Cajón de Sastre 2013 por Mª Ignacia Caso de los Cobos Galán

   Doña. Ovidia, La hija del indiano
                                             
                                                                   I

Transcurre el año 1853 cuando Manuel, que contaba 15 años, emigra a Cuba. Había conseguido un puesto como grumete en un barco carguero para, de esta forma, no tener que abonar el pasaje.

       La larga travesía, con el mar en muchas ocasiones embravecido, le resulta muy dura.

Su trabajo consiste en fregar la cubierta y los camarotes, ser ayudante en la cocina, y todo aquello que le ordenen sus superiores.

       Al llegar a La Habana queda asombrado con sus bellos edificios. Pero su destino es la ciudad de Pinar del Río. Porta una carta de recomendación para D. Mariano  Ibáñez, terrateniente en aquella población que, entre sus múltiples negocios, posee una gran plantación de tabaco y una fábrica de cigarros para la manufacturación de éste.

       El edificio de la Fábrica tiene una sola planta de gran superficie, pintado de color azul claro. Su frente  está formado por columnas, con sencillos capiteles blancos sobre los que reposan arcos de medio punto formando soportales. La techumbre es una gran terraza rematada con una balaustrada pintada de blanco.

       Allí es enviado Manuel que comienza su trabajo como aprendiz, recorriendo todos los departamentos de la fábrica, y su aprovechamiento es tal que poco a poco va escalonando puestos hasta que le son encomendadas tareas de mayor responsabilidad. Pasados unos años ocupa el cargo de Jefe de Producción, dependiente del Director.

       Ahorra cada céntimo que gana y su tiempo libre lo ocupa en estudiar para adquirir mayores conocimientos. Es ambicioso y su meta es montar su propio negocio.

       Cuando Manuel tiene 25 años le llama D.Mariano, y le dice:

- Quiero proponerte un nuevo cometido Para comentarlo con mayor tranquilidad, pásate por mi casa el próximo domingo a las 12, charlamos y luego almuerzas con mi familia.

Manuel queda intrigado toda la semana pensando qué le iría a comunicar. El día señalado se dirige nervioso y expectante a la mansión de D. Mariano a las afueras de la ciudad. Cuando llega le pasan directamente al despacho de éste, que le recibe cordialmente.

- Siéntate, le dice, y continúa: eres trabajador, honrado y nunca has puesto ningún problema cuando se te encomendaban nuevas tareas, aunque en algunos días el trabajo sobrepasaba tu jornada laboral. Todo esto es merecedor de un ascenso. Tengo en proyecto abrir otra fábrica en la que estará al frente el actual Director, y para sustituirle he pensado en ti.

- Sabe, D. Mariano, dice Manuel, que mi intención es volver a mi tierra. Echo de menos a la familia, a mis raíces.

- Está bien, pero escúchame. En este puesto, además del sueldo, tendrás una participación importante en los beneficios de la fábrica. Y si todo marcha bien, como espero, acaso amplíe mis negocios, estableciéndome en España y tú, con la suficiente experiencia, podrás estar allí como responsable. ¿Qué te parece?

- Agradezco mucho su confianza y espero cumplir con todas las expectativas que deposita en mí.

- Así lo deseo y estoy seguro que  no me equivoco.

Pasan a la sala donde le presenta a su esposa, Dña. Virginia, y a sus hijas María Gloria y Clarita, parlanchinas y bonitas, sobre todo la mayor de las hermanas de la que se siete atraído desde el primer momento. Durante el almuerzo mantienen una animada conversación y, mientras charlan, su mirada se cruza constantemente con la de la chica, que se sonroja.

Camino de su casa lleva un embelesamiento difícil de definir. Está entusiasmado con María Gloria, a la que le sienta muy bien el nombre por su cara serena que se asemeja a una figura de porcelana. Pero recuerda a Herminia, amiga de su infancia, con sus coletas rubias y ojos azules, que dejó en Villaflorida, su pueblo, y cuyo recuerdo se había mantenido vivo desde que llego a la Isla.


                 II

       Han pasado dos años en los que Manuel, como Director de la Fábrica, ha hecho diversos cambios para mejor aprovechamiento y resultados, subiendo los beneficios considerablemente.

