Homenaje a Almudena Grandes por Mª del Carmen Salgado

EL CAFÉ

Se me cayó el vaso del café encima del informe y no me moví, ni grité.
Contemplé, impávida, cómo el líquido se extendía rápidamente dibujando un cuadro abstracto y dinámico por encima de las letras.
Unos segundos después las letras flotaban. A continuación, el café desapareció absorbido por la mesa.
En la cuartilla, ahora marrón y ondulada, los caracteres estaban reorganizándose para formar un nuevo mensaje que se hizo plenamente inteligible en un corto intervalo de tiempo:
“¡Estás despedida! ¡Cobra tu liquidación y vete!”.
Es curioso, pero esa visualización había conseguido un efecto sonoro. Era como si la voz del jefe retumbara en la oficina y procediera de cada uno de los elementos de uso cotidiano, especialmente del ordenador, ese ente que sé que me odia desde que llegué a trabajar como secretaria de dirección, a estos veinte metros cuadrados, hace un mes.
¡Qué asco! Dije por fin, en voz alta, para devolverme a mí misma un trazo de humanidad, ya que estaba sola. Limpié con pañuelos de papel lo que pude. Tomé con cuidadito por las esquinas superiores el informe empapado y lo puse sobre el radiador, a ver si podía rescatar los datos de ese “incunable” que me había llevado muchas horas conseguir.
Me senté en la silla desplazándola hacia atrás. Estiré las piernas y medité el mensaje. Bueno, la segunda parte del mensaje que mi imaginación sobrepuso en el informe: “¡Cobra tu liquidación y vete!”.
Me gustó lo de “cobra” y lo de “vete”, así que decidí autodespedirme.
Bien, primero a cobrar. Vamos a ver: ¿Cómo podría sentirme compensada por ese mes de trabajo a jornada intensiva, en el que al principio aluciné de que esta empresa tan mal organizada pudiera prosperar en un sector con una competencia tan dura, y luego me maté a enderezar todo lo que pude? No, no había dinero que pudiera satisfacerme.
Decidí dejar una nota: “¡Ahí te quedas, imbécil!”. Me había costado mucho sintetizar todo lo que llevaba dentro en tan escueta frase, pero lo breve tiene la ventaja de la rotundidad.
Cogí el bolso. Saqué las llaves de la oficina y me asomé a la ventana. Cinco pisos más abajo, en el patio de luces, estaba abierto el cubo de basura de la cafetería. Las vi caer cada vez más veloces hacia su objetivo. ¡Pum! ¡Ya está!
Un soplo de aire helado entró por la ventana, como para recordarme que me estaba retrasando en marchar.
Recogí en una bolsa mis cosas personales: cepillo y crema de dientes, maquillaje, lápiz de ojos, barra de labios, perfume y un peine. Las tenía siempre guardadas para emergencias. No quería que quedara allí nada mío.
Eché un último vistazo a mi oficina y a la otra puerta, ahora cerrada, donde “él” pasaba las horas en que “estaba”, dando voces por teléfono, o dando voces sin teléfono.
¡Que te zurzan!, le dije mentalmente mientras abría la puerta de la calle.
¡Qué sensación de alivio! Bajé por la escalera los cinco pisos como si acabara de recobrar la libertad.
Me metí en una peluquería. Cuando me preguntaron, no dudé ni un segundo: teñirme de rubia y dejar el pelo muy corto. Ya estaba hasta las narices de haber sido morena durante treinta años.
Luego me fui a comprar ropa: “Me la llevo puesta. No. No me metan en una bolsa lo que traía. Tírenlo”. Allí se quedó mi traje pantalón estrenado hacía un mes.
¿Qué tal unas botas y un bolso? ¿Y una gabardina? Mientras me maquillaba en el probador me partía de risa. ¿Es posible que esa rubia con minifalda sea yo?
Supongo que sería el destino el que me llevó a buscar un nuevo empleo a aquel despacho de abogados y no a cualquier otro lugar. Según le vi, me enamoré. Supe que era el hombre de mi vida. Por eso, a las dos semanas de estar trabajando de secretaria para él, le maté. No podía permitir que la vida cotidiana me llevara a descubrir que no era perfecto.
Así, aquí en la cárcel, paso horas y horas imaginándole, recreando situaciones maravillosas, y... soy feliz. ¡Autentica, tremenda e inmensamente feliz!

CAPITULO SEGUNDO

Me desperté un tanto extrañada. No era la primera vez que tenía sueños tan realistas, pero intuía que éste contenía un mensaje muy claro: mi vida necesitaba un cambio en mi aspecto, en mis relaciones y en mi trabajo.
Mientras comía una tostada, con el cinturón de la bata arrastrándose por el suelo en mi cocina de cuatro metros cuadrados, dos cosas me preocupaban: la primera, que en mi sueño acababa en la cárcel, aunque parecía sentarme bien y la segunda, que se me había caído un pelo en el tazón del café.
Tiré el café por el fregadero quitando el pelo largo y rubio, mientras pensaba en comprar algo contra la caída, pues era septiembre.
No tenía ganas de ir a trabajar así que llamé a Paloma -mi secretaria pálida, morena y pesada- a quien largué la excusa de una reunión urgente. Seguro que no me creyó.
Me senté en el sofá del salón, apartando a un lado de la mesa las copas de cava (reversibles) y puse los pies sobre el frío cristal. Me hacía gracia mover los dedos y ver cómo brillaba la purpurina de las uñas.
¡Qué sueño más tonto y qué dolor de cabeza! ¿A qué hora conseguí echar de casa a ese pedazo plasta que me presentaron ayer? ¿Cómo se llamaba? A… A… ¡Antonio! No. Adrián. Tampoco, creo.
Y yo... ¿Por qué era morena y secretaria en el sueño? ¡Ah, claro! Paloma es morena. Pero yo no le doy voces. Desde el primer día le dije: "Tú, el negocio como si fuera tuyo". Y ya está. ¿Para qué me voy a preocupar? Yo gano bastante. Ella gana mucho menos, pero bastante. Así vivo bien. Ella trabaja. Si no, no le pagaría lo que le pago, claro. Yo la motivo: le digo que estoy muy contenta, que su trabajo es estupendo, le hago buenos regalos, a veces viene de viaje conmigo... aunque esto me gusta poco, porque es un tanto aburrida, ¡siempre hablando de trabajo! Pero como es más bien birriosilla, cuando vamos juntas los hombres se fijan todavía más en mí. Pues eso, yo la motivo y ella es feliz, así que no se va a marchar de la oficina. Además, estaría horrible de rubia.
