Concurso de relatos de Navidad por Mª del Carmen Salgado Romera "Mara"
Luces de Navidad
-Papá, ¿por qué en Navidad hay
tantas luces?
-Verás –le dije a mi hijo
sentándole en mis rodillas, sin saber aun lo que le iba a contestar-. Hace
muchos años, por un estrecho camino que
subía entre prados vallados con postes y alambre de espinos, caminaba una mujer
anciana que, para protegerse del frío,
tapaba su boca alzando una punta del enorme pañuelo gris con el que
llevaba cubierto su cabello plateado.
Daba traspiés cuando tropezaba con las piedras o los baches. Cada vez que los perros la distinguían se acercaban al borde del camino ladrando,
pero cuando ella les miraba con sus ojos grises movían el rabo e iban un trecho
a su lado.
La mujer pasaba por delante de
aldeas, de granjas, de chozas de pastores, siempre por el camino en cuesta que
llegaba hasta la cima de una montaña y seguía flotando sobre el aire hasta
llegar a otra montaña y culminar su cúspide. Cuando, así, alcanzó el punto más
alto del Universo, una estrecha meseta en la que unos insectos bellos como
ángeles revoloteaban alrededor de las
flores, se sentó a descansar y abrió su zurrón. Dentro llevaba miles y miles de
estrellas que lanzó hacia el aire para que la luz llegara al planeta de los hombres, porque había visto entre ellos
gran oscuridad. Luego, abrió un frasco lleno de un líquido blanco, con sabor a
jarabe, y lo bebió de un sorbo.
Cuando el líquido llegó a su
interior, la mujer resplandeció, se
convirtió en un cometa y voló alrededor de la Tierra. Su cabello plateado
apuntaba hacia el pequeño lugar donde dicen que se escucha el latido del
corazón del planeta y su pañuelo,
transformado en una cola chispeante,
guiaba a los Magos y pastores hacia allí, mientras anunciaba cantando que
habían llegado ya los anhelados tiempos
de Paz.
-Papá… ¿Venía a anunciar que en
un sitio pequeño daban helados a la gente que no reñía?
-Algo así: Venía a decir que si las personas
dejaban de reñir entre ellas todo sería mucho mejor.
- ¿Y crees que alguien la oyó?
-La primera vez, pocas personas.
Por eso siguió volviendo por Navidad un año y otro año y otro año… para
recordárnoslo y ahora hay ya sobre la tierra millones de estrellas.
-Oye, papá… yo quiero ver a esa
señora.
-Hijo, no sé dónde está ahora,
pero lo que sí puedes hacer es escuchar su música. Cierra los ojos –Él cerró
sus párpados hasta que sus pestañas se besaron y se acurrucó, confiado, contra
mí-. ¿Qué oyes?
-La tele del vecino.
-¿Y más allá de la tele?
-Los coches de la calle.
-¿Y más allá de los coches?
Mi hijo no me respondió, pero por
su sonrisa supe que estaba escuchando en su sueño la música de las estrellas.
Me emocioné al verlo tan inocente, tan pequeño entre mis brazos y recordé una canción que dice que, un día,
todos los hombres uniremos
nuestros corazones en un solo corazón que latirá al compás del corazón de la Tierra.
Mara