El Faro por Enrique Tejón

4 de enero
Hoy he sido atacado por piratas, pero no eran buenos piratas. En realidad no llegaron a atacar. Por casualidad me asomé a la ventana justo cuando estaban desplegándose por el islote, rodeando el faro. Como todos llevaban la espada en la mano, supuse que no traían buenas intenciones. Entonces hice lo que cualquiera haría: les grité: “¡Ríndanse, los tengo rodeados!”. Tiraron las espadas y se rindieron sin condiciones. Como no quería hacer prisioneros, les insinué que a lo mejor podían escapar. El jefe llamó a la puerta. Cincuenta metros más arriba mi fino oído oyó los golpes. Bajé y abrí. Me dijo: “¿Cómo vamos a escapar si nos tiene rodeados?”. “Cerraré los ojos; contaré hasta diez”. “Veinte”. “Veinticinco”. “Quince”. “Diez”. “Usted gana”. “Bien, empezamos”. Cantaban mientras se iban.

5 de enero
La niebla es tan espesa que al abrir la puerta ha caído dentro un trozo sobre mis pies; no he podido verlos hasta que salió el sol.

6 de enero
Me ha ocurrido algo terrible. Bajé a dar una vuelta por el islote y cuando volví el faro no estaba. Cogí una de las piedras del lugar sobre el que estaba construido y se la di a oler al perro. Echó a correr; le seguí. Se detuvo y escarbó como un poseso. Respiré aliviado, pues me avergonzaría mucho ser el único farero que pierde el faro. Pero el perro cogió la piedra que le diera a oler y la enterró; se sentó con la lengua fuera y me miró orgulloso. Creo que he sido muy brusco al decirle que era un perro muy malo. Después de todo, al darme la vuelta tenía ante mí dos faros.
14 de marzo
Durante todo el día un furibundo oleaje ha azotado el islote. Mañana comprobaré que las olas se han llevado la sombra del faro. Es que ayer no me acordé de escribir… y lo estoy haciendo hoy…, así que… sé lo que va a pasar…, es decir…, lo que ya pasó…, cuando pase…, porque pasa… y como sé que pasa… pues pasó.

10 de enero
Dios, en su infinita bondad, nunca nos deja desamparados. Hoy ha vuelto el segundo faro que encontré el otro día cuando perdí el que tenía que tener. Según De Grät yo lo pierdo todo; no quiero darle la razón. En fin, el segundo faro, como decía, ha vuelto y ha traído su sombra. Me gusta que los faros tengan su propia sombra. En realidad, creo que es lo que todo el mundo desea. Desafío a quien quiera a que lo mejor para una vida plena es un faro con su sombra. Es como-como, si fueran un todo inseparable. No obstante, los faros que no tienen sombra terminan en la isla de los faros sin sombra. Intentaré encubrir al mío mientras pueda.

9 de enero
He puesto 9 de enero, pero estoy escribiendo el día 16 de febrero. Es que me he dado cuenta de que en el día 9 no he puesto nada. Ahora no me acuerdo qué pasó ese día, así que iré a lo seguro: las húmedas y saladas olas azotaban el islote; el islote se dejaba azotar por las húmedas y saladas olas; las orillas del islote eran húmedas y saladas a causa de las olas; todas las olas eran húmedas y saladas; húmeda y salada es la vida de un islote, sobre todo en las orillas si todas las olas son húmedas y saladas.

2 de febrero
Hoy la luz era en verdad plomiza y siempre estaba cayéndose. Durante la mayor parte del día he tratado de sujetarla levantándola lo más posible; al fin, agotado, bajé los brazos y la dejé caer: se hizo de noche.

16 de junio
Todavía no ha llegado el día 16 de junio, pero como no sé qué celebrar, pues se me ha olvidado la fecha de mi cumpleaños y tampoco sé cuando es el de Neptuno, he decidido marcar esa fecha para celebrar una fiesta. Invitaré a todos los del islote, incluso aquellos con los que no hablo. Lo proclamaré día de la amistad. A algunos es peligroso invitarlos, lo sé, pero haré que todo el mundo se ame. Naturalmente, he contado a los habitantes del islote; paso a enumerarlos: Neptuno -el buen Neptuno-, el segundo faro y su sombra, la roca que hay junto al primer hoyo que excavó Neptuno; bien pensado, Neptuno ese día no fe precisamente un buen compañero, pues sólo pensó en sí mismo cuando le dije que buscara el faro. Está decidido: no lo invitaré, para que escarmiente. Vendrá el segundo faro; no, no va a venir; siempre pone su sombra sobre el primer faro y no la quita aunque se lo pida; no vendrá; ni la sombra tampoco, claro. Vendrá la roca. Yo no iré, saldré a pasear por el islote hasta que la roca dé por terminada la fiesta. No obstante, no cambiaré el nombre; el día de la amistad es muy bonito.

