Doce cuentos para trece meses por Alejandro Alonso Cabrera-Jany-


Cuentos desde la Roca

Érase una vez tres hermanos que fueron abandonados por su madre y que corrieron diversa suerte. Por supuesto que todos ellos tenían nombre, y era, de mayor a menor, Bigpig, Mediumpig y Smallpig.
El más pequeño fue un ser marginal y todo porque tenía doble personalidad.
El mediano, pese a su esfuerzo no llevó una vida muy acomodada, trabajaba mucho y ganaba poco, tampoco le interesaba hacer fortuna, era feliz con lo que tenía.
El mayor hizo fortuna, aunque, como bien dice el dicho, todos los tontos tienen suerte.
Y aquellos tres hermanos crecieron…
Veamos cómo les va a día de hoy.
Por ahí tenemos a Smallpig que viene cantando por ese camino que lleva al alto de la montaña. Oigamos qué canta:
Qué felices seremos los dos, / y qué dulces los besos serán / pasaremos la noche en la luna, / viviendo en mi casita de papel”.
Ciertamente así era, vivía en una casita hecha de papel, cartones y algún trasto.
Mediumpig, más pudiente, se construyó una casa con trozos de madera; no era un palacio, pero podía vivir y le resguardaba del frío invierno. Ahora está en su casa, está contento pues está cantando:
“Y no es por superstición / ni miedo a la maldición. / Pero de todas maneras... / Tocar madera”.
Bigpig sí que tenía recursos, y por esa razón se construyó una casa en toda regla, de ladrillo y vigas, con puerta blindada y todas esas cosas que protegen y aíslan a los ricos.
Aunque mal no se llevaban, casi se podía decir que el contacto entre ellos era más bien escaso.
Un día apareció por el lugar un trajeado del gobierno, hambriento y sediento, de grandes papeles y letras pequeñas, y mayores bolígrafos. Recorrió el lugar en busca de presas fáciles y observó que Smallpig era una presa fácil. Le persiguió y cuando éste se encerró en su casa, desde la puerta le dijo:
-Me llamo Wolfevict y te ordeno que salgas de casa ahora mismo o mis máquinas derruirán tu miserable chabola. Estás en un terreno urbanizable y tengo una orden y sé cómo usarla.
Smallpig habló consigo mismo y se dijo: “Hemos de ir a casa de mi hermano, él nos resguardará”. Y dicho y hecho, corrió y corrió y le pidió a su hermano que le ayudara.
-Hermano, nos persigue un agente del gobierno y necesito que nos ayudes, que nos dejes entrar a tu casa.
-¿Tú y quién más?
-No, sólo a nosotros.
-Perdona, hermano, se me olvidaba que sois dos, pasad, aquí estaréis seguros.
Pero lo que no sabían los dos hermanos era que el agente sabía seguir muy bien el rastro, por lo que al poco tiempo estaba aporreando a la puerta de la casa de madera de Mediumpig.
-Señor Mediumpig, tengo una orden para desahuciarle, haga el favor de abandonar la casa o mis máquinas, que están preparadas, derruirán esta miserable chabola.
-No serás capaz –gritaron desde dentro los dos  o los tres, no sé sabe.
-Tengo una orden y sé cómo usarla.
-Lo tengo todo en orden, pago el agua, la luz, el alcantarillado, la basura, y hago la declaración.
-¿Y el IBI?
-¿Lo “cualo”?
-¡Ajá! Te he pillado, te ordeno que abandones la chabola ya.
Dentro de la casa Smallpig hablaba con su hermano y consigo mismo, sobre todo, consigo mismo.
-Ya lo decía yo. No, tú no decías nada, el trajeado siempre busca un resquicio para arruinarte la vida. Eso decía yo. Ves, de nada sirve pagar, siempre tienes una deuda pendiente. Lo mejor será que vayamos a casa de Bigpig. Estoy de acuerdo.
A lo que también asintió Mediumpig.
Ambos hermanos salieron por la puerta de atrás y corrieron hasta la casa de su hermano mayor.
-Abre, hermano, abre, un cruel agente nos persigue y quiere acabar con nosotros.
-¿Quién osa llamar a estas horas a mi morada?
-Bigpig, somos tus hermanos pequeños y si no estuvieran en juego nuestras vidas, jamás te molestaríamos.
El hermano mayor miró por la mirilla y vio muertos de miedo a sus hermanos, por lo que decidió abrirles la puerta.
-Pasad y contadme qué ha sucedido.
-Un agente del gobierno vino a mi casa –dijo Smallpig.
-Perdón, tú no tienes casa, tu malvives en una chabola –dijo Bigpig.
-Bueno, eso. Y con sus máquinas la ha derribado –continuó contado Smallpig.
-A continuación –dijo Mediumpig- vino a mi casa, y como no había pagado el IBI, con sus máquinas ha destruido mi pequeña casita.
-¿Quién es? ¿Cómo se llama ese malvado agente?
-Wolfevict –dijo Smallpig.
-Wolfevict, ¿eh? Vaya, vaya.
