El Faro por Mª Ignacia

4 de enero- Ya llevo 4 días aquí encerrado y lo que en un principio me resultaba atrayente empieza a pesar sobre mis hombros.
El mar está en calma, pero presagia que va a llegar un gran temporal. ¿Será suficientemente fuerte este lugar para resistir el embate de las olas?
Hoy me visitará el encargado de traerme el avituallamiento. Sé que no he de hablar con él -son las reglas- pero estoy deseoso de, al menos verle; de comprobar que no estoy solo en este mundo. Desearía gritar, mantener una conversación y que me informara sobre lo que ocurre al otro lado de estos muros, sobre todo de aquellas personas que, aunque soy consciente de que les he hecho mucho daño, están en mi mente y golpean mi cabeza.
Hablo alto para escuchar mi voz y acallar los fantasmas que me gritan: ¡Estás solo... solo...! En algunas ocasiones, hasta entono canciones melancólicas, que reflejan mi ánimo.
Lo único un poco más agradable es escribir este diario porque en él descargo toda mi furia.
Se ha hecho de noche y el haz de luz del faro pasa una y otra vez, repitiendo y repitiendo su monotonía.
Me retiro al camastro que está tan frío como la muerte.

5 de enero- Me levanto en una mañana negra, con una espesa niebla que impide divisar cualquier barco que pudiera navegar cerca. El sonido del faro, que parece un suspiro quejumbroso, me llena de temor.
He bajado al sótano, cuya construcción queda dentro del mar, parece que hay más silencio, solo se escucha un pequeño ruido, posiblemente sea el movimiento de algún animal. Hay gran desorden: tablones atravesados, farolillos viejos, periódicos tirados por todas partes y hasta excrementos de animales. Mi antecesor no podríamos decir que fuera pulcro. ¡Esto es una inmundicia!
Intento poner un poco de orden. Tengo poca luz. En un rincón he encontrado un arcón grande, de madera. Procuro quitarle toda la mugre que le cubre. Mi curiosidad es superior al asco que me produce todo esto. Abro con dificultad los cierres de hierro oxidado. Encima de todo encuentro un libro, parece ser el diario del faro -me lo llevaré para que me sirva de entretenimiento-. Más abajo, entre papeles y trapos, he encontrado restos de vestidos femeninos, manchados de sangre, y muchos periódicos cubriéndolo todo.
Esto me supera. Subo horrorizado. ¿En qué lugar, tan lúgubre, estoy metido?
Quisiera marchar. Pienso que sería más llevadero encontrarme en una cárcel, donde por lo menos escucharía el sonido de otras gentes. Porque ¿qué es esto más que una cárcel? ¡No! ¡Qué digo!... Mucho peor ya que me asaltan pensamientos horribles, recordando... Mas he de continuar aquí porque la ciudad donde nací, después de lo ocurrido, me desprecia.

6 de enero- Me ha despertado una gran galerna, el turbón como decían los marineros cuando de jóvenes, salíamos en una pequeña lancha al mar. Nos gritaban: ¡Entrad al puerto que viene el turbón! y nosotros, inconscientes, no lo veíamos por ningún lado; el mar nos parecía en calma. ¡Qué recuerdos!. Aquella vez mucho nos costó enfilar la barra para entrar al puerto.
Creo que voy a dejar este diario, no me aporta ningún consuelo, solo me hace recordar y dar vueltas a todo lo sucedido.
Me aseo poco y mis barbas ya son largas. ¡Que importa!, si voy a morir aquí.
No puedo esperar más. Cuando venga nuevamente la barquichuela con mis alimentos, sólo encontrará mis despojos.

7 de Enero- Me levanto tras una noche obsesionado con la forma de acabar con esta maldita vida. El cielo y el mar son una masa oscura. He de vigilar el buen funcionamiento del faro.
He ojeado el diario del faro encontrado en el arcón. Me asalta la tentación insana de volver al sótano, aunque me asuste seguir inspeccionando, mas hoy siento como un peso que me derrumba e impide que realice nuevos descubrimientos.

8 de Enero- Continúa la tormenta.
He bajado al sótano, donde no se escucha nada; es el silencio de la muerte. La intriga ha superado a la angustia que me produce lo que pueda encontrar.
Al abrir el arcón vuelve a salir aquel hedor nauseabundo, pero ya no me detengo. Hay muchos periódicos, arrugados y rotos, y más vestidos de mujer rasgados.
He de llegar hasta el fondo. Voy sacando con brusquedad todo lo que encuentro a mi paso. Soy como una fiera enjaulada al acecho de su presa.
Al fin encuentro un cuerpo. Es de una mujer. Parece estar momificada. Su cara y sus manos son finas. El vestido blanco y bordado que la cubre se ve deslucido por la pátina del tiempo; tiene el aspecto de una novia, reposando... A pesar de todo es bella, ¡una gran dama!
Me causa horror. Siento el movimiento de algún bicho a mi alrededor. Con la tenue luz del farolillo observo ratas que me miran como a un intruso en sus posesiones...
No, no seguiré en este antro. Esto me perturba... ¡estoy conviviendo con un cadáver!