15 de febrero
El mar es a veces portador de lo más inesperado. En esta ocasión ha traído hasta el islote nada más y nada menos que tres sombras de faro. Una se la he puesto a mi faro y las otras dos las he guardado en el cuarto que tengo para guardar sombras de faros. Es un cuarto desagradecido. Antes no tenía nada y estaba oscuro, ahora que le he metido sombras está más oscuro.

21 de febrero
La noche pasada no pegué ojo. Resulta que siempre empiezo a dormir sobre el lado izquierdo y cuando me acosté ese lado no estaba en mi cama. Por más vueltas que di, no conseguí encontrarlo hasta el amanecer, lo que me despertó, pues ya me había acostumbrado a dormir sobre el lado derecho. Todo ello me alteró de tal manera que pasé varios días sin dormir, después dormí durante días.

22 de febrero
No he escrito nada hasta hoy porque durante todos estos días he estado durmiendo. De hecho… estoy medio dormido…casi dormido… casi-casi dorm...

17 de febrero
Acabo de despertar. Después de echar agua a la cara me miré en el espejo. Ha sido horrible: no tenía nariz. Al llevar las manos a ella noté que sí la tenía, pero las manos se me llenaron de una sustancia azulada. Sin duda, mientras dormía he tirado el tintero y metido las narices en la tinta. Es consecuencia del agotamiento.

18 ó 23 de febrero
Hoy una piedrecita se me ha metido en el único zapato que tengo. Me lo quité para buscarla. Entonces estornudé y el zapato se cayó por la ventana. Di gracias a Dios por no tener el pie dentro.

15 de marzo
La noche pasada no dormí bien. Sentí un tremendo calor en las manos y vi que de ellas brotaban llamas mientras se estremecían los cimientos de la tierra. Alrededor del faro se ve un león encolerizado y los hombres caminan en llamas. Se abren las tumbas, vomitando a los difuntos; y una leona pare en medio de la calle. Esta mañana me he levantado con la sensación de que algo malo iba a ocurrir. Sin embargo, agité la cabeza para despejar ese pensamiento y me dispuse a trabajar. La luz diurna que entraba en el faro era tan mortecina que tuve necesidad de encender una candela para bajar a buscar aceite para el fanal. La vela se apagó varias veces, cada vez que me acercaba a los escalones. Al fin, no se apagó y pude poner los pies en el primer escalón, que en todo momento parecía esperar por mí para acompañarme. Empecé a bajar. Otros escalones se nos iban uniendo, y todos nos recibían con agradables palabras. De pronto, uno que estaba justo antes de un descansillo se movió; estuve a punto de caer, pero con cierta gracia conseguí evitar la caída. Mientras seguía bajando las escaleras giré la cabeza y miré al escalón travieso. “¿Lo ves?, no ha pasado nada”. Me contestó: “Todavía no se ha acabado la escalera”. “¡Qué tontería!”, me dije al llegar al siguiente descansillo. Entonces, los siguientes escalones, justo los que estaban donde había dejado una vieja chaqueta colgada, empezaron a moverse, a poner zancadillas, a colocarse de tal forma que resbalé y caí. Bueno, lo acepté como un suceso que pronto acabaría, y confié en que no saldría mal parado. Un rato después, aburrido de caer y caer, empecé a echar cuentas y llegué a la conclusión de que el punto de caída estaba a cuarenta metros de altura, con los que ya llevaba rodados me faltarían unos veinticinco, más o menos, para llegar hasta abajo. Entonces me acordé de la sensación con la que me había despertado. Me dolía todo. Tal vez si fuera capaz de distraerme con alguna cosa, quizá… Decidí ponerle nombres a los escalones, pero sólo lo hice con tres, pues pasaba por encima de algunos sin tocarlos y no me pareció justo ponérselo a unos y a otros no. Al fin llegué abajo. Poco después lo hizo Neptuno. Mi fiel amigo había sido entretenido por unos escalones. Al ver mi estado subió corriendo y se echó en mi cama. No contaba con mi regreso. Ni siquiera se despertó cuando entré arrastrándome. Le susurré en el oído como quien vierte veneno que era un mal amigo y se bajó avergonzado. En fin, con este suceso y alguna otra cosa ha transcurrido el día. Estoy en la cama, con algún dolor, pero no es para tanto. El brazo izquierdo supongo que lo tendré en la espalda, pues hace horas que no lo veo, y las piernas las he colocado mirando en la misma dirección y no parecen mal.

