Homenaje a Alejandro Casona por Mª Ignacia Caso de los Cobos

Árboles en el recuerdo



Ayer te dije: se acabó el buen tiempo. Parece imposible después de aquel atardecer con cielo azul claro y tonos rosados en occidente, por reflejo del sol que se acuesta…
Hoy está un día tristón, gris, melancólico…
Se me ocurre que voy a sentarme para leer bajo el árbol, para leer lo que tengo en mi cabeza y relajarme con el pensamiento ocupado, dejando libre la imaginación.
El árbol es una mimosa con más de cien años. Tiene el tronco grueso y sus grandes ramas están llenas de hojas verdes y pequeñas, que se mecen con el aire, y sus bolitas amarillas, que despiden un fresco olor anunciando que pronto llegará la primavera.
Me acomodo al lado del mismo banco desde el que, en mi infancia, subíamos primero al asiento, después al respaldo y desde allí al recodo que hacía el tronco como si fuera un sillón. ¡Cuántos recuerdos! Siempre ha sido mi árbol favorito.
En la misma pradería, que está rodeada de hortensias, geranios y algún rosal, hay magnolios, un sauce llorón y tilos alineados como si estuvieran en formación.
Alrededor de La casa de los Siete Balcones están los plátanos de sombra, árboles que también se encuentran en el sendero que va camino de la Iglesia. Siempre los contemplo, porque sus troncos tienen diversas protuberancias que asemejan caras:
Está el de los dos rostros, de él no debería fiarse nadie, porque en un lado está sonriente y a sus espaldas, sin embargo, parece un diablo.
Orejotas u orejas de Dumbo, que si no estuviera sujeto al suelo, saldría volando.
La Señorita, con su nariz pequeña, remilgada y su tronco estilizado. Tiene aire de suficiencia. Se cree la reina del lugar.
El Narigudo, con su prominente nariz que tiene multitud de bultitos. Tiene el semblante sereno y bondadoso, todos le admiran y acuden a pedir consejo. Su sabiduría le ha llevado a ser el jefe del clan.
Frente a éstos hay otros plátanos, más jóvenes, que se estiran para tocar a sus mayores, formando un túnel de sombra relajante y fresca para pasear en los días de verano.
Continúo echada en una hamaca, debajo del Gran Árbol, La Mimosa, con su dulce nombre, acompaña mi ensoñación, mientras contemplo las nubes, con sus curiosas formas que, en ocasiones, se juntan unas a otras formando una gran nube que me obliga a dejar mi descanso.
Pero llegó el crudo invierno y, en un amanecer, vino la Dama del Alba y se posó sobre mi árbol, que poco a poco se fue secando, manteniéndose erguido, porque al igual que hay hombres que nos dejan huella y nunca desaparecen de nuestras vidas, Los Árboles Mueren de Pie.