Cajón de Sastre 2013 por Pepa Rubio Bardón
Cuando una leve caricia de mi mano selló las rendijas que permanecían en tus ojos, supe que el sol había apagado la luz y que la primavera se había roto en mil pedazos.
Tu sueño era ya eterno, un inexorable punto final.
¡Cuántos proyectos se quedaron en planes sin futuro! El museo, tu último sueño, era ya una feliz realidad. Cada día preguntabas por él y el brillo de tu mirada incendiaba mil fuegos de artificio, al escuchar que las obras avanzaban según lo previsto.
Tus piernas perezosas apenas te sostenían. Te esforzabas al hacer los ejercicios, querías volver a caminar sin trabas.
Tenías una cita importante en ese museo que tú ya no viste; te esperaba «La cena de Vela Zanetti», la estrella de la última exposición de «Las edades del hombre» y no querías darle plantón.
Los empleados de la funeraria, que sostenían un sudario blanco, nos pidieron que los dejáramos solos. A los pocos minutos abandonaron tu dormitorio, llevando una enorme bolsa cerrada por una cremallera que sujetaban por medio de dos asas. Tu cuerpo, todavía caliente, se amoldaba a la forma del envoltorio y al ritmo que le imponían sus portadores.
Aterrizamos en este mundo de vacío y cuando despegamos vamos ligeros de equipaje.
El nacimiento y la muerte nos igualan. Entre uno y otra: trabajo, ambición, esfuerzo, proyectos, ilusiones? Nos vamos sin nada. El ataúd no tiene bolsillos.
Había dejado de verte para siempre. ¿Qué digo? Tu presencia me asalta cada día, pero sé bien que nunca volverás.
Nadie muere del todo, mientras una sola persona lo recuerde. En tu caso somos multitud.
Pepa Rubio Bardón (A su hermano el sacerdote Fernando Rubio, en el primer aniversario de su fallecimiento).
Texto publicado en el diario "La Nueva España"