Baúl de Mª Ignacia Caso de los Cobos Galán



 DIAS DE VERANO

CAPITULO I

Cuando Ricardo llegó a la ciudad se dirigió, sin  más preámbulo, a Villa Dorada, la mansión donde vivía la sobrina de Dña. Eloisa Martín, que se encontraba a las afueras. Su primera impresión fue de frialdad y misterio. Se trataba de un edificio de estilo inglés, tres plantas, de ladrillo rojo oscurecido por el tiempo, edificado en semicírculo, con una parte central y dos alas a los lados, que guardaban un bello y cuidado jardín.
Había decidido ir allí, aunque fuera para él sumamente embarazoso. Tendría que pedir ayuda. Su situación era desesperada.
Al acceder a la vivienda se encontró en un amplio hall con un arca de caoba finamente tallada; encima ve un gran cuadro que representa un saloncito, con una pequeña mesa en la que reposa una bailarina de porcelana. Colgados a los lados del cuadro, así como encima del arca, hay varios objetos de bronce. Lo encuentra acogedor y va deshaciéndose poco a poco de la sensación que le había invadido desde el exterior.
La chica de servicio, que le había franqueado la puerta, le acompaña a una habitación, dándose cuenta de que es la que representa el cuadro del hall.
- Dña. Guadalupe, le traigo una visita. Ella levanta la cabeza y le mira de arriba a abajo extrañada.
- Perdone mi atrevimiento al haber acudido sin avisar. Soy Ricardo, el hijo de Dorita que tenía gran amistad con su tía Eloisa y, que según me comentó mi madre, había pasado en su juventud alguna temporada en esta casa.
- Bien, Ricardo, te noto inquieto. Siéntate y cuéntame qué es de vuestra vida.
- En verdad me siento avergonzado, pero no tengo a quién acudir. Mi madre ha fallecido después de una larga y penosa enfermedad, en la que hemos consumido todos nuestros ahorros. He tenido que vender la casa, joyas y objetos valiosos, para poder pagar las deudas. La verdad es que me encuentro solo y en la calle.
- Sosiégate, muchacho. Desde ahora esta será tu casa hasta que  decidas otra cosa. Vamos a pensar qué será lo más conveniente, porque aún estás en edad de estudiar. Como está ya próximo el verano, relájate, que, con calma, planearemos lo mejor para tí. Dentro de unos días llegará mi sobrina Clara, que se encuentra realizando un curso en Nueva York, y estará encantada de encontrar una persona joven en la casa.
– Adela -llama a la chica- acompaña a este amigo a una de las habitaciones de invitados del lado oeste, que tienen buenas vistas sobre el jardín y las montañas que nos rodean.
- Y tú instálate con tranquilidad; puedes andar por toda la casa a tu antojo, aunque todo el lado este se halla desatendido porque actualmente no lo necesitamos, y no te recomiendo el sótano, que está lleno de trastos guardados sin orden ni control. Sólo recuerda que en esta casa se cena a las 9 y que me gusta mucho la puntualidad.
Subiendo al primer piso se dirigieron por un pasillo con tres puertas cerradas a cada lado. Ricardo volvió a tener la sensación de frío y misterio que le había invadido a su llegada. Adela abrió la tercera puerta de la derecha, que daba paso a una amplia estancia y, al abrir los dos ventanales, se encontró con una preciosa vista de las montañas por las que se escondía el pálido sol de la tarde.
Pronto terminó de colocar sus escasas pertenencias y aún le quedaba tiempo hasta que llegara la hora de la cena, por lo que salió al pasillo a inspeccionar el resto de las habitaciones, que eran similares a la suya, aunque cada una estaba decorada en distintos colores, todos ellos suaves, que relajan el espíritu y calmaban sus temores.
Intrigado sobre cómo serían las habitaciones del lado este, se dirigió a ellas, por un pasillo exacto al anterior y también con tres puertas a cada lado pero, en este caso, intentó abrir una y otra, y las seis puertas se encontraban cerradas con llave.
La cena se sirvió en un pequeño saloncito, que se utilizaba cuando eran pocas personas, más cómodo que el gran comedor donde estaría uno distanciado del otro. Dña. Guadalupe estuvo muy locuaz contándole historias de aquella mansión, y hablándole de la ciudad, a cuyo centro se podía acceder en autobús o dando un agradable paseo.
Después de una corta sobremesa cada uno se retiró a sus aposentos.

