Doce cuentos para trece meses por Mar Cueto Aller


ALAN Y SU MARAVILLOSO REGALO

Todos los domingos por la mañana solían darse un paseo por el rastro. Ella tenía muy buen ojo para encontrar gangas y él dominaba el arte del regateo. Pero aquel día la mujer se quedó en casa preparando la comida para compartir con sus invitados. Mientras su marido deseaba encontrar algo especial para sorprenderla con su regalo. Después de dos horas infructuosas se detuvo ante un puesto de antigüedades.

-¡Oiga! ¿Cuánto vale aquella pequeña lámpara?

-¿Pequeña? ¿Está de broma? La única lámpara que tengo es esa de pie, del siglo XIX,  que tiene el cartel de 900€ porque está ligeramente estropeada y hay que restaurarla.

-¡No, hombre! Yo me refiero a esa pequeña que parece la del cuento ese de los 3 deseos.

-¿Me está hablando de esta salsera metálica del siglo XIX? Pues, por ser para usted, se la dejo por 300€. ¡Toda una ganga!

-¿Qué  dice? Por ese precio me compro toda una vajilla. Yo, como mucho, le daría 100€ y eso porque me ha gustado su forma que me recuerda a la famosa lámpara de Aladino.

-¡Mire! Me ha caído usted bien. Me ha hecho gracia eso de que llame lámpara a la salsera y se la dejo en 250€.

-¡Eso es mucho por esa cosa tan pequeña! Yo más de 125€ no los daría ni loco.

-¡Usted me quiere buscar la ruina! Mire, 225€ y es para usted.

-¡Ni hablar! Yo más de 150€ no se los puedo dar ni aunque quisiera. Si le parece bien me la llevo y si no ya buscaré otra cosa. Aunque lo siento porque me ha gustado el cachivache este. ¡Vamos, que me ha hecho gracia!

-Ni “pa” usted, ni “pa” mí. 200€ y no se hable más. ¿Se la envuelvo para regalo?

-¡No, mire! Yo no llevo encima más de 150€ si me la vende por ese precio me la llevo, si no, me voy y se acabó …

-¡Bueno, ande! Pero que conste que pierdo dinero. Se la dejo así por ser para usted, porque me ha caído bien, pero le digo de verdad que con esta venta estoy perdiendo dinero.

Alan cogió su paquete envuelto en papel dorado con una cinta roja y se fue muy satisfecho a su casa. Estaba seguro de que a su esposa le iba a gustar y aunque anhelaba ver su cara de sorpresa esperaba entregarlo en la sobremesa delante de sus invitados para compartir su regocijo y encanto. Lo que no esperaba era encontrarla en la cocina sentada en una silla secándose las lágrimas con un enorme paño. Su desconsuelo era tan grande que no atinaba a contarle lo que le sucedía. De su garganta solo salían hipidos y ruidos ininteligibles.

-¿Qué te pasa, mi amor? ¿Acaso se te ha quemado el asado? Si es así no te preocupes. Yo te puedo ayudar a pelar patatas y batir huevos con los que haremos unas deliciosas tortillas que a todos les encantarán.

-No, no, no es eso-atinó a decir la mujer ante las palabras tranquilizadoras de su esposo-es que se me ha roto la salsera y no tengo donde servir mi salsa de sofrito de tomate al vino. Y sin ella a nadie le va a gustar ni el asado ni la guarnición.

-Pues ponla en un tarro.

-Eso, quedaría fatal- dijo la mujer volviendo a soltar su desesperada llantina.

-¿Sabes una cosa? Que no tienes por qué disgustarte tanto. ¡Estás de suerte! Porque si tan importante es para ti el tener una salsera para tu buenísima salsa, ahora mismo te puedo dar tu regalo. Esperaba dártelo a los postres, pero veo que es mejor que lo haga ahora.

Sacó su regalo y entre llantos y lamentos su mujer consiguió abrirlo. Como no sabía lo que era su cara reflejó la más rotunda estupefacción. Pero al momento su llanto se convirtió en risas y se puso a besar con entusiasmo a su marido.

-¡Eres maravilloso, Alan! Me has regalado la lámpara de Aladino para que me conceda tres deseos. Pues el primero es tener una salsera en la que mi salsa tenga tan buen sabor que les guste a todos los que la prueben y nadie se queje ni de que está sosa ni de que está dulce ni de que está fuerte como siempre hacen algunos de los invitados.

-¡Pero no les hagas caso! No ves que lo hacen para fastidiarte. En el fondo, a todos les gusta, por eso siempre se la comen. ¿Tú crees que si no les gustase se la comerían...?

-¡Tienes razón! Mi segundo deseo es que ni mis padres, ni los tuyos, ni ningún invitado se quejen ni discutan por nada. Me fastidia que tus padres digan que no te cuido y que los míos se quejen de que no eres atento y todas esas discusiones que se originan siempre.

-¡Pero si son tonterías! ¡Qué más da que digan bromas tontas! Lo importante es que nos queremos y nos cuidamos y ya está...

-Y mi tercer deseo es que siempre te guste comer conmigo y que prefieras las comidas que hacemos nosotros a las que se hacen en cualquier otro sitio.

-¡Pero cielo, eso no hace falta que lo desees! Por supuesto que nuestras comidas son las que más me gustan. Nadie, como nosotros, sabe encontrar el punto justo que más nos agrada en cada plato.

Después de explicar que aquello no era la lámpara del cuento, sino una salsera, se pusieron a preparar la mesa. Llegaron los invitados y la comida transcurrió sin ningún incidente. A la comida siguió la velada. Se abrieron los regalos a excepción del que ya se había estrenado y todo sucedió de modo armonioso y apacible.

-Ha sido un día excelente-dijeron los padres de Alan al despedirse-.Ya estamos deseando volver a veros en otra celebración.

-Sí, ha sido una velada encantadora-asintieron los suegros-.A ver si pronto nos volvemos a reunir todos juntos de nuevo.

Los demás invitados se despidieron usando frases muy parecidas. A la mujer de Alan le dio la sensación de que aquella salsera debía de poseer un verdadero genio porque realmente se habían cumplido sus tres deseos.

-Habrá que tener cuidado con lo que se desea,-dijo Alan-podría ser que se llegase a cumplir....

Mar Cueto Aller