 ¡Ay, los hombres! ¡Me traen de cabeza! Y no encuentro al que busco. Y eso que busco y busco. Me dan las tantas en fiestas -las relaciones públicas son una parte muy importante de mi trabajo- y me presentan hombres de todas las edades, de todos los estilos... Pero yo busco uno con la mirada especial.
¿Y por qué Paloma mataba en mi sueño a su nuevo jefe? Pues, simplemente, porque se enamora y no se quiere decepcionar. Lo entiendo, claro. Yo creo que haría lo mismo. Me he pasado los últimos veinte años de mi vida buscando esa mirada que me transporte al paraíso. Pues si le encuentro y luego no me lleva al paraíso y me quedo otra vez colgada a mis treinta y cinco años, es como para matarle.
Voy a abrir un poco la ventana, que huele mucho a tabaco, pero es que si me da así de golpe la luz del sol en los ojos, me los va a quemar. ¡Qué dolor de cabeza! ¡Ah, pues está nublado, buen día para ponerme al ordenador! Igual tenía que recoger un poco todo esto, que hoy me parece que no viene la asistenta.
¡Coño, pero si el de ayer se dejó la cartera! ¡Tarjetas, tarjetas, tarjetas! No sé si de verdad tendrá dinero, pero de tarjetas anda bien. El carné de identidad... ¡Pablo! ¡Se llama Pablo! Y yo toda la noche llamándole Alfredo o Alberto.
¡Uy, pues en la foto está muy rico! ¿Por qué no me acordaré de él? A lo mejor es que de cuerpo no me gustaba. No. No puede ser porque, aunque en los hombres busco una mirada especial, para el tipo soy muy escogida. Altos, fuertes. Más bien muy altos. Si no, no vienen a casa. Porque... ¿De qué me sirve que sean nobles o ricos o inteligentes o prestigiosos si no me siento protegida? No tiene nada que ver el que yo tenga dos carreras, un negocio, hable tres idiomas, sea un as en informática y cinturón marrón de karate, para que me guste sentirme protegida por un hombre, y para eso tiene que ser alto, claro.
Pues si está así en la foto, tendría que estar mejor al natural, pero... ¿Cómo me voy a acordar si aquí en el suelo hay cinco botellas vacías de cava? ¡Y alineadas perfectamente a una distancia de diez centímetros!
¡Qué hombre más meticuloso, y qué mente más fría! Igual es que se aburría. A lo peor, me las bebí yo todas.
No, dinero no lleva. Para qué, con tanta tarjeta. Aquí el carné de conducir. Y nada más. Nada personal, ni una tarjeta del trabajo, ni una foto de su novia -a los casados no les traigo a casa, o eso creo-. ¡Qué hombre más impersonal! Y la dirección del carné de conducir y del de identidad son diferentes. Igual no es tan meticuloso. A lo mejor le gusta alinear botellas.
Voy a meter sus fotos en el escáner. Me gusta más la del carné de identidad. ¡Ay, qué mirada!
Mientras se carga el programa del ordenador, recogeré las copas. Es que yo siempre tengo que hacer, al menos, dos cosas a la vez. Por eso cuando hago una solo, fumo. Para estar estresada. Si no, parece que me falta algo.
A ver, una copa manchada de carmín -la mía, claro- y la otra... ¡limpia! No bebió nada. Lo que sospechaba. Me vacié yo las cinco botellas. Menos mal que tengo un truco para beber sin que me perjudique: antes de salir de casa, cojo la aceitera y me tomo un chorro de aceite. Así el alcohol resbala y no se me sube tanto a la cabeza.
Parece que ya voy recordando algo. Porque, a ver, yo ayer estuve en una presentación de un libro de una tía que tiene mucha influencia, porque el libro no vale una mierda. De allí me fui a tomar unas copas con los de siempre y estuvimos haciendo críticas constructivas de todo el mundo, pues es de gran provecho saber qué opinan mis amigos sobre cómo van vestidos los demás, no vaya a ser que yo cuando compre ropa meta la pata. Es que una imagen vale solo más que mil palabras. También hablamos sobre las vidas de la gente, pero eso es por morbo, aunque siempre puede ser interesante saber si algún hombre se ha divorciado y por qué, especialmente si es alto.
Bien, ahora meto la copa en el escáner. ¡No, la foto! Predigitalizo. Aumento el zoom. ¡Qué guapo! Aumento al máximo la resolución, aunque explote el ordenador. Mientras se escanea, voy con el cubo de la basura al salón para tirar las botellas. Una: seguro que hablábamos de tonterías. Dos: empezaríamos a hablar del subconsciente. Tres: se me trabaría la lengua. Cuatro: me daría la risa y ¡cinco! : me quedaría dormida.
Ya me acuerdo de cómo le conocí. Estábamos en un pub y yo giré la cabeza. Él, sentado a mi derecha, la volvió a la vez. Nuestras miradas se cruzaron. Le pregunté: “¿Haciendo un estudio sociológico de la población?” Él me sonrió. ¡Qué sonrisa más divina! Después se unió a nuestro grupo y ya no me lo despegué en toda la noche. Menos cuando fui al baño con una amiga para cotillear. Me dijo: “A éste no lo dejarás escapar ¡eh tonta!”. Y salí de allí toda decidida, porque yo tengo mucha personalidad, pero a veces soy un poco indecisa. Además, me gusta dejarme aconsejar, pues si meto la pata, así no me siento culpable.
Recuerdo que me cogió por la cintura y fuimos hasta mi coche. Condujo él. Mientras, yo miraba sus largas manos sobre el volante, haciendo esfuerzos por encontrar la huella del anillo de casado. Pero no, no tenía marca.
Lo que me extraña es que anoche era rubio, de ojos azules, y el que me está saliendo de la impresora es moreno, de ojos castaños. Además, ahora estoy segura de que se llamaba Álvaro y no Pablo, porque pensé: como mi primo.
Tengo que dejar de beber tanto, pero es que no puedo, porque soy muy tímida, aunque parezca lo contrario. Los hombres, en el fondo, me dan mucho miedo. Me da miedo en realidad casi todo, pero cuando bebo es que soy otra: me siento guapísima, encantadora, con estilo... hablo, me río, coqueteo. ¡Es tan fantástico! Como soy impaciente no dejo que los hombres me conquisten, voy yo directamente a ellos, que es más rápido. Luego, mientras me traen a casa vengo imaginando una velada romántica, pero, claro, ellos piensan que soy una loba y vienen a atacar. Yo les entretengo con el cava, bebo y bebo la mayoría de las veces hasta que me quedo dormida.
