Cuadros de Rosana Hilara por Mar Cueto Aller



EL ÚLTIMO DESNUDO


Al entrar en la galería de arte sintió que su angustia y temor se desvanecían al instante. Una bocanada de aire refrigerado, unido a la alegría de las formas y colores que observaba, la hicieron respirar con alivio.

            -¡Qué belleza!-fueron sus únicas palabras antes de desplomarse sobre el suelo.
La marchante, que conversaba con el dueño de la galería y la autora de la exposición, lanzó un ahogado grito al ver el incidente. Todos los asistentes dirigieron sus miradas en la misma dirección.

            -¡No se alarmen, no se alarmen!-dijo la mujer, muy nerviosa, aunque era obvio que la más alarmada era ella misma.

            --¡Claro que no hay que alarmarse!-Exclamó muy flemático el dueño del salón-con este tiempo es muy normal que algunas jovencitas tengan bajones de tensión y sufran lipotimias.  Afortunadamente para nosotros, aquí disfrutamos de un climatizador excelente, pero la joven parecía muy sofocada cuando entró por la puerta.

            -Lo mejor será llevarla al sofá de la oficina y darle un café bien cargadito cuando vuelva en sí- dijo la pintora a la vez que se agachaba y le tomaba el pulso.

Todos los clientes y curiosos que habían estado admirando los cuadros se habían arremolinado alrededor del cuerpo desvanecido. Cuchicheaban y se hacían señas, llenos de curiosidad, en espera de que la paciente se despertase y les aclarase lo sucedido.

            -Por favor, señoras, señores, sigan observando la exposición y dejen paso-pidió amablemente el dueño de la galería-.No ha pasado nada, déjennos llevar a la señorita para que se siente y descanse, ya ven que no hay nada que puedan hacer.

Apenas la sentaron en el mullido y cómodo asiento de la oficina cuando se despertó, la joven, muy desorientada. Miraba con estupor a cuantos objetos la rodeaban e intentó sonreír a las dos mujeres que la cuidaban, aunque apenas pudo esbozar una mueca.

            -Veo que ya te sientes mejor-dijo aliviada la marchante de la galería-¿Te apetece un café con hielo o lo prefieres de otra manera?

            -Creo que con hielo me vendría muy bien. Pero no quisiera ocasionarles más molestias, seguro que habrá una cafetería por aquí cerca- dijo haciendo ademán de levantarse.

            -No te preocupes. Y si no tienes mucha prisa puedes quedarte a tomarte el café con nosotras-la aconsejó la pintora-Yo no saldría tan pronto. Porque nosotras no te vamos a preguntar nada, pero seguro que en cuanto salgas a la sala, te acribillarán los curiosos a preguntas.

            -Pues no sabría qué decirles, la verdad. Soy la primera en estar sorprendida, no suelo tener lipotimias, pero hoy entre el calor y lo acosada que me he sentido no lo he podido evitar.

Mientras se tomaba el refrescante café, Sandra, la chica del desmayo, les contó con toda sinceridad el extraño acoso del que era víctima. La buena mujer no sabía de quién se trataba, no tenía datos con los que poder denunciar a nadie. Tan solo había recibido unas llamadas anónimas en las que nadie la había dicho ninguna palabra, apenas había oído una morbosa y desagradable respiración, que le habían resultado muy inquietantes. Luego había decidido ir caminando hasta la boutique donde trabajaba, para hacer un poco de ejercicio, pues no quedaba muy lejos de su casa. Por el camino había tenido varias veces la sensación de que la seguían, incluso en algunos momentos había notado cómo la rozaban adrede. Se volvió a mirar hacia atrás en varias ocasiones, pero todo fue en vano, comprobaba constantemente cómo las personas que la rodeaban también se volvían y entre la multitud alguien se escondía.

            -¿Quién ha sido?- Había llegado a preguntar presa del pánico.

Nadie había contestado a su pregunta. La multitud de personas que caminaban, por la concurrida calle, se miraban mutuamente como si quisieran obtener la misma respuesta. El calor y la angustia de sentir que algún chiflado la estaba siguiendo la habían impulsado a entrar en la galería. Fue algo totalmente inconsciente. Al ver entrar a un grupo de personas se introdujo entre ellas. Temía que su veraniego top de cuadritos amarillos y blancos la impidiesen pasar desapercibida y sentía que haber entrado en aquel local había sido un acierto. Tan pronto como había visto la belleza de los desnudos que vestían las paredes y el limpio, perfumado y freso aire se había sentido tan aliviada que no comprendía el motivo de su desmayo.