21 de marzo
¡Qué buena verdad es aquello de que nunca sabes lo que ocurrirá desde el momento en que te levantas hasta que te acuestas! ¡Sí, señor!, ¡qué buena verdad!
Mientras desayunaba tuve una idea y me dispuse a realizarla. Con unas cuantas tablas preparé en el exterior del faro una plataforma, a la que até una cuerda que luego pasé por una especie de polea en lo alto del faro. A continuación fabriqué un arnés que le puse a Neptuno. A ese arnés le até el extremo de la cuerda. Neptuno es un perro muy fuerte y con unos cuantos gritos de estímulo se puede sacar mucho provecho de él. Resumiendo, me subí a la plataforma y le dije a Neptuno que echara a andar. Entendió que se subiera a la plataforma, pero le señalé la dirección contraria y se hizo cargo. Ensayamos varias veces y todo fue bien, aunque en todo momento tenía que estimular al animal diciéndole que era muy fuerte, tan fuerte como un buey y cosas así. Sin duda me excedí con lo de buey, pues en una ocasión, en la que me estaba bajando, algo cruzó por el islote que llamó la atención de los dos. Nos fijamos y vimos que era una vaca. Neptuno echó a correr. Le grité para que la dejara en paz. Recordé lo que le había dicho de ser un buey. Así que le grité explicándole lo que significaba ser un buey; entonces vi que no era una vaca, sino un toro y que las intenciones de Neptuno como buey eran… Jamás me he sentido tan ridículo columpiándome.

22 de marzo
Esta tarde decidí salir a sentarme en una roca junto a la orilla para tomar el sol; no habrían pasado cinco minutos cuando una nube se situó justo encima. Al principio no me preocupé; ya se quitaría empujada por el viento. Sin embargo, pasaron los minutos y seguía cubriéndome de sombra. Esperé otros cinco minutos. Una vez transcurridos sin que la nube se hubiera movido, me levanté furioso, cogí unas piedras y se las lancé. Quedé sorprendido al ver que daban de lleno en la nube. Le tiré más piedras, y todas hicieron blanco. La nube, herida, soltó unas gotas de agua y se fue. Asombrado por mi capacidad de lanzador de piedras hice una prueba: escribí mi nombre en el cielo con ellas. Me sentí una especie de superhombre. No podía dejar de leer mientras reía y aplaudía. De pronto, empezaron a caer. Corrí cuanto pude; solo dos o tres de las que tiré no me golpearon. Tengo chichones de todos los tamaños.

28 de marzo
Han vuelto los piratas. Ya dije que no eran buenos piratas y de nuevo lo han demostrado. Tuvieron que hacer diecisiete intentos para acertar con el islote: tan pronto pasaban de largo como se acercaban tan veloces que debían esquivarlo para no abrir en el barco una vía de agua. Al fin, creyendo haberlo conseguido iniciaron el asalto. No obstante, no midieron bien y todos los piratas cayeron al mar, pues ninguno se quedó en el barco que, arrastrado por la corriente, empezó a alejarse, dejando a toda la tripulación en tierra, o sea, en agua. Estuvieron llamándolo hasta que se perdió de vista tras el horizonte. Tristes y desorientados guardaron silencio, preguntándose qué iban a hacer. Entonces, por el otro lado del islote golpeó un barco pirata que iba sin tripulación. Sin pensarlo dos veces, se subieron a él. Llenos de alegría, olvidando que habían venido para asaltar el islote, se alejaron cantando.

8 de abril
He atravesado una mala situación. Todo empezó cuando me di cuenta de la ausencia de Neptuno. Hacía ya un par de días que del perro no se sabía nada. Empecé a contestarle a mi pensamiento, el cual no dejaba de decirme cosas. Tuve así conciencia de la soledad que me rodea; y de la voz que en mi cabeza no dejaba de hablarme de esto, de aquello, de todo, ¡constantemente me hablaba! Llegó un momento en que creí enloquecer si seguía escuchándola. Discutimos y nos enfadamos. A partir de ese momento dejamos de hablarnos. La escasa camaradería que había existido tornóse en un odio furioso capaz de cometer una locura con tal de no oír al otro. Así que, durante unos días, el silencio más absoluto atronó en mi cabeza. Era una situación muy estúpida, pues no había manera de darse cuenta de la necedad que cometíamos. Afortunadamente, hizo su aparición un problema: el fanal se apagaba. No está claro quién fue el que avisó primero: si el pensamiento o yo. A veces creo que lo hicimos a la vez. Ahora, ya reconciliados, echamos de menos a Neptuno.

