El Faro por Evelia
4 de enero- ¡Pobre Neptuno! No acaba de acostumbrarse a este tubo y a menudo le sorprendo llorando quedamente mientras me mira con ojos lastimeros: “¿Por qué hemos venido a esta cárcel?”. Extraña los paseos que dábamos por las tardes, la libertad de los jardines de nuestro palacete, la algarabía de las reuniones festivas.
No sé cómo explicarle que un año pasa raudo, que nadie me va a disputar su cariño, que pronto podrá sentirse a gusto en esta nueva morada, que valoro su compañía mucho más que la de las personas…
Cuando baja la marea y sale al aire libre da dos vueltas en busca de campo. Enseguida regresa con cara de no entender este lugar.
Luego sube conmigo al fanal y llega tan fatigado como yo. Tomamos aliento al unísono. Yo atiendo las labores de la lámpara, mientras él se asoma a lo alto en busca del horizonte y rezonga.
5 de enero- He estado revisando la biblioteca. A pesar de tener una gran cantidad de volúmenes, no he encontrado alguno especialmente interesante. Lo mejor, la gran mesa redonda, un sillón de lectura muy cómodo y dos sillas robustas. Tampoco hay libros que contengan documentación para el que voy a escribir. Voy a pedir varios. La balandra no regresará con los víveres hasta el día 8. Tengo tiempo de hacer la lista. Se la enviaré a De Grät.
Lo que observé sobre el mar es que aparecía como una superficie plana, gris plomizo, rizada, con frecuentes cadenetas de espumilla que surgían aquí y allá para luego desaparecer con rapidez.
6 de enero- ¿Cómo es posible, después de todos estos días, no haber avistado ni un solo barco? ¿Acaso navegan en la más absoluta oscuridad, durante mi descanso? Desde el día 2 no he visto ni una gaviota. Silencio, soledad; pensamientos absurdos intentan asaltarme. Debo defenderme.
7 de enero- Neptuno está enfermo. No ha querido salir al bajar la marea. Me acompañó con desgana al fanal para cargar el aceite. Se quejaba y no quiso mirar hacia el mar. Cuando bajamos, se tumbó en su rincón y no se ha movido. No ha probado la cena. Se me clava en el corazón la tristeza de su mirada.
-Ánimo, amigo mío. Mañana llegará la balandra. Tendremos comida nueva, podrás pasearte por la cubierta, recibirás alguna golosina del capitán. ¿Recuerdas qué bien te trató cuando vinimos?
Le voy a dejar dormir en mi cuarto. Necesito su compañía.
8 de enero- La balandra retrasó su llegada más de lo esperado. El capitán comentó que tuvieron el viento en contra. Después de descargar los víveres y el aceite de la lámpara, comí con él y la tripulación. Hablaban animadamente de las últimas noticias del puerto. Quieren unirse para pedir más salario a los armadores. Tuvimos el tiempo justo para jugar una partida de cartas antes de emprender el regreso.
El capitán me entregó una carta de De Grät y yo le mandé otra con la lista de libros de mi biblioteca que debe enviarme. Estoy deseando que pase la semana para tenerlos aquí.
A Neptuno le ha animado poco la visita para él inesperada. Saludó al capitán, pero su mirada decía a las claras que no se encontraba bien. Al quedarnos solos de nuevo la tristeza le ha vuelto a invadir. No ha probado ni un bocado.
Tengo que saborear la carta…
9 de enero- “Amigo mío: estoy preocupado por vuestra salud, me siento responsable por haber cedido a vuestros deseos y conseguir que cumplierais el destierro en esa maldita torre. Cada vez que veo a vuestro fiel Orndoff insiste en querer acompañaros y me pide que os convenza…
Sigue al pie de la letra vuestras instrucciones, mantiene vuestras posesiones con esmero, no faltan flores frescas en la tumba de vuestra esposa. Sabe de sobra que nunca habíais realizado las tareas que os corresponden ahí y quisiera aliviaros…
No dudéis en mandarme vuestras peticiones, gustosamente cumpliré vuestros deseos.
Elevo al cielo mis peticiones por vos”. De Grät.
10 de enero- ¡Mi fiel Neptuno ha muerto! ¡Cómo voy a sentir su ausencia! Miré al mar con ansia de hallar alguna señal positiva, mas no vi sino caballos desbocados corriendo por la superficie, desde oriente a occidente, mientras relinchaban con furia atroz.
Si mañana viniera la balandra, le pediría al capitán que llevara a Neptuno y que Orndoff se hiciera cargo de él. Pero ni siquiera eso será posible, con los días que faltan. A veces, miro el reloj para ver pasar las horas, tan largas, tan iguales, sin encontrar más alivio que esperar la llegada de la balandra.
Siento que la torre se mueve, pienso que eso es imposible, escucho rumores que vienen de allá abajo, en la base. Algo se mueve.
11 de enero- He acondicionado uno de los cajones de los víveres, he colocado en él a Neptuno; le he puesto una botella con un mensaje: “Neptuno. 5 de marzo de 1791- 10 de enero de 1796” “El más fiel amigo, que acompañó a su amo hasta el destierro” R. I. P. Luego he clavado la tapa con muchos clavos. Al bajar la marea lo deposité con unas cuerdas sobre la superficie. Al principio se movía en ondas, cuando el agua lo inundó comenzó su viaje submarino sin más rumbo que el de las corrientes.
Han vuelto los caballos, cada vez son más y galopan más cerca… me aterran sus gritos, parece que escupen mi nombre…me retumba en los oídos su estruendo.
12 de enero- Se me ha agotado la absenta…y aún faltan tres días para que vuelva la balandra…una eternidad.
He pasado todo el día agobiado por una jaqueca horrible. Ni siquiera tuve fuerzas para subir al fanal. Total, nunca pasa ningún barco por estas aguas.
¿Hasta dónde habrá llegado en su triste viaje mi fiel Neptuno? Debería haber ido con él.
13 de enero- Me estalla la cabeza. ¡Ah, mi triste Anne! ¿Cómo pude acabar así con tu vida? Quisiera pedirte perdón, decirte que fueron los celos la causa de mi locura, sosegar esta mente angustiada.
Mi vida es un fracaso total, no tiene valor ni sentido.
El 15 de enero, según lo previsto, la balandra salió provista de un gran cargamento de víveres y combustible con destino al faro. Hacia la mitad de la ruta se desencadenó una gran tormenta, acompañada de oscuridad, truenos, rayos y fuerte oleaje. El capitán y la tripulación trabajaron hasta la extenuación para gobernar la nave, pero el faro no alumbraba y en un embate terrible fue a estrellarse contra la roca. Inmediatamente se partió en dos y se hundió con enorme rapidez. Nadie se salvó.
Cuando días después entraron al faro, le encontraron cerca de la puerta, colgado. Su diario estaba abierto sobre la mesa de la biblioteca.