Baúl por Mª del Carmen Salgado Romera -Mara-

“Nuestros semejantes son magos negros. Y quienquiera que esté con ellos es también un mago negro sin más. Piensa un momento. ¿Puedes desviarte de la senda que tus semejantes han traza­do para ti?
Mientras permaneces con ellos, tus acciones y pensamientos están fijados para siem­pre en sus términos. Eso es esclavitud.
El guerre­ro, en cambio, está libre de todo eso.
La libertad es cara, pero el precio no es imposible de pagar. Así que teme a tus captores, a tus amos. No desperdi­cies tu tiempo y tu poder en temer a la libertad”.

Carlos Castañeda/ La rueda del tiempo


LA OTRA MANTA


-¿Pero no le has visto nunca, Lola?

-¡Qué va! Aunque me gustaría  ver sus ojos, lo que dice su mirada. Sé que es hombre, porque asoman los zapatos por afuera de la manta… esa manta raída que arrebuja sobre su cabeza y no le llega para taparlos. Y sé que tiene barba, una barba cuidada y bien recortada, porque me lo han dicho los policías. Cuando paso a las nueve de la mañana y  le veo así, un pie torcido al lado del otro, inmóvil bajo esa manta marrón me da por pensar si, con este frío, seguirá vivo. Luego, sobre las dos,  ya sé que no estaba muerto: bajo el arco del puente, sobre las aristas de la grava, están bien alineados los dos cartones que le sirven de colchón. De un hierro deja colgada la bolsa en la que guarda su manta. Todos los días.

-No tiene por qué dormir ahí… Hay albergues. Si hace lo que quiere, tendrá lo que merece.

-Rober, eso lo he pensado mucho y, ¿sabes?, creo que para él ese trozo de ciudad, esa columna  de aire,  esas piedras resguardadas de la lluvia por el viaducto son su hogar, su nido. Además, está al lado el edificio de la Brigada Móvil. Aunque de noche cierran, hay cámaras. Supongo que eso le da seguridad. Los policías le han sugerido que vaya a un albergue, pero él no quiere.

-Todo un lince.

-No te burles, parece que te crees superior. Vete a saber cómo ha sido su vida. Pero, además, he pensado otra cosa.

-¿Has pensado? ¿Tú? ¿Y qué pensó mi niña?

-No tomes esto a broma, te estoy hablando de un ser humano… El otro día, sobre las diez, le llevé una bolsa con un poco de ropa de abrigo. Un gorro, una bufanda, una mantita chiquita… Me acerqué hasta él como nunca me había acercado y dejé la bolsa con cuidado. No quería que se despertara. No quería que me viera. Creo que tampoco quería verle. Él no se movió, no sé a qué hora se acostará, igual es  trasnochador…

-¡Al grano, que te enrollas como las persianas!

-Vale… Me planteé llevarle una manta grande, confortable. Supongo que para lavar mi conciencia y no sentirme culpable si un día muere de frío. Pero llegué a la conclusión de que es mejor no hacerlo, pues creo que sabe vivir mejor que nosotros. No me mires así. No te voy a decir que es más libre, porque hoy día nadie tenemos libertad. No te voy a decir que su vida es más cómoda, que no lo es bajo nuestro punto de vista. Pero él no debe nada a nadie. Nuestro piso es nuestro y del banco. O del banco solo, si un día no podemos pagar. Siempre estamos preocupados que si los impuestos, la comunidad, los consumos, las averías…

-¡Me está empezando a dar envidia el tío ese!

-Te lo estoy diciendo en serio. No envidio su vida, pero cuando me planteé llevarle la manta me entró la duda de si él la querría. Quizás piensa como un faquir. Supuse que, si hubiera querido una manta más, hubiera ido a  Cáritas a pedirla. Pero una manta más igual desequilibra la balanza de su sistema, igual es el umbral de entrada al constructo de “La Propiedad”. Quizás luego no querría prescindir de su segunda manta y estaría pendiente de que no se la robaran.

-¡Qué cosas dices! ¿Quién iba a querer robarle una manta?

-¡Oye, que yo he visto cómo un mendigo le robaba a otro la cartera mientras dormía! ¡Que el valor de todo es relativo!

-Bueno, ¿y? Conclusión…

-Cuando volví a las dos, tenía colgada en otro gancho la bolsa que yo le había llevado y asomaba la mantita. No sé si fue casualidad o la dejó fuera para que viera que la había aceptado. Y, ¿sabes? Pensé que igual lo que necesita es cariño. Dar cariño, recibir cariño.

-No me digas más… ¡Quieres ser su amiga!

-¿Sabes? Cuando no estás y tengo que comer sola, pongo sobre la mesa el tiesto del ciclamen. Me hace compañía, sus flores me alegran y me hacen sentir bien. He pensado, ya sé que igual crees que soy boba, si llevarle una mañana un ciclamen.
¿Cómo lo ves?...


Mara