Comprendo que para ellos es decepcionante, pero es que todavía no he encontrado a ese hombre con una mirada especial que me transporte al paraíso.
¿Qué hago con la cartera?, ¿busco su nombre en la guía y le llamo? Seguro que no lo trae. ¿Y si la cartera no es del de ayer?, ¿y si la robé?, ¿y si la robó él? Yo no la pude robar porque yo solo robo a Hacienda -tengo una moral muy estricta-. Fijo que la robó él. Además, no hay dinero y eso no es normal.
Claro, ya sé qué pasaría: robó la cartera, luego me trajo y al ver que me quedaba dormida, me robó a mí también. Y luego se fue.
¿Me robó?.. ¡El coche! ¡Las joyas! ¡El dinero! ¡Ay, madre mía, pero cómo seré tan confiada! Voy a llamar al portero para que mire si está el coche en el garaje. ¡Qué nervios! Las joyas, no: están todas guardadas. Ayer llevaba bisutería. El bolso: ¡Uf: están aquí las llaves del coche! Y la cartera. Pero no está el dinero. Las tarjetas, sí. Se ve que no le gusta complicarse.
¿Cuánto me faltará? Sería una tontería denunciar a un hombre que no sé como se llama, ni como es y contar toda la historia a la poli. Tengo que localizar al dueño de la cartera.
Me voy a duchar. Cada vez se me cae más el pelo. Hay que comprar unas ampollas. ¿Qué me pongo?: muy guapa, que si le encuentro y es como en la foto, igual me quedo con él. ¿Y si está casado -con una mujer (mona), tiene unos hijos (monísimos) y un perro (grande)? No me extrañaría, porque debe de ser como Tarzán.
¡Qué asco de cara tengo hoy! Voy a necesitar un tubo entero de maquillaje. Tengo que dejar de beber.
A ver, el carné de conducir está expedido en el 98. El de identidad, en el 99. Luego vive, supongo, donde pone en el carné de identidad. Sus padres se llaman Pablo y Gloria, de lo que deduzco que, o es hijo único, o es el mayor de los hermanos. Tiene cuarenta años y está guapísimo. Cogeré un taxi. Tengo que sacar primero algo de dinero. ¡Dios mío! ¡No tengo las llaves de casa! ¡Me las robó! ¡Ah, no! Están aquí.

CAPITULO TERCERO

En el ascensor aprovecharé para revisar cartera. ¡Yo a este hombre le he visto antes en algún sitio! ¿En la presentación del libro? No sé. ¡Había tanta gente! Puede ser. ¿En los pubs? ¡En Hacienda! Le vi por la mañana en la puerta de Hacienda, Pero llevaba gafas, unas gafas oscuras y recuerdo que pensé, cuando me tropecé con él y le robé la cartera: ¿Cómo tendrá los ojos?
Bueno, y ahora que me he acordado de que he sido yo quien le robó la cartera, tendré que ir a mi psicólogo a contárselo. No parece que consiga muchos avances con lo de mi cleptomanía. Yo no robo por dinero, es que se me va la mano. Cuando veo las cosas tan fáciles, es como si me estuvieran diciendo ¡cógeme! Y es que luego no me acuerdo. A lo mejor esta vez es cosa del destino. Pero... ¿qué hago con la cartera?, ¿y con él?, ¿y conmigo?
Voy a tomar un café. No hay mejor cosa que un café para despejar las ideas: A ver, él se habrá dado cuenta de que le falta la cartera. Habrá llamado a los Bancos. Entonces yo dejo la cartera en cualquier sucursal, les digo que me la he encontrado y… ¡ya está! Pero claro, si ha puesto una denuncia y luego los del Banco ven la filmación y me pillan...
Mejor me deshago de la cartera. Este café es un asco. Y cómo quema. No sé si ir luego al cine. ¿Habrá alguna película que no haya visto? ¡Qué guapo es el hombre de la barra! No para de mirarme. Igual es un policía. ¡Dios mío! Me está entrando la paranoia.
Bueno, lo mejor será que intente devolverle la cartera. Seguro que, si se lo explico todo, no se enfadará. Igual su nombre sí viene en la guía de teléfonos. ¡Ay, qué nervios! ¡Ay, sí! ¡Que sí viene! ¿Llamo? Aquí el móvil tiene poca cobertura. Y si llamo ¿qué le digo? Es casi la hora de comer, ¿él irá a comer a casa? Por lo menos ya sé cual de las direcciones es la correcta. ¿Y si voy hasta allí?
Es una zona elegante, pero tengo una sensación desagradable. Aquí, en este sitio donde nunca he estado, con los niños saliendo de los colegios y las madres con la compra colgada de las sillitas de los bebés me siento sola. Ya sé que no estoy sola, que siempre estoy rodeada de gente, que tengo amigos, pero hay veces, como ahora, en que se me viene encima la soledad.
Dice mi psicólogo que mi problema no es la bebida, ni la cleptomanía. Mi problema es la soledad, por eso hago cosas para llamar la atención de la gente, por eso me muevo sin parar. Porque quiero que me quiera alguien. Porque no quiero dejar que la soledad me pille. Por eso coqueteo con los hombres. Porque quiero uno con una mirada especial, que me lea por dentro. Ahora daría todo lo que tengo por esa mirada que me lleve a la felicidad.
¡Dios, las lágrimas seguro que me están corriendo el rímel! ¿Qué estoy haciendo en medio de este jardín, llorando como una gilipollas? A ver, si ese es el portal, desde aquí puedo ver si entra y no me pienso mover hasta que le vea, aunque esté una semana aquí plantada. Porque tiene que ser él. Y tiene que ser para mí, porque ya no aguanto más.
Ha pasado casi una hora y tengo hambre. Ahora ya no hay nadie en el parque. Me voy a armar de valor. Voy a ir. La puerta está abierta, no hay portero. Es una bendición que los ascensores tengan espejos. No se me corrió el rímel.
Estoy temblando, ¿doy al timbre? ¡Uy, si la puerta está entreabierta! Voy a llamar: unos pasos, tacones... niños. Lo que yo pensaba. Casado. ¡Qué mierda!
-¡Hola!... -Iba a decir: “¡Hola! Me he encontrado esta cartera, y creo que su dueño vive aquí”, pero, de repente, me vi frente a unos enormes ojos azules y una maraña de rizos afro, saltarines como muelles.
Los ojos se abrieron todavía más, como accionados por el resorte de su voz, que anunció con una mezcla de sorpresa y alegría mi nombre: “Luly, ¿cómo estás aquí tan pronto?”. Si yo no me llamo Luly. ¿Qué le digo a ésta, ahora?