       Durante este tiempo es invitado en diferentes ocasiones a la gran mansión, y su sentir respecto a  María Gloria va cambiando paulatinamente, pasando de una amistad controlada a un enamoramiento. Sin embargo se siente indeciso, cree que debe andar con pies de plomo antes de pedir a D. Mariano su beneplácito para formalizar las relaciones con su hija. Piensa que ya tiene 27 años y que es una edad apropiada para crear su propia familia.

       Pasan dos semanas con gran desasosiego hasta que  decide presentarse en el despacho de D. Mariano.

- Dispense mi atrevimiento, le dice, pero es que deseaba hablar con Vd.

- No es atrevimiento, sino diría más bien confianza. Yo también quiero comentar algunos asuntos contigo.

- Perdone que le interrumpa, pero es que deseo hablar con Vd. sobre un asunto personal.

- Está bien. Lo mejor es que vengas el sábado a casa y lo tratamos serenamente.

       Llegado el día señalado se dirige con gran nerviosismo a la cita. D. Mariano le recibe con una sonrisa, lo que le anima a comunicarle sus deseos.

- Verá, quisiera pedir su consentimiento para iniciar unas relaciones formales con su hija María Gloria. Creo que a ella no le soy indiferente, pero necesito su aprobación.

- Jovencito, llevo tiempo esperándolo. Tenéis mi bendición y deseo que vuestra unión llegue a feliz término.

Terminado el almuerzo D. Mariano comunica a todos la gran noticia, que es aprobada con grandes aplausos y un brindis con champagne por la dicha de los novios. María Gloria está radiante y Manuel la contempla emocionado.

Pasado un año se celebra la ceremonia de los esponsales. Todo es alegría y la felicidad se ve tanto en la cara de los contrayentes como de los familiares y amigos invitados.

Al regreso del viaje de novios se instalan en una acogedora casa que, con toda ilusión, había preparado María Gloria ayudada por los consejos de su madre.

       Habiendo pasado poco más de un año esperan con ilusión la llegada de su primer hijo, que nace el día 8 de noviembre. Es regordete y en su cabeza solo tiene una pelusa clara, lo que hace pensar que será rubio como su madre. Le ponen por nombre Miguelito. Según va cumpliendo meses hace las delicias tanto de sus padres como de sus abuelos.

Al poco tiempo, cuando Miguelito tiene dos años, nace otro niño, Andresillo, también gordito y con gran cantidad de pelo castaño.

Manuel está satisfecho. Tiene una familia feliz. Todos los días, al terminar la jornada, corre a su casa para jugar con los niños hasta la hora de acostarlos. Cuando la casa se queda en silencio aprovecha el matrimonio para conversar sobre lo sucedido cada día.

                                                                III 

       Un domingo en el que almorzaban en casa de los abuelos, en la sobremesa, D. Mariano les comunica que ha llegado el momento de expandirse. Desea que su yerno se traslade a Villaflorida para que tantee el mercado y vea la posibilidad de abrir allí una nueva fábrica.

       Entre tanto María Gloria se quedará con los dos niños en Pinar del Río.

Manuel encarga a un arquitecto amigo, la construcción de un palacete, de gran planta, con jardín y arbolado alrededor, en el que no puede faltar una palmera.

La fábrica, situada en un barrio de pescadores, esta en pleno funcionamiento, pero Manuel echa de menos a su familia. Decide alquilar una vivienda provisionalmente e ir a Cuba sin dilatar más la espera.

En el puerto se encuentra toda la parentela. Miguelito salta nervioso con la alegría de ver a su padre y Andresillo, imitando a su hermano, retoza en los brazos de su madre.

Al cabo de un mes, después de preparar sus múltiples enseres, parten en el buque Estrella de los Mares rumbo a una nueva vida. Les acompaña Paquita, el ama de María Gloria, que le sirve de ayuda en todo momento.

La travesía se hace pesada por las fechorías del mayor de los niños, que se escabulle y nunca se sabe dónde puede estar  metido,  y, también, el andar vacilante del mas pequeño, que comienza a dar sus primeros pasos.

