El Faro por Tere Fuertes

  4 de enero- Apenas he sumado cuatro renglones a este libro que me trajo hasta aquí. El día ha amanecido con una espesa bruma, de manera que casi no distingo con claridad, desde esta altura, como el enfurecido mar abraza una y otra vez los cimientos del condenado faro; temo que los arranque de cuajo y se desplome como el palo de una balandra que, inexorablemente tras un huracán, se parte yendo a la deriva.
Mi soledad… mi soledad se acrecienta y la sirena taladra mis sienes una y otra vez; sí, una y otra vez…mientras millones de hormigas buscan su hueco en mi cabeza haciéndome enloquecer. Intento subir y bajar por estas interminables escaleras que cada vez se me antojan más altas. Adelgazo a tramos al pasar por la gigantesca lente y el horizonte se cubre más y más por un tupido velo gris. Ni siquiera el telescopio da otra perspectiva.
Todo, de repente, se me hace tenebroso. La soledad, la sirena, el constante son del agua contra las rocas- antes agradable- ahora me recuerda mi fragilidad en medio de la nada. Las hormigas… las endiabladas hormigas, cada vez más, son un confuso ruido en mi cráneo que me enloquece… me enloquece…
He de subir y bajar, eso, subir y bajar constantemente. Debo agotarme, sí, quedar sin fuerzas para no pensar, no poder pensar…
¡Ah! La sociedad que me parecía tan odiosa, la añoro. También a Orndoff y a su rancia conversación que me haría olvidar este amargo momento que ahora me resulta eterno.
Toca subir una… dos… tres… de nuevo en el fanal. La niebla parece colarse por todas las rendijas hasta oprimir mi garganta. ¡No puedo respirar! ¡No puedo respirar! Las hormigas emiten un sonido infernal. Desearía arrancarme la cabeza y lanzarla a través de la niebla para ver la claridad.
Huyo de mi mismo. Demasiado alboroto y, sin embargo, tanto silencio.
Volaré sobre el acantilado y que sea el mar el que acalle todos mis miedos.