CAPITULO II

Ricardo, alto aunque ahora estaba un poco delgado, cabello castaño al igual que los ojos, es bien parecido y, a pesar de la timidez que le embarga en el momento, le es fácil entablar conversación cuando le presentan a alguna persona.
A la mañana siguiente de encontrarse en esta, su nueva residencia, se despertó más cansado que cuando se había acostado. Había tenido una noche terrorífica. En sus sueños se encontraba en una casa en penumbra, llena de telarañas, con unos muebles gigantescos donde habían pasado siglos sin que nadie los limpiara. Percibía como si a su alrededor le estuvieran acechando todos los espíritus de sus difuntos, que le susurraban al oído mil palabras desordenadas.
Venciendo  todo lo que hurgaba en su interior, una vez aseado, se dirige a desayunar:
- Buenos días, Doña Guadalupe, ¿ha descansado bien?
- Pero chico, ¡déjate de tanto protocolo!, para ti soy Lupe, tía Lupe, si lo deseas. Pasarás una larga temporada con nosotros, acaso años, y nuestro trato ha de ser cordial. ¿Qué programa tienes para hoy?
- Pensaba en acercarme hacia el centro dando un paseo, para ir familiarizándome con el entorno. Aún estoy algo cansado de un viaje tan largo, pero si se da el caso volvería en el autobús.
- Ya verás que no es muy grande, tiene buen comercio y sobre todo muy buenas cafeterías y confiterías ya que somos muy golosos. Aquí casi todas las familias nos conocemos y podrás comprobar que en los comercios, sus dueños salen para echar una parrafadita y no se preocupan en cerrar las tiendas. Ello te dará idea de la tranquilidad en que vivimos. Te espero a las 2 de la tarde para almorzar; me gusta comer pronto para que la chica pueda descansar o salir un poco por la tarde.
- Estoy pensando darte una pequeña asignación para que puedas desenvolverte libremente como estarías acostumbrado antes de los problemas que habéis tenido con la enfermedad de tu madre. Desde ayer, cuando llegaste, no me la quito del pensamiento recordando los buenos momentos vividos con ella que siempre tenía una conversación agradable.

CAPITULO III

En el recorrido, Ricardo se encontró que en el entorno de la casa de Dña. Guadalupe había grandes y bonitos chalés, alguno al estilo de indiano, ya que muchas personas de la zona habían emigrado a Cuba, y otros países americanos, en la época de las vacas flacas, regresando con muy buenos ahorros. Les gustaba así demostrar lo bien que les había ido por tierras lejanas. En todas ellas había por lo menos una palmera como recuerdo a los años transcurridos en los países de ultramar.
Camino del cogollo de la ciudad algunas personas le saludaban al pasar y comentaban entre ellas. Ya conocerían la noticia del nuevo huésped que había llegado a Villa Dorada.
Alrededor de la Plaza Mayor de la Ciudad había distintas terrazas muy pobladas, algunas con jóvenes y otras con personas más maduras, tomando el aperitivo. Se respiraba un grato ambiente por los pequeños jardincillos cuajados de flores: hortensias de distintos colores, zinnias, dalias, buganvillas de una tonalidad fucsia que no había visto nunca en otros lugares, y heliotropos con su delicioso olor. Las casas de la plaza eran blancas con bonitas galerías, en cuyo interior también se contemplaban plantas y platos colgados al estilo de Talavera de la Reina.
Ricardo siempre había pensado en ser arquitecto y por eso se fijaba mucho en  las fachadas de las casas y su ornamentación. Ahora tendría que plantearse otras opciones a no ser que lograra una buena beca que le ayudara a conseguir sus sueños.

