Encartes 2014 por Alejandro Alonso Cabrera (Jany) 4


VELERO


Siempre me gustó el mar, y llegados a este punto de mi vida, sólo ansío el mar. Ya no me queda nada y tengo tiempo, bastante, y parece que la muerte no me acecha, parece distante.

Me he preparado concienzudamente estos últimos años, y ahora, instruído en la materia, me veo capacitado para hacerme a la mar. Nunca he navegado, jamás he “pisado” el mar. Ahora es tiempo de navegar.

Plata, a veces es plata, en otras coral y cielo, de iris he visto la mar, tal vez mis ojos me engañen, pero salado es el mar.

Todos estos años de atrás he invertido mi tiempo libre, que más bien fue poco, en hacerme un pequeño velero. Está en mi jardín, mirando ansiosamente el mar. Le faltan un par de retoques para hacerlo navegar, por supuesto que los requisitos necesarios los tengo adquiridos ya, me he preparado y hace dos años que puedo pilotar. Jamás lo he hecho y quiero que la primera vez, mi primera vez, sea con mi velero.

Muchos tienen nombre de mujer, otros son santa o santo, pero yo no, lo he llamado Ardor, quizá no sea el mejor nombre, ni el más bonito, ni siquiera el más apropiado, pero a mí me gusta. La verdad es que barajé muchos nombres y lo bauticé infinidad de veces, todo dependía  de mi estado de ánimo, hasta que por fin oí susurrar a la mar. ¡Ardor! ¡Ardor! Y acertado es, ya que bien pensado, es lo que siento, es el golpe de mar contra las rocas, que al segundo siguiente se desvanece, es ese ansia por llegar a tierra, que una vez la toca desaparece. Son esas ganas de navegar las que me queman por dentro. Por eso mi velero se llama Ardor.

Desde mi ventana se divisa el mar, profundo, sonoro, brillante y deseable. Busco tras el cristal de mi ventana esa mágica visión de infinito y de sosiego que me guiñe el ojo para hacerme a la mar. La mar de mi interior se inquieta. Es alborozo.
No todo han sido alegrías y alborozo, también hubo días de negación, de ofuscación y de volver a empezar, de labores fallidas, pero todo ello compensaba el hoy y cada logro y reto superado era satisfacción, plenitud.

Poco tiempo queda ya para grabar mi senda por las aguas, estelas de plata que a poco desaparecerán, que se fundirán con las olas de la mar. Batirme en ese singular duelo, dejarme el alma para alcanzar la paz. Llegar al horizonte, al cual nunca se llega, ese es el viaje, el destino final. ¿Acabará el mundo en la gran catarata? Ojalá. ¿Y ahí acaba todo? ¿Volver? Volver para empezar.

Un timón y una vela, un casco y un palo mayor, ¿simple? Desde luego, tan simple como el mar. Sólo los vientos me han de remolcar, a donde ellos quieran me han de llevar. Surcar, nadar, romper, navegar, flotar, atravesar, zarpar, deslizar, cruzar, arar, cortar, muchos son los nombres para hacerse a la mar. A mí me gusta soñar.

Soñar el mar. El mar (me) sueña.

Soñar la mar. La mar (me) sueña.

Es perfecto su nombre, con tan sólo tres letras da sentimientos e ideas de profundidad, de grandeza, de belleza, de fiereza, de paz. Y no es ‘el’ y no es ‘ella’, es ambiguo en cuanto a su género, su nombre puede ser la mar o el mar, y eleva su nombre de entre todas las palabras.  
            
Seiscientos doce metros separan mi cascarón del mar. Seiscientos doce no es un número por capricho, no es al azar. Doce el es doble de seis, por tanto, seis la mitad de doce, a nadie le dicen nada estos números, excepto a mí. Doce años he tardado en construir mi velero Ardor, doce. Seis he tardado en obtener el título de Patrón para navegación básica, seis. ¿Se han conjurado los dioses para que eso sea así? De existir habría dicho que sí. Creo que hay fuerzas que la razón no entiende que nos arrastran en una u otra dirección. Viento. Aire. Corrientes.

Nos alertan de temporal en la costa. Esta semana no podrá ser. La mar habrá de esperarme. Ardor habrá de esperar. ¡Qué más da un día que otro después de tanto esperar! Los vientos se desbocan, las lluvias arrecian. Ardor parece querer partir, pero amarrado lo tengo negándole marchar. Los cristales de mi ventana apenas me dejan ver a Ardor. Es tan intensa y fuerte la lluvia que no oigo el sonido del ardor. La mar brava, enfurecida, ¿acaso me regaña por no zarpar?

¡Oh! Fatalidad. En años vi tormenta igual. Tocado, hundido, así estoy, así está Ardor. Partido a la mitad, haciendo aguas, con el mástil roto, con la vela hecha jirones, sin timón, sin piedad ni compasión. La mar no esperará. ¿Qué fue de Ardor? Ardor desapareció, se quebró sin llegar al mar. Sueños perdidos, rotos, anegados por lágrimas de mis ojos. Ardor, eso es lo que siento ahora, me quemo por dentro, me quema y la mar no apaga mi fuego.

Nada puedo hacer, nada. Ni siquiera de sus cenizas he podido salvar nada. Desapareció, entre las aguas se esfumó.

Ardor acabó sus días sin pisar el mar. Ardor olvidó para qué nació, para qué creció. Ardor no existe. Ardor no es nombre. Ardor es sentimiento. Ardor es emoción. Ardor es amor. Ardor es futuro. Ardor es Ardor.

¡No!

Ardor tiene nombre.

Ya lo dije, ¿y ahí acaba todo? ¿Volver?