Barajando Palabras - Ana Domingo

ABRE TU CORAZÓN

La mecedora se balanceaba suavemente. Sentado en ella, Jerónimo acogía en sus manos una cámara fotográfica anticuada. Con esmero y pulcritud todos los días la examinaba. Siempre estaba a punto para hacer saltar su disparador y con un solo clic captar aquellas imágenes que le motivasen.
Se oyó el motor de un coche. Alzó la cabeza para divisar a través de la ventana. Jerónimo se levantó de la mecedora y ésta se quejó para después de un rato pausar. Como todos los veranos, venía el pequeño diablillo, su nieto Nicolás a pasar la temporada con él. Lo esperaba con mucha ilusión.
Abrió la puerta sin decir nada y sintió alrededor de su cintura unos bracitos. Eran momentos inolvidables para este anciano. Pasaron dentro de la casita, su hija Juana junto con su marido Imanol, Nicolás a toda pastilla y Jerónimo. Charlaron buen rato en el acogedor salón, mientras el chiquillo no paraba de corretear por todo el pasillo cuando de repente, llamándole la atención una puerta cerrada que había arriba del todo, al finalizar las escaleras, tropezó y cayó de narices contra el suelo, lloriqueando a moco tendido. Alarmados, fueron a ver lo que había pasado e intentaron calmarlo. Decidieron ir a merendar -y así olvidar el susto- lo que habían preparado en un gran cuenco a base de fresas, cerezas, frambuesas, madroños y melocotones. Ya entrada la noche fueron a acostarse, menos Nicolás y Jerónimo. El niño quería permanecer más rato con su abuelo y así tener la oportunidad de preguntar qué era aquella habitación de arriba, “la culpable de su caída”.
Ambos subieron las escaleras en forma de caracol y al fondo, debajo de una gran lámpara chispeando arco iris, se encontraba el desván o caramanchón, como lo llamaba Jerónimo, estaba bastante oscuro y al encender la luz, se oyó un gritito:
-Ahí vaaaa lo que hay aquí.
Era como un laboratorio fotográfico en el que colgaban varios hilos de un lado para otro y depositadas infinitas fotos con sus pincitas. Botellas, cubetas, papeles fotográficos, tijeras, probetas y embudos, un reloj antiguo, soluciones y tanques para el revelado, todos colocados en orden sobre una mesa larga y de acero inoxidable. Así como otros objetos, un baúl de roble, varios colchones de lana, percheros, un gramófono y fonógrafo, máquina de coser, juego de pesas, una balanza romana, aguaderas, carretillos, estufas, taburetes…
-Y…... ¿qué es eso tan raro? clamó Nicolás con una mueca, haciendo que su abuelo soltase una carcajada.
-Esto es un catetómetro, un aparato que sirve para medir las distancias verticales.
El chiquillo miraba con ojos sorprendidos todas y cada una de las fotos. Se dio cuenta de que la mayoría de ellas eran retratos, tomados muy de cerca. Aunque también divisó de cuerpos enteros, de un solo personaje o varios, de raza blanca y negra, de paisajes con lagos, animales extravagantes, del jardín del abuelo, etc.
-Abuelo, ¿por qué haces fotos tan de cerca? – preguntó con ávida curiosidad.
-Es una manía, me adentro mucho en cada personaje y descubro su vida, su pasado, su personalidad, una especie de espía emocional. Fotografío todo aquello que me hace sentir y que me llega al corazón, sean humanos, animales o paisajes. Unas personas se contentan con escribir un diario o pintar cuadros, otros se dedican a dar largos paseos, practicar algún deporte para matar su tiempo libre… Yo prefiero estar ocupado en este tipo de hobby. Date cuenta de que no tengo edad para hacer lo que tú haces, por ejemplo, ir al colegio. ¿Me entiendes, preguntón? - contestó Jerónimo.
-¡Caray abuelo, pero si estás hecho un chavalote!