-“Pero si me dijo Mónica que vendrías a las tres y media, mira, pasa que bajo a los niños a la parada del bus y subo ahora”.
- Oye, pero...
-¡No hay peros! ¡Entra y espera! ¿Trajiste la baraja?, ¿oye, te importa que usemos la mía? Me hace ilusión.”
Y se fue, cogiendo de la mano a los dos niños -monísimos- que se volvieron para mirarme con unos enormes ojos azules. ¡Vale! ¿Qué hago yo ahora?, ¿meto la cartera debajo de un sillón y me piro?
A ver: ella tardará por lo menos cinco minutos. Tengo tiempo de pensar. Zuly, Tuty, quien quiera que sea no llegará hasta las tres y media -cuatro menos cuarto, puntualidad española-. "La rizos" no la conoce, porque si no, no me hubiera confundido con ella. No creo que hayan quedado para jugar una partida a la baraja, pero si es así, no tengo problema. Juego a todo. ¿Qué otra cosa se puede hacer con unas cartas?
¡Adivinar el futuro, claro! Nuty o Duly o Pupy es una adivina. Y yo también. Voy a ser adivina hasta las tres y veinticinco. Y para irme a esa hora usaré el plan de siempre: mando un mensaje a mi adorada secretaria, para que me llame al móvil a esa hora. Ya está.
Me quedan dos o tres minutos para curiosear por la casa. Si me pilla, estoy buscando el baño. Creo que lo mejor será tirar la cartera debajo de la cama matrimonial. Así no sospechará nada.

CAPITULO CUARTO

Qué casa más mona. Y qué raro que a estas horas la habitación matrimonial esté a oscuras. Igual él está durmiendo, porque hay un bulto en la cama. ¡Qué asco, huele como a sangre! Igual le ha matado. ¡Dios mío, qué lío!
¡Claro, le ha matado, porque ninguna mujer en su sano juicio se echaría las cartas con el marido en casa! ¡Uy, voy a limpiar las huellas de la cartera, la tiro ahí a un lado y me voy volando!
-¡Hola, Luly! ¡No he tardado mucho, eh! -Me pilló justo cuando ya estaba a punto de irme-Pero mujer, ¿qué haces ahí parada en el vestíbulo? Haberte sentado en el salón. Ven, casi lo tengo todo preparado”.
Vaya, ahora sí que se pone bien esto. ¿Qué hago? ¡Claro, ha citado a la bruja para echarle la culpa del asesinato! Y en este caso la asesina soy yo. La ventaja es que no me conoce. Sería difícil que la policía diera conmigo, aunque ahora están mis huellas por toda la casa.
- Espera un momento, que voy a por todo.
-Oye, ¿puedo ir al baño? -dije para ganar tiempo.
-Sí, pero ven al de mi habitación, que el otro está muy revuelto.
Y para mi sorpresa, me guió hasta la habitación del crimen. Dio la luz.
-Me tienen que venir a arreglar la persiana.
Sobre la cama pantalones, vestidos... o sea, el bulto que yo vi.
-Perdona el desorden, no me dio tiempo de recoger la ropa.
¡Vale, no hay muerto!
-¿Qué hace su cartera en el suelo? -exclamó justo antes de que yo accionara la cisterna. (¡Qué mal huele este baño, debe ser por las tuberías! ¡Claro, es el olor a sangre! Estoy loca).
-¡Fíjate, ya se dejó otra vez la cartera!- Me comentó con una mirada de complicidad de mujer a mujer en la que se reflejaba un pensamiento universal: ¡Todos los hombres son un desastre! Y se agachó a abrir un mueble cerrado con llave, del que extrajo una caja de madera.
-¿Vamos?- Me dijo, invitándome a seguirla.
Nos sentamos juntas en el sofá. Abrió ceremoniosamente la caja extrayendo un mantelito blanco y una baraja de Tarot.
-¿Sabes? Me echo yo las cartas, pero soy malísima. Toma.
Me las pasó. Mientras barajo, intento acordarme de lo que hacía una bruja a la que fui una vez. A ver, después de barajar hasta que me canse, cerraré los ojos y tendré un poco las cartas entre las manos, como para transmitirles mi poder. (Cuando hizo eso la bruja a mí me impresionó). Luego con voz grave diré: “Ahora concéntrate en tu pregunta y corta tres veces hacia la izquierda con la mano izquierda, sin cruzar las piernas”. ¡Qué bien me está saliendo!
-Es importante que no cruces las piernas, para que pueda fluir tu energía.
Se está poniendo muy seria. Cojo los montones y hago una bonita cruz. Voy a poner otras pocas a la derecha para adornar. Cinco parece que quedarán bien. Si, me está quedando aparente.
-Bueno, dime tu pregunta, ya sabes, así puedo acercarme más al tema que te preocupa.
Loreto, suspirando, exclamó: ¿Me engaña? Yo, en un arranque de estupidez pregunto: “¿Quién, tu marido?” Y ella, sorprendida, me susurra mirando al suelo: “No, mi amante”.
Vale, entonces todas las fotos de la repisa de la chimenea, de los muebles, de las paredes, en las que se ve a una familia modelo con el papá, la mamá y los dos niños son un puro camelo. ¿Qué le digo yo ahora?, ¿que sí, y lo fastidio todo? No, tengo que decirle que no. Por lo menos que sea un poco feliz. Pero... ¿por qué engañará al marido, con lo bueno que está?
-Veo que tu amante es un hombre inteligente, que sabe buscarse la vida por sí mismo (ella asentía), capaz de hacerte feliz pero... (y la miré fijamente) tú te sientes culpable por algo. ¿Por qué estás con él?
-Verás, es que tengo un acuerdo con mi marido. En realidad, hace siete años que no tenemos relaciones. Al poco de tener al pequeño -dijo señalando a un niño en una foto- mi marido empezó a sentirse atraído por los hombres. No se lo cuentes a nadie, por favor.
¡Qué va! ¿Cómo iba yo a contar que el hombre de mis sueños es homosexual?
-Lo pasamos muy mal al principio, pero llegamos al acuerdo de seguir juntos, sobre todo por los niños, ya sabes. Cada uno podría tener su propia vida, y es lo que hacemos, de forma muy discreta. Hace un par de años que conocí a mi amigo. Hasta ahora ha ido todo bien, pero está empezando a insinuar que deje a mi marido y que vivamos juntos. Yo no quiero, sobre todo por los niños ¿sabes? Y ahora tengo miedo de que se canse de esta situación y busque a otra mujer.
-Pues no te preocupes, que no te va a dejar.
