Concurso de relatos de Navidad por Mª Evelia San Juan Aguado
CUENTO DE NAVIDAD
−Anda, hermanita, espabila, que vamos a
llegar tarde al cole.
−Tranqui, ya casi estoy lista. Deja que
me ponga estos prendedores y salimos escopetadas.
−¿Te acuerdas de que este finde nos toca
estar con papá?
−¡Ay! ¡Es verdad! ¡Qué fastidio! Voy a
decirle a mamá que no quiero ir, o mejor, se lo decimos las dos y no vamos…
−Eso es imposible, Lara, sabes que
tenemos que ir a su casa, tan pequeña que no caben ni los juguetes que
llevamos… Oye, se me está ocurriendo que podemos pedirle los regalos de
Navidad, a ver si esta vez nos hace caso. Siempre se está quejando de que no
tiene dinero, pero mamá dice que para andar todo el día por los bares no le
falta. Yo me voy a pedir la “Acampada
feliz” de Peppa Pig. ¿Y tú?
−Pues yo me pido el “Palacio Princesas y
Hadas” de Pin y Pon. Ya verás qué bien nos lo vamos a pasar juntando a todos en
el juego. Pero empiezas tú, que para eso eres mayor.
−Bueno, pero tienes que portarte bien con
él, no hacerle enfadar. Si empiezas a pedirle chuches y que nos lleve a Parque
Principado se va a cabrear. Nos dirá como siempre que no sabemos más que pedir
y ya no podremos hablarle de los juguetes. Tienes que ser lista y decirle que sí
a todo, ¿vale?
−Vaalee…tenemos que conseguirlo, mamá no
puede gastar tanto mony. A ella le pediremos “cosas prácticas”, como siempre
nos dice.
−Niñas, ¿sabéis qué hora es? Vamos ya,
que os van a cerrar la puerta del cole por llegar tarde…No olvides la cartulina,
Mamen. Y tú, Lara, abróchate la trenca, que ha dicho la tele que va a hacer
mucho frío… luego vienen los resfriados, la fiebre, la tos y la cama que tanto
odias.
−Sí, mamá.
−Sí, mami, pero tú también tienes que
abrigarte.
¡Uf! Hemos llegado por los pelos. Las
últimas de la fila, pero no les han dicho nada. Y ahora, a currar, Juanita, a
cuidar a la señora Manuela, que al menos ella te trata bien y acepta de buen
grado a las niñas los sábados que no están con su padre. Es un alivio poder
llevarlas y ver cómo ella se siente abuela contándoles sus historias y dándoles
una propinilla. Ojalá viva muchos años, porque he tenido mucha suerte con este
trabajo. En cambio, la escalera y el portal de los domingos, aunque sólo sea de
mañana, cada vez se me hacen más cuesta arriba, el presidente me vigila como un
ogro, no se le escapa un detalle y luego racanea todo lo que puede a la hora de
pagar, como si el dinero fuera nada más que suyo, ¡qué hombre! Me figuro a su
mujer dándole cuenta de cada céntimo que gaste. Y luego, que si echo mucho
detergente, que si el limpiacristales se pulveriza y no se chorrea, que con dos
bayetas sobra para las puertas y que las lave en mi casa… un rácano que seguro
que cuenta los garbanzos que le ponen en el cocido. Uno de estos días voy a
mirar las ofertas del periódico y como encuentre algo allá me voy de cabeza.
Las niñas han hablado del festival de
Navidad en el cole: están muy ilusionadas preparándolo. Eso significa que las
fiestas están ahí, a dos pasos; no sé cómo me las voy a arreglar para celebrar
tantos días… aunque vayamos a casa de mis padres, no puedo gorronearles todo.
Luego vienen Año Nuevo y Reyes… haré un bizcocho casero, pondré un pollo entero
al horno, les compraré un revoltijo de lo más barato; pero tengo que conseguirles
una sorpresa para la mañana del 6. Ya sé: las convenceré de que lo mejor será
pedir cosas necesarias, ya van siendo mayorcitas, tienen que comprender, no hay
más cáscaras.
