El Faro por Jaime del Egido

4 de enero- Hoy ha soplado un viento frío del norte y el día estuvo despejado hasta primeras horas de la tarde. Después, avisté unos nubarrones hacia el noroeste que se fueron intensificando paulatinamente. Esta conjunción de viento y nubes presagia tormenta, tal como indican unos planos marítimos que encontré en la alacena del mirador.
En cuanto finalice esta anotación bajaré al almacén, en el sótano, pues en estas situaciones es conveniente utilizar carbón como combustible. El fuerte viento, si se introduce por los tiros, puede provocar un incendio en la caja de iluminación, o al menos ensuciar los cristales y reverberos disminuyendo la intensidad de luz. Tendré que bajar y subir varias veces por esta interminable escalera de piedra, portando el carbón en un  fardel atado a la cintura.
Mi estado de ánimo es excelente estando solo. La soledad es una situación esperada desde que De Grät consiguió para mí este “trabajo” en el faro, en compensación a la sentencia del juez James Finnighan.  Estuve acusado, injustamente, de un delito de robo.

6 de enero- Las cosas se han complicado antes de lo que yo pudiese prever. A consecuencia de aquél cambio brusco de tiempo, tuve una jaqueca que entorpeció mis trabajos de sustituir los combustibles y limpiar los quinqués. Para mas "INRI" se averió el sistema de poleas que regula los tiempos del fanal, para conseguir las intermitencias adecuadas en la iluminación. Me llevó horas descubrir el trozo de lienzo viejo, arrebujado en los engranajes del sistema de contrapesos. Y entre la jaqueca y tratar de solucionar la avería, me irrité hasta el extremo de gritar y patear a Neptuno,  el perro que lleva aquí varios años, y que no tiene culpa alguna.
Ese primer día de tormenta no tuve humor de hacer apuntes en el cuaderno pero vi un grupo de tres embarcaciones, a unas dos millas al suroeste.  Al frente de ellas, y como dirigiendo, iba un bergantín, y detrás le seguían dos embarcaciones menores que podrían ser faluchos o jabegas. No se qué  motivos podrían tener para encontrarse por estas latitudes. Por el tipo el tipo de velamen, bien pudieran ser pescadores desviados de su ruta por el temporal, pero no descarto fueran corsarios de la armada inglesa persiguiendo a alguna embarcación pirata.

8 de enero- Hoy se cumple una semana de mi estancia en el faro. En general estoy satisfecho y me siento útil a la navegación, a pesar de que nadie se acerca para agradecer el servicio prestado… Me  pregunto si alguien se habrá interesado alguna vez por los fareros de carne y hueso que viven y sobreviven, aislados habitualmente, tal vez aburridos o desesperados…
Yo estoy feliz. Si soporto estos seis meses estipulados no sólo evitaré mi entrada en la cárcel sino que recibiré una indemnización de mil quinientas libras con la única condición de que me vaya a vivir a un condado alejado del de Sussex. Me aseguraron que cada treinta días, aproximadamente, la balandra del gobierno se llegará a este lugar para la provisión de víveres y combustible. Vendrán dos o tres marineros, y he de insinuarles que me ayuden a subir a la torre parte de los materiales. Habré de inventarme una cojera que dificulte mi ascensión por la escalinata.
El mar sigue en calma.

9 de enero- Hoy tengo que anotar una incidencia terrible sobre la que debo tomar una decisión, y no sé qué consecuencias pudiera traerme. Resulta que en la bajamar ha quedado al descubierto una superficie mayor de rocas y arena en este montículo sobre el que asienta la torre. Tuve la idea de caminar por la superficie despejada para desentumecer los músculos. Y en esas estaba cuando he visto restos de un naufragio: Ropajes empapados y rotos, tablones negruzcos, y diversos aparejos de pesca ya desvencijados. Y lo terrible: El cadáver de un hombre bastante hinchado, semivarado en la orilla. Fue una impresión de pena y repugnancia ver el cuerpo de aquel desgraciado, con el rostro desfigurado, barba greñosa, y aquella inmovilidad…
Lo he sacado a tierra firme tirando por una de sus piernas desnudas, y he subido rápidamente al faro porque unas náuseas sin control se apoderaban de mi cuerpo. Regresé a los menesteres habituales, pero ya intranquilo, sin poder evitar pensamientos sobre el origen de semejante tragedia.
¿Sería la consecuencia de un ajuste de cuentas entre marineros, o un ataque pirata a una embarcación menor? Y también me pregunto qué hacer con el cadáver.
Si lo dejo expuesto al sol y al aire durante tres semanas, no podré soportar su presencia. Y si lo deslizo mar adentro,  me aterrará el sentimiento de culpa…

