El Faro por Matilde Ramírez

4 de enero- El mar sigue en calma, no sucede nada. La quietud es tal que sólo los pasos de Neptuno, en su ir y venir, alteran el profundo silencio. Sigo desconfiando de los cimientos de este coloso, siempre sumergidos. ¿Qué efecto provocará el agua durante tantos años empujando hacia adentro las piedras del muro? En mis devaneos con el fatalismo imagino el foso estrechándose lentamente, convirtiéndose en un angosto pozo, en un fino y frágil pie intransitable e insuficiente para sujetar la orgullosa torre... ¿pero que digo? Tal vez de ser eso posible el faro ya no estaría aquí hace tiempo, y yo tampoco.

5 de Enero- Todavía no he empezado a escribir. Las tareas nimias de mantenimiento del faro me ocupan una pequeña parte del día, pero algunas son duras. Ahora se por qué dudaron en darme el puesto, con mi origen noble no me suponían limpiando, engrasando ó sujetando maromas, mis manos llagadas les dan parte de razón, pero encallecerán como lo hicieron las de otros, como lo hizo hace tiempo mi alma. Como sin duda lo deben haber hecho los cimientos sumergidos de este lugar... ¿por qué vuelvo a la seguridad de esta construcción ya cien veces revisada?

6 de Enero- Neptuno está raro. Todo sigue en calma. Jamás pensé que el silencio pudiera llegar a ser tan ensordecedor. ¿Afectará también la soledad y el silencio a los perros?

7 de Enero- Sigo sin escribir. Disfruto de la soledad elegida. Neptuno no. Es digna de estudio la diferencia de preferencias entre los distintos seres vivos. La soledad, el aislamiento, la sociedad, los grupos... Neptuno es el único ser que me importa y no soy capaz de ayudarle. Ya no siento sus pasos. Está tumbado junto a la puerta. Le he acercado el agua y la comida, porque ni a eso se levanta. Tengo miedo, no de los cimientos de este coloso, no de las mareas, tengo miedo de fallarle a Neptuno.


8 de Enero- Quedan dos días para que llegue la balandra que me abastecerá de comida y materiales. Al menos eso fue lo acordado con De Grät. Tengo que pedir ayuda. Mis propios pensamientos del primer día retumban en mi cabeza... “o algo peor”... La cara y la cruz de las cosas, el precio que pagamos. Quise estar solo, ¿sólo? ... no, quise estar con Neptuno. Pensé en los posibles riesgos que corría yo al aislarme y los di por bien empleado... sin embargo no pensé en él, y ahora que es mi amado perro quien se encuentra enfermo, tal vez de soledad... El no es culpable de que yo no haya sido capaz de amar a nadie más que a mí mismo y por tanto me estorbase el resto del género humano...

9 de Enero- Neptuno sigue enfermo. Creía que deseaba soledad, y sin embargo me aterra la posible pérdida de mi único amigo. El ir y venir de sus pasos aliviaban mis miedos. Ahora, con su extrema quietud, sólo oigo los extraños ruidos de mi cabeza. Los que me hacen pensar que esto tal vez se hunda. Que la base de esta torre desafiante se desmorone como un castillo de arena con la furiosa arremetida de las olas. La fuerte marejada de hoy no me deja descansar. Más que nunca es necesario que el faro funcione perfectamente; sin embargo, no soy capaz de concentrarme en mis tareas. Mis manos están agrietadas, entumecidas, y oigo ruidos. Ni siquiera sé distinguir si obedecen al embate del agua, al desmoronamiento tan temido que me obsesiona desde hace días o al rechinar de mis propios dientes retumbando en mi cerebro. No es seguro que Neptuno y yo lleguemos a mañana. Tengo que dejar de escribir... un terrible crujido... no sé...

10 de Enero- Amainó la tormenta, la de afuera... Mi cabeza sigue invadida por truenos y sin embargo por ningún relámpago... ojalá por unos instantes mi enmarañado interior se viera inundado por esa luz, por alguna luz. A las heridas de mi cuerpo se suman las de mi orgullo. Me advirtieron, dudaron de mi capacidad, y ahora soy yo quien duda. De las decisiones a tomar e incluso de mi propia cordura. Neptuno necesita ayuda, yo necesito ayuda, y mi amor propio me tiene indeciso ¿o es soberbia?
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Neptuno y yo nos vamos mañana en la balandra... necesito algo de la sociedad que tanto me oprime... quiero que se salve Neptuno.
Algún día tal vez averigüe si mi salida de aquí se debe realmente a mi amor por Neptuno o esto es solamente un pretexto para no reconocer mi propia derrota. Envidio la nobleza de los perros.