Homenaje a Isaac Rosa por Alejandro Alonso Cabrera "Jany".


CONFESIONARIO

- Ave María purísima.
-Sin pecado concebida, el Señor esté en tu corazón para que puedas arrepentirte humildemente de tus pecados.
-Señor tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero. Hace una semana que no confieso, y peco. Necesito el perdón pues esta semana ha sido dura.
-Dime hijo, cuáles son tus pecados.
-He pecado contra el séptimo, el octavo para cubrir el séptimo, el noveno y el decimo.
-Puedes ser un poco más explicito, hijo.
-He deseado algo que no tenía y sí tenía mi vecino. Aquí, he pecado contra el decimo mandamiento. Tras mucho rondar, he entrado en una tienda y cometido un pecado contra el séptimo, he robado. Pero alguien me ha visto y tenido que pecar contra el octavo, he usado todas las excusas y mentiras posibles. Y he deseado que la persona que me delató sufriera algún percance, por lo que he pecado contra el noveno.
-No hijo, contra el noveno, no. El noveno dice que no consentirás pensamientos ni deseos impuros.
-¿No es impuro desear la muerte de alguien?
-Cierto, así es, pero es más pecado sobre el quinto mandamiento, “No matarás”. El sólo deseo de querer ver muerta a otra persona, es como si la mataras realmente. Aunque sea un pensamiento impuro, yo, desde ni fe, creo que es como pecar contra el quinto mandamiento.
-Da igual si el décimo o el quinto, necesito el perdón.
-¿Has devuelto lo robado?
-No, padre, aquí lo tengo. No tengo valor, quiero decir, tengo miedo de devolverlo, no quiero ir a la cárcel. Necesito que alguien anónimo se haga cargo de devolverlo.
-Y ese alguien en el que has pensado, ¿acaso soy yo?
-Padre, me haría un favor grandísimo, he reconocido mis faltas y deseo el perdón.
-Pero hijo, eso no está bien. Para ganarte el perdón de Dios debes asumir tus culpas.
-Yo asumo mis culpas, pero no puedo asumir la cárcel. ¿Cómo podría explicárselo a la policía sin ir a la cárcel? ¿Volver a pecar contra el octavo mandamiento?
-No debes mentir, pero has de entender que mi cometido en esta vida es ser ejemplo de rectitud moral, enseñar y aprender de nuestro Señor Jesucristo y predicar la palabra de Nuestro Señor.
-Lo entiendo muy bien, al igual que debe hacer el bien al prójimo, ¿y que mejor bien que entregar esta pistola por mi?
-¡Dios mío! ¿Una pistola? ¿Pero cómo…
-No se altere padre, el cañón está apuntando ahora mismo a su corazón. Yo que usted me pensaría sus palabras.
-Pe... pero hijo…
-Quizá como excepción yo podría dejar la pistola junto al altar y usted podría, cuando me haya ido, recogerla y llamar a la policía.
-¿Has usado la pistola?
-Desde luego, ese pecadillo contra el quinto mandamiento me lo estaba reservando para el final.
-¡Has matado! ¡Dios mío!
-¿Para qué es un pistola si no para matar a alguien? Y matar a quien se lo merece no debería ser tanto pecado, ¿verdad padre? También mataron a Jesús, ¿se acuerda? ¿Qué culpa tenía él?
-¡Oh Dios mío! ¡Ha asesinado!
-Un momento, padre, hay diferencia entre asesinar y matar, y yo no he asesinado a nadie. También se mata en las guerras y no es asesinato. Igual que yo. Sólo he matado, no he asesinado a nadie. Eso sí que es grave.
-No, yo no…
-Quiero que ahora se tranquilice y piense en mis palabras. Dejaré la pistola sobre el altar, y cuando yo haya desaparecido de su iglesia, usted la cogerá y se la entregará a la policía. ¿Entendido?
-Sí, sí, claro.
-Parece que nos vamos entendiendo. Pero, padre, ¿qué hay de mis pecados?
-Tus… tus pecados, ¿estás arrepentido hijo?
-Me arrepiento de mis pecados desde el séptimo al decimo, no del quinto.
-Eso no puede ser, así no puedo darte la absolución, debes arrepentirte de todos los pecados, si no Jesucristo Nuestro Señor no podrá perdonarte. Arrepiéntete hijo.
-No creé que si Jesús ve mi obra, no me perdonaría también.
-Pecar contra el quinto es muy grave, y no hay excusa posible, ni aquí ni en una guerra.
-También la iglesia hizo alarde con la inquisición del asesinato y ellos mismos se perdonaron. ¿Cómo no va a perdonarme Dios si lo mío ha sido justicia?