            -Seguro que al sentir alivio se aflojaron tus tensiones y eso te condujo a tener una lipotimia. Pero para estar más segura deberías ir al médico.- La explicó Lisa la pintora-¿Si quieres te puedo acompañar a la clínica que hay en esta calle en el número dieciocho?
Aunque Sandra se resistía a comprobar si su salud se había alterado, aceptó el ofrecimiento de Lisa, comprobando aquella tarde que solo había padecido un bajón de tensión.
Desde el día de la exposición surgió una gran amistad entre la pintora y Sandra, que fue creciendo diariamente. De tal manera que cuando volvía a tener sospechas de que la seguían la tranquilizaba escuchar la voz de su amiga y seguir sus sabios consejos, que solían ser siempre muy acertados.

            -No sé, quizás me esté volviendo paranoica, pero hoy al salir del trabajo volví a sentir que me seguían. Pero nadie me dijo nada y desde que le amenacé con avisar a la policía, como me dijiste, no ha vuelto a llamar.

            -No, no pienses que estás paranoica, es normal que te preocupes después de lo que te ha estado sucediendo. Además, pienso que no deberías bajar la guardia, puede que el acosador no haya dejado de seguirte y esté usando diferente táctica, para que no le puedas delatar a la policía.

Ante la ansiedad que le producía el sentirse acosada y la falta de pruebas, Sandra, que cada vez salía menos y que ya no se sentía segura viviendo sola, decidió aceptar el ofrecimiento de su amiga pintora y se fue a vivir con ella, aunque solo fuese provisionalmente.

Le había costado mucho trabajo decidirse y empaquetar todas sus cosas, pero desde el primer día en que cambió de domicilio, empezó a sentirse mejor. Lisa le parecía un encanto, con ella jamás se aburría y le contagiaba su seguridad y buen humor constantemente. Por su parte, la pintora, que tenía sus dudas sobre si podría adaptarse a compartir su espacio vital con otra persona, llegó a estar encantada de poder hacerlo. No solo compartía equitativamente las tareas domesticas con su nueva compañera de piso, además comprobaba que la vida en común era más divertida y agradable en todos los sentidos. Incluso llegó a convencer a Sandra para que posase desnuda para ella. No fue tarea fácil, pues tenía un sentido del pudor muy elevado, y si bien no le daba importancia a desnudarse en el vestuario femenino de la piscina o la sauna, si se la daba al hecho de que la pudiesen ver el público observador de las pinturas.

            -No te preocupes. Si no te va a conocer nadie. Seguro que pensarán que tu cuerpo es el de alguna de las modelos que suelen posar en la escuela de Bellas Artes.

            -En cuanto me vean las personas que me conocen seguro que se dan cuenta de que soy yo y me muero de vergüenza.

            -¿Pero por qué? Tienes la suerte de tener un cuerpo precioso y no tienes por qué avergonzarte de él. Ya quisieran muchas personas tenerlo igual y poder tener el placer de verlo inmortalizado.

            -El tuyo también es muy hermoso y sin embargo no lo exhibes en los cuadros.

            -¿Quién ha dicho que no? A lo mejor lo has visto y no te has dado cuenta…

            -¿De verdad? ¿Cuál de los que hay en tu estudio es? Y dime quién te lo pintó. Me muero de curiosidad-añadió Sandra con picardía-¡Cuenta, cuenta! ¿Te lo pintó una pintora o fue un pintor?

            -¿A qué vienen tantas preguntas? ¿Es que no pude hacerlo yo misma con un espejo?

            -No te imagino posando y pintando a la vez. Normalmente siempre eliges posturas muy sugerentes, en las que no creo que se pueda posar y mover los pinceles a la vez.

            -Pues eso es algo que no pienso desvelarte a menos que te decidas a posar para mí.

La curiosidad ayudó a Sandra a vencer su pudor y acabó cogiéndole gusto a posar para su amiga Lisa. Era tan ingeniosa y ocurrente que siempre resultaba ameno escuchar las anécdotas que le contaba mientras tomaba apuntes o la pintaba en el lienzo. Cuando no deseaba hablar, porque necesitaba concentrarse, ponía música clásica o blues y la cadencia de los sonidos era un gran placer para ambas.

Pasaron los meses, y aunque apenas recordaban el motivo que las había llevado a vivir juntas, ya no se imaginaban la una sin la otra. Sandra se olvidó casi por completo de su acosador y volvió a salir de casa sin ningún temor. Pero estaba muy lejos de haberse solucionado el problema. La seguridad de que disfrutaba en compañía de su amiga pronto se vio aniquilada.