Y para apoyar mi afirmación, señalé al as de oros (que tiene que ser una buena carta, digo yo).
-¿Lo ves? -insistí, mientras miraba mi reloj disimuladamente: las tres y veintidós.
-Pero... ¿No hubiera sido mejor que me hubiera salido el as de copas?
Entonces, yo asocié rápidamente copas con amor.
-Puede parecer que el as de copas sería la carta más propicia, pero... ¿ves? tienes cinco copas en total y el as de oros es la culminación de ese amor no solo en lo emocional, sino también en lo físico y espiritual. Ese móvil que suena parece el mío. Perdona, voy a cogerlo. ¿Sí? ¡No me digas! ¡Voy enseguida!
Lo siento, tengo que irme. Mi madre se ha puesto mala. Ya nos veremos otro día.
-¿Cuánto te pago?
-Déjalo, no es nada, casi no he podido atenderte. Bueno, adiós.
Y me fui a la carrera hasta el portal de su casa. Tenía que estar allí antes de que llegara la Luly de verdad.
Las tres y media. Miré en el buzón del portal su nombre: Loreto Valdés. Bien, ahora yo voy a ser Loreto Valdés para Luly. Desde este ángulo veo perfectamente los timbres de fuera.
Las cuatro menos veinte: esa debe de ser Luly.
-¡Hola! ¿Eres Luly?
Y como asintiera continué:
-Soy Loreto. Oye, no podemos subir a casa, es que tengo las tuberías mal y huele horrible. ¿Qué te parece si vamos a tomar un café? ¿Podrás echarme las cartas en la cafetería, o quieres que quedemos para otro día?
-Como quieras –contestó-. Y no dijo más.
-¿Qué te parece si vamos allí? -dije señalando a una cafetería al otro lado del parque.
-Bien.
Y allá nos encaminamos. Es baja, con el pelo castaño y corrientita. De estas personas que pasan tan desapercibidas que luego no eres capaz de recordar cómo eran. Pero hay algo en su mirada que me intimida. Es como si me odiara. ¡Claro, será envidia!
Me pido dos pinchos y el café. Ella un agua. Mientras como, le digo que hoy no tengo que ir a buscar a los niños, que a ver si me viene mañana el fontanero y que...
-Sigues siendo igual de estúpida que siempre -me suelta de repente.
¡Casi me atraganto! ¿Cómo puede la gente dar dinero para aguantar a alguien tan borde, por muy adivina que sea?
-No te llamas Loreto. Tienes treinta y cinco años y mala memoria.
¡Coño, me conoce! Pues yo a ella no.
-¿Por qué me dices eso?
-Porque eres la estúpida prepotente hija de papá que me robó la pulsera de mi comunión en el colegio. Por mucho que hayas cambiado, tus dos lunares del cuello siguen igual. Y sigues tratando a los demás como si fuéramos idiotas.
-Perdona, no me acuerdo ni de lo de la pulsera, ni de ti. Pero no tienes derecho a hablarme así.
-¿Que no tengo derecho? Tu no te acuerdas, pero yo sí. Te burlabas de mí porque yo tenía una beca. Porque mi ropa no era como la tuya. Y me quitaste algo que para mí tenía mucho valor. Esa pulsera me la habían regalado mis padres. Teníamos el dinero muy justo para comer, ellos no me podían comprar caprichos como te compraban a ti.
-Oye, si puedo hacer algo...
-Ahora ya no necesito tu dinero, pero te aviso que todo se paga. Y tú lo vas a pagar tarde o temprano.
-Oye, lo siento, te lo digo de veras.
-Para mí es un poco tarde ya, pero mira a ver si no haces más daño a la gente.
-Espera, no te marches -dije al ver que se levantaba-. Mira, lo que haya hecho hasta ahora no tiene arreglo y supongo que lo tendré que pagar, pero quiero cambiar. Anoche tuve un sueño muy raro. Por favor… ¡Ayúdame!
-¿A qué me cuentas toda esa mierda? ¿No ves que no me importáis ni tú ni tus sueños?
Y se fue.
¡Pues sí que llevo un buen día! Hubiera sido mejor ir a trabajar. Voy a tomar una copa de coñac, a ver si me animo.
-¡Camarero! Tráigame el mejor coñac que tenga y dígame cuánto le debo.
Mientras bebo despacio (el coñac hay que saborearlo), me planteo qué hacer. Por un lado, el problema de la cartera está arreglado. Por otro, el hombre de mis sueños ya no existe. ¿Qué voy a hacer con mi vida?
Según abro el bolso para pagar, me encuentro un frasco de colonia. Debí cogerlo en el baño de la casa de Loreto. ¡No tengo remedio!
Mientras fumo y bebo, voy recordando mi época del colegio. Luly tiene razón, yo era cruel con ella. El tenerlo todo, dinero, belleza, inteligencia, me ha hecho sentirme siempre superior. ¿Y qué culpa tengo si lo soy?
Con Luly me portaba mal. Era el centro de mis burlas. En aquella época todas la llamábamos por su nombre de pila: Eulalia. La niña pobre de la clase, siempre con uniformes gastados y libros de segunda mano. Además, no era lista. Hasta las profesoras se reían de ella. Es verdad. Le robé la pulsera un día. Ella sospechó de mí, pero lo negué. Recuerdo que, después de salir del colegio, la tiré en una papelera del parque pensando que era chatarra.
Y ahora no puedo hacer nada. Me está dando miedo pensar a cuánta gente habré hecho daño. Quizás ahora mismo esté haciéndolo a alguien. Me gustaría volver a ver a Luly. La única persona que me puede ayudar a encontrarla es Loreto Valdés. Además, tengo que devolverle el frasco de colonia.
Bueno, voy a ir a su casa, le contaré todo y le pediré perdón.
¡Uf! Su puerta. ¿Llamo? Todavía estoy a tiempo de irme. ¿Cómo empiezo?, ¿qué digo?
-Pasa, te estaba esperando.
¡Pero si es Luly! ¡Me estaba esperando! O es más lista de lo que yo creía, o de verdad es bruja.
-Quería ver a Loreto.
De repente no me atrevía a decir nada, no tenía todavía las ideas claras. Yo quería que nos hubiéramos encontrado cuando hubiera estudiado la situación, cuando yo pudiera tener el control y no así.
-Loreto no está, bajó a buscar a los niños. Volverá pronto.
-¿Por qué viniste hasta aquí? -le pregunté-. Bueno, supongo que es lo normal ya que tenías una cita con ella. ¿Te dijo que había estado yo antes?
