El Faro por José Julio Cueto

4 de enero - Calma chicha durante todo el día. Empiezo de la misma manera, escribo de la misma manera, vivo de la misma manera. Otro día más en lo de siempre; lo de siempre... suena absurdo, pues apenas acabo de empezar esta experiencia insalvablemente fría, solitaria, rutinaria. Me gusta esto; o eso creo. No estoy muy seguro. Sin embargo, a Neptuno se le ve eufórico mientras escribo mi libro en el balconcillo sobre el que se encuentra el torreón y la linterna.
Está adoptando el hábito de salir del faro a primera hora de la mañana y a partir de media tarde. Seguramente sea algo que me habrán comentado De Grät o el capitán de la balandra que haría. No estuve muy atento, sólo quería que me enviaran aquí lo antes posible. El incidente en altamar pudo tener algo que ver también. De todas maneras, es como si ya hubiese olvidado todo, incluso mi indignación por tardar tanto en otorgárseme este puesto. “Orgullo de noble” lo llamaba Orndoff el pedante. Me alegro de no tenerlo nunca más pululando a mi alrededor recordándome mi ridícula posición en la cada vez más pronunciada jerarquía de la nobleza. Ahora ya no importa. Soy feliz; a mi manera. En realidad, aquí sólo existe mi manera.
Creo que tendré que quitar algunos de estos apuntes sin sentido antes de entregar el “informe” a De Grät.

5 de enero – El tiempo está cambiando. Parece la calma que precede a la tempestad. Este extraño calor acabará en una tormenta de las que hacen época, estoy seguro. Pronto caerá sobre la estructura. Espero que el agua no se filtre y tener que nadar por la fachada de amplios zócalos y cornisas.
El mantenimiento del faro es menor trabajo del que el pesado de Orndoff pretendía asegurarme. El sistema catóptrico, como lo llaman los entendidos, resulta ser de lo más simple. Con ese nombre llegué a imaginarme todo tipo de maquinarias imposibles, pero nada más fuera de la realidad. Neptuno ya empieza a quejarse y llamar mi atención para bajar a dar un paseo por las inmediaciones. Me parece algo cargante. No obstante, me sienta bien moverme un poco y dejar de darle vueltas a todo; sobre todo mi libro. Estoy atascado respecto al libro. Me sumerjo en mi mente durante grandes intervalos de tiempo. Eso demuestra mi felicidad, aunque no ayuda a redactar.
“Déjame, Neptuno, ya estoy harto. Bajaremos cuando yo lo diga.”
A él no le importa mi “orgullo de noble”. Calla y espera paciente. Nos respetamos el uno al otro. Sería imposible si fuese humano como nosotros. Me alegra que sea un perro. Creo que ya lo he dicho o escrito antes...

6 de enero – Primer día de tormenta. Se me antoja poner “primero” por la pinta que tiene de ser un temporal bastante largo. En realidad no es el primero, ya que ayer nos pilló el aguacero regresando del paseo.
Hoy casi choco con uno de esos arcos de medio punto que pretenden hacer de esta práctica construcción, un lugar más acogedor. ¡Menuda idea!
Neptuno no deja de fijarse en mi segunda cabeza. Empiezo a ponerme enfermo, es a lo que más miedo le tengo. Quiero pensar que no será nada importante.
Hoy he vuelto a abrir el diario porque Neptuno no deja de ladrar. Sale al balconcillo y se pone a ladrar como un loco bajo el chaparrón. Ya le he agarrado, arrastrado y reñido un par de veces. Es un cabezota. No quiero coger una pulmonía por su culpa.