El acosador que durante el tiempo en que se había mudado de apartamento la había perdido la pista consiguió, después de varios intentos, reencontrar el rastro de su víctima. No le resultó fácil dar con el paradero de su nuevo hogar. Pero sí, con el estudio de Lisa, donde pasaba la mayor parte de su tiempo libre. Haciendo gala de toda su astucia, no se dio a conocer, aguardó ansiosa y pacientemente hasta estudiar el terreno. Al principio se extrañó de que estuviese viviendo en un sótano que ni siquiera parecía tener ventanas, o si las tenía, no daban a la calle principal. Después de varios días acechando comprobó que aquel local tenía grandes ventanales que daban a un callejón interior. No imaginaba el motivo de que estuviesen cubiertos de grandes cortinajes blancos. Aún así, se pasó días enteros a la espera de obtener información sobre lo que ocurría en aquel lugar. Le extrañaba que se pudiesen pasar allí los días de fiesta sin apenas salir un momento. Llegó incluso a preguntar a los vecinos si sabían la clase de local que era fingiendo interés en comprarlo. La mayoría de la gente a la que preguntaba no sabían informarle, pero hubo quien le contestó vagamente que les parecía que era el estudio de una pintora o de una artista. También le dijeron que posiblemente fuese un almacén, donde guardaban mercancías, pues habían visto meter grandes cajas en él. Su intriga cada vez crecía más y le resultaba más insoportable. Al ver que nadie le ayudaba a desvelar el secreto y que acabaría poniéndose en evidencia decidió poner una diminuta y discreta cámara de grabación. Al principio no le sirvió de nada. El ángulo visual de la cámara no captaba nada más que la parte del techo del estudio. Tampoco captaba más sonido que el de la música o el de lejanas risas, pues solían hablar en voz baja casi con susurros, o al menos eso le parecía al escucharlas.

Cuando ya desesperaba de enterarse de lo que hacían las dos mujeres en aquel lugar, el diminuto dispositivo de grabación se deslizó por uno de los ventanales abiertos. Se enfureció tanto que le entraron ganas de llamar al timbre y preguntar a bocajarro qué hacían y por qué tapaban tanto los grandes tragaluces. Hasta llegó a pensar en hacerse pasar por policía secreta para realizar un registro. Mientras dilucidaba la táctica a seguir para informarse de lo que hacían en aquel lugar, comprobó que la cámara se había deslizado en un ángulo que le permitía tener una visión bastante amplia del local. Casi le dio por gritar de pavor al ver como su adorada victima posaba desnuda. No veía el caballete ni imaginaba que estuviese posando. Temía que estuviese acompañada por algún individuo y de un momento a otro se envolviese en una bacanal. No se explicaba a qué estaba esperando. Y si bien, el observar su bello cuerpo desnudo, en principio le causaba placer, la duda de lo que estaría por suceder le mortificaba enormemente. Estaba tan petrificado en su escondite agazapado en uno de los ventanales ocultos, que no se movió de allí en toda la noche pese a que se apagaron las luces y el dispositivo de micro-grabación dejó de emitir imágenes y sonidos.

Por la mañana volvió a encenderse la luz en el estudio. Pudo observar cómo aquella mujer que consideraba una entrometida se movía por el espacio, pero no a su víctima. Le costó trabajo enderezarse y salir de su escondrijo. Buscó un lugar en la calle principal donde observar la salida del recinto sin ser visto. Aún estaba el cielo obscurecido cuando vio salir por el portal a la confiada Lisa. Sin pensárselo dos veces la cogió por el cuello en un movimiento rápido y trató de arrebatarle el bolso en busca de sus llaves. La pintora, que tenía muy buenos reflejos, pudo agarrar con firmeza sus posesiones, pero no impedir que le presionase el cuello con ambas manos tratando de asfixiarla. No podía hablar, sentía un pánico aterrador al comprobar que iba perdiendo fuerzas, y en un último esfuerzo por defenderse abrió su neceser. Tiró al suelo los pinceles y la espátula y apretó con todas sus fuerzas el rascador de pintura que se resistió en un primer momento. Pero que al rasgar la fina camiseta se clavó en el plexo solar de su atacante. Un chorro de líquido viscoso se precipitó sobre ella. Aún así, no pudo gritar, las manos que la atenazaban no cesaron en su empeño hasta sentir que ya no podía respirar.

Las luces coloreadas del alba alumbraron a los madrugadores caminantes de la calle. No tardaron en oírse gritos de terror y desconcierto unidos a los diferentes sonidos de sirenas.


Mar Cueto Aller