Doce cuentos para treces meses por Mª del Carmen Salgado Romera -Mara-

ALADINO –VERSIÓN DE MARA

DESEO LA MUERTE

-Si tuvierais en vuestras manos una lámpara maravillosa y su complaciente genio pudiera hacer realidad tres de vuestros sueños… ¿Qué deseos pediríais? ¿Acaso fama? ¿Acaso dinero? ¿Poder? ¿Inteligencia? ¿Amor? ¿Paz? ¿Libertad?
No, nada de eso pediríais, pues he dicho que el genio haría realidad vuestros sueños y ninguno de vosotros sueña con dinero, fama o poder. Ninguno con paz, amor o libertad, sencillamente, porque ninguno de vosotros es capaz de soñar.
Ese fue el primer deseo que pedí al genio de la lámpara cuando lo liberé: Que no pudierais volver a soñar.  Porque sin sueños, sois mis esclavos.  Ahora, yo soy quien decide el rumbo del mundo.
No, no me repliquéis... ¡Ah! Lo había olvidado. No podéis replicar, porque tampoco podéis pensar.
Ese fue mi segundo deseo. Que no pudierais volver a pensar. Os he convertido en complacientes esclavos de mis caprichos, en meros cuerpos que trabajan para mí.
Soy el amo de los mundos. Y lo seré por toda la eternidad. Porque mi tercer deseo fue no morir. No morir jamás.
Y así, desde eones os veo nacer, crecer, reproduciros, morir… Vuestras generaciones –sois siempre los mismos repetidos neciamente una y otra vez- desfilan ante mis ojos siguiendo mis designios mientras  yo veo como lo creado es siempre la misma estampa, cada vez más ajada, cada vez más pobre, porque soy el único ser, cada vez más viejo, que la sostiene con su pensamiento, pues vosotros no pensáis. Porque yo soy el único que la sostiene con su deseo, porque vosotros no sentís, aun cuando yo os hago creer que sí. Que pensáis y que sentís.
¡Maldito el día en que emergió el maligno genio de la lámpara endemoniada!
¡Maldito el día en que mi ambición y mi orgullo me abismaron a la realidad que construyeron mis descabellados deseos!
Desde que fui consciente de la calamidad  que había arrojado sobre mi propio ser me propuse hacerme con la otra lámpara, la que sólo un hombre -que  por la pureza de su corazón escapó al alcance  de mis tres deseos-, puede poseer. Ese hombre se llama Aladino. Y la lámpara se halla confinada en una cueva de su insignificante mundo. En una cueva custodiada por fieros guardianes que nunca han conocido el resplandor del sol, que jamás sintieron la fresca lluvia, que nunca respiraron la brisa, ni saben del azul del mar. Porque su corazón es de piedra y su mandato, custodiar ciegamente la lámpara que tan solo un alma pura como la de Aladino  puede rescatar.
Pero Aladino no ansiaría nunca la lámpara que le daría un poder infinito sobre su genio: Otro genio capaz de conceder  tres deseos sin juzgar si son nobles o perniciosos y detestables.
Porque hay otro genio, sí. El creador nos hizo a sus criaturas por parejas. Y si el creador nos hizo a sus criaturas por parejas, ¿qué universo albergará a mi gemelo?  ¿Acaso mi doble será, como yo,  un desdichado, un cadáver andante, un dios decadente pero indestructible?
¿O acaso ese ser del que yo soy mitad o réplica  yace convertido en polvo y su consciencia tuvo la fortuna de disiparse en el vacío que abre sobre el aire el rápido giro de la guadaña de la muerte?
Aladino carece de deseos que el genio pueda colmar, mas su alma es sensible a la belleza. Una mujer hermosa me servirá para atraerle.
El alma de Aladino se regocija con la sencillez. Una mujer alegre y cariñosa le satisfará.
Aladino vibra con la música. Haré llegar hasta él a una mujer que cante como los ángeles.
Mandaré hasta el mundo de Aladino a tres esclavas. Una bella, otra risueña y zalamera y otra que, con su voz, emule el trino de los pájaros y la música de las estrellas.
Y entre las tres serán capaces de llevarle hasta la cueva donde está oculta la lámpara que encierra al genio que me ha de conceder el mayor de mis deseos: La muerte.
O quizás sea yo mismo quien tome ropaje de mujer, aunando sobre un cuerpo ficticio todas esas gracias. Esbozaré el cuerpo femenino más atractivo que haya existido. Su inteligencia superará la de todas las mentes hasta ahora nacidas, no en vano llevo muchos siglos vividos y conozco todo aquello que cualquier ser es capaz de aprehender. Grabaré sobre su mente  esos los conocimientos y su voz será tan melódica que su canto irá formando lunas, soles y estrellas allá hasta donde su vibración alcance. Y su naturaleza, cercana y afable, le atraerá como atraen las vestimentas de colores de las flores a las laboriosas abejas.
Su nombre será “Eva”. Eva, fuente de vida, pues gracias a ella moriré aquí y naceré a otra realidad. Pero, si mi poder de persuasión no es capaz de hacerle entrar en la cueva a rescatar la lámpara, seré preso de la desesperación más atroz por toda la eternidad.
Por siempre, para siempre, viendo cómo se va desmoronando la creación al no ser ya  capaz de sostenerla, viendo cómo avanza la oscuridad, cerniéndose sobre mí la nada sin poderme llegar a tocar, mientras yo sigo agotándome, dejando caer sobre mí mismo mi propia creación, como si fuera un negro agujero cada vez más lleno y denso, pero cada vez más solo hasta llegar a ser uno. Nada más que uno. Para siempre.