El agente, que había seguido la pista de los dos hermanos, llegaba hasta los muros que circundaban la casa de Bigpig. Recorrió todo el contorno, sacó un metro y estuvo media mañana tomando medidas de aquí y de allá y comparándolas con los datos de unos papeles, hasta que por fin se decidió a entrar.
En el interior de la casa los dos hermanos pequeños estaban realmente atemorizados y su hermano mayor trataba de calmarlos.
-No temáis, esta casa está hecha con los últimos materiales, fuertes vigas, ladrillos resistentes e ignífugos, ventanas blindadas, no será capaz de entrar ese malvado agente. Además siempre puede… en fin, que desistirá y se marchará.
Wolfevict llamó a la puerta, “Ding dirin dong”.
-Quién es –preguntó Bigpig- por el telefonillo.
-¿Vive ahí el señor Bigpig?
-Desde luego, ¿quién osa molestarle a estas inoportunas horas?
-Mi nombre es Wolfevict, soy un agente del gobierno.
-¿Se puede saber qué desea?
-Tengo que hablar con usted por unos datos que parecen incorrectos en la construcción de su vivienda.
-Sepa que soy un hombre muy ocupado y ahora mismo no tengo tiempo, por favor llame a mi secretaria que ella le dará una cita, el número es…
-¡No! O abre ahora mismo la puerta o la policía lo hará por usted.
-No creo que sea tan urgente, ¿verdad?
-Desde luego que sí. Abra la puerta, no se lo repito una vez más.
-Está bien, espere.
Bigpig no abrió la puerta inmediatamente, al contrario, primero hizo una llamada a su abogado para que estuviera al tanto de la situación y que se fuera para la casa. Después de un rato, abrió al fin la puerta.
-Ya era hora de que abriera.
Aún le quedaba un trecho al agente hasta llegar a la puerta de la casa, donde Bigpig le hizo esperar un rato más hasta que abrió la puerta.
-Identifíquese –le dijo Bigpig.
-Usted también –contesto el agente.
Ambos sacaron de sus carteras sus identificaciones, se las intercambiaron, se miraron y se las volvieron a cambiar.
-Bien, ahora que está usted identificado, -dijo Bigpig- ¿qué quiere?
-Según los datos que constan en el catastro y que obran en mi poder, la construcción de su casa incumple al menos 2 normas y otras tantas ordenanzas.
-¿Está usted seguro de ello?
-Desde luego, no me he pasado la mañana tomando medidas y haciendo fotos para que crea que vengo por placer.
-No, pero creo que pierde el tiempo, mi abogado viene de camino, tal vez quiera hablar con él.
-Sólo tengo que hablar con usted, y le diré más, esas irregularidades me permiten derribarle la casa sin más contemplación. Sólo tengo que pedir la pertinente orden y mis máquinas y yo, acabaremos con su casa.
-¿No podemos hablarlo tranquilamente?
-Tranquilo estoy, quien debería estar preocupado es usted.
-Seguro que le apetece una copa o café o algo de picar mientras esperamos a que llegue mi abogado.
-¡No!, estoy de servicio.
-No pasa nada, es sólo para amenizarle la espera, pero pase y siéntese.
El agente pasó al interior de casa y en el salón se sentó en una cómoda butaca.
-¿De verdad que no desea nada? ¿Ni agua?
-Bueno, agua tal vez, si hace el favor.
-Ahora mismo uno de mis hermanos se la traerá. Y dígame, ¿qué es eso que ha visto que incumple ordenanzas y normativas?
-Por un lado, tenemos que hay una edificación que no existe en el catastro, por lo cual es ilegal a todas luces, la altura de su vivienda es superior a la permitida en este paseo residencial, ha ocupado parte de la vía con la construcción del muro que circunda la casa, y eso sólo para empezar.
-¡Ah! Bueno, creí que era otra cosa, eso sólo son minucias.
-¿¡Minucias!? De eso nada, la normativa es la normativa y la legislación es la legislación.
-Ha de saber que la casa fue comprada en este estado y yo no he realizado obra alguna, si hay algún error, habrá que adjudicárselo a la administración, por lo cual yo no soy responsable.
-Dudo de sus palabras puesto que la casa no presenta inquilino anterior y aunque fuera responsable la administración, el responsable último sigue siendo usted.
-Creo que pretende liarme.
-No, la normativa es la normativa y la legislación es la legislación. De eso no cabe la menor duda.
-Dejemos esta conversación para mi abogado, por qué no intentamos disfrutar este pequeño tiempo. Y dígame, ¿está casado, tiene hijos, el sueldo le permite llegar a fin de mes?
-Si estoy casado, mi mujer, Smallcapred, que así se llama, llevamos siete años casados, tenemos cuatro hijos…
-¿Quizá se llaman Porthos, Aramis, Athos y D’Artagnan?
-No, no, mis hijos se llaman Fantástico, Invisible Girl, Antorcha y Cosa.
-Qué nombres más bonitos, suenan tanto a ciencia ficción, a cómic…
-Los cuatro están estudiando…
-Y querrán ir a la universidad.
-Desde luego.
