Cajón de Sastre 2013 por Alejandro Alonso Cabrera (Jany)
punto y final.
Quedan ya
bastante lejos aquellos días en los que la imaginación, la ignorancia y los
juegos, eran mi única preocupación. Quedan ya muy lejos los días en que, siendo
yo muy chico, el tiempo parecía lejano. Eso del crecer y el trabajar, eran sólo
cosas de mayores. Incluso la muerte parecía sólo afectarles a ellos, afectarles
al llegar a una determinada edad, en unas determinadas situaciones que
coincidían con una edad muy superior a la mía. Incluso el tener dos o tres años
más que yo, parecía, a mis ojos, un fenómeno extraordinario. ¡Cuán equivocado
estaba! ¡Qué feliz ignorancia!
El tiempo me los había robado, y tan sólo quedaban algunos visos entrañables en
mi memoria. Poco a poco aquella feliz ignorancia había sido limada por el
tiempo, inevitable, pertinaz y, en ocasiones, grotesco.
Hay demasiadas pequeñas historias, pequeñas por nuestra edad de aquel entonces,
arrinconadas en el pasado, que unos u otros no recordamos, pero que en alguna
soledad tardía, llegan difusas, como al acecho, y nos sobresaltan, quizá
enriqueciendo ese momento.
Siempre tuve fama de tramposo, y no siempre las hice, pero la fama ata y,
algunas veces, no es fácil hacerla olvidar a quien te conoce, a los demás.
¡Ojalá pudiera ahora hacer trampas! ¡Ojalá pudiera retroceder mis agujas y mi
calendario!
Recuerdos de mi infancia afloran desde mi lejana y adormitada memoria. Son
evocaciones del ayer, ese ayer que siempre nos acompaña, que nos marca para el
futuro, que nos hace como somos. Esos recuerdos que, en ocasiones, nos
avergüenzan y sonrojan, nos enorgullecen y nos llenan de placer, nos afligen y
desuelan, ese pasado que nos ha llevado hasta este camino por el cual hoy
vagamos.
Somos el fruto de nuestro pasado, sea cual sea éste, nos hemos ido labrando,
creando, cual escultor o escritor que se afana en su tarea. Podría decirse que
somos nuestro propio dios creador, o nuestro propio escritor. Creando nuestra
propia conciencia, nuestro ser, nuestra memoria. Tomamos la pluma al nacer y
vamos desarrollando nuestra historia a cada segundo que pasa, así, con el
tiempo. Creamos una historia, la nuestra, y, al llegar al final del camino, en
el último capítulo, ese capítulo inevitable que debía de cerrar en compendio
glorioso, somos incapaces de que nuestra mano ponga el punto final. Quizá la
pluma esté agotada, seca, vacía. Ese punto que cierra el libro de nuestra vida,
ese punto que alberga y engloba todo nuestro pasado, no lo escribimos nosotros,
no podemos, no somos ni estamos capacitados para ello. Por eso, ese punto de
cierre de nuestra historia, han de ser otros los que lo pongan. Sí, aquellos
seres que escriben su historia, harán participe de nuestra historia personal en
su relato particular. Incluirán, en algún capitulo de su vida, de nuestro
personal punto final, de los sucesos adyacentes a ese punto, de parte de
nuestro relato, sin caer, con ello, en plagio o copia.
Cansado estoy, no por el
tiempo, si acaso de escribir punto y final en mi relato personal. Sé que es ley
de vida, para ello nacemos, pero nadie dijo que no fuera cansado. Quisiera
poner punto y final a mi relato personal, pero se me niega ese derecho, por eso
os pido, a cualquiera, que relate mi punto y final, que lo haga sin pena, sin
tristeza, que no ahogue sus esperanzas, que no se enfunde mi angustia, que
escriba su relato con cariño, con alegría, con aliento, con futuro. Ahora lo
tengo claro, muy claro, y es en este momento cuando lo veo, ¡tenía que haber
aprendido a escribir!