II 

-No, Aladino, no quieras resistirte a mis encantos, he nacido para ser  tuya. Y seré tuya  sólo con una condición: que entres en la cueva y cojas esa pequeña lámpara que ahí ves. Si tu corazón es puro, esos temibles guardianes que la custodian no te derribarán con sus lanzas, no abrirán tu pecho y no extraerán tu corazón para arrojarlo al pozo del fracaso.

-Amada mía, no te preguntaré de dónde nace esa urgencia, esa necesidad imperiosa que muestran tus ojos por poseer la lamparilla, pero, si arriesgar mi vida es el precio que debo pagar por gozar de tu amor para siempre, la cogeré sin dudar. Jamás vi una mujer tan maravillosa como tú y no creo ser merecedor del amor que me prometes. Si superar ese reto me hace crecer ante ti  lo bastante como para merecerte, me adentraré en esa terrible oscuridad tan sólo iluminada por la vacilante llama del aceite que a la lámpara alimenta. No miraré hacia el abismo que se abre bajo esas piedras que, flotando en el aire, trazan dificultoso camino hacia ella. No temeré a los guardianes, aunque mis piernas tiemblen y mi ánimo vacile,  pues mi amor por ti será un  escudo que de todo mal me ha de proteger. Sólo te pido que no mires. Que esperes aquí sentada, fuera de todo peligro, mi regreso. Adormécete, si lo deseas. Así el tiempo pasará más liviano y no sufrirás preocupación mientras cumplo el mandato  que designa mi destino para tenerte.

-Anda vivo, Aladino. El tiempo corre y, mientras me hablabas, sobre tus sienes, canos se han tornado tus cabellos. Temo que, si te demoras, flaqueen tus piernas, no por las dificultades de la hazaña, sino porque pierdas la energía de la juventud y no podamos a tu regreso gozar ya de nuestro amor. Este sitio está maldito, aquí el tiempo corre endemoniadamente.

-¿Y cómo es que a ti el paso del tiempo no te afecta?, a cada momento más bella me pareces y mi corazón late apresurado sin otro deseo que depositar prontamente esa lámpara a tus pies…

-No quiero entretenerte con explicaciones banales. Y no me dormiré, como me pides: Cantaré para que la música sea tu compañía y no te fijes en las sombras, ni en las voces que alzan sus lamentos desde el pozo del fracaso.

III 

Aladino avanzó hacia la cueva y el deseo de poseer la lámpara, la llave de la puerta del corazón de su amada, iluminaba su ánimo mientras un dulce canto reverberaba en las paredes, multiplicando los soles y las lunas y las estrellas en el universo. En cuanto tuvo la lámpara, en cuanto rozó con sus manos el cálido metal, apareció un genio. Un ser como una nube que se extendía vaporoso y cambiante y que le rodeaba, envolvente, como una serpiente de humo, susurrándole al oído que pidiera tres deseos.
¿Acaso quería fama? ¿Dinero? ¿Poder? ¿Inteligencia? ¿Seducción?
Aladino no quiso escucharle. Él no tenía más deseo que abrazar a su amada. Salió corriendo de la cueva con la lámpara en la mano, atravesando, decidido,  la hilera de guardianes que no le derribaron con sus lanzas, ni extrajeron de su pecho su amante corazón.
Eva le arrebató la lámpara. Se transformó en un viejo decrépito,  quien con una sonrisa desdentada desde la que salía un hilo de voz le ordenó al genio: ¡Mátame! Y el genio, obligado a hacerlo por su propia esencia, segó la vida del demiurgo y la oscuridad se encendió sobre los mundos que él alimentaba con su esencia.

IV

En el medio de esa zona de la nada,  tan solo palpitaba un ser: Aladino. El doble, mitad o réplica de aquel que, gozosamente, había perdido su vida.


Son las 0:00 horas del 9 de marzo de 2016.

Mara