Cajón de Sastre por Luis Miguel (Parte 2)


“LA LLAMA(RA)DA” 
(Segunda Parte)

Después de la agotadora jornada con su hija en el parque de atracciones y de vuelta en casa se encontró con un mensaje en el contestador,  Hola, soy yo...otra vez, me gustaría verte; incrédula rebobinó la cinta y el mensaje; breve y escueto como un suspiro, volvió a sonar,  Hola, soy yo.... El cansancio de un día que terminó pareciéndole sin fin le impidió asimilar con prontitud las ocho palabras que componían, sólo ocho palabras, todo un poema al recuerdo. Le había costado enterrar en lo más profundo de su interior aquella voz y las sensaciones vividas que hasta ahora allí reposaban envueltas en olvido y abandono. Ni la tarea de acostar a la niña ni el baño de sales y aceite en el que se sumergió, buscando alivio para el cuerpo y reposo para el alma, lograron desviar su atención del Hola, soy yo...otra vez; repicaba en su cabeza, se repetía con eco grave y monocorde la invitación, Hola, (hola, hola, hola, hola)  soy yo...otra vez (otra vez), me gustaría verte (me gustaría verte verte verte verte). Perdido el contacto con el agua caliente la piel se erizaba de frío, refrescadas por el recuerdo las sensaciones despertadas tiempo atrás  cubrían su alma con carne de gallina: lo que tanto temió que pudiera suceder, estaba sucediendo; creía que su curación había sido total, que la herida estaba sanada, y sin embargo pudo comprobar que la voz del hombre era afilado bisturí que reabría en sus entrañas viejas y secas cicatrices.
Cubierta por suave rizo de algodón se contempló en el espejo, y reflejadas en él  pudo ver, en alternancia, como un intermitente que anuncia cambio de dirección, la imagen ansiosa, feliz, deseosa, viva, de los tiempos ilusionantes en los que crecieron sueños y se despertaron fantasías, y otra imagen de profundas ojeras, de ojos humedecidos, rostro sombrío y corazón herido por la decepción del adiós. Con mucho esfuerzo había conseguido hacer desaparecer de los espejos, despejar de su vida, las dos imágenes, para verse a sí misma y presentarse ante los demás con la frialdad de espíritu y la adustez de gesto de quien sin memoria y sin esperanza vive instalado en el presente. La llamada había conseguido introducir en su actual vida de color gris nuevos tonos cromáticos del pasado más cercano.
Vistió su cuerpo de seda y raso para dormir y, como si de una limadura de hierro atraída por un potente imán se tratara, se acercó de nuevo al contestador e hizo mover de nuevo la cinta, Hola, soy yo....otra vez; me gustaría verte. La voz volvió a sonar como cuando la oyó por primera vez: cálida, amable, envolvente...; percibió  al mismo tiempo, camuflada alrededor de su tono de disculpa, un aire como de petición urgente de auxilio; ¿qué otro sentido podría tener, de no ser así, su regreso después del tiempo y los hechos pasados? Creía que todo había quedado claro y que esa claridad había cancelado la relación y sellado el acuerdo del adiós con la promesa de no retorno: se habían  quemado las naves y dinamitado los puentes que unían sus orillas, en una ruptura sin vuelta atrás, porque nada ya volvería a ser igual; había pasado casi un año desde su último contacto y él volvía a aparecer plegando el tiempo como en una arruga que juntase pasado y presente con sólo unos minutos, o a lo sumo unas horas, de intervalo entre cresta y cresta del pliegue temporal, ¿quería dar a entender que nada había pasado?, ¿quería manifestar que la vía emprendida era reversible, que admitía ida y vuelta?: conjeturas, demasiadas preguntas y mucha dificultad en encontrar respuestas; su incredulidad no le permitía pensar y el agotamiento del día la empujaba hacia la cama en busca de sueño y descanso.