3 de mayo
Doy gracias a Dios Todopoderoso por cuidar de mí. Pues sólo así pude comportarme con el acierto con que lo hice este mediodía, mientras comía. Entre bocado y bocado leía la Biblia -único libro que traje al faro- cuando tuve la sensación de que no estaba solo en el cuarto. Con disimulo miré al otro lado de la mesa. Mi sospecha se confirmó: había un hombre sentado; comía como si yo no estuviese. Decidí hacer lo mismo, como si no me diese cuenta de su presencia. Yo sabía que él sabía que al otro lado de la mesa estaba yo, pero fingí que no lo sabía. De ese modo él creería que yo no me daba cuenta de que él estaba allí. Me descubrí metiendo la comida en la boca demasiado despacio, y me corregí inmediatamente. Tal vez si le quitaba la comida le obligaría a hablar pero estaba comiendo cebolla y no la soporto. Me acerqué a la ventana, situada detrás de él. En cuanto estuve a su espalda giré rápido con la intención de cogerle desprevenido pero… estaba sentado en la silla que yo acababa de abandonar. Me senté en la suya. Se apoderó de mí un sentimiento extraño: yo no era el farero, sino un extraño y al mirar a mi alrededor no reconocía el cuarto. Fue una sensación de gran desasosiego: todo lo que pertenecía a mi pasado ya no era mío, y el suyo tampoco me pertenecía. Pasé al otro lado de la mesa dispuesto a todo; pero se levantó y fue a la ventana. Llegué a su lado y le toqué el hombro. Me miró un instante y volvió la vista hacia el mar. Yo también miré al mar. Si no quería dirigirse a mí, al menos tendría que compartir el mar conmigo. Dejamos de mirar por la ventana casi de noche. Encendió una vela en un candelero. Se la apagué. Volvió a encenderla. Volví a apagársela. De nuevo la encendió y, antes de que yo pudiera hacer algo, arrojó el candelero por la ventana. Contemplamos cómo caía sin apagarse la vela. Al llegar abajo sonó un gañido y vi a Neptuno echar a correr. Al volverme, el extraño ya no estaba, y yo volvía a ser el farero. Me toqué en el pecho con las dos manos para asegurarme de que no se había llevado mi pasado.

17 de mayo
En una semana apenas he comido unos bocados. La mala suerte hizo que encontrara un libro de nudos marineros; con verdadero afán me dispuse a practicarlos. No soy hombre habilidoso -eso siempre lo supe-, pero no esperaba llegar a encontrarme en la situación en la que me hallé: enredado por completo con la cuerda; sólo con una mano libre a la altura del hombro. Conseguí salir del faro justo en el momento en que pasaban por allí los piratas malos, es decir, los malos piratas, que no es lo mismo. Moví la mano para llamar su atención y lo logré, pero se limitaron a mover la suya creyendo que los saludaba. Desesperado, empecé a dar saltos mientras seguía agitando la mano. Todos los piratas en cubierta saltaban y agitaban la mano; me tiré al suelo para que vieran las cuerdas, no quedó ni un alma visible en el barco, pues se tiraron al suelo imitándome. Viendo que no eran capaces de comprender mi situación y recordando mi habilidad con las piedras, cogí una y la lancé contra el barco. Abrí una vía de agua y la nave despareció bajo las aguas después de que los piratas lo abandonaran. Entonces llegó otro barco sin tripulación. Subieron a él con la intención de alejarse del islote, pero estuve rápido y también lo hundí. Otro barco hizo su aparición; repetimos la historia; Hundí quince barcos. Al final, con tanto movimiento los nudos se desataron solos. Los oí estornudar al marcharse.

