Cuento de Navidad por Ana Alonso Cabrera
El caballo de cartón
Suso estaba expectante, como todas las noches de Reyes.
Estaba en la cama inquieto y helado, tanto moverse le impedía conservar el
calor debajo de las mantas aquella noche tan fría de Enero.
Suso esperaba y deseaba con todas sus fuerzas que en esta
ocasión los Reyes le trajeran su caballo de cartón piedra. Nunca llegaba. No
sabía por qué, porque en la carta que escribía desde hace tres años lo menos,
lo pone bien claro: me gustaría mucho que me traigáis un caballo de cartón,
pero el que tiene pelo y riendas y un palo largo con un asiento para poder
montarlo.
Y por supuesto, Suso se había portado muy bien, había ayudado
en las tareas de casa, iba a los recados y acompañaba a su padre a repartir
gaseosas. Aunque eso no contaba, repartir gaseosas era divertido. Ir en la
camioneta con su padre, cantando y con el entrechocar de las botellas de vidrio
durante el camino le gustaba mucho. Y agitar alguna que otra para que si
alguien la abría enseguida, la gaseosa saldría a presión, como un surtidor
salpicándolo todo… Suso se lo imaginaba y se reía por dentro. A lo mejor los
Reyes saben esto y por eso nunca le traen el caballo… Pero no, no puede ser por
eso, porque Lito y Suso han hecho alguna gamberrada juntos y Lito siempre tiene
los regalos que ha pedido, así que los Reyes no deben enterarse de todo, si no
Lito no tendría el balón de reglamento, de cuero, de los buenos, que le
trajeron los Reyes el año pasado.
Y removiéndose inquieto, con un nudo en la boca del estómago,
Suso, al fin, concilia el sueño. Las horas de la noche las pasa soñando con un
caballo de cartón piedra, castaño, de crines oscuras sobre el que cabalga un
jinete experto, valiente y aventurero, Suso, él mismo, sujetando las riendas
con firmeza…
Apenas ha amanecido y Suso despierta de golpe. ¿Habrán venido
los Reyes? ¿Estará mi caballo? Sabe que aún es demasiado temprano pero no puede
reprimir la inquietud y se acerca a la cama de sus padres, a despertarles para
poder ir a ver lo que han traído. Sus padres tardan una eternidad en salir de
la cama, abrigarse y mandarle a él de un bocinazo a ponerse las zapatillas y la
bata, que está el suelo helado y hace un frío que pela.
Al fin, ante sus ojos, al pié del belén, allí estaba,
Estrella Dorada, pues tiempo ha que Suso le había puesto ya el nombre. Estrella
Dorada le miraba con simpatía y Suso casi se muere de la emoción. Se acercó y
abrazó a su caballo y no se separó de él en todo el día, hasta le echaron una
reprimenda por querer poner a la mesa, a Estrella Dorada a comer con el resto
de la familia.
Suso pasó el día corriendo de un lado a otro de la casa,
salió a la calle galopando orgulloso y feliz. Al llegar la noche, Estrella
Dorada compartió su lecho y sus sueños y Suso, abrazado a su caballo, durmió a
pierna suelta.
Al día siguiente Suso deseaba pasar la mañana cabalgando y
acercarse a la pradera cercana al río y en cuanto le dieron permiso salió como
una flecha. En aquel claro cercano al río, Estrella Dorada cruzó arroyos,
trastabilló en las piedras, ascendió pequeñas lomas… ¡Al galope, al galope!
Gritaba Suso, y corrían de un lado a otro. Al rato, ambos se encontraban muy
cansados y comenzaron a pasear al trote cerca de la orilla del río. Llegaron a
una fuente y Suso descabalgó para beber un buen trago de agua fresca porque
tanto cabalgar le había dejado la boca seca. Y Estrella Dorada seguro que
también tendría sed, así que Suso acercó a su caballo al abrevadero de la
fuente para que bebiera y saciara su sed y metió su hocico bien dentro. Y
Estrella Dorada comenzó a despegarse y deformarse, porque aunque era un gran
caballo, era de cartón. Suso palideció de miedo y se llamó tonto a si mismo
desesperadamente, y lloró amargamente, porque aunque intentó recuperar la forma
original, sus intentos solo consiguieron que la cabeza de Estrella Dorada se
deformara aún más.
Desde aquella mañana, Suso ya no salía con su caballo por la
calle, paseaba algo por la casa, pero en casa no le dejaban galopar y fuera no
se atrevía a salir con el caballo deformado, le avergonzaba; sus amigos se reirían
de Estrella Dorada, con su cabeza grotesca, los ojos bizcos y la boca torcida.
Así que al final, Estrella Dorada poco a poco acabó arrinconada en una esquina
de la habitación durante no se sabe cuánto tiempo. Y Suso aprendió que cuando
un deseo se cumple, la alegría primera suele traer consigo la contrariedad. Ya
lo decía alguien, piensa bien en lo que deseas porque puedes tener la desgracia
de que se te cumpla.
(Este cuento está
basado en una historia real.)
Oviedo, 8 de Enero de 2012
Ana
Alonso