Barajando Palabras - Mar Cueto

DESCENDIENDO

   Cuando abandonamos el planeta Edenia sabíamos que dejábamos atrás un mundo de bienestar, plenitud y abundancia insuperables. Aún así, en nuestra inconsciencia, íbamos llenos de esperanza y de expectación. No guardábamos rencor al consejo supremo por habernos desterrado. Sabíamos que no les había quedado más remedio. Nuestra obstinación era la causante. Estábamos muy agradecidos de que en lugar de destruirnos, como estaba en su poder, nos hubiesen facilitado la nave necesaria para nuestra completa supervivencia. Intentaron por todos los medios de disuadirnos. Pero todo fue en vano. La duda había germinado dentro de nosotros y ya no podría ser exterminada. Recuerdo las interminables charlas con las que trataron de reeducarnos. Y cómo, vez tras vez, frustraron todos nuestros intentos de rebeldía.
     -¿Cuál es la razón de que deseéis ir contra la libertad preestablecida?-Nos preguntaban intrigados.  
    -Deseamos saber qué se siente al hacer lo contrario de lo habitual-contesté con sinceridad.
    -¿Para qué? Si lo habitual está comprobado que es lo mejor para todos nosotros. Y según los estudios que constantemente efectuamos ya se ha demostrado que los cambios son necesarios. Pero deben instituirse paulatinamente, de modo que la adaptación sea lo menos traumática posible y se asegure el éxito y la ausencia de fracaso equilibradamente.
    -Nosotros no queremos cambios lentos y seguros. Queremos rápidos y estrepitosos aunque se rompa la belleza, la tranquilidad y comodidad. Ya intentaremos arreglarlo luego, cuando estemos seguros de que nos hemos equivocado.
    -Pero toda esa energía que se pierde de modo destructivo es mejor emplearla de modo edificante, como siempre hemos hecho y como la razón nos indica que debemos seguir haciendo-nos volvía a corregir uno de nuestros consejeros.
    Nuestras mentes estaban tan ofuscadas que sus palabras nos entraban y salían por los oídos sin que nos parásemos a reflexionar. Solo las ideas de contradecirles nos causaban interés. Aún así, estábamos tan vigilados que  en ningún momento pudimos poner en práctica nuestros subversivos deseos. Nadie, a excepción de nosotros dos, estaba dispuesto en todo el planeta a secundar nuestros actos. Ni mucho menos, a permitir que los pusiésemos en práctica. Cuando intentábamos saciarnos en demasía siempre había alguien dispuesto a impedírnoslo. Si se nos ocurría ir contra natura, no faltaba quien nos obligaba a reprimirnos. De no ser por mi compañero Adanio, nunca me habría atrevido a dar un paso semejante. Y me consta que a él le hubiese sucedido lo mismo. Fue una suerte que nos predestinasen a ambos como pareja preestablecida. Siempre que estuve a punto de tirar la toalla él me animó. Cuando le faltaron las fuerzas, yo tuve que hacerle ver que aunque nos equivocásemos merecía la pena intentarlo.
     Ahora, mientras consulta los datos del buscador planetario, yo me ocupo de registrar nuestros recuerdos con el dictáfono telepático antes de que desaparezcan. Es posible que en un futuro lejano nos sean útiles. Empieza a desanimarme nuestra búsqueda. Ya llevamos varios años luz y todas nuestras incursiones planetarias han sido un fracaso. En donde vemos brillar los astros con menos ímpetu, sabemos que moriríamos congelados al menor jirón en nuestros trajes calefactores. Y en aquellos que se ven más refulgentes sus estrellas no soportaríamos ni una milésima de segundo a la menor rotura de nuestra vestimenta isotérmica. Comienzo a estar harta de amontonarlos en el caramanchón de la nave, donde desechamos aquellos que se rozan y desgastan en el tendal cuando los ponemos a secar al colaire, después de lavarlos tras nuestras desmoralizantes excursiones. A este paso nunca encontraremos un lugar, semejante a Edenia, donde poder satisfacer todas nuestras dudas y anhelos.
    Aunque Adanio sigue esperanzado ya no comparto su entusiasmo. Cuando me llama para que observe y elija nuevo rumbo me suelo hacer la remolona. Estoy hasta lo indecible de equivocarme. Ya no me hace gracia, como antes, el contar los lugares que vamos dejando atrás. Daría cualquier cosa por poder volver a deslizarme por la Nebreda de Edenia. Y si seguimos discutiendo constantemente, creo que no vamos a necesitar de otro planeta para poner en práctica nuestras ideas revolucionarias. Cualquier día nos saltaremos los protocolos de respeto y afecto que nos unen, y nos destruiremos el uno al otro, como sería impensable que hubiésemos podido llegar a hacer en nuestro planeta.
    Hoy sí que creemos haber visto una serie de nuevos cuerpos celestes que se podrían ajustar a nuestras formas de vida. No estamos muy seguros, pero las coordenadas nos indican cierta similitud entre las distancias de Edenia y Lucinia, nuestra estrella cercana. Para comprobarlo usamos repetidamente el catetómetro sobre los paneles luminiscentes de la pantalla pequeña del buscador y hemos calculando en sesquiálteros para mayor seguridad. Aunque hay varias rutas a seguir, nos decantamos por la que nos lleva al planeta que el computador central ha denominado con el nombre de Terraca. Por primera vez desde que empezamos el largo viaje me siento ansiosa por abordar el nuevo planeta. Según nos vamos acercando me va invadiendo una sensación de euforia que nunca antes había experimentado y noto que a Adanio le sucede lo mismo. Ya sólo nos quedan apenas unas pocas horas luz y cuanto más lo observamos más fascinados nos estamos quedando.