22 de mayo
Estoy agotado; ha sido un día agotador. Al amanecer una densa niebla cubría todo, pero no tardó en desaparecer, entonces el sol calentó con furia. No escribo la palabra “furia” porque sí, sino porque es como el sol llegó: furioso. Lo comprendí mientras limpiaba el fanal, al ver que se colocaba en el horizonte, cuando no era ése el lugar que le correspondía a esa hora de la mañana. Empezó a rodar sobre el mar, abriendo una herida, al evaporarse el agua, que cicatrizaba apenas pasaba. Aterrorizado vi que su intención era derribar el faro, sin duda por considerarlo un rival que trataba de imitarle alumbrando. No reparaba en la tremenda diferencia de tamaño; que era como si un bosque en llamas se celara de una chispa. Ofuscado por lo que, sin duda, consideraba intrusismo, el sol rodó cada vez más rápido. Llegó desde la línea del horizonte hasta el faro en unos instantes. No tuve más opción que mover el cuerpo contoneándome, y eso es lo que hizo el faro, esquivando de esa manea al sol. Éste, atónito, pasó de largo. Mi sorpresa era mayúscula. El sol volvió al ataque; y de nuevo fue evitado. Diez acometidas más y otras diez veces que conseguí eludirlo. Entonces apareció otro. Los embates fueron simultáneos, pero conseguí salir bien parado. Al poco rato eran diez los soles que rodaban sobre el mar. Yo hacía los movimientos de correr junto al fanal y era como si se transmitieran al faro, haciendo que corriera sobre las aguas burlando a los soles. En un momento dado se juntaron quinientos que, se dispusieron, digamos, “codo con codo”, para avanzar juntos. Cubrían una extensión tan grande que era imposible escapar; lo único que el faro podía hacer era correr delante de ellos. De este modo quedó atrapado entre los soles y un acantilado imposible de subir. Los soles llegaron al faro justo al anochecer y se transformaron en estrellas. Rogué para que no tuviesen la misma tentación. Sin duda, por su comportamiento, son mejores que el sol. Mientras éste, acaparador y soberbio, alumbra nuestras vidas, ellas se conforman con cubrir nuestros sueños.
No sé qué día es hoy.
Hará una semana, más o menos, una ráfaga de aire se llevó el calendario. He tratado de llevar la cuenta de los días, pero una indisposición ha terminado por confundirme. Además, tuvo lugar un hecho que contribuyó a perderme en mis cuentas: la llegada de una botella con un mensaje. La vi desde la ventana y bajé las escaleras como hacía tiempo que no las bajaba: poniendo un pie en cada escalón, pues la mayoría de las veces suelo poner las costillas (una costumbre que empieza a resultar molesta). Sin embargo, la cosa dejó de marchar bien cuando me disponía a sacar la botella: la cogí a la vez que un pulpo. Los dos tirábamos como si nos fuese la vida en ello. Llamé a Neptuno para que tirara de mí. El pulpo pidió ayuda a un tiburón. Entonces me di cuenta de la soledad en la que me encontraba: tan sólo un perro me hacía compañía. Vi cómo el pulpo sonreía. A punto estuve de gritarle al tiburón que podía comerse al pulpo, pero me pareció que no era un gesto correcto y guardé silencio. Estaba a punto de soltar la botella cuando llegaron los malos piratas e inclinaron la balanza a mi favor. Pero el pulpo y el tiburón llamaron a una ballena, un cachalote y no sé cuantos animales marinos más. El pulpo cogió una piedra y la pasó por los ojos de Neptuno. Cuando se aseguró de que el perro no la perdía de vista la lanzó al otro extremo del islote. Neptuno me soltó y corrió tras la piedra arrastrando a los piratas. Me había quedado solo y el pulpo celebraba por anticipado la victoria. Pero a sus seguidores les hizo gracia ver al perro correr y a los piratas dar tumbos tras él y dejaron de tirar, con lo cual el pulpo y yo quedamos solos. Con un tentáculo el octópodo trató de hacerme cosquillas. Estuve a punto de perder las fuerzas pero conseguí sobreponerme. Me giré rápidamente y corrí abrazado a la botella como si el diablo me persiguiera. Sin apenas detenerme cerré la puerta de un taconazo y subí los escalones de dos en dos, incluso de tres en tres, y en dos ocasiones de quince en quince. Entré en mi cuarto y me senté para leer el papel que la botella contenía. Sin embargo, no pudo ser; la botella no estaba; en su lugar había traído el pulpo, que se escurrió y escapó por las escaleras. Me acerqué a la ventana y vi la botella justo en el lugar en el que el pulpo y yo habíamos estado forcejeando por ella. Tenía que correr si quería llegar a ella antes que mi rival. Grité a Neptuno para que lo interceptara. Le costó mucho entenderme, aunque pienso que no me entendió del todo, pues corrió a la puerta y cuando apareció el pulpo se agachó, lo que mi enemigo aprovechó para subirse como si fuera un jinete. En ese momento se diría que mi desventaja era definitiva y que era imposible que llegara a la botella primero. Pensé en avisar a los piratas para que pusieran una vela a modo de lona para tirarme pero no había tiempo; entonces vi algo que me hizo albergar esperanzas: Neptuno no se detuvo donde estaba la botella, sino que siguió corriendo por la orilla. Me lancé escaleras abajo. Superé mis marcas de subida: a trompicones bajé de descansillo en descansillo, aunque en la mayoría de las ocasiones lo hice dando con las costillas escalón por escalón. Salí del faro justo cuando pasaba Neptuno con el pulpo como jinete. Ocurría que el octópodo no sabía cómo