Descendía por un angosto sendero de hierba y piedra; sobre sus hombros, apretada contra su espalda, una abultada mochila cuyo peso aceleraba su paso colina abajo provocando algún traspié y haciéndole perder el equilibrio. En las curvas de la ladera que recorría y entre los árboles que bordeaban la senda podía ver la pradera que invitaba a sus pies reblandecidos y a su espalda tullida al descanso y a su alma dolorida al sosiego: suelo mullido de verde y frescura sobre el que tumbarse o pisar como si de una suave alfombra persa se tratara, mientras el rumor del río cercano invitaba a desahogar el espíritu vaciando la garganta de gritos acumulados durante el descenso, con la seguridad del anonimato y la tranquilidad de la soledad. Veía cercana la pradera, tan cercana que cuando se percató de que la senda descendente que estaba siguiendo cambiaba de sesgo y se convertía en empinado camino se quedó paralizada, indecisa sobre la opción a seguir. Llegado a ese punto del camino, tanto la senda que dejaba como la nueva que se le ofrecía ascendían; la pronunciada bajada que había realizado le hizo desistir de regresar y la oscuridad que comenzaba a asomar y las nubes en las que se sumergía el nuevo camino no le auguraban una ascensión fácil... y allí se quedó, pegada a la tierra, amarrada a la duda. Mantos de oscuridad y niebla la iban rodeando y hacían temblar su cuerpo de miedo y  humedad; en la noche le llegaban nítidos los sonidos del discurrir del río por el lecho pedregoso, el frufrú  del aleteo de una lechuza y el golpeteo de la sangre en sus sienes. El susto que anidaba y crecía en ella con el paso de los segundos mudó en pánico que, definitivamente, en contra de lo que la lógica,  la cordura y su propio instinto de supervivencia aconsejaban, la empujó a caminar senda arriba por la  nueva que se le había abierto.
El río sonaba cada vez más lejano y ahora en sus oídos sólo escuchaba su agitada respiración y los latidos de su corazón acelerado por el esfuerzo físico y la ansiedad de un imaginado peligro. Los arbustos que bordeaban el camino alargaban sus brazos hacia ella enredándose en su pelo y arañando su rostro. De lo más hondo del barranco, mezclándose con el rodar de agua sobre las piedras, llegaban a sus oídos murmullos de una voz; la espesa niebla, que volvía las piedras y la hierba del camino que pisaba más resbaladizas incrementando en ella la sensación de inseguridad y miedo, le acercaba  la voz que desde el río le decía:  Soy yo...me gustaría verte;  la llamada del abismo la acercó al borde del camino y la atrajo hacia sí en una caída sin fin que le cortó el aliento y le paró el corazón.