10 de Enero- Han pasado casi dos días en que no he tomado contacto con mi obligado diario y con ello incumplo lo acordado con De Grät.
No he vuelto a bajar al sótano. Lo visto allí me ha sumido en una profunda depresión, y terribles pensamientos ocupan mi mente.
Recuerdo haber leído en un periódico la noticia de un asesinato ocurrido en este faro. Se culpaba al farero, un pobre hombre que había tenido relaciones escandalosas con la Condesa de Salisbury, siendo él un plebeyo, razón por la que fue condenado a permanecer en el Faro, lugar inhóspito, en tierra de nadie y en medio del mar. Ella, no pudiendo resistir la separación, había logrado llegar al faro. Se encontraba embarazada y su amante, incapaz de vivir con tanto sufrimiento, en un ataque de locura le quitó la vida. En el diario que encontré confesaba haberla guardado en un arcón para venerarla, aunque días después intentara cubrirla con todo lo que encontraba a mano. Su delito le espantaba.
Mas, mi condición de noble no me diferencia para nada de aquél desgraciado; ocupo el mismo lugar. Mi deshonra fue distinta, pero ¿quién no comete una barbaridad en mis circunstancias...? Me volví loco al escuchar a aquéllos, que creía eran mis hermanos, repitiéndome: ¡eres un advenedizo!, así me espetaron, a mí que con tanto orgullo presumía de mi apellido. Había sido un secreto celosamente guardado. Y mi padre, ¿por qué no me había defendido?, al fin y al cabo ha sido el responsable de mi llegada a este maldito mundo. Pero como él era “El Patriarca”, todo fue considerado como un desliz de juventud. Esto me enloqueció, por eso lo hice. Mi mente sólo repetía: ¡mátalo, mátalo!
En esta soledad, donde tantos pensamientos me atenazan, me pregunto: ¿y quién soy yo? No tengo hermanos, familia ni amigos. Me he convertido en un paria, aquí abandonado, y nadie me responde...
El tiempo ha mejorado, pero no soporto mi estado anímico, me recostaré en el camastro.

 11 de enero- He despertado al amanecer, después de una noche infernal, donde los murciélagos volaban a mi alrededor, sintiéndolos próximos a mi cara, negros y grandes, como demonios que acechaban para llevarme...
Comprendo que no puedo seguir así. Ni siquiera la compañía de mi perro Neptuno, que con mirada compasiva me sigue a todas partes, ha logrado reavivar mi ánimo.
El día está despejado por lo que puedo olvidarme del faro hasta la noche.
El buen tiempo ha actuado como un revulsivo y he adecentado, en parte, mi aspecto. Me he recortado un poco la barba y las melenas, que estaban tan erizadas como yo mismo.
Si pudiera pasearme por el exterior del faro... pero está construido hundido parte de él en el mar y rodeado de una gran escollera, lo que dificulta tanto su acceso. Sólo tiene una pequeña escalinata para facilitar, aunque con gran peligro, el desembarco.
Subiré al fanal para, con el catalejo, escudriñar el mar que hoy está sereno y transparente.
Puedo observar bancadas de peces y también la flora marina, que se mece con las corrientes. Veo pequeñas embarcaciones y también el paso de delfines saltando sobre las aguas.
He decidido bajar por la escollera. Con un pequeño anzuelo que he fabricado intentaré pescar algún pez que acompañe a las papas que me quedan hasta el próximo suministro. Los víveres son tan escasos que he de racionar mis comidas. ¡Qué castigo para mí, que estaba acostumbrado a riquísimos manjares!
El día ha pasado, anochece. He de preparar el faro para que guíe a las embarcaciones con su luz y sonido: buuuuu... buuuuu... Su monotonía me obsesiona y me trastorna.
Veo con horror la noche. Volverán los murciélagos.

12 de Enero- El faro está envuelto en una densa niebla por lo que tendré que mantener la alerta durante todo el día. Pienso que no podré aguantar ese sonido lastimero que me penetra y ahoga.
¿Debería haber aceptado la compañía de Orndoff? Pero…¿cómo podría escuchar su parloteo continuo, cotilleando sobre la sociedad? Para mí, aquí encerrado, carecería de interés. Me habría obligado a lanzarlo por la escollera.
El tiempo está cambiando. Veo aproximarse unas espesas nubes que seguramente influirán en mi ánimo. El mar, tan negro como las nubes, no presagia nada bueno. Si volviera la galerna no podría llegar la balandra y, no solo escasean los víveres, sino también el aceite que mantiene encendido el faro durante la noche.
Es mediodía y he subido otra vez al fanal. Cada vez está más oscuro. Veo pasar una pareja de cormoranes y siento moverse inquietas a las gaviotas que anidan en la escollera que me rodea. ¿Será que se acerca otra gran tormenta...? No podré resistirlo.
Hoy es martes. Mañana, día 13, si continúo sufriendo estas obsesiones, me iré sin dejar rastro.

13 de enero- La noche ha sido dantesca. Los rayos, el viento, la lluvia y el mar chocaban con fuerza sobre esta vieja fortaleza. Los murciélagos parecían monstruos gigantescos cada vez que el faro era iluminado por la tormenta.
No puedo permanecer más tiempo en este lugar. Las fuerzas me faltan. Mi retorcida mente me consume cada día. Tengo una continua lucha con los demonios que me mortifican y dominan. ¡Esto es el fin!
No se si bajar al sótano y que éste guarde mis restos... Pero no, mejor será el mar; en él reposaré para siempre.