parar al perro. Agradecido le grité: “muy bien, Neptuno”. Entonces el perro se detuvo moviendo el rabo justo al lado de la botella, momento que aprovechó el pulpo para lanzarse al suelo y avanzar sobre nuestro objetivo. A todo esto yo no había detenido mi carrera, estaba a tres metros del pulpo, pero éste estaba prácticamente alcanzándola, así que no tenía ni tiempo para coger piedras. En ese momento, una violenta ola golpeó la orilla con virulencia arrastrando todo lo que encontró a su paso. Al replegarse pude ver que el pulpo, el perro y la botella se habían separado; ahora yo tenía la oportunidad de cogerla. Corrí como un loco sin dejar de mirar al pulpo que, a su vez, se desplazaba velozmente. Lo adelanté y me agaché para coger la botella. Pero no pudo ser: Neptuno, creyendo, sin duda, que todo aquello no era más que un juego, la atrapó con la boca y salió corriendo. Le grité para que me la entregara, pero parecía haberse vuelto sordo. Pedí a los piratas que lo atraparan. Obedientes, empezaron a correr por el islote tras el perro. Así que, al poco, eran unas treinta o cuarenta personas, más yo, más el pulpo, corriendo tras el can. Pensé que lo mejor era correr en el otro sentido, “o aún mejor”, me dije, “¿para qué correr?”. Mantuve mi posición esperando la llegada del perro acosado por los piratas. Vi que estos corrían por toda la orilla y desaparecían tapados por el faro para, luego, volver a aparecer; pero del perro no hubo señal. Imaginé que habría entrado en el faro sin que sus perseguidores se dieran cuenta. Corrí al faro y los piratas me siguieron, así que subimos las escaleras treinta o cuarenta piratas y yo. Llegamos hasta la linterna sin encontrar ningún rastro del perro. Me asomé y vi que junto a la orilla corrían Neptuno y el pulpo. Emprendimos la carrera escaleras abajo treinta o cuarenta piratas y yo. Naturalmente, nos atropellamos y algunos bajaban rodando, aunque hubo dos que lo hicieron escaleras arriba y cuatro iban de un descansillo a otro y volvían a subir al anterior para empezar de nuevo. En la puerta se formó un tapón, claro. Aun así, conseguimos salir y correr hacia la orilla. Ni Neptuno ni el pulpo estaban allí. Miré hacia el agua; no creí que el pulpo fuera capaz de arrastrar a un perro como Neptuno -tonto, sí, pero muy grande-. Un ladrido me hizo volver la cabeza. En lo más alto del faro estaba Neptuno con la botella en su boca, y colgando de ella, el pulpo. No me pareció correcto decirle que soltara la botella, pues habría significado la muerte del pulpo, así que corrí seguido de treinta o cuarenta piratas escaleras arriba. De pronto, los que iban delante hicieron gestos apremiantes para que nos apartáramos, algo extraño estaba sucediendo; y en efecto, fue muy insólito ver que nos apartábamos para dejar paso al pulpo que se deslizaba escaleras abajo con gran rapidez... y con la botella. Conseguí reaccionar gritando que lo atraparan, que no lo dejaran escapar. Sin embargo, de nuevo los que estaban más arriba repitieron los gestos que indicaban que nos apartáramos. Así lo hicimos. Pasó corriendo Neptuno. Nuevo despertar por mi parte para gritar que atraparan a todo el que bajara. Entonces, los de abajo hicieron gestos para que dejáramos paso. Lo hicimos y Neptuno volvió a subir. Los de más abajo repitieron los gestos para que nos pegáramos a la pared. Pensé que el pulpo estaría subiendo arrastrado por la ola de estupidez que asolaba el faro, pero me sorprendí al no ver subir a nadie, sino que bajaba rodando la botella. Por supuesto, no hicimos nada que interrumpiera su descenso. Escuchamos cómo llegaba abajo. Nueva reacción por mi parte gritando que la cogieran. Entonces empezaron a hacer gestos para que dejáramos paso. Cómo no, así lo hicimos. Se trataba del pulpo que subía con una botella que había cogido por equivocación y que volvía para colocarla en su sitio. Se detuvo ante mí un instante y me pidió disculpas que, naturalmente, acepté. Siguió ascendiendo las escaleras. Iba yo a gritar que aprovecharan a correr escaleras abajo, cuando los de arriba hicieron señas para que nos apartáramos. Parecerá increíble, pero esas órdenes eran imposibles de desobedecer. Nos apartamos a ver quién bajaba ahora. Se trataba de la botella que el pulpo trataba de devolver a su sitio. Grité la orden de salir del faro a buscar la botella del mensaje. Treinta o cuarenta piratas empezaron a bajar la escalera, sin embargo, yo, que estaba hacia la mitad de las escaleras y el pulpo que estaba más arriba fuimos los primeros en salir; no acierto a saber cómo pudo ser así. Las dos botellas habían rodado hasta la orilla, y flotando en el agua había otras dos. Le señalé que cogiera las del agua. Cruzó los tentáculos y negó con la cabeza. Yo mismo se las acerqué. Las cogió y, furioso, las lanzó por el aire. Por sorprendente que pueda parecer, no se rompieron, sino que golpearon a las que estaban en la orilla y ambas cayeron al mar. En ese momento nos percatamos de que miles de botellas rodeaban el islote, y aquélla por la que tanto habíamos luchado se confundió entre todas las demás. Me enfadé y le grité: “¡Ahí la tienes!”. Por su parte, también cabreado se metió en el agua y empezó a tirar botellas al islote. Para que no se llene de cristales rotos he llegado a un acuerdo con los piratas a fin de que las atrapen en pleno vuelo; a cambio se pueden quedar con los mensajes que contienen.