Despertó sobresaltada y en el reloj de la mesilla vio las 2 de la mañana. No puede ser, esto no me puede pasar a mí, estoy agotada, mañana debo madrugar y ...; se levantó, cubrió su cuerpo con el albornoz y preparó una taza de leche caliente con miel con la intención de templar el espíritu y relajar su ánimo pensando en volver a la cama para continuar durmiendo una vez alejado el sueño fantasmal. Sentada en el sofá, envuelta en la manta de lana y en la oscuridad de la noche, el cuenco entre las manos y la vista fija en un punto no distante de la pared quiso dejar su mente en blanco acondicionándola para retomar el camino del sueño. No pudo evitar que sobre el blanco paramento de enfrente comenzaran a desfilar imágenes, fotos fijas de momentos, reflejos de situaciones, gestos de una emoción; tuvo que sacudir la cabeza para espantarlos y decidió no hacer caso de la llamada: volvería a enterrar bajo una aún más gruesa  capa de olvido aquellos meses que habiendo sido el cielo la habían arrastrado a un infierno de desencanto, de decepción y de dolorosa tristeza. Volvió a acostarse, dispuesta a no dejar renacer viejos fantasmas, después de borrar el mensaje en el contestador.
El despertador sonó y la sacó del sueño profundo en que un día y una noche agotadores la habían enterrado; sus ojeras y de la dificultad para abrir los ojos dejaban traslucir el cansancio por el  efecto de una noche intranquila: unos dentro de otros, sueños que sueñan sueños; imágenes de espejos que se reflejan en espejos reflejados y que aparecen como la sucesión infinita de una sola imagen; por suerte, al final, los sueños no trascienden la consciencia y se queden atrapados en lo más profundo del  subconsciente, si bien esperando el momento más inoportuno para hacerse presentes y recordarnos que son y que también están.
Creyó haber escuchado un mensaje en el contestador, pero el contador de mensajes marcaba cero, creía haberse levantado en busca de una taza de leche con miel pero no encontraba evidencias (taza, cucharilla,...) de que así hubiera sido, la manta doblada en el sofá...: ni rastro de una noche en vela ni de un sueño agitado; decididamente, sólo han sido sueños producto del agotamiento de la excursión.
Despierta ya, comenzó su frenético vivir. Su vida había dado un vuelco; desde su separación nada era igual, ni siquiera los protagonistas se mantenían, excepción hecha de ella misma y de su niña. Ya no estaban ni  Juan ni los amigos de Juan; tenía nuevos compañeros de trabajo con alguno de los cuales salía ocasionalmente y disfrutaba de momentos de diversión; había cambiado de vecindario (si alguna vez llegó a tenerlo, aislada como se había sentido en su jaula dorada de la urbanización de lujo en las afueras de la ciudad) y nuevas preocupaciones nacidas de nuevas obligaciones iban ocupando los espacios vacíos de su vida anterior, ¡hasta su madre se había decidido a irse a vivir a su misma ciudad!: le había ofrecido compartir el mismo piso de alquiler, pero ella, celosa de su independencia y de su autonomía, había declinado el ofrecimiento y vivía alquilada en un céntrico y coqueto apartamento que pagaba con la renta que obtenía de la casa del pueblo puesta a su vez en alquiler; para vivir le bastaba, y hasta ahorraba, el dinero de su pensión.
Levantó a la niña, le preparó el desayuno mientras dejaba que se asease y se vistiese; le había costado organizar y hacer compatibles los arranques de la mañana de ambas, sobre todo la entrada al colegio de la niña y el comienzo de su jornada laboral; a veces tenía la impresión de ser demasiado agobiante con ella a tan temprana hora de la mañana, pero debía ser así si quería vivir su propia existencia: en alguno de esos  momentos de carreras y nervios había recordado su vida anterior de tranquilidad, de relajación y hasta de aburrimiento; pero, curiosamente, sentía que no quería cambiarla por la actual de apretura de tiempo; era posible que hubiera otras vidas, incluso mejores, pero ésta era la suya, la que había elegido sin que en ningún momento le hubiera abandonado la dolorosa sensación  de haber dejado jirones de su alma en la decisión: la ruptura sólo fue la consecuencia lógica, la culminación, de un proceso de desamor nacido de la rutina y el paulatino abandono en la distancia que no por previsible resultó menos traumático.
A esta hora de la mañana, la escena era siempre la misma. Vamos, mi niña, date prisa. Mamá, voy  todo lo deprisa que puedo. Tendremos que acostumbrarnos a levantarnos antes para no llegar tarde. Tengo sueño. Vamos, tesoro, no te demores. Por fortuna siempre acababan llegando a tiempo: agotado el plazo, pero sin retraso.

Su actividad en el consultorio le absorbía todo su tiempo; la actividad de explorar, diagnosticar y recetar cada día a más de setenta pacientes no dejaba hueco para  pensamientos distintos a aquellos que tenían que ver con amigdalitis, otitis y muchas otras “–itis” , y con recetas y más recetas destinadas a devolver la salud . El trabajo no le resultaba especialmente gratificante, pero le aportaba independencia económica y un horario compatible con sus obligaciones maternas, permitiéndole incluso disfrutar de unas horas libres desde que terminaba su trabajo hasta que la niña salía del colegio a las cinco.

