El Faro por Blanca Areces

4 de enero- Ya no estoy solo, me acompañan unos visitantes ruidosos, incluso violentos; la calma chicha me abandonó y ahora el fuerte huracán y los relámpagos golpean y zarandean este tubo. Creo que todos hacen fuerza para hundirme.
Mi letra va en zig- zag como el rayo que me ciega.
En estos momentos recuerdo a la joven Enriete. Era mi vida. Apareció para hacerme el más infeliz de los mortales, pues su vida iba pareja a la de mi amigo el noble Conde de Chançi.
Un atardecer su cuerpo apareció bajo aquel árbol que tanto nos cobijó y en su mano, más blanca que de costumbre, apretaba un corazón con mi retrato.
Puse mar de por medio y ahora el mar se venga por mi amigo el conde.
Ruge estrepitosamente y se estrella contra la base, los cimientos van cediendo, estoy mal acompañado, mi cuerpo me va abandonando y suplico por mi alma perdida ¿y mi diario? Lo leerá quien encuentre mi catalejo, es el único sitio donde se me ocurre guardarlo.
No resistiré mucho más, estoy en la parte de arriba y ya no hay escaleras. Ahora me quedo solo y en la oscuridad todo se derrumba.
A lo lejos veo una figura de mujer resplandeciente que me sonríe y me tiende su mano; con la otra acaricia a Neptuno.
Quiero morirme ya.