7 de enero – Segundo día de tormenta. Perdón, quisiera decir eso, aunque hoy ha amanecido el cielo plomizo, pero tranquilo. Neptuno seguía ladrando después de que me despertase y no deja de morderme el pantalón para que le lleve fuera. Empieza a recordarme a Orndoff y no puedo evitar odiarlo.
Peor, algo peor que la enfermedad. No tengo fiebre, me he asegurado 20 veces. Estoy bastante bien físicamente... Sufro alucinaciones. No, no lo hago.
Debo escribirlo todo, pero no quiero que me tomen por loco. ¡Qué importa! Todos deben de pensarlo ya.
Hoy cuando bajamos por la mañana al paseo, Neptuno insistió en bordear el pequeño acantilado y bajar. La marea estaba demasiado baja, extremadamente baja. Se metió en una cueva antes de que pudiera rechistar. Seguía tan nervioso como en medio de la tormenta.
Tardaba tanto en salir que decidí ir tras él. Seguí sus ladridos por el túnel hasta que me quedé completamente a oscuras. Temía que mi mente divagase entre miedos, por ello, me concentré en el perro y su ladrido. Fui tanteando el lugar, el cual era bastante amplio - no tuve que agacharme; ni siquiera era capaz de tocar las dos paredes de la cueva al mismo tiempo-. De pronto, me paré al lado del animal que gruñía sin cesar en la oscuridad. Traté de tirar de él pero no cedió ni un palmo. De repente noté el aliento. ¡Un aliento en mi cara! ¡El brillo apenas apreciable de unos ojos que intuía como se acercaban! Al instante me hallé espantado, corriendo y tropezando con los salientes del túnel. No grité, pero me sentí abatido y he regresado al faro.
Neptuno ha desaparecido. No volví a oír su ladrido. Aquí estoy escribiendo. No sé si fantasía o realidad. Si ocurre algo espero que esto quede como prueba. Tengo miedo. No quiero morir, mas no quiero volver.
No voy a avisar a De Grät.

Noche del 7 al 8 de enero – Neptuno ha vuelto. Estoy histérico. Un rayo fue lo que me mostró su regreso. El regreso de los dos: El hombre y el perro. Me aterroriza volver a ver a ese hombre. Neptuno ha vuelto a ser el mismo, empero yo no sé si aguantaré esto una vez más. Siento el corazón volcando y dando tumbos como abatido por el frío e intranquilo mar que me rodea. Esos ojos negros, la cara mortalmente blanca enmarcada por los largos mechones negros. Nunca he visto algo tan hermoso y terrorífico al mismo tiempo. Se acercó tanto a mí como la última vez. Hasta que sus labios casi rozaron los míos. En aquel momento casi me pareció hasta erótico; en cambio, creo que he vomitado más de 3 veces después de aquello. Un rayo se lo llevó de nuevo. Han pasado varias horas en vela. Sigo sin relajarme. No necesito consuelo, no necesito a nadie, sólo quiero que me dejen en paz.

9 de enero – Le he vuelto a ver. Le he vuelto a ver. He vomitado otra vez al sentir su aliento pútrido sobre mi cara. Me ha besado.
Neptuno me ha mordido.
El fantasma aparece y desaparece. No quiero moverme, no quiero ver nada ni a nadie. Estoy asustado, excitado. ¿Quién abrió la caja de Pandora?
No puedo escribir. No puedo describir lo que ocurre.

Sin fechar – Me he encontrado este diario. Pandor me lo señaló mientras jugaba con Neptuno. Debe de ser suyo. No sé si lo ha escrito él, pues lleva mi nombre, pero nada de eso ha sucedido, se lo ha inventado. Debe de ser su forma de entretenerme. Acaba de desaparecer otra vez dejando solo a Neptuno. Ahora sube hacia aquí. ¡Mira, aquí vuelve Pandor! Ahora está a mi lado. Me pide que me tire por el balcón.
Acaba de saltar la balaustrada. Neptuno ladra sin cesar. Oigo a Pandor subir las escaleras. Viene vestido como una de aquellas marionetas que encontramos en el acantilado, entre aquel amasijo de madera. El barco fantasma lo llama. Me pregunto cómo llegaría hasta aquí. Ayer no estaba.
“Ya me tiraré más tarde, ¿no ves que estoy ocupado?”- le digo.
Me gusta escribir. Nunca lo había hecho. Creo que puede deberse a que solamente he leído un libro en mi vida y está incompleto.
¡Qué gracia esto del diario!
“¡Neptuno, ladra más alto!” Debería decirlo en voz alta para que me oiga...
Me pregunto de qué servirá el aceite quemado, huele fatal. Y el espejo ese extraño, “parabólico” dice Pandor. Yo mismo he inventado ese nombre...Pandor.
¡Alguien me grita desde un barco! No le entiendo. Dice algo de encender; no sé qué de una luz que por las noches hace de guía. Iré a saludar y ver qué quieren, así de paso contento a Pandor, que sigue insistiendo en que salte y me estrelle...