El Faro por Mª Jesús

4 enero-La quietud acostumbrada de los últimos días se impuso durante toda la mañana. El sol inundó hasta los huecos más oscuros de la cámara e iluminó el mar de aguas cada vez más claras. Utilicé el telescopio para avistar peces y algas del fondo marino, algunos de ellos de especie desconocida -al menos para mí- que hubieran sido el deleite de muchos biólogos. Copié sus extrañas figuras en una hoja pero no niego que, debido a su rápido movimiento, no haya en estos dibujos más imaginación que realidad.
Transcurrieron unas cuantas horas antes de que abandonara esta nueva afición. El sol comenzaba a declinar y un viento frío se extendió desde el sudoeste. Decidí recoger mis bocetos y me oculté en el interior del torreón, desde donde seguí escuchando los silbidos intermitentes del aire que el eco, de modo irritante, se esforzaba en imitar dentro de estas paredes.
No volví a salir el resto del día. Para tranquilizar mi espíritu recorrí las escaleras arriba y abajo media docena de veces, las últimas de ellas casi corriendo, mientras numeraba en voz alta los escalones que rodean el interior del faro. Logré contar 268, si bien es posible que alguno escapara a mi numeración.
Neptuno corría a mi lado, no entiendo si por inquietud o sólo para reírse de mí. Ahora descansa apaciblemente sobre la cama.

5 enero- El viento sopla cada vez más fuerte. El mar empieza a agitarse y de vez en cuando una gran ola se arrastra hasta chocar contra el faro. Sin embargo, las nubes siguen sin aparecer y el sol reina en lo alto del cielo. Las luces de la cámara son cada vez más tenebrosas.

6 enero- He avistado unas nubes oscuras en el horizonte. Parecen dirigirse hacia aquí, aunque tal vez me equivoque y sigan un rumbo completamente diferente...
Al caer la tarde me retiré disgustado hacia el interior. Las corrientes parecían dispuestas a arrojarme por la barandilla. Incluso hubo un instante que... Pero no, eso es imposible. En los 6 días que llevo en el faro he tenido ocasión de comprobar, en repetidas ocasiones, la soledad de estos muros.
Aunque...

7 enero- Comprobé con aprensión que las nubes seguían acercándose. Forman un remolino extraño en la superficie del agua; a veces el mar se alza con tal furia que parece fusionarse con el cielo.
Me encerré, como en días anteriores, en esta enorme columna que cada vez me parece más pequeña.
¿Por qué escucharía mis súplicas De Grät? Por primera vez en mucho tiempo deseé estar en la ciudad, incluso rodeado de esa «sociedad» que tanto he aborrecido... En realidad, no es que haya cambiado mi opinión respecto a ella, sólo extraño el escaso consuelo que alguna vez vislumbré en una situación desesperada...
¡Pero no! No estoy desesperado. Sólo a veces, cuando en la oscuridad de mi habitación el silbido del viento se convierte en un gemido, cuando el murmullo de las olas recuerda a voces lejanas... Entonces daría lo que fuera por un rostro afable.

8 enero- La tormenta aún no me ha alcanzado. Las nubes se han acercado un poco más, pero lo hacen lentamente; sin embargo, el viento sopla aún con más fuerza y a veces... ¡Qué extraño! Me parece percibir tenues jirones de niebla con forma de manos, largas y huesudas, e incluso una vez... ¡Creí ver un rostro!
Es obvio que tengo una gran imaginación. ¿Cómo, si no, podría explicarse que anoche creyera escuchar pasos entre el rumor de las olas? Sin duda se trataría del lamento de estos muros de hierro por el impetuoso oleaje. Y las voces, sin duda, no eran más que el sollozo del aire recorriendo la escalera de la torre. De modo que no tengo de qué preocuparme; ni siquiera si escucho, como esta madrugada, pronunciar mi nombre...

9 enero- Me desperté en mitad de la noche -supongo que sería alrededor de la una, aunque no me acordé de comprobar la hora por lo extraño del caso- al oír una llamada. No podría negar que se trataba de una voz, aunque me fuera la vida en ello.
La seguí hasta lo alto del fanal y me incliné con precaución por la barandilla. No sabría decir qué pretendía, pero estuve al menos media hora observando el océano. Me sentía fascinado por aquel espectáculo que me brindaba la naturaleza. De vez en cuando una ola me bañaba e intentaba arrastrar, pero resistí abrazándome a la baranda.
Al llegar la mañana, ya no me atreví a salir. No sé si la tormenta por fin ha alcanzado el faro, pues dentro ya no se oye nada... Salvo las voces. Una me llama sin cesar hasta hacer que aborrezca mi nombre; otras me recriminan mi aislamiento voluntario, o se dedican a susurrarme ideas espantosas... Yo intento no escucharlas, ninguna de ellas consigue afectarme.
Pero, entre ellas, hay una risa... ¡Yo sé que conozco esa risa! ¡Lo sé! Hace tiempo me indujo a cometer errores de los que he intentando librarme; me alejé de ella y durante un tiempo no supe más. Luego volvió...
¿Cómo es posible que me haya seguido hasta aquí? Y en estos momentos, cuando el viento y la marea hacen imposibles cualquier intento de huida... ¿Cómo lograré escapar de nuevo?

De Grät cerró el diario y subió por el torreón. Después de 10 días por fin el mar se había sosegado y había logrado salvar la distancia hasta el faro. No había encontrado al vigilante, pero sí un ligero rastro húmedo en las escaleras hacia la puerta de la balconada.
Se inclinó por la barandilla y observó el mar en calma durante unos minutos. Después bajó de nuevo, dirigió una última mirada al faro y, subiéndose en la balandra junto a Neptuno, puso rumbo hacia tierra