Cajón de Sastre por Luis Parreño Gutiérrez (I)

UN SENCILLO CAFÉ

El Presidente pidió un café. Su secretario se apresuró a acercarse al hueco expendedor de la pared y transmitir el deseo del Presidente.
Pero contra todo lo que debería suceder no apareció el café. El hueco se mantuvo silencioso y ante la impaciencia del secretario, que volvió a repetir la orden, nada sucedió.
El Presidente, absorto en la pantalla de su escritorio portátil, volvió a insistir  en su deseo y el secretario, impotente, negó con la cabeza.
El tiempo transcurría y el café no llegaba. El Presidente, cansado de esperar, se levantó de su silla, salió a la puerta de su despacho y convocó a su secretaria para dictarle una orden.
“Es intolerable que en una sociedad tan altamente eficiente como la nuestra se produzcan este tipo de fallos, de modo que convoque urgentemente a todos los vicepresidentes y que alguien me aclare qué es lo que está fallando.”
Tras una reunión en la que se constató que habían fallado todas las máquinas expendedoras a nivel global, el Presidente, ya sin café, exigió conocer cuál había sido el motivo de dicho fallo.
Se volvieron a reunir en estamentos cada vez más bajos: vicesecretarios,  directores, gerentes, técnicos, mandos intermedios, cuadros, etc. y todas las reuniones tenían una conclusión común: el sistema no funcionaba.
Alarmado, el Presidente pidió un censo de población activa a su ordenador y en breves momentos los datos empezaron a llegarle como por arte de magia:
Población mundial: N millones de personas.
Personal de administración: M millones de personas
Personal operativo: O millones de personas.
El ordenador tras este último dato permaneció en suspenso, esperando una nueva orden. El Presidente volvió a convocar a los vicepresidentes y comprobaron que los datos eran totalmente correctos. Se comentó que el mismo problema se había producido a todos los niveles sociales: en alumbrado, transportes, distribuciones, etc. pero nadie tenía ni idea de lo que estaba sucediendo.
Aunque el dato estaba delante de todos ellos, no fueron capaces de entenderlo y tras muchas reuniones fallidas de todos los estamentos gubernativos, se temió lo peor, lo innombrable, lo que todos habían sospechado pero ni siquiera mencionaban: el colapso general.
En una sociedad tan tecnificada, con tantos responsables a la cabeza, con una cadena de mando tan eficiente, con personal altamente especializado, nadie se percató de que esto podía suceder y cuando saltaron todas las alarmas tardaron demasiado tiempo en encontrar al responsable. Y cuando lo encontraron era tarde.
En un oscuro rincón, donde todas las ramificaciones electrónicas y de energía parecían converger, yacía muerto en el suelo, rodeado por una corte de animales de compañía,  un extraño personaje.
A su lado había un jergón, un viejo electrodoméstico que apenas si era reconocible y un reloj despertador con varios siglos de antigüedad, al que para que marcara la hora había que accionar con un sistema de cuerda.
El extraño personaje, un anciano de edad incalculable, vestía un raído traje y se encontraba tumbado boca abajo, con la mano extendida hacia un panel en el que había dos viejos pulsadores incoloros, también reliquias de un lejano pasado.
Sobre ambos pulsadores, con una primorosa letra, había escritas dos palabras:   
START    -     STOP
- Fin -
Nota: La letra O y el nº 0 a veces se usan indistintamente. Cualquier parecido con la realidad es fruto exclusivo de la casualidad.