Encartes 2014 por Luis Parreño Gutiérrez.


EN EL CUARTO DE BAÑO

Estoy aquí sentado mientras charlamos. De pronto me he detenido en mis cavilaciones y en nuestra conversación se ha producido un lapsus. Tú aprovechas para desprenderte del camisón y entrar tras la mampara a ducharte, pero ya queda interrumpida definitivamente porque el ruido del agua al caer hace imposible que sigas  escuchándome.

Y de repente los recuerdos se agolpan en mi cabeza y pienso en las veces que nos hemos duchado juntos, que nos hemos enjabonado mutuamente, que nos hemos quitado el jabón, frotado con el guante exfoliador, besado, amado bajo el agua sin pensar en el tiempo.

De súbito rememoro las veces que nos hemos apresurado para poder completar nuestro juego, pendientes de los niños que aún estaban dormidos, de cuando fueron un poco más mayores que no nos sorprendieran, de las urgencias sentidas, acuciantes, cargadas de juventud e inexperiencia.

He viajado sin querer al pasado, a los momentos de intimidad buscados al amparo de una puerta cerrada con un sencillo pestillo, temerosos de que nos interrumpieran en el momento menos oportuno, pero animados por ese fuego que solo se tiene cuando de verdad se ama, se anhela al otro, su cuerpo, su latido, su piel, su sentir.

He vuelto a rememorar aquella bañera que tan alta quedaba y en la que teníamos que hacer un esfuerzo para no resbalar mientras se acumulaba el agua en el fondo, tapándonos la boca el uno al otro con los labios, cuidando de no hacer mucho ruido, cómplices sonrientes de una travesura compartida y disfrutada.

Y casi sin darme cuenta, has terminado de ducharte y te estás envolviendo en la toalla para secarte.

Me miras con una mirada interrogante y como si leyeras en mi interior, comienzas a sonreír y tu sonrisa se va haciendo cada vez más amplia y me miras hacia el pantalón del pijama, que ha caído al suelo tras levantarme y me deja indefenso ante tu mirada.

No puedo evitar avanzar hacia ti e intentar retirar la toalla que te cubre mientras te secas. Nos enzarzamos en una lucha muda, tira y afloja, intentando ambos lo contrario: tú resguardarte y yo desguarnecerte. 
                                                                  
Al cabo, las risas se escuchan por todo el piso ahora solitario. Te tomo de la mano para llevarte al dormitorio y allí caemos rendidos por el esfuerzo entre las sábanas revueltas de la cama aún por hacer.

Ha sonado el timbre de la puerta justo en el momento en que nos disponíamos a consumar nuestro amor. Ralentizamos nuestros movimientos, esperando, deseando que no vuelva a sonar de nuevo, pero el sonido se repite insistente.

De mala gana me incorporo y, sin cubrirme me dirijo a la puerta. Oteo por la mirilla y hay una persona con una carpeta en la mano que vuelve a pulsar el timbre. Manipula la carpeta, saca un papel de ella y lo introduce por debajo de la puerta y se da media vuelta para pulsar el otro timbre del descansillo.

Una vez más, las eléctricas interfieren en nuestras vidas, alumbrando el curso natural de nuestra existencia y dejándonos a oscuras en los momentos más luminosos.

Lo siento, mi amor, a mis años es cada día más difícil recuperar la luz. ¡Otra vez será!



Luis Parreño Gutiérrez