El Faro por Manuel Ángel

4 de enero- Otro día más y la percepción que tengo de él no es nada diferente de los anteriores. No obstante, parece que el tiempo aquí está detenido. No hay nada que perturbe el silencio dentro de este cilindro vacío, hueco. Sólo cuando abro la puerta para salir a la terraza que rodea el faro se siente el rumor de las olas y algunos cantos de gaviotas. Pero nada más. Es como si no hubiera absolutamente nada fuera de este lugar. Pero dentro tampoco lo hay, salvo el silencio. No sé si esta soledad es comparable a la que siente un encarcelado en una celda de aislamiento.

5 de enero Los días se me hacen interminables y esta soledad elegida se ha vuelto una tortura. Controlo el tiempo pero deseo que pase lo más rápidamente posible. Me entretengo limpiando las luces y los ventanales de este “gran ojo” que guía a los barcos. Pero, ¿qué barcos?, ¿a quién guía? Hace sólo unos días que estoy aquí y me parece una eternidad: nada cambia, nada nuevo, nada...
Sé que hoy es la noche de Reyes y deseo de todo corazón que mi regalo sea un contacto con el mundo. Pero me temo que en esta soledad los días carecen de sentido y todo es una monotonía desesperante...
Me da miedo conocerme porque cada día que pasa es mayor mi abatimiento y locura. Yo, un noble del reino, ¡y no soy nada diferente a un vil campesino! ¡Cuánto daría por estar con una mujer! Aunque, a mi edad, ya eso es lo mismo. Ha llegado el momento en el que no importa con quién estés con tal de estar acompañado.

6 de enero No sé en qué día vivo. Creo que hoy es 6 de enero de 1796. Sólo lo supongo porque no sé si mis cuentas son correctas. Voy tachando días en un calendario improvisado que he dibujado en la pared pero la memoria me va fallando y cuando me levanto no sé si señalo bien el día en el frío muro. Voy apuntando en el diario todos mis movimientos, pero he estado enfermo y no sé cuánto tiempo he pasado en esa situación. Quizá hayan venido a traerme las provisiones. No recuerdo nada salvo que sigo en esta soledad insoportable y rezo por que llegue el día en que la paz arribe a mí.

6 de enero Me siento muy cansado, casi agotado. Nunca pensé que fuera tan difícil estar a solas consigo mismo. La soledad es cruel y mi desesperación está llegando a límites insospechados. No tengo ganas de escribir, pero sé que el contacto con este diario es lo único que me mantiene en pie. Sería muy fácil lanzarse desde esta altura al mar. Seguro que no sentiría nada. Sin embargo, este pensamiento es de cobardes. Pese a mi estado de salud y mis años, me sigo queriendo lo suficiente como para luchar por vivir. La sombra negra y alargada y su guadaña llegará a mí cuando sea el momento. No le daré el gusto de adelantarme a ella. Es cierto que la muerte está tan segura de su victoria que nos da una vida de ventaja. Y esa ventaja es la que voy a aprovechar.

7 de enero Hoy he amanecido con más fuerza que de costumbre. Parece que mis plegarias han causado el efecto oportuno. El día se antoja radiante. Acabo de ver en el horizonte un barco. Aunque mi vista ya está muy cansada, este catalejo me ha dado la oportunidad de divisarlo. Sé que son mis provisiones, o eso espero. Pero..., ¿qué hace? ¿a dónde va? No se dirige al faro. Ha cambiado de dirección y veo que se aleja por el horizonte. Si fuese un verdadero marino sabría exactamente su latitud, longitud y rumbo. Pero no lo sé. Aquí, apartado del mundo, solo y desesperado, ¿qué destino me espera?
Ya no tengo ganas de escribir. Sólo deseo que el destino cumpla su cometido...