Al día siguiente, fueron juntos a la cocina a preparar unos bocadillos, ya que a primera hora de la tarde tocaba hacer una excursión. Nicolás no sabía exactamente a dónde, pero yendo con el abuelo todo le parecía bien.
Untando los bocadillos con nocilla, el pequeño no pudo más y le preguntó:
- ¿Qué es lo que vamos a hacer esta tarde?
-Será una sorpresa, hijo, tranquilo, no seas impaciente. Sé que te gustará y además nunca has estado. Me lo agradecerás. Anda vete al jardín, ten cuidado con el colaire del porche, no te vayas a resfriar y coge varias fresas, que te voy a hacer un batido.
Nicolás obedeció y salió disparado. Tropezó con el tendal lleno de aceitunas secándose al sol. Miraba absorto todo y le maravillaba lo bien que cuidaba el abuelo el jardín, su jardín de las delicias. Éste año había vuelto a tener muy buena cosecha con sus frutas y flores, tan grandes y hermosas como siempre. Se le hizo la boca agua y cogió un puñado de fresas jugosas. Sintió tanta hambre que las devoró en el trayecto hacia la cocina. Jerónimo sonreía, le había pillado. Ya no voy a hacerle el batido, pensó.
-Nicolás, vámonos, que se nos hará muy tarde. Coge la mochila y los bocadillos.
- ¿Adondeeeee? por fi, por fi, dímelo ya.
- Está bien. Vamos a hacer una visita turística al Museo del Prado.
-Tooooma ya, biennnnnnnnn.
En el Museo de Prado, Jerónimo y Nicolás cogidos de la mano paseaban disfrutando de las obras expuestas en las salas. Pero hubo una que les pareció muy especial, “El Jardín de las Delicias”, de El Bosco. Se detuvieron y contemplaron fascinados todas y cada una de sus escenas. Estuvieron largo rato delante de la obra discutiendo sus detalles.
Nicolás abrió tanto los ojos y la boca que el abuelo le susurró: “cierra la boca que te entrarán moscas”.
-¡Carayyy, hummm... Pero si parece la película Avatar, pero en vez de azules, son blancos y negros! ¿Se asemeja a tu jardín, verdad abuelo? Mira esta fresa, es igual que las que tienes.- Riéndose a gusto.
-Una obra realmente moderna y avanzada para aquella época.- Asintió Jerónimo. Vamos a jugar un poquito. ¿Puedes encontrar en este tríptico en su lado central a un personajillo vestido totalmente?
-¿Vestidooooooo? ¡Pero si están todos en pelotas!
Observó de un lado a otro, de abajo a arriba, de izquierda a derecha, cuando por fin, exclamó Nicolás:
-Yaaaaaaaaaaaaaaa, ya lo he encontrado, aquí abajo en el lado derecho junto a una tía desnuda dentro de una cueva.- Estaba eufórico y satisfecho de su hallazgo.
-Exacto, Nicolás, has tenido muy buen ojo, pues no era fácil. Dicen que es San Juan Bautista señalando a Eva. ¿Interesante, verdad?
De vuelta a casa comentaron con Juana e Imanol todos los pormenores de su visita. A Nicolás se le veía feliz y eso a su madre le encantaba. Por eso adoraba a su padre. Mayor por fuera pero jovial por dentro.
Transcurrían los días y siempre estaban ocupados en varios quehaceres. Hasta que un día Jerónimo dió una sorpresa a su nieto:
-Esta vez nos iremos al Zoo, hagamos de nuevo varios bocadillos. Venga, Nicolás, ayúdame. Estaremos todo el día allí.
-Yupiiii, a ver animalitos,- bramó Nicolás. Tan dispuesto y alegre.
