El Faro por Matías Ortega

4 de enero.- La soledad suele ser buena compañía cuando se ha elegido vivir con ella. Mis pocos días en este faro así lo demuestran. Neptuno no parece llevarlo tan bien, lo veo pasear nervioso e inquieto y más de una vez le he encontrado en la parte más baja del mismo, tratando de escarbar el suelo, como si quisiese destapar los cimientos sobre los que se asienta esta mole.
5 de enero.- A los lados de las tortuosas escaleras, que ocupan la parte central del faro, hay unos pequeños habitáculos. Una minúscula ventana, más bien parece una tronera por donde poder disparar un cañón, proporciona a estas estancias claridad y ventilación. Aprovechando que hoy también luce el sol –en caso contrario la escasez de luz hace algo tétricas estas dependencias- he seguido con mi inspección. Hasta este momento no había encontrado más que cachivaches y objetos de escaso valor e interés, pero hoy algo ha llamado mi atención. En una de estas salas hay algunas herramientas de pesca: pequeños arpones (ignoro su utilidad) redes, nasas y un baúl que contiene libros y cartas náuticas.
6 de enero.- He estado ojeando los libros sin que ninguno de ellos llamase demasiado mi atención ¡Ninguno!, digo mal, porque el último que he examinado ha despertado mi curiosidad de inmediato. A mi lado,
Neptuno, como si también supiese leer, ha dejado escapar un lastimoso quejido y de inmediato ha salido corriendo escaleras abajo para ir a escarbar el suelo del faro con más ansias que nunca.
7 de enero.- Anoche estuve leyendo el libro. Habla de otro faro parecido a éste y de su leyenda. Cuenta las andanzas de un terrible gigante que tenía atemorizados a los habitantes de todo un país. Rodeado de gentes de la peor calaña saqueaban todos los pueblos por los que pasaban, expoliando a los lugareños y acabando con la vida de cualquiera que osase plantarles cara.
En su caminar, estos malhechores, llegaron a una tierra de exuberante belleza: verdes prados, frondosos bosques, ríos de cristalinas aguas que al desembocar en el mar tallaban la costa formando hermosas rías.
La caza y la pesca eran abundantes, por lo que el sustento estaba garantizado, siendo el mayor tesoro la naturaleza.
El gigante, cansado de tantas batallas y de andar de un lugar a otro creyó llegado el momento de poner fin a tanta tropelía y decidió establecerse en aquel lugar. Ordenó a sus hombres que respetasen a los que por allí vivían so pena de despertar sus iras si le desobedecían. Durante algún tiempo aquellos malhechores respetaron los deseos de su Jefe, hasta que hastiados de tanta tranquilidad y ávidos de codicia volvieron a las andadas. Todos menos el gigante. Éste decidió enfrentarse a sus antiguos compañeros y poco a poco fue acabando con todos ellos.
De tan cruentas luchas, también el gigante salió muy malherido, hasta el punto de que su recuperación no fue posible. Los aldeanos intentaron salvar su vida sin conseguirlo. Antes de morir les pidió que lo enterrasen junto al mar, en una zona de acantilados en la que habían zozobrado muchas embarcaciones. Su tumba sería un faro bajo el que descansaría su enorme cuerpo y él, que tanto daño había hecho en vida, podría descansar en el más allá sabiendo que aquella construcción era útil para los hombres.
8 de enero.- Las nubes han vuelto a tapar el cielo y se ha desatado una gran tormenta con profusión de aparato eléctrico. Los truenos resuenan en el interior del faro como si fuesen cañonazos, los rayos rasgan el firmamento mientras el mar ruge con furia. Me apresuro a comprobar que todo está en orden y que el faro cumplirá su función si alguna nave, por osadía o equivocación, se acerca a la costa. Después, la búsqueda de Neptuno me lleva abajo, hasta las entrañas del faro, donde viendo al animal escarbar no puedo, por menos, que recordar la historia de aquel gigante.