12 de enero- Estoy desquiciado. La imagen del muerto está latiendo todo el día, en mi  mente. Por la noche sigue presente en el duerme vela y hasta en el sueño. Me despierto sobresaltado y sudoroso. Aterrorizado. Irritable. Soy incapaz de tomar una decisión que me libre de este estado permanente de ansiedad, y de estos irrefrenables deseos de salir de aquí…

16 de enero, al atardecer
Mi vida se ha convertido en un divagar sin control ni horarios. Me arrastro en el escaso espacio del mirador o desciendo, pesadamente, hasta el almacén y me paso las horas sentado en la oscuridad, con la cabeza entre las manos. No estoy controlando si las señales luminosas son las adecuadas a las instrucciones recibidas. Las noches son una pesadilla interminable entre el crepúsculo y el amanecer. Estoy derrotado y perdí totalmente el apetito. Y si estoy siendo capaz de escribir esta nota, es porque hoy me asiste un rayo de esperanza al  comprobar que, con la última pleamar, han desaparecido los restos del naufragio y también el cadáver.
Respiro aliviado, y la poca voluntad que tengo la pondré al servicio de recuperarme.
Neptuno se pasa las horas junto a mi, el pobre también está decaído y me sigue a todas partes en silencio.

18 de enero- Sigo mejorando y al retomar esta mañana la vigilancia de mis obligaciones no vi iluminación alguna en los cristales del fanal. Pensé se habría apagado el carbón. Afortunadamente, un rescoldo insignificante aún permanecía en ignición y he podido recuperar el fuego. Me llevó toda la mañana, cambiar otra vez el sistema de combustible e iluminación.
Me siento mejor: responsable de mi situación, consciente de mis obligaciones... pero quiero dejar ya este lugar.
Ya no disfruto la soledad. Desapareció la agradable sensación de ser el dueño de una torre en medio de un extenso Océano, que ahora puede traerme peligros en cualquier momento.

23 de enero de 1796- Cuento los días que restan para que vuelva la balandra, y pueda, al fin, narrar lo que he visto, y tal vez aliviarme de este agobio en el que estoy inmerso. Mi ánimo ha mejorado cuando me he hecho con el funcionamiento correcto del fanal. No obstante, abandonar el lugar es una idea obsesiva.
Tal vez convenza a los marineros que lleguen, si les digo que está previsto un automatismo para el funcionamiento del faro durante un mes, y no les importe que regrese con ellos... Después, huiría de la justicia, me buscaría la vida como jornalero donde nadie me conociese. Pasar el resto de mi vida en la ilegalidad, a pesar del miedo a que me descubran, siempre será mejor que continuar en esta incierta y solitaria cárcel, acechada de peligrosos asedios.

2 ó 3 de Febrero- Estoy furioso conmigo mismo y con la sociedad. ¡Me siento engañado y ultrajado!
¿Quién podría suponer que los tripulantes de la barcaza fueran un sargento, un cabo y un soldado de la marina real?
Solo un ingenuo como yo no lo hubiese previsto. Aparte de las provisiones, traían el encargo de dejarme aquí de nuevo. Los militares portaban a la cintura una espada y un trabuco. El soldado no soltó el mosquetón en todo momento. En dos horas, servidos de una pequeña balsa, habíamos transportado todo el cargamento hasta el roquedal. Y en otra hora más, lo habíamos colocado en el almacén. Comprendí la situación y no hubo apenas intercambio de palabras.
¡Ojalá sean abordados por piratas y echen sus cuerpos al mar para que sus huesos sean pasto de tiburones!
Aún me restan cinco meses de esta estancia, pero ya tengo muy claro que voy a poner todo mi empeño en sobrevivir aunque sólo sea para vengar esta humillación. Sé lo que haré y a quién he de... cuando me vea libre al fin. De momento y para no levantar sospechas, me ocuparé sólo del funcionamiento del faro. El resto de encargos, incluida la escritura de este diario, que lo haga el “sursum corda”.