La mañana de trabajo había resultado tan insulsa aunque  a la vez agotadora como siempre, lo que le hacía llegar a casa con la necesidad de descalzarse  y sentarse un buen rato en el sofá. Vació el buzón de correo  y despreocupadamente, sin abrirlo, fue revisándolo: facturas, publicidad de un supermercado, el “diario médico”, una carta del banco...: nada urgente que exigiera ser abierto de forma inmediata.
Desde que vivía sola, desde que se había separado, la casa que habitaba se había convertido en un verdadero refugio que le ofrecía protección frente al mundo exterior y le permitía acomodar su mundo interior a las bondades de una tranquila hora de lectura o de un relajante y caliente baño de espuma; le resultaba chocante y curioso pensar que ahora que tenía más ocupaciones  era cuando más cosas podía hacer; los minutos, las horas, habían aumentado de valor, se habían estirado hasta parecer que las 24 de un día parecieran 28 ó 30 y que en ese tiempo cupieran, en su nueva vida, 4 ó 5 de sus vidas anteriores: ¡había estado viviendo sólo la quinta parte de la vida que podía vivir!, y sin prisa pero sin pausa había decidido disfrutar de la nueva en plenitud.
Se preparó una ensalada abundante y variada para comer y mientras  lo hacía fue hojeando la revista médica que había recogido del buzón dejando para los postres la publicidad del supermercado y para el café el resto del correo.

Masticaba la soledad aliñada con aceite y sal, la bebía mezclada con la espuma de una jarra de cerveza y la endulzaba con el jugo fresco de una mandarina: una soledad a la que se le puede sacar jugo y de la que se pueden obtener sabores y olores pierde mucho de su aspecto desabrido y de su apariencia poco agradable; no duele, no entristece ni provoca insomnio, no obliga a buscar compañía ni hace revolverse en el lecho buscando el calor de otro cuerpo; ciertamente, no reconforta pero tampoco incomoda; y como si se tratara de una compañera de viaje de la que al principio molestaran sus tics  y terminaras por considerarlos como algo normal, la soledad se acaba instalando en la vida como una parte más de tu ser hasta el punto de que, acompañada, pareciera como si te faltase algo (la soledad) o como si te sobrase algo (la compañía).
Servido el café, aposentada en el sofá tumbada cuan larga era, repasó el correo y se fijó en un sobre sin sello ni remitente que antes le había pasado desapercibido; sólo su  nombre, ni apellido ni dirección (alguna vez le llegaban ese tipo de sobres anónimos que convocaban a una subasta de arte o una reunión de ventas, pero en ellos al menos aparecía una dirección de destino o la razón social u otra marca externa que identificaba al remitente o daba pistas sobre su contenido); que ella recordase nunca en ningún sobre la habían identificado sólo por su nombre, lo cual indicaba que alguien, no el servicio de correos ni tampoco ninguna empresa de mensajería urgente, había depositado personalmente la carta en el buzón, lo que le hacía suponer que, fuera quien fuera, la conocía. Desconcierto y nerviosismo  fueron las sensaciones que la invadieron antes de abrir el sobre en cuyo interior se encontraba la misiva; se debatía entre la curiosidad por un lado y el temor por otro de descubrir el contenido del anónimo; rasgó el sobre con gesto preocupado, desplegó el folio doblado alojado en su interior y leyó: Perdóname, querida amiga, que te transmita por escrito lo que ayer pretendía decirte de viva voz; toda la valentía que en su momento me faltó para continuar a tu lado es toda la que ahora me impulsa a acercarme de nuevo a ti. Lo que quería que supieras es esto: como te alejé de mi vida he intentado alejarte de mi pensamiento, pero no he sido capaz de conseguirlo. Dirás que fui yo el que se marchó, imagino que dejándote sumida en la tristeza y el dolor, y precisamente  por ello soy yo el que vuelve pidiendo de nuevo tenerte  a mi lado. Ese es el sentido de estas pocas letras. Imagino que sabrás dónde encontrarme por lo que si te pones en contacto conmigo entenderé que aceptas concederme una nueva oportunidad. En cualquier caso, cuídate. Te dejo lo mejor de mí mismo.
No fue por tanto un sueño el mensaje en el contestador ni fantasía las palabras con el sonido de su voz.
Cerró los ojos y en el sopor de la siesta se dejó envolver por los recuerdos que tanto le había costado alojar en lo más profundo de su mente.

