El viento del desierto por Alejandro Alonso Cabrera (Jany)



EL VIENTO DEL DESIERTO


Es pesado, plomizo, no por el color, pero sí por esa densidad que apenas deja respirar. La atmósfera torna a colores en tonos ámbar casi áureo. De no ser por lo molesto que es, visto así, en la distancia que producen los recuerdos, se diría que el espectáculo es fastuoso. Acá, a más de mil doscientos kilómetros de distancia que nos separan, también llegan vestigios; son casi inapreciables, pero si nos fijamos bien, con mirada de soslayo, podemos contemplar ese brillo dorado de la arena en suspensión. El calor es más sofocante, seco, y la respiración se hace más costosa. Recuerdo mi estancia en Lanzarote hace unos años, recuerdo los vientos que llegaban de la península africana, vientos que eran acompañados por esas diminutas partículas de arena que hacían que todo mudara su color natural. El cielo, pesado, plomizo. La respiración seca, gravosa. ¿A dónde irán? ¿Volverán alguna vez a su origen? Dicen, los que parecen que saben, e incluso aquellos que se atreven a hablar porque ya les han nacido surcos en el rostro o porque dejan ver la picota de su torre despeinada o porque la mata ya es de color plata, que son ciclos, que vienen y van, y yo me pregunto, ¿a dónde irán? ¿Volverán alguna vez a su origen? Sólo es viento, me dijo una señora más cerca de la centena que de mi edad, viento del desierto y nada más. Yo la miré sorprendido y ella rió agradable, con poca sonrisa y menos dientes y repitió de nuevo, “sólo es viento, viento del desierto y nada más”. Sabía que era viento, viento del desierto, arrastrando ínfimas partículas de arena. En mi pensamiento infantil pensé, si sigue mucho tiempo este viento, viento del desierto, el desierto se quedara sin arena, ¿qué habrá bajo la capa de arena del desierto? Por un momento miré a aquella señora, más centenaria que antes, y pensé que estaba allí, sentada, esperando a que el viento se llevara la arena para ver qué había bajo ella. De repente, me di cuenta de que la tierra giró, no había dejado de hacerlo desde que la tierra es tierra, y el viento, más rápido que el movimiento de la tierra, se mordía la cola. Todo el planeta estaba bajo su manto rubio, de día y de noche cubría la tierra. ¡Por eso no pierde su arena el desierto! Sólo es viento, viento del desierto. La centenaria señora moriría sin saber qué hay bajo el manto del desierto. ¿Y el viento? ¿De qué ese gran invento?


JANY