-¿Justicia? Sólo hay una justicia y es la Divina, la justicia del hombre, en ocasiones está equivocada, aunque nosotros estemos…
-Lo ve, me está dando la razón. Yo he hecho justicia Divina.
-No, sólo Dios puede hacer justicia Divina.
-Sólo he seguido los mandatos de Nuestro Señor.
-¿Me matarías si yo ahora no quisiera hacer lo que me pides?
-Por favor, no me venga ahora con juegos. Acaso sabe usted, padre, si no ha sido el propio Jesús, hijo de nuestro Dios, el que me ha ordenado acabar con su vida. Son los designios de Nuestro Señor.
-No creo que Dios quiera que acabes con mi vida.
-¿Usted cree que Dios no quiere que yo, pecador, acabe con otro pecador?
-Sé que todos pecamos y me incluyo a mí también, soy un pecador, ¿pero porqué iba querer matar a su siervo?
-¿Por no seguir sus designios?
-Pero sus designios no son los que tú quieres.
-¡Cómo puede decir eso! Ahora mismo estoy en una disyuntiva, me perdona y Dios a través de mí le perdona o Dios me hace arrebatarle la vida. Y eso implicaría tener que ir a otra iglesia y a otro confesor, y usted, padre, me cae bien. No quisiera tener que matarle.
-No por favor, intercederé por usted y mis rezos irán encaminados a pedir su cordura y su absolución, pero yo no puedo darle el perdón, ha de ser Dios nuestro Señor.
-¿Piensa que porque Dios me ha hablado no estoy cuerdo? ¿Y su Papa? ¿No le habla Dios o la Virgen o el Espíritu Santo a su Papa? ¿Acaso él, el Papa, está loco? ¿Es eso lo que está diciendo?
-No por Dios, no malinterprete mis palabras. Lo que quiero decir es que sus actos vean la luz y vayan por el buen camino.
-Eso hago padre, eso hago. Y ahora creo que ya puede perdonarme los pecados.
-¿Te arrepientes de tus pecados hijo?
-Ya lo sabe.
-Por favor responde a mi pregunta.
-Jesús hijo de Dios, apiádate de mí que soy pecador.
-Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
-Amén.
-Puedes ir en paz.
-Ahora se esperará aquí cinco o diez minutos y yo habré desaparecido, y no se olvide padre de nuestro acuerdo, porque de no ser así, entonces volveré y pecare contra el quinto, el sexto, el séptimo, el octavo, el noveno y el décimo mandamiento. Ya sabe que usted me cae bien, y no quisiera tener que buscarme otro confesor.
-Así lo haré. Puedes ir en paz.
-Padre, ¿qué hay de la penitencia? No es justo que me largue sin más, tendré que realizar algún acto de penitencia.
-Claro, claro. Déjame pensar un momento.
-Lo que haga falta.
-Bien, reza un Padre Nuestro y dos Ave Marías.
-¿Nada más? Pues sí que es usted barato con las penitencias.
-Yo rezaré por ti, hijo, y por el perdón de tus pecados. Ahora, puedes irte.
-¿Me está echando?
-No por Dios, cómo puedes pensar eso. Tu pecado es tan grande que no puedes llevar tú solo esa carga. Dios nos enseña en la bondad humana, en ayudar al prójimo, en el reparto de cargas aunque éstas no sean justas.
-Bueno, si usted lo dice, pero de todas formas me parece poca cosa. ¿Puedo hacerle una pregunta?
-Dime hijo.
-Y si me acuesto con la mujer de mi vecino, ¿Qué penitencia me pondría?
-Lo mismo hijo, lo mismo.
-Entonces apúnteme otro Padre Nuestro y otras dos Ave Marías porque tengo que consolar a la viuda y así ahorramos otra confesión.
-Pero aún no lo has hecho, ¿verdad?
-No, aún no.
-Pues estás a tiempo de no hacerlo, de no pecar contra la ley de Dios.
-Lo sé, padre, pero entonces no habría robado la pistola y todo lo que sucedió después.
-Pero eso aún lo puedes evitar.
-No padre, ya no lo puedo evitar, es irremediable.
-Si aún no cometido el pecado estás a tiempo de evitarlo.
-¿Para qué? Ya he pecado, tengo que terminar de pecar.
-Entonces, ¿para qué has venido hoy a confesarte si aún no has acabado de pecar?
-Es que de esta forma lo hago más tranquilo, sin remordimientos ni culpas. Y acláreme una cosa, ahora pecaré contra el sexto, el octavo, el noveno y el décimo, ¿no es así?
-Contra el octavo no.
-No padre, contra ese sí, he de mentir como un bellaco para que caiga entre mis brazos.
-Está bien, dejémoslo ahí. Yo te absuelvo de tus futuros pecados.
-Entonces, ¿dos Padre Nuestros y cuatro Ave Marías?
-¡Un credo! Un credo también.