Doce cuentos para trece meses por Jesús Salgado Romera


LA CASITA DE CHOCOLATE –VERSIÓN DE JESÚS SALGADO

Hansel y Grettel llevaban horas caminando. El grupo de refugiados,  por el arcén  de la carretera durante horas, era una cola interminable. Con el paso del tiempo, Hansel iba quedándose más retrasado, sus pies le quemaban y apoyar cada paso era un suplicio. Grettel se quedó a su lado, animándole mientras no dejaba de mirar la gabardina de su padre, como punto de referencia, aunque cada vez más abrigos se interponían entre ellos. 
Una camioneta de la Cruz Roja avanzaba lentamente y Hansel abrió los brazos para que le tiraran una botella de agua. Cuando fue a recogerla le auparon. También a su hermana al darse cuenta de que iban juntos, dándoles  un bocadillo que comieron apresurados, preocupados de volver a  bajarse.
La médico dijo algo con voz suave y autoritaria mientras sacaba las sucias deportivas de Hansel y contemplaba las ampollas de sus  pies. Comenzó a curárselas.  La camioneta no paraba e iban adelantando la fila de caminantes. Grettel se angustiaba por no localizar a sus padres,  decía en voz baja  : "Hansel, los vamos a perder".
Así sucedió. Estuvieron no más de quince  minutos. Por señas, indicaron que querían bajarse y que se quedarían parados hasta que papá, mamá, la abuela y el pequeño pasaran frente a ellos.
Pero no les vieron, parecía imposible. Atardecía y Grettel tuvo la idea de atajar a través de una pequeña colina para avanzar hasta la cabeza de la comitiva y allí hablar con el controlador jefe de la marcha. 
La carretera no estaba oculta tras la colina, tal como pensaban. Anochecía. Estaban perdidos. Se acurrucaron en la cuneta, al pie de un árbol, protegidos uno contra otro, tratando de conservar el calor. 
Un coche interrumpió su duermevela, enfocándoles directamente. Deteniendo su marcha,  una mujer joven se apeó y acercándose a ellos les habló rápido en dos o tres idiomas extraños, hasta que Grettel contestó con el poco inglés aprendido en la escuela: "Nosotros perdidos. Mañana buscar padre y madre, ellos caminan por la carretera, con abuela y hermano más pequeño".
Con gestos amables, la mujer les fue guiando hasta el coche. Ellos se dejaron llevar hipnotizados por la dulzura de su voz, aunque no captaban sus frases. El cansancio hizo mella enseguida y con el calor de la calefacción quedaron profundamente dormidos.
Grettel despertó  en una camita de sábanas limpias,  una habitación de paredes de pino, oliendo a madera. A su lado en otra camita igual, su hermano  ¿Quién les había quitado sus ropas y acostado? 
Bajó descalza los escalones de madera para, guiándose por el olfato, llegar a la cocina donde una mujer de anchas caderas y faldas largas se afanaba en el fogón.  A su lado, un gato negro lamía sus patas delanteras. Al percibirla, corrió a esconderse, lo que hizo que la mujer se volviera, hablando a Grettel en su extraño idioma. Sonriendo y señalándole la mesa: Había un copioso desayuno, un rico chocolate, tortas,  bizcocho, frutas...
No había señales de la mujer joven del día anterior y esta señora desconocía las palabras inglesas que Grettel trataba de pronunciar. Afable, le señalaba que comiera, lo cual hizo. Después le indicó que continuara durmiendo, pues tenían que estar cansados. Le acompañó a la habitación, ahuecó la almohada, alisó ligeramente las sábanas y le indicó que se tumbara, arropándola.
Debieron pasar muchas horas hasta que volvió a despertar. Abrió los ojos y vio vacía la cama de Hansel. Despacio, bajó las escaleras para descubrir a su hermano sentado a la mesa, comiendo un buen trozo de pastel de chocolate y frutas confitadas, con un enorme vaso de leche.
 -¿Qué ha pasado, quiénes son estas personas?-preguntó.
-No sé, sólo hay una señora,  es  simpática, no habla nuestro idioma. Come -sugirió Hansel, hablando  con la boca llena.
-¿Dónde está ahora?
-Salió a coger huevos de sus gallinas, me dijo por señas. Cerró la puerta por fuera, con llave.
-¿Dónde está el cuarto de baño?  Me urge....
-A la vuelta de la cocina, Grett.
La niña hizo uso del servicio. Al salir, mientras estaba pendiente de oir el ruido de la llave en la cerradura, decidió inspeccionar la casa. ¿Tendrían ordenador?  ¿A quién mandaría un mensaje?  La situación le tensaba, sus padres tenían que estar preocupados...