-Sí, pero no entiende a qué viniste. Yo tampoco, y todavía menos el que te hayas hecho pasar por mí.
Se lo conté todo. Le conté también que había recordado los tiempos del colegio y que reconocía que me había portado mal con ella.
-Sabía que un día volvería a encontrarte y nos reconciliaríamos.
Me dio un abrazo. Yo me sentía mejor, mucho mejor
-Voy al baño -dije. (Así aprovecho para dejar el frasco de colonia).
Cuando salí, Luly estaba sentada en el sofá, barajando las cartas del Tarot.
-Ven, te voy a echar una tirada. Corta. Mejor con la mano derecha, hacia la derecha. No cruces las piernas.
Corté poniendo todo el alma en ello. Quizás, por primera vez en mi vida, dejándome llevar sin pensar, sin analizar, sin calcular, sin juzgar...
Ella hizo un mosaico con las cartas: cinco columnas y cuatro filas.
-Veo –dijo señalando las cartas de la primera fila -influencias contradictorias en tu pasado reciente. Aunque estás teniendo ingresos se te están marchando sin tú saberlo. Mira, esa reina de espadas es una mujer que te ha estado perjudicando en el tema económico. Tienes que tener cuidado, quizás aún siga robándote.
Ahora en el presente tienes tres arcanos mayores, es un momento importante de tu vida: Por un lado La Sacerdotisa indica que estás profundizando en tu subconsciente, que vives buscando respuestas a tus inquietudes. A su lado El Juicio, nos habla de valoración, de sacar conclusiones a esa introspección y después La Rueda de la Fortuna indica cambios.
Vamos a ver que se te opone. La Torre: Tienes miedo de cambiar. El Colgado: Quieres mantener la situación estacionaria, porque no sabes hacia dónde ir.
Vamos a ver tu futuro próximo.
-No, no quiero. Aunque no entiendo de cartas, ésa es La Muerte y no me pienso morir.
Ella señaló la primera carta de la cuarta fila y dijo: “La Muerte es cambio, es transformación, no tiene por qué ser un hecho físico y tu tiempo de renovación va a comenzar pronto. En este momento de tu vida hay un antes y un después muy diferentes”.
-¿Y el amor? –pregunté, ilusionada como una niña.
-Espera, vamos poco a poco. Primero vas a solucionar temas profesionales: Aquí tienes El Carro. Tú vas a llevar las riendas. Después, El Sol: Vas a sentirte renovada. Todo lo que has descubierto dentro de ti va a aflorar. Tendrás magnetismo y alegría que irradiarás sobre los demás. Y ahora viene lo mejor. ¡El amor!
Pasó por alto una carta muy bonita, el tres de copas, para señalar otra que ponía Los Enamorados.
-Pero te advierto que no es el amor tal y como lo has concebido hasta ahora, aunque sea un amor pleno.
-Luly, no me digas más cosas.
Faltaban todavía cuatro cartas.
-No puedo asimilar más. Mira, como todavía no ha llegado Loreto, me voy a marchar. Por favor, cuéntale tú todo y pídele que me perdone. ¿Podré verte más veces? Quiero que este encuentro no se quede así. Mira, me gustaría darte algo que para mí tiene tanto valor como para ti lo pudo tener la pulsera que te robé -Me quité el collar de perlas-. Es una de las joyas que heredé de mi abuela.
-No tienes que darme nada.
-Cógelo, de verdad.
Al coger el collar, retuvo un instante mis manos entre las suyas y me sonrió. En sus ojos brillaba la emoción. Yo tenía un nudo en la garganta.
En el ascensor se me olvidó peinarme. Iba pensando que las personas no somos como aparentamos y que Eulalia, esa niña tonta y pobre tenía dentro de sí la semilla de una gran mujer ¿Y YO?

EL CAFÉ CON LECHE

Qué curioso… ¡La cantidad de cosas que pueden pasar en un día! Creo que lo mejor es que me vaya a tomar algo y apunte lo que me ha dicho Luly antes de que se me olvide. Volveré a la cafetería de antes, que el camarero está muy rico.
-Un café con leche, por favor. ¡Qué ojos! A ver, Luly me dijo que iba a tener un cambio en mi vida, un amor que me hará muy feliz, pero no es lo que yo espero, que hay una mujer que me ha estado robando y que quizás lo siga haciendo...
Lo del cambio en mi vida es demasiado general... No sé, quizás cambie de coche. Sí, puede que cambie de coche. ¿Se referirá a eso? Porque yo el negocio no voy a dejarlo. ¡El negocio! ¡Claro! Seguro que es Paloma quien me roba. Si no... ¿Qué otra mujer puede ser? ¡Ah sí!, la asistenta. Pero… ¿qué me habrá quitado? Tendré que empezar a mirar. Pues vaya disgusto ¡hombre! Pensar que me han estado robando y yo sin enterarme. Lo que me fastidia es que la gente sea así. Porque a mí, Paloma me dice que le aumente el sueldo y lo negociamos. Y la de la limpieza ¿por qué, si le pago lo que me pidió? A mí, no se me ocurre ir robando por ahí. Bueno, cojo algunas cosas, pero no es con la intención de robar.
A ver, había algo más. Luly dijo no sé qué de unas riendas. ¡Ah, sí! Que iba a llevar las riendas de mi vida. Bueno, pero eso ya lo hago: siempre voy a donde quiero y con quien quiero. ¡Uf, cómo quema este café!
-¡Camarero! Un poco de leche fría, por favor. ¡Qué ojos! ¡Y cómo me mira al escote! ¡Madre mía! ¡Si está en la barra el hombre de la cartera, el marido de Loreto! ¿Cómo se llama? ¿Pablo? Pues espero que no me vea. Bueno, qué más da, si no se daría cuenta de que fui yo quien se la cogió. Pues me ha visto. Voy a seguir escribiendo.
Por Dios, ¿seguirá mirando? Ya estoy con la paranoia. ¡Ay sí!, parece que me ha reconocido. Se está acercando.
-Buenas tardes. ¿Le importa que me siente?
-No quiero comprar nada.
-No vendo nada. Solo quiero hablar con usted.
Y se sentó. ¡Qué vergüenza, qué mal me siento!
-Permítame que me presente. Me llamo Pablo. Tuve el placer de conocerla ayer por la mañana. ¿Lo recuerda?
¿Qué hago?, ¿qué digo?, ¿qué querrá? No me puede denunciar, porque le dejé la cartera en casa y no creo que Loreto, si es que Luly le contó todo, me traicione. Igual quiere ligar conmigo. ¡Qué pena que sea homosexual! Es justo mi tipo. ¡Y qué voz! Es de esas que te hacen un nudo en la boca del estómago.