CAPITULO IV

Clara es una chica moderna, buen tipo, pelo largo color castaño claro dorado y unos bonitos ojos acaramelados con largas pestañas. Había ido aquél año a Nueva York para perfeccionar su idioma, para más adelante ir a la Universidad de Seattle, donde deseaba realizar estudios de Lengua y Literatura y, al mismo tiempo, acudir a una Escuela de Danza. Le habían hablado de una muy prestigiosa y esperaba ser admitida en ella.
Al llegar a la Gran Manzana se había instalado en una residencia para estudiantes y más tarde, entre cuatro amigas, habían alquilado un acogedor apartamento. El curso había sido francamente satisfactorio; además tuvo la oportunidad de visitar Museos, sobre todo de pintura, que tanto le gustaba, conferencias y conciertos. Necesitaba un buen descanso pero le daba pereza el regreso a España. Habían sido unos meses estupendos, con una independencia recién estrenada; por primera vez se distanciaba de su familia resultando una experiencia sumamente agradable. Estaría unos días en casa con sus padres y hermanos. Más tarde pensaba ir a casa de su tía Lupe, que siempre la recibía con los brazos abiertos. La vida en aquella pequeña ciudad, con un contraste tan grande con Nueva York, sería un remanso de paz después de tanto ajetreo.
Le quedaban sólo tres días para prepararlo todo, despedirse de sus amistades y tomar el vuelo para España.
Celebrarían una fiesta de fin de curso en el salón de un hotel a las afueras de la ciudad, donde se iban a reunir alrededor de 60 personas entre chicos y chicas. Los organizadores habían contratado un disc-jockey y tendrían barra libre. Clara no conocía a todos, pero era una buena oportunidad para ver a muchos amigos y poder decirles… ¡hasta luego!
Cuando llega al hotel en seguida distingue al elegante Thomas, que es alto, delgado, con unos ojos profundos, que fascinan al mirar. A pesar de ser de raza negra tiene un atractivo especial por su porte, su simpatía y porque siempre va pulcramente ataviado.
La larga noche de libertad y desenfreno transcurre muy animada, bailando sin cesar en parejas o grupos, mientras picotean variados canapés y beben abundantemente.
Clara, cuando se despierta al día siguiente y toma conciencia ve, sorprendida, que está en una habitación que no conoce y, ¡horror!, al lado de ella se encuentra Thomas. No sabe cómo se ha desarrollado todo. Recuerda que bailó y bebió mucho, posiblemente más de la cuenta. Le pregunta a Thomas: -¿Qué ha pasado?, él le dice: nada, que hemos dormido juntos. La noche ha sido maravillosa. Clara, por favor no te vayas.
A Clara la cabeza le revienta, no sólo de la resaca, sino  que le embarga un desasosiego interno que no puede resistir. Piensa en las consecuencias que puede traer aquella noche loca.
Más tarde se reúne en el apartamento con sus amigas, pero calla. No les manifiesta su preocupación. Le apena especialmente dejar aquella amistad, que las había unido durante tantos meses, pero al año siguiente cada cual iría a realizar los estudios a diferentes universidades y pensaba que allí acaso terminaría su relación.
Ellas no se dan cuenta de su excitación, simplemente creen que se trata de los nervios del viaje.

CAPITULO V

Con la llegada de Clara había gran revuelo en la casa. Doña Guadalupe quería tenerlo todo bien dispuesto, que no faltara nada y que resultara acogedor, con lo cual daba órdenes sin cesar a todo el que se pusiera a su alcance:
- Limpie bien las ventanas, le decía a Adela; ponga unas flores que alegren la habitación; no se le olvide sacudir las alfombras. Clara tiene alergia al polvo y ya sabe lo mal que lo pasa.
Y a la cocinera:
- Acuérdese de tener la despensa bien provista, para hacer los guisos que le gustan a mi sobrina. Tengo confianza en Vd. y, como de costumbre,  sé que no faltará nada.
Al atardecer llegó Clara con un voluminoso equipaje. Le extrañó la presencia del chico, pero enseguida su tía le dice:
- Te presento a Ricardo, hijo de una amiga de la familia, cuya madre acaba de fallecer y se encuentra solo en el mundo. Pasará un tiempo con nosotros, y espero que hagáis buenas migas. Tú, que conoces bien la zona, puedes enseñarle los alrededores y subir a nuestras montañas para contemplar el paisaje del otro lado de ellas.
Entre los dos jóvenes surge enseguida una amistad, contándose lo que habían hecho durante el curso y los proyectos que tenían para un futuro, pero se acaban de conocer. Clara piensa que es pronto para comentarle su problema, y calla.
Al fin han llegado los veraneantes. Clara tiene una gran pandilla. Se reúne con ellos y les presenta a Ricardo que se integra desde el primer momento en el grupo.
Aprovechan para hacer pequeñas excursiones a los pueblecitos de alrededor, acudiendo a todos los festejos veraniegos, como el Festival de la Cerveza que ahora se celebraba en la localidad, que estaba muy bien instalado con una carpa central y mesas largas, con bancos, que se compartían con otras personas que cantaban al ritmo de la música popular que tocaba un pequeño grupo.
Habían puesto numerosas casetas donde se podía adquirir cerveza de distintos países, y otras donde se servían riquísimos bocatas de picadillo de jabalí, calamares, etc. y también tartas variadas y crepes rellenos de chocolate y adornados con nata.
Ellos se deciden por el bocata de picadillo de jabalí, acompañado de cerveza tostada, que nunca habían probado. Les parece deliciosa. Para postre toman una tarta de almendras muy buena, que a Ricardo le recuerda las que hacía su madre.
En otra ocasión la pandilla decide llevar algún avituallamiento y dirigirse a las montañas. Es un día claro y soleado, con una pequeña brisa muy agradable para caminar sin demasiado calor. Desde la cima se contemplan otras montañas, aún más altas, que tienen todavía como un sombrerito de nieve, restos del crudo invierno que habían pasado. Charlando se les pasa el tiempo y, cuando deciden regresar, toman el camino equivocado, echándoseles la noche encima. Nadie lleva linterna y temen que, con la oscuridad, tropiecen y sufran algún accidente. Deciden pasar allí la noche, guarecidos por unas rocas, no llegando a sus casas hasta bien entrada la mañana del día siguiente. Los huéspedes de Doña Guadalupe la encuentran en pleno ataque de nervios pensando en  qué les podría haber pasado, pero sólo había sido un pequeño susto.
Poco a poco van surgiendo amoríos entre chicos y chicas de la pandilla. Ricardo y Clara se encuentran tan entusiasmados que piensan que su amor será eterno, y se les ve embelesados, en mucho tiempo sin hablar y mirándose a los ojos.