La puerta estaba entornada y empujándola, entró. Una mesa de ordenador, apagado. Estanterías con carpetas voluminosas. Todo  limpio y ordenado. En la pared, un mapa. Diferentes flechas marcaban con rotulador puntos de unión entre localidades... Y fotos. Todas de niños. Al menos veinte fotos. Algunas unidas por chinchetas a otra foto de gente adulta.  ¿Qué era esto?
Otro cartel tenía la foto de una pareja abrazando a un niño que claramente era de otra raza. PROGRAMA DE ADOPCIÓN, supo interpretar.
El tintineo de la llave en la cerradura le hizo reaccionar, saliendo rápidamente al pasillo y haciendo como que volvía del cuarto de baño.
La mujer entró con la cesta donde recogía los huevos, mezclados con paja. Sonriendo le indicó que se sentara a comer y, de inmediato, comenzó a sacar una empanada del horno. La bebida, servida en unos vasos enormes, era una especie de zumo dulzón. Al acabar de comer Hans estaba otra vez somnoliento. ¿Habrían echado algo en la bebida o Hans estaba aún sumamente cansado?  Grettel tenía los sentidos alerta y había procurado comer lo menos posible, pese a los gestos de insistencia de la mujer. Aunque ahora, imitando a su hermano,  hacía alarde de estar cansada. Cada vez más.
Nuevamente en la cama, analizó la situación. Tenían que salir de allí. Hans, dada su corta edad, no entendía lo que pasaba y no se planteaba nada. Ella debía pensar por los dos.
Al día siguiente comenzó a granjearse la confianza de la mujer ayudándola en todas las tareas posibles,  aunque ella volvió a cerrar la puerta con llave para atender a las gallinas. A estas alturas, Grettel ya había averiguado que las ventanas de la planta baja tenían barrotes por fuera y que el tragaluz de la habitación donde dormían no se podía abrir. Estaban encerrados.
Por la tarde tuvieron visita: La mujer joven apareció muy cariñosa con una bolsa de chocolatinas y ropa nueva para ellos, amén de dos grandes cajas con toda clase de alimentos. Les hizo fotos, estuvo una media hora en la habitación del ordenador y volvió a marchar después de hablar brevemente con la mujer mayor.
La señora disfrutaba cocinando. Enseñar a Grettel a amasar, mezclar los ingredientes y hornear también era algo satisfactorio para ambas, pese a la dificultad de no poder hablar el mismo idioma. Hans estaba siempre adormilado. Jugaba con el gato, se sentaba dócilmente  a la mesa aunque ya no tenía tanto apetito y era la mujer quien pacientemente le daba la comida a cucharadas.
Gracias a su puesto de pinche pudo observar como la mujer sacaba un frasquito de su delantal, vertiendo una cantidad de polvos blancos en la comida y bebida a escondidas. Era eso, pues, lo que les tenía sin ganas de protestar o salir al exterior. 
Grettel cada vez comía menos, sus raciones las escondía para tirarlas en el cuarto de baño. Aún con todo tendrían que hacerle efecto, salvo que su estado de alerta superaba la química a la que estaba sometida. 
Llevaban así ya más de dos semanas. Mientras su hermano estaba atiborrado, con su carita cada vez más redonda y marcando una leve tripilla,  ella estaba cada vez más demacrada, aunque la mujer parecía no tener ojos más que para Hans.
Llegó el día en que Grettel vio la ocasión de dejar caer parte de la cazuela de  agua hirviendo en la falda de la mujer, que gritó y se tiró al suelo, retorciéndose. Ella aplacó su dolor con varios jarros de agua fría, aprovechando a desatar su delantal, que empujó a un rincón de una patada. Mientras se cambiaba las ropas húmedas, Grettel vació el frasco de polvos en un vaso, sustituyendo su contenido por la mezcla de harina y sal que ya tenía preparada y escondida.
Cuando volvió, aún dolorida, Grettel le hizo toda clase de de carantoñas y zalemas, mientras le pedía disculpas de todas las formas posibles, forzándola a sentarse y sirviéndole un plato de puré con todo el contenido del frasco.
Esa noche entró en su dormitorio y, comprobando que estaba profundamente dormida, le sustrajo las llaves y huyó con la leve luz de la luna, junto a Hans y una buena bolsa de provisiones.
Tendrían que encontrar una carretera principal y, con un poco de suerte, parar a cualquier coche oficial, Policía o de la Cruz Roja. De momento, habían conseguido salir de aquella casa.