Por cierto, este fin de semana les toca
con su padre. Tengo que avisar a mi hermana para que esté al cuidado –o su
marido-, que no me fío nada de él. Desde que nos separamos parece otro. Primero
se marcha a su tierra y luego vuelve, me dicen que quiere estar con sus hijas,
pero ellas vuelven siempre tristes, les habla mal de mí, las riñe por todo,
como si las llevara a ese cuchitril donde vive ahora sólo por obligación. No lo
entiendo, antes eran sus princesitas, mimos por aquí y por allá. Claro,
ayudarlas con los deberes y poner orden en casa, cosa mía, por supuesto: la
mala, yo. ¡Huy! Tan distraída voy que casi me paso de puerta…
Joaquín había venido a trabajar a la
villa para alejarse de su mujer, con quien tenía una hija. Una separación
traumática, que alivió pronto con la compañía de Juanita. Nacieron las dos
niñas, tan seguidas que casi parecían gemelas, y todo parecía marchar con
normalidad. Hasta que la maldita crisis acabó primero con su trabajo y luego
con una relación afectiva que duraba once años, parecía consolidada y se agrió
a pesar del cariño que sentía por sus hijas. Él regresó a su tierra, se instaló
en casa de su padre y emprendió una nueva vida de inactividad y bares. Pasó así
un tiempo, aislándose cada día más.
Cuando aquél le preguntaba con indirectas
acerca de lo ocurrido con “la asturiana” él se hacía el desentendido y nunca
quiso dar explicaciones. En su fuero interno echaba de menos a sus hijitas.
Un día cualquiera, sin más, regresó a la
villa, alquiló un pequeño apartamento y comenzó a “vigilar” a su ex. Se pasaba
el tiempo en los bares, tomando cafés y alcohol y no mostraba la más mínima
intención de buscar trabajo. Pronto descubrió que había un baboso –así se
refería a él- que la rondaba y encima se
mostraba cariñoso con sus niñas. Si ella lo metía en su casa, Mamen y Lara se
iban a encariñar con el otro y no querrían saber nada de su padre.
Como una ola festoneada de espuma que
avanza sin tregua hasta la playa, la ira iba creciendo en su interior, se
adueñaba de su cerebro. La Juani era la única responsable de su desgracia, una
zorra que no había sabido comportarse y debía ser castigada. Tenía que
encontrar un escarmiento ejemplar, si para él la vida ya carecía de sentido,
buscaría algo que ella no pudiera olvidar, algo que la remordiera por dentro,
algo permanente…
Al pasar por la librería, camino de su
casa, compró papel de regalo azul marino metalizado con estrellas de plata y
una tarjetita. Guardaba en el maletero del Fiat una barra, la sacó y la subió
al apartamento, para dejarla oculta en la parte de abajo del aparador del
salón.
El sábado se presentó a buscar a las
niñas más tarde que de costumbre. Ellas se imaginaban que acaso no vendría, lo
que les iba a trastocar sus planes. Tocó el timbre, bajaron rápidas y alegres y las llevó a dar
un corto paseo: “tenía la comida preparada y no quería que se les enfriase”.
Hablaron poco durante el almuerzo, pero al llegar la sobremesa Lara picó a
Mamen por debajo y ésta se decidió:
−Papi, ¿nos vas a comprar un regalo de
Reyes? Yo me pido la “Acampada feliz”, de Peppa Pig y ella el “Palacio
Princesas y Hadas” de Pin y Pon, anda, porfa, que nos hace mucha ilusión…
−Tengo una sorpresa mejor para vosotras y
sobre todo para vuestra madre…
Sacó con rapidez la barra que tenía
preparada y se empleó a fondo, con saña fría. Los golpes y gritos de las niñas
resonaron en el edificio, sin causar alarma por el momento: no era la primera
vez que sonaban voces…
Acabada la tarea,
envolvió la barra en el papel de regalo y en la etiqueta escribió: “Juani”. La
dejó sobre la mesa y salió de su casa. Subió al coche, condujo con normalidad hasta el viaducto y
sin pérdida de tiempo se arrojó al
vacío.
Mª Evelia San Juan Aguado