ANOCHECER

Atrapado el cuerpo firmemente entre los brazos de Morfeo, las palabras no consiguen llegar a los oídos; gritar el nombre a la luna por ver si ella logra rescatarla del sueño... vano intento. En la desesperación, un conjuro a la aurora para que, arrancándola de su letargo, le permita escuchar el suspiro del alma y el deseo  de su corazón.
Acercarse a los labios y saciar la sed. Agua fresca de ternura, combinado de deseo, licor de pasión; beber de ellos y emborracharse de sensualidad, de cariño y de placer. Un abrazo, un beso, intentando enroscarse entre las sábanas buscando probar el sabor de la piel y el reguero de deseo en la cama: llegar suavemente para amarse hasta el alba; fantasear, jugar, ilusionarse, vivir la pasión y descubrir fugaces claridades de estrellas al despertar, cerrar los ojos y soñar, dejarse mecer y descubrir por unas manos que exploran, viajar por el otro cuerpo sin rumbo fijo, probándolo, alimentándose de su esencia.

ENCONTRARSE

Sueño de espera en un andén, sueño de nervios en la espera, sueño de reconocerse y correr al encuentro dejando tirados nervios y equipaje, sueño de un abrazo eterno, sueño de un beso tierno, sueño de un beso dulce, cálido, ansioso; sueño de habitación, baño húmedo de espuma, cena en total desnudez y toda la noche por delante para amar.
Ojos grandes, ojos que miran con curiosidad y que enamoran con sólo mirar: mirada despierta, tierna contemplación; labios carnosos que encienden deseos de cerrar los ojos y besar; rasgos que trazaría un lápiz, sombras de sensualidad que pintaría el carboncillo si hubiera que dibujar una boca que besar. Y la lengua de fresa que abrasa como lava en contacto con la piel, deja un dulce fluido que envuelve todo el ser, se desliza por el cuello, cubre y saborea los senos antes de proseguir el camino descendente por la piel buscando inundar de calor el musgo del vientre que resguarda el deseo y la pasión.
Las huellas de las manos  en las sábanas y de las lenguas en los cuerpos: sendas abiertas de la cabeza a los pies que muestran caminos para ir y volver y regresar y volver a marchar dejando en el recorrido íntimas esencias de amores y humores que vienen y van. Gozar, palpar, respirar cien delicadas y amables sensualidades, chapoteando en una suave y ondulante ola de placer.
Mirar la luna después y emborracharse de su luz de plata buscando el reflejo de los  rostros; luna de plata que refleja miradas de amor que han posado los ojos en ella; imagen de locos mirando a la luna alimentando el deseo de volar con alas de fantasía hasta el borde mismo del horizonte.

AMANECER

Un sol rojo que incendia ventanales abre el día a nuevas sensaciones y despierta nuevas ganas de vivir; el sol que entra a raudales calienta las caras y empuja a los ojos a volver al dulce sueño de dormir entre los brazos, de abrir los ojos y contemplar una maraña de piernas, de abandonarse en la suavidad de la  piel. Un nuevo día, las sensaciones y los sentimientos se reinventan por la necesidad permanente de querer consumirlos frescos cada día. Abandonar el abrazo de Morfeo, estirar un brazo, sentir la tibia presencia de un cuerpo adormecido, volverse y besar la espalda desnuda, invitar a darse la vuelta, regalar un beso leve en los ojos que cuesta abrir y fundir almas y cuerpos desnudos en un solo ser hecho de ternura y deseo. Dulce despertar en el que se mezclan sensaciones que, no siendo nuevas, saben a recién estrenadas; mil besos de café repartidos por la piel, ondas de mermelada que endulzan los senos, tostadas empapadas de lo más profundo de cada uno. En el despertar, escribir palabras de amor y leer poemas, aromar el día con flores recién cortadas, levantar las mañanas con olor a café, servir el alba con calor y caricias en la piel.