15 de junio.
He decidido que hoy sea 15 de junio. Después de todo soy el único habitante del islote y puedo dictar las leyes que me plazca y poner las fechas que quiera a los días que quiera. Así, mañana será 16 de junio, el día en el que había planeado celebrar mi cumpleaños. Por la tarde di una vuelta por el islote para invitar a los amigos. Les dije que, aprovechando estas fechas estivales, lo celebraríamos en la calle. Luego me dispuse a hacer un pastel. Debí distraerme, pues no acabo de comprender porqué el faro se incendió. Afortunadamente, empezó a llover. Además, también el mar quiso ayudarme y arreció con grandes olas.

16 de junio.
Hoy habría de tener lugar la fiesta para la celebración de mi cumpleaños, pero hemos tenido que suspenderlo. Lo de poner las fechas que se me antoje puede que no sea una buena idea. En efecto, es más fácil que nos encontremos en diciembre que en junio. Eso explica que ayer lloviese y el mar arreciase como lo hizo y lo
sigue haciendo. Es, en verdad, un tiempo de perros.

17 de junio ó 17 de diciembre
Llevo en el faro casi un año o seis meses. Las cosas han cambiado todo lo que pueden cambiar en un año o seis meses. Como no hay vegetación en el islote no me percaté de si atravesé dos o cuatro estaciones. He postergado la celebración del cumpleaños para el año que viene, pero temo estar ya en él. En ese caso me faltaría poco para celebrarlo, pero si todavía no he cambiado de año, y en este no he celebrado el cumpleaños, el año que viene debería celebrar dos. En fin, para evitar errores he decidido quitarme dos años y empezar como si tuviera dos años menos. El problema es que no sé los que tengo, pero, vamos a ver, los que no sé que tengo menos dos dan como resultado dos años menos de los que tengo aunque no sepa cuántos son. No es una cuestión baladí. Al darme cuenta de que tengo no sé cuantos años menos dos comprendí que no estaba en el lugar que me correspondía: si de algo tenía la completa seguridad era de que dos años antes no estaba en el faro. Así pues, he tomado la determinación de abandonarlo.
Un día cualquiera de un mes cualquiera de un año de Nuestro Señor más dos años que descontaré cuando llegue a tierra.
Escribo en el bajel que intenta acercarme a tierra en un día de grandes nubarrones. Como no podía saber cuándo volverían a llevar provisiones al faro he decidido colocar un letrero en la puerta y otro en el fanal que dice “a todo aquél que haya encallado le pido que disculpe las molestias, pero tengo que irme, pues tengo dos años menos y hace dos años no estaba aquí; arriba... o abajo, bueno, en algún sitio, he dejado un martillo y unas puntas, por favor úsenlas a su antojo, estoy seguro de que no han podido caer en mejores manos, que Dios los bendiga”. Según estoy escribiendo empiezo a vislumbrar que tal vez haya cometido un error, ¿pero qué podía hacer? El único barco que regular o, mejor, irregular pasa por el islote es el de los piratas, así que después de unas buenas negociaciones accedieron a llevarme al continente. Sin embargo, llevamos tres días dando vueltas alrededor del faro, sin que sean capaces de cambiar el rumbo de la nave, y me temo que el ancla tiene algo que ver, pero, orgullosos, no me dejan hablar. He visto cómo las velas se les han caído encima y tardaron horas en salir de debajo. Cuando por fin las arriaron, lo hicieron en los palos que no correspondía. Eso sí, son muy alegres y aprovechan cualquier ocasión para cantar que acompañan con unas coreografías que desafían la gravedad, pues bailan igual en cubierta que en los flechastes o en las vergas, y nunca se caen. Pero el barco continúa dando vueltas alrededor del islote. Creo que mientras arreglan los problemas, volveré a pasar unos días en el faro.

Un día cualquiera de un mes cualquiera de un año de Nuestro Señor más dos años que he descontado.
He vuelto al faro. Los piratas siguen dando vueltas y cantando. Continúo manteniendo el fanal encendido y Neptuno se ha hecho una caseta de tres pisos, con escaleras y muebles. Estoy perplejo: ¿para qué necesita tantos pisos? Como buen vecino le he regalado una sombra, pero la casa ya tenía una. Se llevan mal y se han colocado una a cada lado de la casa. El caso es que ninguna está donde el sol dice. Tememos que se lleven la caseta a la isla de las casetas de perro sin sombra. Si no lo han hecho ya seguramente se debe a que no tienen sitio para una caseta tan grande.

Hoy
 Acabo de regresar del continente. No he podido volver más decepcionado del viaje. A pesar del descuento de mis dos años, las cosas habían cambiado y había más edificios. Cuando le explicaba a la gente que tenía dos años menos se reían abriendo unas bocas que se me antojaban aborrecibles y dañinas. Me dolió que siempre me respondieran con risas si yo les decía que tenía dos años menos, pues deberían quedarse con eso, no reírse como si estuviera loco. Tampoco creyeron lo del pulpo y la botella, ni lo de las sombras, ni... No obstante, algunos hablaban de un tal Gulliver como si lo conocieran y, según me dijo el propio Gulliver cuando pasó por el islote, jamás ha estado en esa ciudad. Sin embargo, no dije nada de mi habilidad con las piedras. Me limité a dejarles un gigantesco mensaje escrito en el cielo: “imbéciles”. Después las piedras habrán hecho algunos chichones. Se lo tienen merecido.
Neptuno casi se queda sin el rabo al ver su caseta. He traído semillas de tomate y mientras los cultivo veo cómo los piratas siguen dando vueltas al islote.