La llegada es emocionante al encontrarse, todos los familiares de Manuel, con su esposa e hijos, a los que no conocían.

Pasarían dos largos años hasta que, al fin, pudieron trasladarse a su flamante vivienda. Les habían enviado desde Cuba, en un carguero, los preciosos muebles de caoba que habían adquirido en aquél país.

La casa tiene, en la planta baja, el comedor principal que se comunica con unas puertas correderas a un salón con un piano de media cola, sillería Luis XVI, tresillos en las esquinas para pequeñas reuniones, y la parte central despejada para el baile en las grandes celebraciones. Desde el hall parte una gran escalera de mármol con barandilla de hierro forjado y pasamanos de cerezo, que accede alas otras estancias. En el primero está un pequeño saloncito, el comedor de diario, los dormitorios y una sala de juegos. El segundo piso tiene un despacho y al lado un estudio donde los niños puedan hacer sus tareas colegiales.

Adosada a la casa hay otra, que se comunica con la principal, donde está la cocina y las habitaciones del servicio.

                                                     IV

María Gloria esta embarazada de su tercer hijo y desea profundamente que sea una niña. Por las noches lo comenta con su marido y, al pensar en el nombre que le pondrán, siempre se deciden por un nombre femenino: Ovidia. Si se cumplen sus esperanzas colocarían, a la entrada del palacete, un azulejo que ponga: Villa Ovidia.

Cumplido el tiempo de gestación nace una niña regordeta y preciosa. María Gloria y Manuel no caben en sí de gozo, pero ella echa de menos a su madre. Los  niños  miran a su hermana con cierto recelo al ver una personita tan pequeña. Como tenían pensado la bautizan con el nombre de Ovidia. Lo celebran con una merienda a la que invitan a familiares y amigos.
      
       Al día siguiente empiezan la vida cotidiana, aunque interrumpida en ocasiones por el llanto de la niña que, ya entonces, empieza a manifestar su genio.

       Los niños, que ya tienen 3 y 5 años, reciben las enseñanzas de un profesor, que las acomoda a la edad de cada uno. Son espabilados, como si fueran esponjas absorben todo lo que escuchan.

       Pasan los meses. La niña tiene un año y da sus primeros pasos. Los hermanos se ríen de su andar inseguro y que, cuando cae al suelo, continúa su marcha corriendo a gatas detrás de ellos. Es caprichosa y mandona, metiéndose siempre por en medio de los juegos de los niños. Al cabo de los años esas dotes de mando se acentúan tanto que Miguelito y Andresillo, burlonamente, empiezan a llamarla Doña Ovidia.

Ellos marcharán en breve a un internado donde van varios niños de la comarca. Es un Colegio de PP. Jesuitas. Un hermano lego acude a recogerlos en el mes de Enero, en un coche de caballos, que hace bastante pesado el viaje, y no regresan hasta bien entrado el verano.

       Ovidia llora porque quiere ir con ellos. Su madre le dice conciliadora:

- Es un colegio para niños. Tú te quedas con nosotros y aprenderás otras cosas más adecuadas para ti. Seguirás con las clases de piano y pintura, que tanto te gustan.

-        Pero me aburriré si no están ellos, rezonga Ovidia.

Poco a poco se va sosegando y vuelve la calma al hogar.

Cuando llegan las vacaciones hay gran alborozo en la casa, pero la niña ha tomado su posición de mando e intenta manejar a sus hermanos, que se ríen de ella:

- Pequeñaja, le gritan, te sienta bien el nombre de Dña. Ovidia, pero nosotros somos mayores y debes respetarnos. La niña los deja por un momento, enfurruñada, hasta que le pasa el enfado.

Cada marcha de los niños hacia el internado vuelve el llanto de su hermana, que se muestra triste durante unos días.

Ha avanzado mucho con el piano, que toca alegremente todas las mañanas y deleita a las visitas que acuden a la casa.

Pero para lo que tiene unas dotes excepcionales es para la pintura. Lo mismo copia un paisaje o hace un retrato de sus hermanos.

