaron. No la dejaban ir sola ni a dar de comer a las gallinas por temor a que algún gamberro la importunara. Los jóvenes que venían a verla ya no parecían tan inocentes y tan formales. En muchas ocasiones hasta se peleaban delante de ella por celos y por llamar su atención. Xana empezó a deprimirse. Ya ni siquiera hacía dibujos para entretenerse. No cantaba mientras hacía las faenas diarias. Dejó de sonreír por completo.
Desapareció una mañana en que había madrugado más de lo habitual para ir a la fuente. Llevaba en la cabeza el barcal y en las manos los dos cubos tal y como siempre los había llevado Rosana. Quien al notar su ausencia la seguía, a pocos pasos, llevando la misma carga. Al llegar a la fuente vio como su querida hija se sumergía en ella, fundiéndose con el agua, sin poder hacer nada para impedírselo.
Pasaron muchos años y la gente del pueblo seguía acordándose de Xana. Unos decían que había sido una persona excepcional, otros que simplemente normal. O incluso que se trataba de una leyenda y que nunca existió. Pero yo sé que los que dudan de su existencia se equivocan. Porque mi abuela, que se casó con Rubén el hijo mayor de Rosana, me regaló cuando vivía una caja de cartón en la que todavía conservo: el peine y el espejo de oro con sus iniciales, junto a los hermosos dibujos de flores y retratos de animalillos y de familiares que Xana había pintado.