    Es maravilloso. No se parece en nada a la predecible y perfecta Edenia. Terraca tiene un encanto que sobrepasa todas nuestras expectativas. Ni siquiera vamos a necesitar ponernos ninguna clase de traje espacial. La temperatura parece adecuada para que la soportemos directamente sin cubrir nuestra piel. De hecho, casi toda la multitud de personajes que vemos sobre el planeta, en la pantalla, van desnudos. Aunque usaremos un ungüento protector para evitar posibles radiaciones. Nunca habíamos experimentado la sensación de exhibir nuestro cuerpo en público. Pero es algo que nos excita y nos agrada sumamente. Ya nos hemos despojado de nuestros trajes de navegación y aunque hemos experimentado un poco de frío imaginamos que cuando salgamos al exterior nos sentiremos tan plácidamente como los seres que observamos.
    Tras estacionar la nave, los individuos que estaban bulliciosamente ocupados en sus sorprendentes quehaceres, se volvieron un instante a mirarnos. Sus curiosidades se disiparon enseguida y volvieron, al momento, a seguir entregándose a sus caprichosas acciones. Lo que más nos sorprende es el descomunal tamaño de algunos frutos. Vemos que hay individuos que se adentran en ellos para satisfacer su gula. Estamos deseando poder imitarles. Será la primera vez que nos alimentamos de modo tan absurdamente innecesario, pero si no lo hacemos nunca sabremos lo que es sentirse ahíto hasta la saciedad. Quizás lleguemos a reventar. Es un riesgo que estamos dispuestos a correr.
    No sé dónde se encuentra mi compañero Adanio. Quizás consiga verle cuando termine de engullir esto, tan empalagoso y blando, que se resbala de mi boca, por mis brazos y mandíbula. Parece repugnante, pero soy incapaz de dejarlo. Creo que no podré parar hasta terminarlo o sucumbir en el intento. No, realmente no puedo. Cuanto más ingiero más y más rápido necesito seguir tragando.
    Espero que mi mente siga en contacto con el dictáfono. Porque lo que estoy experimentando se escapa a mi comprensión. No me puedo creer lo que me están haciendo. Me han arrastrado fuera de la enorme baya con la que me estaba sobrealimentando. Ha sido un individuo que tropezó con mis piernas y como le han parecido inusualmente suaves ha comenzado a tirar de ellas y a lamerlas. Una serie de individuos que se encontraban cerca le ha comenzado a imitar. Yo al principio me defendía a patadas y codazos, pues quería seguir con mi extraño banquete. Pero la excitación que me producen tantas caricias simultáneas me hace olvidar lo que sentía al atiborrarme de fruta. No sólo les impresiona y atrae frenéticamente la suavidad de mi piel, también les enloquece el sabor de la loción que protege mi cuerpo. Resulta placentero y agotador que tantas multitudes deseen copular conmigo. No puedo distinguir entre tantas personas quiénes son las que me han poseído. Pero estoy segura de que entre ellas hay varios animales. Porque cuando trataba de evitarlas me empezaron a aprisionar con garras y uñas que se han clavado en mí, y sus picos se introdujeron dolorosamente en mis aberturas corporales. Empiezo a darme cuenta de que siento dolor, algo que nunca en mi vida había sentido jamás. Es algo difícil de soportar, que me obliga a chillar, y enfurece a las bestias que me rodean. Para poder soportarlo, trato de trasmutar en mi cerebro el dolor convirtiéndolo en placer.
     La mayoría de los seres que observo a mi alrededor son muy veleidosos. Cambian constantemente de actitudes y de deseos. No puedo confiar en ninguno, y no veo a Adanio por ningún lugar. Ni siquiera puedo comunicarme telepáticamente con él. Mi mente está embotada por el cúmulo de sensaciones y no me siento con fuerzas para ordenar al dictáfono que deje de realizar su función. Tampoco soy capaz, aunque lo intento, de volver a dirigir mis sentidos para diferenciar el sufrimiento y el gozo. Necesito constantemente que me maltraten para sentirme viva, aunque sé que si continuo permitiéndolo me destruirán completamente. Los individuos que me utilizaron hace un momento, también son conscientes de que podrían matarme, me están empujando para que me meta en alguno de los lagos a descansar. Yo no quiero, pero no me queda más remedio. Trato de rebelarme y dominarles. No quiero descansar. Estoy hiperactiva. Me empujan hacia mi nave. No quieren que me quede aquí. No encajo en este lugar. Me gritan que me vaya y que no vuelva.
    Sorprendentemente, cuando me obligan a empujones a que me introduzca en la nave, veo que a Adanio también le traen de la misma manera. Los dos estamos destrozados. Nuestro aspecto es tan lamentable como nuestros ánimos. Sólo una respiración de alivio, al divisarnos mutuamente, nos ha dado las fuerzas necesarias para alejarnos de allí. Ahora que ya sabemos lo que es el dolor, el exceso, la fealdad y la autodestrucción, sabemos que ya no podremos regresar nunca a Edenia. Tampoco podremos hacerlo a Terraca, donde seremos siempre personas non gratas. Sólo nos queda el recurso de vagar por el espacio hasta que se nos desgaste el motor de la nave. O adentrarnos en ese planeta que parece tan inhóspito y el computador central denomina Infernia.