El Faro por Luis Miguel González

- Señora Murray, localice al Inspector McMillan y hágale saber que debe acudir a mi despacho de manera inmediata.
La voz del Jefe Superior de policía del distrito de Man sonó como lo que era: la de un hombre acostumbrado a mandar y a ser obedecido. El Superintendente le había llamado y le había ordenado que se pusiera manos a la obra, de forma inmediata, para resolver la desaparición de un farero en el islote de Man.
¡Menudo muerto, o mejor dicho desaparecido, que me ha caído encima!– pensó, mientras la impaciencia por la tardanza del maldito McMillan empezaba a apoderarse de él.
- Señora Murray, ¿todavía no ha localizado al Inspector?
- Sí, Jefe; ya viene para aquí.
- Hágale pasar en cuanto llegue.
Apenas tres minutos más tarde se abrió con gran estrépito la puerta de su despacho y el hueco fue cubierto casi en su totalidad por la humanidad desbordante de McMillan.
- ¿No le han enseñado a llamar a la puerta?
- Disculpe señor, pero como me estaba esperando supuse...
- Déjese de suponer – le espetó el jefe irritado -, y siéntese. Escuche con atención lo que voy a decirle...
A partir de ese momento el Jefe Superior le puso al corriente de la situación.
- Hace un par de días llegaron al Departamento de Costas media docena de denuncias de otros tantos barcos que navegaban en las inmediaciones del faro del islote de Man. Contaban que el faro no funcionaba y que parecía abandonado ya que le estuvieron enviando señales que en ningún caso obtuvieron respuesta. El Departamento envió a un inspector a averiguar qué sucedía y lo único que encontró fue esta especie de diario; ni rastro del farero ni de persona alguna.
El Jefe le tendió a continuación una libreta de pastas negras, como de hule.
- Ábrala – le ordenó al Inspector.
- No parece que le diera tiempo a escribir mucho: empezó el día de año nuevo y no llegó a reyes.
- Deje de hacerse el gracioso, McMillan. Eso es todo lo que tenemos. Deje todo lo que tenga entre manos y dedíquese de lleno a este asunto. ¡Quiero algo que poder entregar al Superintendente en tres días! Ya puede retirarse.
- Sí, señor; ahora mismo me pongo a trabajar en ello.
McMillan salió pensando que el Jefe volvía a tener la úlcera sangrando, ya que cuando eso sucedía su carácter se agriaba de manera evidente y casi insoportable. Una vez en su mesa de trabajo se puso a leer el breve diario del farero: “ 1º de enero de 1976- Hoy, mi primer día en el faro...”. Lo leyó con calma y atención dado que sus próximos días de trabajo iban a girar en torno a quien lo había escrito.
¿Y esto es todo lo que tengo para saber qué ha pasado con el farero en cuestión? ¡Menuda historia!-pensó una vez acabada la lectura, mientras cogía lápiz y papel para darle otro repaso.
Empezó a anotar nombres propios: De Grät, Neptuno, Orndoff.
¡Vaya hombre! Tres nombres propios... y uno corresponde a un perro. ¡Pues sí que estamos bien!
En otra parte de la hoja anotó lo que se le ocurría que podían ser los motivos de la desaparición del farero: desaparición voluntaria, desaparición accidental, desaparición forzosa. Al lado de desaparición forzosa escribió entre interrogantes: cadáver, móvil, arma, asesino; y al lado de desaparición accidental anotó: climatología, estado de salud, restos...
Dejó de escribir.
- Tengo que ir al islote de manera inmediata–se dijo para sí mismo.

Se levantó; cogió su gabardina del perchero y salió a la calle. Necesitaba un poco de aire fresco que le ayudase a enfocar el caso con buenas vibraciones.