En efecto, pasaron un día espléndido. A Nicolás se le escapaba un gritito de entusiasmo cada vez que veía una especie distinta, leopardos, panteras, leones, osos, caballos, ciervos, monos, asnos y sorprendido captó a una pareja de unicornios y grifones. Él pensaba que ya habían desaparecido. Vio cómo flotaban en un estanque, pavos, pájaros, cuervos e ibis, todos acompañados por una vegetación frondosa y exuberante.
Fueron a parar a una nebreda situada dentro del Zoo, con bancos y mesas a la sombra protegidos por un gran enebro. Se sentaron y comieron los bocadillos que habían elaborado, al son de una pequeña e insistente melodía que provenía de las aguas que manaban de una fuente, como si de un ritmo armónico, frenético, generalmente sesquiáltero fuese, con síncopas y contratiempos.
-¡Miiiira abuelo, es un globo! Vamos a verlo, corre.
-Espera, Nicolás, que no soy tan veloz como tú.
-Ohhhhhh, qué grande. La gente se sube y toca un poquito el cielo. ¿Nos montamos, abuelo, por fa, por fa?
-Bueno, vale, es la primera vez. Veamos si no tengo vértigo.
Las vistas panorámicas de Madrid eran impresionantes. Podían divisar todo a lo lejos y a tamaño de “cucaracha” como explicaba Nicolás. Jerónimo quedó asombrado ante semejante aventura y desde luego, no se arrepintió de haber hecho caso a su nieto.
Mientras tanto, Juana e Imanol estaban tomando en la cocina una taza de café aromático y conversaban sobre la relación entrañable entre el abuelo y el crío.
-Imanol, he buscado en la librería de mi padre, una enciclopedia que hablase de ese cuadro tan raro que fueron a ver el otro día, el del Museo del Prado. ¿Quieres que lo veamos juntos? Tengo mucho interés en averiguar cómo es, recalcó Juana.
-De acuerdo, enséñamelo.
Juana cogió el tomo y buscó la página marcada previamente. Ante ellos se desplegó el insólito lienzo con una pequeña descripción:
Es el Jardín de las Delicias una de las grandes obras maestras de El Bosco. Parece esta obra haber sido condenada a sufrir falsas interpretaciones.
En el panel central se puede observar una vasta llanura poblada por innumerables hombres y mujeres desnudos que parecen estar divirtiéndose y llevando a cabo una serie de acciones poco habituales: comen frutos gigantescos, se arrastran entre cortezas, vegetales y conchas de mar, montan sobre enormes pájaros o se azotan las nalgas con flores los unos a los otros. También se muestra un carrusel de jinetes masculinos a lomos de diferentes tipos de animales, dando vueltas en torno a un pequeño estanque lleno de mujeres bañándose. En la parte superior de la pintura captan nuestra atención edificios fantasmagóricos.
Ningún experto ha negado que el hilo que une estos fragmentos es el del erotismo. Una pequeña escena, oculta en la parte superior del panel, confirma esta impresión: en una cavidad situada al pie del edificio central, hay un hombre tocándole los genitales a una mujer. No obstante, la pista para una correcta interpretación del cuadro en su conjunto se halla en otro lugar: en la esquina inferior derecha de este panel central vemos a una mujer con una manzana y detrás de ella a un hombre que la señala acusadoramente con el dedo. Se trata de Adán acusando a su mujer de haber introducido el pecado en el mundo, interpretación confirmada por el hecho de que los cuerpos de ambos están enteramente cubiertos de pelo (parte del castigo que Dios infligió a Adán y Eva tras su expulsión del Edén).
Llegados a este punto, el resto de piezas de este “puzzle” iconográfico encajan con cierta facilidad. Según las teorías medievales, la historia del mundo podía dividirse en varios períodos, el primero de los cuales iba desde Adán hasta Noé y el diluvio Universal. Además, en la iconografía holandesa del medievo tardío y en la literatura, el período anterior al diluvio se asocia con frecuencia a la decadencia moral y a la degeneración sexual.