-Ya veo que no lo recuerda. En la puerta de Hacienda. Nos tropezamos...
-Pues no sé, soy tan despistada...
-Usted me robó algo.
¡Madre mía, se dio cuenta! Seguro que me estoy poniendo colorada. ¿Se me notará con el maquillaje?
-Pero...
-Perdone, he sido muy brusco. Hacía mucho tiempo que una mujer no me impresionaba. Usted me ha robado el alma.
-¿El alma?
-Sí, el alma.
Me estoy riendo a carcajadas. Se ha quedado perplejo. Lo siento por él, pero no puedo parar de reírme.
-Perdona Pablo, me estoy comportando como una tonta.
-No. ¡Qué va! He sido yo. Estoy pasando por un momento difícil y tú has sido como una aparición en mi vida. Creí que no iba a volver a verte y tengo algo tuyo.
-¿Algo mío?
-Tengo que confesarte una cosa, pero no te enfades... Ayer te robé una pulsera.
-¿Que me robaste una pulsera?
-Bueno, no exactamente. Cuando nos tropezamos se te cayó y no te la devolví. Miré como te ibas deprisa, cimbreándote sobre tus tacones, con tu falda negra...
Le dediqué mi sonrisa más seductora.
-Pablo, y… ¿cuándo me la vas a devolver?
-¿Qué te parece mañana por la noche?
-¿Estás invitándome a cenar?
-Sí.
Se le notaba nervioso. ¡Qué hombre más raro!
-Mañana yo no puedo. ¿Qué te parece esta noche?
-Estupendo.
-¿Pasas a buscarme a las nueve? Toma, mi tarjeta.
-De acuerdo, te recojo a las nueve.
Mientras nos levantamos me fijo en su traje. Impecable. Pero lleva los calcetines granates, con zapatos marrones. Es algo que no puedo soportar. Seguro que la ropa se la elige Loreto, se la combina Loreto, se la prepara Loreto. Y para algo que tiene que coger él, ¡unos calcetines!, lo combina mal. Todos los hombres son un desastre.
-¿Te acompaño hasta el coche?
- No, gracias, voy de tiendas.
-Bien, entonces... ¡Hasta luego!
Aquí estoy otra vez, en medio del parque. Miro cómo va hacia su portal. ¡Anda, si está Loreto con los niños en los columpios! Voy a saludar. No creo que con los árboles me vea su marido, si mira por la ventana.
-¡Hola!
-¡Uy, qué sorpresa! Pero... ¿Qué haces tú por aquí?
-Ligando con tu marido.
-No fastidies, si estaba de viaje.
-Pues por lo visto ya ha regresado. Oye, perdona por lo de esta tarde. ¿Te contó Luly lo de la cartera?
-Sí, me lo dijo todo.
-¿Estás enfadada?
-¡Qué va! ¡Si hoy lo he pasado genial! ¿No ves que yo llevo una vida bastante monótona? Desde que tuve a los niños y dejé de trabajar nada altera la rutina.
-¿En qué trabajabas?
-Secretaria de dirección. Viajaba por medio mundo. Pero Pablo me convenció para que lo dejara, cuando quedé embarazada. Respecto a lo de antes… también fue culpa mía, por no dejarte hablar cuando llegaste a mi casa. Y gracias por decirme que no iba a tener problemas con mi amigo. Necesitaba oírlo, aunque no sea verdad. Pero... ¿tú de qué conoces a mi marido?
-Solo del tropezón en Hacienda, ayer por la mañana, cuando le cogí la cartera. Ahora estaba yo en aquella cafetería, entró, me vio y me dijo que ayer se me cayó una pulsera y que me la va a devolver esta noche. Me ha invitado a cenar.
-¿Te gusta?
-Mira, no me van los casados y menos si son homosexuales. Pero en lo físico reconozco que tuviste buen gusto. Por cierto… ¿Eliges su ropa?
- ¡Claro!
- Pues, hija, falla en los calcetines. Por lo demás… ¡Impecable!
- ¡Qué me vas a contar!
Nos reímos. Es simpática esta chica.
-¿Te echó las cartas Luly? ¿Qué te dijo?
-No te lo creerás, pero saliste tú por medio.
- ¿Yo?
-Creo que sí. Verás, me dijo que había dos hombres en mi vida, pero que solo me quiere de verdad uno.
- ¿Tu amigo?
-Supongo.
-Y tu marido, ¿no te quiere?
-Hombre, conmigo es atento. Con los niños es bueno. No nos falta de nada. Pero él y yo no tenemos ninguna relación. Solo guardamos las apariencias.
-Oye, perdona la indiscreción pero... si estás siempre con los niños ¿cuándo ves a tu amigo?
-Casi todos los fines de semana. Marcho los viernes o sábados con la disculpa de atender a una amiga enferma y vuelvo los domingos.
-Tu marido ¿sabe la verdad?
-Sí.
-¿Y no le importa?
-Parece que no. Además, fue él quien deshizo nuestra relación.
Loreto está a punto de llorar. Voy a cambiar de tema.
-¿Qué más te dijo Luly?
-Que una mujer llegada recientemente a mi vida iba a ayudarme a consolidar mi vida sentimental.
-¿Y ahí intervengo yo?
-Creo que sí, porque eres la única mujer que he conocido hace poco.
-Pues ya me dirás cómo.
-No lo sé. Pero lo estoy pasando mal. Ya no aguanto más. Mi amigo me presiona demasiado y yo no quiero perderle, pero no me atrevo a separarme... por los niños... por mí. ¿Qué diría la gente? Además, no estoy segura de quererle del todo.
-¿Te dijo algo más Luly?
-Sí, que pronto cambiarían las cosas.
-Bien, ya te queda poco entonces.
-Espero que sí. Bueno, es la hora dar la merienda a los niños. Ven a verme cuando quieras. ¡Niños, nos vamos!
Se acercan sin protestar. ¡Qué majos! Me miran y me dicen adiós.
-¡Oye, Loreto! ¡Espera! No le dirás a tu marido que le quité la cartera. ¿Verdad?
-No te preocupes -me contesta riéndose-. Por mí no sabrá nada.
-Gracias. ¡Hasta pronto!