-Pero su sueldo de funcionario no le da para tanto.
-No, pero estamos ahorrando.
-Ya, claro, pero por mucho que ahorre sólo uno o dos podrán ir, ¿verdad?
-Es posible.
-Yo puedo ayudarle, si me deja.
-¿Cómo?
-Hombre, siempre podemos llegar a un ventajoso acuerdo.
-¿Qué tipo de acuerdo?
-Olvide esas deficiencias que ha encontrado y yo me encargaré de que sus hijos, los cuatro, puedan ir a la universidad.
-¿Me está chantajeando?
-¡Jamás! Es un pequeño y amigable acuerdo. Tenga en cuenta que le ha costado toda una mañana encontrar esas irregularidades, y eso porque usted es muy eficiente, otro en su lugar ni se habría dado cuenta.
-Eso es cierto, soy puntilloso y milimétrico hasta la extenuación. No se puede decir lo mismo de otros funcionarios.
-Lo ve, amigo, pero sírvase una copa de vino, o un jerez, que estamos en familia.
-Pero sólo un poco, gracias.
-Entonces podemos firmar nuestro tratado de amistad, ¿verdad? No hay nada más importante que la familia, y yo, querido amigo, quiero que seas feliz y ayudarte en despejar tus desvelos.
-Sí, la familia es lo más importante, en eso estamos de acuerdo, amigo.
-Ahora bien, nos queda un pequeño detalle…
-¿Qué detalle?
-¿Le parece bien un montante de segisiestos tbos como patrocinio de sus hijos?
-Segisiestos es más de lo que yo había calculado, no puedo aceptarlos.
-No se preocupe, siempre hay gastos inesperados que cubrir.
-Eso es cierto, me parece una buena cantidad.
-Dame un momento, querido amigo.
-Lo que le haga falta.
Al cabo de un rato Bigpig volvió al salón con un maletín.
-Esto es todo suyo.
Al agente le temblaban las manos, pero no pudo por más que abrir el maletín.
-Es la primera vez que veo tanto dinero junto.
-Y por supuesto que será la última. Por cierto, creo que no se lo he dicho, pero tengo cámaras por toda la casa, y han grabado nuestra pequeña conversación. ¿Se da cuenta lo que significa eso?
-¡Chantajista! ¡Ladrón!
-Ahora no me insulte, por favor, ha sido usted el que está aceptando un chantaje, una pequeña comisión por hacer la vista gorda, ¿sabe lo que puede suponer eso para su carrera?
-Esto es mi ruina y la de mi familia.
-¿Acaso no es lo mismo que hace usted con sus papeles, normas, leyes? ¿Acaso no arruina la vida de las personas?
-Pero lo hago atendiendo a las leyes y a las normas.
-¿Y le da exactamente igual que sean o no justas?
-La ley es la ley, y hay que cumplirla, es para todos.
-Aplicando su principio, ¿qué debería hacer yo? ¿Ir al juzgado con estas grabaciones?
-Por favor, no lo haga, se lo ruego.
-Mis hermanos es posible que también le rogaran para que no les tirara la casa abajo, y muchas otras personas. Ahora me entra una gran duda, ¿si atender a las leyes o lo que me parece que es justo? Desde luego no es justo lo que le está pasando, pero las leyes son para todos igual, ¿qué debería hacer?
-Estoy en sus manos, es posible que haya obrado, aún atendiendo a las leyes, mal, pero ha de entenderme, es mi trabajo.
-Por supuesto, y seguro que en su trabajo también habrá resquicios para obviar o hacer demorar ciertas situaciones, para dar un poco de aire a las personas, e incluso en algunas situaciones hasta negarse.
-Sí, claro…
-Pero le gusta ser eficiente.
-No, no, ya no, ya lo he entendido, siempre hay que usar más el corazón que la fuerza.
-Más o menos, yo lo habría dicho mejor, pero puedo aceptarlo.
-Entonces… ¿borrará esas grabaciones?
-¡Jamás! Pero mientras nos comportemos como debemos, no verán la luz, tiene mi palabra.
-Gracias, gracias, y tenga, su dinero.
-Lléveselo, no importa, todos los años la fundación de mi empresa patrocina a varios estudiantes, este año serán los suyos.
Y por obra y gracia de Bigpig, nada más se supo de Wolfevict, y tanto Mediumpig como Smallpig (y su otro yo), vivieron felices a partir de entonces. Mediumpig rehízo su casa en otro lugar, en un pequeño terreno al lado de su hermano Bigpig, e incluso pagó el IBI. A Smallpig le gustaba vivir de aquella otra manera, por lo que se buscó otro lugar donde no molestar a nadie, justo detrás de la casa de Bigpig, y con cartones y papeles se hizo una hermosa chabola.
A Wolfevict, nunca más se le vio por el lugar, pero alguna vez fue noticia por intentar cambiar algunas leyes que no eran justas. Y como todo es mentira, ni los cerdos hablan y mucho menos vuelan, ¿por qué no lo habría de ser este cuento?



Nota: La idea original de este cuento surgió dando nombre a este relato.