CAPITULO VI

Cuando Clara y Ricardo están solos deciden hablar en inglés, para así practicar el idioma que a los dos les vendrá muy bien para un futuro. Ella sigue con su angustia. No le ha contado a nadie lo que le ha sucedido y lleva un retraso de varios días de la regla. En ocasiones está melancólica  y huidiza, tanto que el chico le pregunta cuál es la causa. Pero ella calla.
Y así va transcurriendo el verano con unos días soleados y alguno lluvioso. Uno de éstos, para entretenerse, deciden pedir consentimiento a la tía Lupe para ir al sótano. Le prometen limpiarlo y ponerlo todo en orden. Ella es reacia pero, por fin, claudica con la condición de que no tiren nada sin que ella lo autorice.
Bajan al sótano, que no tiene más luz que la de unos pequeños ventanucos que hay en la parte alta de la pared, pero con la ayuda de unas potentes linternas consiguen entrar en aquel maremágnum. No saben por donde empezar; se encuentran con un baúl achacoso del que, al abrirlo, salen mariposas de polilla, y se dan cuenta de que delante del mueble hay unas grandes manchas que parecen sangre y  escuchan ruidos que pueden ser de ratones que ocupan libremente aquel cuchitril. ¡Qué misterio! Casi deciden desistir, pero no, por lo menos verán qué hay en su interior. Encuentran varios objetos relacionados con el mar, posiblemente alguno de los antepasados fuera marino. También ropas como de disfraces que están completamente devorados por las polillas. Mas, insistiendo, localizan un libro, más bien un diario, donde alguien describe las vicisitudes de su vida como farero en el Mar del Norte, donde arrecian las olas que, en ocasiones, saltan por encima del faro. También detalla el desagradable encuentro de un cuerpo de mujer, desconociendo las causas de su fallecimiento. Esto ya es demasiado. Cierran el baúl, y dejan todo como estaba. Les apetece abandonar el sótano, pero  están allí y han de continuar.
En una estantería descubren varias cajas cerradas, algunas con precinto, encontrando en una de ellas bastantes monedas de oro deslucidas por la humedad y el paso del tiempo, pero allí hay una fortuna que posiblemente ni tía Lupe supiera de su existencia. En otro estante más alto ven una caja grande, cuadrada, que al abrirla les sorprende ver toda una correspondencia de la tía Lupe, con cartas de amor, encuentros y desencuentros. El enfrentamiento brutal de dos chicos enamorados de ella, que acaba en una tragedia cuando, peleándose,  uno de ellos amenaza con una pistola que había cogido en el despacho de su padre, que creía descargada, y en el forcejeo se dispara hiriendo de muerte al contrincante. La noticia corre como reguero de pólvora por toda la ciudad donde son muy conocidas ambas familias. Por las cartas ven que, después de aquel suceso, tía Lupe nunca más prestó atención a los requiebros de otros muchachos. Lo comentan entre los dos y comprenden su carácter rígido que, a pesar de su exquisita educación, no logra dominar

CAPITULO VII

Clara ya se encentra más relajada. El periodo le ha llegado con casi un mes de retraso. Se siente libre y con una alegría que contagia a todos. Había pensado qué sucedería si llegara a estar embarazada. Cómo se lo decía a sus padres, a tía Lupe y también a Ricardo.
Se acaba el verano y tanto Clara Como Ricardo deberán incorporarse a las distintas Universidades donde seguirían sus estudios: Clara en Seattle, y Ricardo había conseguido una beca por lo que logrará realizar sus deseos de estudiar arquitectura en Madrid.
Llega el final y han de despedirse con la esperanza de encontrarse de nuevo en la casa de la tía Lupe, a la que agradecen tanto su cariño y haberles dado la oportunidad de conocerse.
Prometen mantener una fluida correspondencia, porque la distancia no podrá truncar el amor surgido en aquel verano.
No logran separarse y ella observa cómo una lágrima resbala por la mejilla de Ricardo, con lo que Clara da rienda suelta a sus emociones y se abraza a él hecha un mar de lágrimas. ¡”No me olvides”…!


                                       FIN


María Ignacia Caso de los Cobos Galán