Una imagen estilizada en el centro del retablo recuerda el valor de la fuente de la vida, que mana del paraíso y da nacimiento a los cuatro ríos del mundo. En un orificio excavado en el zócalo de dicha fontana se encuentra el búho, símbolo de sabiduría.
Las figuras claras flotando en el ambiente, en este panel central, simbolizan la ponderación, el equilibrio, la armonía entre mundo material y espiritual.
Las primeras grietas en la fuente de la vida nos llevan a pensar a su próxima ruina.
El búho ya no anida en el zócalo, del que se han apoderado los hombres. Las partes de la fuente se unen por un círculo de oro, símbolo de sabiduría y constancia. Los cuatro ríos del mundo quedan fuera del lago
Se aprecia en las figuras desnudas una inspiración en la sexualidad y el gozo, pero sin conciencia de culpabilidad. Hay una omnipresencia del amor, sabiduría y verdad de Dios; por otra parte se advierte la decadencia por los instintos incontrolados del hombre.
Cerraron el libro, quedaron impresionados con la explicación tan detallada y comprendieron el motivo de por qué les había gustado tanto a los dos. Juana empezó a preparar la cena mientras Imanol preparaba la vajilla sobre la mesa. No tardarían en llegar de la excursión del zoo.
De vuelta para casa, Nicolás se durmió en sus brazos. Con cuidado lo depositó en su cama, tapándole con sus sábanas y le puso su muñeco preferido para dormir, su búho Furby. Jerónimo aprovechó para hacerle una foto de cerca, su rostro pecatoso y angelical, sólo cuando estaba dormido porque despierto revolucionaba toda la casa y a todos.
-Te quiero mucho - le cuchicheó.
El verano estaba llegando a su fin y pronto vendría la despedida. Nicolás le preguntó a su abuelo que si le podía contar una historia de algún personaje de las fotos hechas por él. Sentía curiosidad. Jerónimo marchó al desván oscuro y cogió varias fotos. Se sentó en su mecedora llamando al chaval. Éste se sentó cerca de las piernas del abuelo y escuchó anheloso.
Enseñó la foto de una señora guapa con gorrito y muy sonriente:
-Margarita, la mujer con quien compartí mi vida durante treinta y tres maravillosos años. Era tu abuela, Nicolás.
-Joooo, qué pena, abuelo.
-No hijo no, no estoy triste. Como te dije un día, tengo la virtud de entrar en el corazón de la persona y puedo sentir por un instante su cariño.
Otra mostró, ésta vez de una pareja, ambos de raza negra:
-Zina y Paulo, encontraron a un bebé blanco abandonado y tras mucho tiempo de intensos papeles burocráticos consiguieron adoptarlo.
Ésta era de una mujer rubia y en su cuello colgaba un estetoscopio:
-María Teresa, una gran profesional de la medicina pero por las noches ocultaba una doble y peligrosa vida. Estuvo a punto de costarle la vida.
-Y éste último, Roberto, un muchacho que quiso ser actor a toda costa y sucumbió ante los encantos de los rodajes, del cine, de las cámaras, al final encontró su camino, el de la locura.
-¿Satisfecho? te he contado ya cuatro historias, no te quejarás.
Se dispusieron a preparar las maletas, mañana partían Juana, Imanol y Nicolás de regreso a casa. El muchacho estaba triste y con ojos llorosos miró a su abuelo, éste le enseñó la foto que le había hecho dormido con su muñeco Furby. Consiguió sacarle una sonrisa y le espetó:
-Cuando te acuerdes de mí, “abre tu corazón” y así me adentraré y te haré cosquillitas.
De nuevo, la mecedora se balanceaba suavemente. Jerónimo tenía en sus manos la foto de su nieto. Notaba que se le agrandaba el corazón y con un suspiro enérgico recordó día a día todos los acontecimientos vividos por los dos. Cerró los ojos con una sonrisa radiante. Paró la mecedora.