                                                              V

       Han pasado los años. Miguel y Andrés se han doctorado en Arquitectura y Medicina. Se establecen en la capital del Concejo donde, desde un principio, no les falta trabajo. A Miguel le encargan un proyecto para construir una nueva Iglesia en Villaflorida. Lo hace con muchísima ilusión, pero al Párroco le parece que se ha excedido un poco en las dimensiones. Intenta convencerle de que con el tiempo se precisará más espacio, pero el prelado no transige por lo que deberá recortar un poco el primitivo diseño.

       Cuando la Iglesia ya está prácticamente terminada se enteran de que en una cuadra de una aldea cercana, hay un retablo abandonado, en un estado de tremendo deterioro. Después de numerosas gestiones, realizadas entre Miguel y Ovidia, logran su donación para poner en el Altar Mayor de la Iglesia. Es de estilo barroco y policromado. Ovidia se encarga de su restauración. Lo deja impecable, recibiendo grandes elogios de todos los asistentes a la inauguración de la Iglesia, que está erigido en honor de Ntra. Sra. del Carmen. En el centro del retablo está una imagen de la Virgen con el Niño en brazos que portan en la mano  el escapulario de esta Congregación. Al pié del Altar hay un escudo de la orden del Carmelo.

                                                          VI

       Ovidia ha cumplido 25 años. Sigue con su afición a la pintura, habiendo hecho alguna exposición en la capital del Concejo, vendiendo siempre todos sus cuadros, que representan bodegones, retratos y algún paisaje. Pero desea adquirir más conocimientos, por lo que pide autorización a sus padres para trasladarse a Madrid, con su amiga Lola, y asistir a clases en la Academia de Bellas Artes de San Fernando y tener la posibilidad de hacer alguna copia de obras de pintores ilustres en el Museo del Prado.

       Se instalan en una buhardilla suficientemente amplia para instalarse las dos amigas que, juntas, irán a las clases de pintura, y al atardecer acuden al Café Gijón, donde se reúnen con eruditos y artistas de la época. Las dos jóvenes amigas están entusiasmadas por el ambiente intelectual que se respira.

Ovidia enseguida se destaca como una gran pintora. Es su pasión. Pasa horas en el Museo del Prado, haciendo copia de cuadros famosos, como una de las Meninas, de Velázquez; la más famosa de las Inmaculadas, de Murillo, que la pinta de medio cuerpo; la Gallinita Ciega y la Maja Vestida, de Goya.

Lola se conforma con hacer pequeños cuadros de flores y pájaros y también hace algún intento en poesía e historias que reflejan el vivir de la gran Ciudad, pero pronto cansa.

       Después de algunos años y habiendo gastado todo el capital que les dieran sus padres, regresan a Villaflorida, donde Ovidia continúa pintando. Hace pequeños viajes a distintos pueblos de España, principalmente de La Mancha,  que refleja en sus cuadros.

Realiza diversas exposiciones en Oviedo, Capital de la Provincia, con gran éxito entre el público, que acude curioso de comprobar su fama.
      
       Comienza a vender sus obras, aunque le duela desprenderse de ellas, que son como sus hijas, pero ello le proporciona lo suficiente para llevar una vida acomodada.

       Años más tarde se la podía encontrar en su estudio, situado en el último piso de Villa Ovidia, con su bata blanca llena de manchones de pintura y ese olor característico de óleo. De allí salen sus mejores obras: sus preciosos bodegones, en uno de los cuales se puede ver, en un lugar apartado, un pequeño cuadro de marco redondo en el que aparece ella misma en un retrato difuminado. Sus interiores son deseados por coleccionistas. También pinta  algunos retratos de familia.

       Dos o tres veces al año se desplaza a Madrid para conocer las últimas tendencias en la pintura, y no perder el contacto con los amigos de la tertulia del Café Gijón

       Al regresar de uno de estos viajes se la ve triste y más acentuado su carácter recio e impenetrable.

       Nunca se supo qué había sucedido, pero desde entonces permanece en su casa de Villaflorida, y solo en fechas señaladas organiza pequeñas reuniones de familiares y amigos.

       Hasta el fin de sus días es respetada y admirada por los habitantes de Villaflorida que, incluso en ocasiones, acuden a ella para pedir consejo.

Mª Ignacia Caso de los Cobos Galán