DESPEDIDA

Querida amiga:
Lo que empezó siendo un simple juego de seducción se ha ido convirtiendo en un juego de enamorar y enamorarse; lo que empezó estando perfectamente controlado ha acabado por descontrolarse al aparecer sensaciones y sentimientos que no estaba previsto que apareciesen. He sido feliz construyendo a base de sueños e ilusiones, de ternura y cariño, un mundo lleno de química que ahora pide ser completado con un aporte de física que no puedo entregar; tengo miedo: miedo a no ser capaz de responder a las expectativas creadas, miedo a no poder seguir manteniendo en ti la llama de vida encendida y avivada durante estos meses, miedo, quizá también, al compromiso. A estas líneas les falta el tono y la inflexión de mi voz, pero puedo asegurarte que hoy saldría emocionada, triste y melancólica y seguramente entrecortada por sentimientos contrapuestos, unos que me llevan a ti y otros que me alejan. La nave de los sueños que hasta ahora surcaba mares de placidez se ve arrastrada ahora contra los acantilados del adiós por los vientos furiosos de la realidad y de mi propia condición; podría pedirte que me esperases mientras trato de vencer mi cobardía y mis temores, pero ante la imposibilidad de ponerle plazo a la espera (4 semanas, 4 meses, 4 años...) no quiero que prenda en tu corazón la desesperanza de ver cómo caen lenta y parsimoniosamente  las hojas del calendario porque mi horizonte se pinte con los tonos negros de mis temores ante la posibilidad de que mundo de sueños y mundo real confluyan en un cruce de caminos donde ....................¿qué?
No me duele quererte, me duele separarme de ti, huyendo de la intensidad de mis propias emociones.
Cuando pienses en mí, si alguna vez llegas a hacerlo, no me juzgues con dureza porque en el fondo mi adiós es el resultado de la inseguridad que me produce tratar de convertir en hechos del mundo real los sueños del mundo virtual.
Cuídate. Te dejo lo mejor de mí mismo.
Dejarse llevar por las manos inconsistentes de un sueño en busca de atrapar el reflejo de sensaciones en el espejo de la ilusión o dar un paso atrás para ampliar el campo de visión mejorando la perspectiva y filtrando los reflejos en el tamiz de la realidad espacio temporal. Necesidad de creer que la actuación del mago es verdadera magia, que las palomas salen del sombrero vacío y que, ajena totalmente a ello, detrás de tu oreja albergabas una moneda; ilusión de seguir manteniendo la creencia de que los reyes magos llegan cada noche del 5 de enero aunque Baltasar lo haga con la cara negra y el cuello blanco.
El sueño del café para dos en taza grande de desayuno  (uno solo negro y el otro con una nube de leche),  el zumo de naranja, las tostadas y dos cucharillas, la realidad lo convertirá en sólo un café con leche corto de café y una cucharilla, tomada en el solitario abandono del sofá con los ojos clavados en el techo donde se dibuja, blanca y gris, la sombra de lo que pudo ser, no fue y nunca podrá ser; espacio y tiempo pintan la realidad con tonos de tristeza y soledad mientras un nudo en la garganta te impide respirar, una opresión en el estómago te hace sentir nauseas y percibes el corazón en una mano ajena que lo aprieta hasta hacerlo reventar.

INFIERNO

Triste es tener que aferrarse al recuerdo  aunque su presencia indique que hubo vida, (mejor vida que recuerdos aunque los recuerdos ayuden a vivir ¿no serán quizá el comienzo del morir?)
Dilema que resolver: seguir alimentando el sueño y no dejarlo ir o retirarse con la herida abierta, sangrando, llena de sal dejándolo marchar. Los dilemas siempre producen desasosiego, dudas permanentes: decidir o dejar que el tiempo decida por ti, acallar las dudas o dejar que se manifiesten, abrir el corazón y llorar o dejarlo cerrado y callar.

En ese punto se había quedado entonces: pegada a la tierra, amarrada a la duda, atada a la ilusión hecha añicos. Y ahora, de nuevo, tocaba pensar en volver a empezar....¿o quizás no?

Luis Miguel Gonzalez García