Ayer puse hoy, pero en realidad es ayer, ya que hoy es hoy, quede bien claro.
Al fin, los piratas se dan por vencidos. Después de tantas vueltas al islote, el barco ha decidido atracar por su cuenta. Los piratas han trabajado, luchado, rogado, empujado, insultado, desafiado, rogado, amenazado, despreciado, rogado, sobornado, ordenado, solicitado, requerido, exigido, rogado, pordioseado, suplicado, pegado, implorado, abrazado, mimado, cocinado, pataleado, rogado y resignado, tras la negativa del barco que movió el bauprés de lado a lado con altivez. Los pobres infelices quedaron en silencio y se miraron entre sí durante un buen rato, pues lleva tiempo que treinta o cuarenta piratas se miren entre sí uno a uno, sobre todo si algunos se equivocan y miran a los ojos a alguien a quien ya miraron, pues el error de uno siempre se duplica pues el que ya miró antes también lo miró a él y por tanto son dos los equivocados con una sola acción. En fin, cuando terminaron no sabían qué hacer. Rogaron por última vez al barco que de nuevo negó con el bauprés con el mismo gesto altivo de la otra vez, si bien el palo, por tanto movimiento, se rompió. Fue en ese momento que uno de los piratas, precisamente el que llevaba un parche en cada ojo señaló el faro y dijo que quería un faro como el del islote. Los demás se volvieron hacia el faro y dijeron que también querían uno. Bajé decidido a ayudarlos. En el islote había piedras de sobra para otro faro, o incluso, podría darles el de Neptuno. Fue la única vez que oí a un perro rugir. No obstante, mi deseo de ayudarles a conseguir un faro no me había dejado ver claro lo que pretendían, que era tener un faro para cada uno de ellos, o sea, treinta o cuarenta faros. Subí a mi cuarto cabizbajo justo cuando la tarde iba a dar paso a la noche. De repente, unas voces me hicieron levantar la cabeza, pues, efectivamente, parecían llegar de lo alto. Subí al fanal a ver de quién o quienes se trataba, pero allí no había nadie. Sin embargo, las voces seguían sonando y cada vez más fuertes. De ellas se desprendía una furia que volvía los huesos trémulos hasta el desfallecimiento. No podía creer que alguien estuviera discutiendo en el tejado, así que salí a comprobarlo. Pero antes de poder mirar hacia arriba quedé atónito ante la visión que me esperaba en el mar: al menos treinta o cuarenta islotes con su faro y un pirata asomado al fanal jaleando al barco que, con el bauprés en su sitio, pasaba a gran velocidad esquivando los islotes. No saldría de mi estupor tan pronto si no fuera por el fragor de la discusión que tenía encima de mí. Me giré y traté de ver quién estaba en el tejado; no había nadie. Sin embargo, las voces encolerizadas eran cada vez más atronadoras. Por fin, supe de qué se trataba. Quienes discutían eran el día y la noche, al parecer porque la noche se quejaba de que no podía dormir durante el día a causa de los ruidos y por lo tanto se negaba a dejar paso al día para la otra parte del globo y el día había decidido adoptar la misma medida. De ese modo se podía ver en el cielo la parte luminosa del día y a continuación de modo abrupto, sin un mínimo de entremezcla, que diera lugar a una la noche. Mantuvieron el duelo durante mucho tiempo, no sé cuánto, pero acabaron exhaustos los combatientes. Me había quedado dormido entre tanto apoyado en el fanal. Al despertar recordé el paisaje lleno de faros y me levanté para verlo. Lo que vi fue aún más sorprendente que lo que viera la vez anterior. Los faros continuaban allí, pero ahora colocados en dos filas que sumaban dieciséis faros enfrentados a otras dos filas con otros tantos faros, entre los que me incluía, estando mi faro en la fila de atrás, el cuarto empezando por la izquierda. Los faros de las filas que teníamos enfrente eran negros mientras que nosotros éramos blancos, y todo el mar estaba dividido así mismo en cuadrados blancos y negros, todo ello sin duda como consecuencia de la discusión entre el día y la noche.

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Es posible que esté en el cielo o acordándome. Todos y cada uno de los que estamos en este gigantesco tablero hemos visto cómo los dedos de Dios cogían los faros y los colocaban en otro cuadro. A mí no me corresponde viajar por el tablero más que de cuadro en cuadro, a veces puedo moverme dos cuadros; pero tengo el honor de jugar hasta el final de la partida.
Recuerdo cuando jugaba con De Grät y Neptuno se acurrucaba bajo la mesa. Ahora comprendo por qué cuando estaba a punto de ganar, el perro salía corriendo y tiraba todas las fichas. El truhán de De Grät debía de darle una patada. Esa es la explicación de que Neptuno estuviera escondido en su caseta durante días: recordaba las patadas. Al fin, conseguimos que saliese a jugar, y lo hace pudiendo moverse por todo el tablero, sólo tiene prohibido el movimiento en forma de ele. No obstante, estamos pensando en retirarlo del juego por esa manía tan absurda de marcar el terreno en cada escaque.