El Faro por Ana Alonso
4 de enero- El día ha amanecido lluvioso y gris. Las olas avanzan con rizos de espuma y se estrellan con estrépito contra las rocas. No se ve el horizonte, unas nubes espesas y grises se funden con el mar. Mi ánimo es parecido al clima de hoy. Estoy gris y espeso. No siento la euforia de los primeros días. La soledad que anhelo y he buscado con afán hasta dar con mis huesos y mis ideas en este olvidado faro, hoy se me hace pesada, como las plomizas nubes que se alzan como un muro ante mis ojos. Sólo el interminable ir y venir de las olas, rompiendo con fuerza a mis pies, me reconforta como una nana hipnótica.
Debo sobreponerme a este sentimiento que me embarga, que comienza a inquietarme, como me inquietó la profecía de De Grat... ¡maldita sea! No es una profecía, es como una imposición, como si al nombrarla, una parte de mi, estúpida y obediente, quisiera hacerla cumplir...
He decidido leer y no escribir. Llenar mi mente de ideas e imágenes y evitar que crezcan las que ahora tengo, tan melancólicas e inquietantes...
5 de enero- Anoche me despertó un tremendo temblor. En medio de la noche y el silencio, sentí una vibración intensa y constante, junto a un extraño sonido, como si un gigante arrastrara torpemente un ancla por entre las rocas. Duró unos segundos y cesó de golpe.
He revisado el faro de arriba abajo y de abajo arriba, y no observo ninguna grieta, ni una fisura... he caminado alrededor de la torre, y no observo nada anormal. El temblor no ha dejado huellas visibles en el entorno, aunque espero poder explorar algo más en cuanto la niebla se disipe, pues no soy capaz a ver más allá de 2 o 3 metros.
Horas después la niebla continúa rodeándonos (al faro y a mí), y estoy bastante harto de no poder ver más allá de mis narices. Me siento encarcelado. La espesa nube me envuelve y a veces parece que me dificulta respirar. Estoy mareado. Cada vez que miro afuera, la niebla se mueve, las nubes flotan y se dejan llevar por brisas y viento... y a mí me da la impresión de moverme con ella. El olor del té que reposa a mi lado, en la mesa, me provoca náuseas. Debo descansar y recuperarme.
9 de Enero- El mar está en calma, oscuro, inmenso y majestuoso. La luna llena brilla y se refleja en las olas, como un camino tembloroso hasta la noche. Hay viento suave, la temperatura agradable. Y yo, voy a morir.
La noche del temblor sucedió algo que no pude ver en mi exhaustiva exploración en la búsqueda de posibles daños. El faro, sus cimientos y buena parte de tierra en que se asentaba, se desgajó de la costa y ahora flota a la deriva como un corcho en un estanque. Estoy rodeado de mar... de alta mar. En estos cuatro días no he visto embarcación ni costa alguna. No tengo forma de orientar la navegación de mi faro y vago a merced de las corrientes. Enciendo su potente luz, como súplica silenciosa en mitad del océano, por si algún navío me avista... pero mis esperanzas son inconsistentes y veleidosas y dan paso a la desesperación en un parpadeo de mis enrojecidos ojos... Me he tirado de los pelos, me he arañado la cara y los brazos de pura locura, me he abierto brechas en la cabeza y los nudillos, e incluso llegué a arrojarme por las escaleras, aunque sin llegar a herirme gravemente, por fortuna, pienso ahora, pues en aquellos momentos no sabía lo que hacía y sólo mi propia enajenación dictaba mis acciones. He llorado y sigo llorando, he gritado... he rezado y he mercadeado con mis posesiones, nada desdeñosas, ofreciéndolo todo a cambio de volver a tierra, sano y salvo. Con frenética diligencia y atención, he inventariado las reservas de agua y víveres existentes como cálculo y expresión de mi propia supervivencia, que estimo, no será larga. Ahora estoy cansado, resignado, abatido... ya no sé qué más hacer, ni qué puedo hacer. Respiro hondo y pienso en la profecía... y me río... ni siquiera De Grät, en sus peores éxtasis visionarios, hubiera imaginado algo tan siniestro como lo que me está sucediendo.
Mi faro será mi tumba, mi faro es mi féretro, la soledad... nadie está nunca tan solo como cuando le llega la muerte... ¡No! Aún sigo vivo. Estas ideas malditas son como lastres de plomo que me hunden en el pozo de la desolación. Debo alejar de mí tan negros pensamientos, o me volveré loco antes de morir.