CAPITULO SEGUNDO

Voy a coger un taxi. Me quedan hasta la cena... un par de horas. ¿Dónde iremos? ¿Y si encargo la cena y nos quedamos en casa? ¡Ay, no! No sé si vendría hoy la asistenta. Igual está todo hecho un asco. Además, si luego me aburre es un lío echarle. No, mejor cenamos por ahí. Seguramente él sugerirá el sitio. ¿Qué me pondré? A ver... luego refrescará. El rosa me favorece y es un color que no compromete. El verde clarito también me queda muy bien. Sí, el verde. ¿Me recojo el pelo? Me hace más seria. Mejor. Los pendientes... de perlas. No. Mejor las esmeraldas, con la gargantilla. Y de pulseras...
-¡Taxi! -¡Genial!
¡Qué bien, no hay tráfico! Bueno las pulseras... ¿Cuál se me caería ayer? No me doy cuenta. ¡Ah, va a ser la de cristales! Sí porque iba de negro. Igual la mujer que dijo Luly que me robó es Pablo, como es homosexual... ¡Claro! ¿Cómo iban a ser Paloma o la asistenta? Pero... A ver, se me cayó la pulsera y él no me la devolvió. ¿Eso puede considerarse un robo? Bueno, ya lo pensaré mañana.
Tengo que tener cuidado de que no se me escape nada de lo que sé de él. Venga, voy a mentalizarme: no le conozco de nada... no le conozco de nada... no le conozco de nada. ¡Ya está! Para que las cosas lleguen al subconsciente hay que repetirlas tres veces. Otra más, por si acaso: ¡No le conozco de nada! Si el pobre supiera que le robé la cartera, que me enamoré de él por su foto, que fui a su casa haciéndome pasar por adivina, que me he hecho amiga de su mujer y que ella me contó que es homosexual, seguro, seguro que se iba a enfadar bastante. ¡Pobre! Los hombres son tan simples... ¿Qué sería de ellos sin nosotras?
¡Por fin en casa! A ver... Son las ocho menos cuarto. Pues sí, vino la asistenta. Voy a darme una ducha. No, mejor voy a preparar primero la ropa. El vestido... la chaqueta, la lencería... las medias de verano... ¿Las esmeraldas? ¿Dónde están las esmeraldas? ¡La asistenta! ¡Oh, Dios mío! Va a ser la asistenta. ¿Me faltará algo más? Aquí está el juego de amatistas, el de granates, el collar de berilo... perlas, el juego de diamantes, los de oro, la plata, azabaches... Los anillos creo que están todos. También las pulseras. ¿Por qué me cogería las esmeraldas? Espera, espera... ¿No llevé el collar y la pulsera al joyero para que les cambiara el cierre? ¡Madre mía, cómo estoy! Ya ni me acordaba.
Las ocho y diez. ¡Qué mal voy de tiempo! ¡Venga, rápido! ¡Odio la impuntualidad! ¡Qué lata, cómo se me cae el pelo! Menos mal que tengo mucho. Qué raro que no me haya llamado nadie al móvil esta tarde. Ni siquiera Paloma. Tengo que mirar. Igual lo desconecté cuando hablé con ella. ¡Vaya un día movidito! ¿Qué perfume me aplicaré? Discreto. ¡Odio ponerme las medias! En fin... ¡Qué le vamos a hacer! ¿Cómo vendrá él? Es tan guapo. ¡Qué alto! ¡Qué pelo tan fuerte y moreno! ¿Se teñirá? ¡Qué ojos! ¡Qué boca! ¡Qué cuerpo! Y… ¡Qué voz! Seguro que podría ser barítono.
No me gusta cómo me he maquillado. Las nueve menos veinte. Me da tiempo a maquillarme otra vez. Bien, bien, bien. Me encanto. Estoy divina. Voy a tomar el traguito de aceite, por si bebo mucho. No puedo beber mucho, que igual se me escapa algo que no debería decir. Mentalización: no le conozco de nada. Las nueve. ¡El timbre! Perfecto. Superpuntual.
-¿Pablo? Ya bajo.
No sé qué sería de mí si los ascensores no tuvieran espejos. Sí, el móvil está desconectado. Mejor. Así no me dan la lata los amigos. ¿Le gustaré? Pero... ¡Qué bobada! ¡Si no le van las mujeres! ¿Y lo del alma? Le robé el alma. Cada vez tengo más nivel. Hasta ahora, que yo sepa, solo había cogido prestadas cosas materiales. Ahora ya voy por las inmateriales.
-¡Hola, estás preciosa!
Él parece un novio. ¿Cómo llevará los calcetines? No se atreve a darme dos besos. ¡Vaya! Casi todos los hombres se abalanzan sobre mí y me dejan sus huellas labiales sobre mi perfecto maquillaje. Y éste, nada. Se los daré yo, a ver que colonia lleva. Hummm... Huele bien, me recuerda a...
-¿Tienes pensado algún sitio? ¿No? ¿Elijo yo? Ven, vamos. Tengo el coche enfrente. 

CAPITULO TERCERO

Me gusta su coche. Es fuerte y elegante, como él. No huele a tabaco. Conduce suavemente, no como yo, que cualquier día voy a arrancar la palanca de cambios.
Estamos ya a las afueras y todavía no hemos cruzado ni una palabra.
-¿Queda lejos?
-Faltan unos diez kilómetros. Hace una noche preciosa, ¿verdad?
-Sí, es una noche agradable, aunque un poco fresquita. Pronto estaremos en octubre.
-¿Te gusta el otoño? A mí es la estación que más me gusta. Los colores de los árboles me recuerdan cuando iba de niño a pasear por el bosque. Me gusta sobre todo cuando hace viento. ¿Sabes? Dicen que el viento os da energía a las mujeres. Hay cuatro tipos de viento, uno adecuado a cada uno de los cuatro tipos de mujer.
-¿Y cuál sería el mío?
-El viento del Este. Es el de las mujeres elegantes, con iniciativa y muy hermosas, como tú.
¡Vaya, también es romántico! No me extraña que Loreto se enamorara de él. Me imagino a Pablo con una rodilla hincada en el suelo y un anillo entre los dedos:
"Loreto, princesa mía, lo más bello de la creación. ¿Te quieres casar conmigo?". A lo que Loreto respondería: " ¿Y por la noche, qué harás?”. ¡Qué mala soy! Igual la culpa de que sea homosexual la tiene ella. ¡Pablo es tan sensible! Pero ella parece maja. ¿Qué pintaré yo en todo esto?
-A mí me gusta más el invierno. Por esquiar. Me gusta deslizarme velozmente sobre la nieve. (Y coquetear con los hombres en la cafetería del hotel).
Parece que ya hemos llegado. Esperaré a que me abra la puerta del coche.
-¿Qué te parece el sitio?
Es una casona restaurada, con un cuidado jardín y una iluminación muy agradable.
-Es bonito -le digo estremeciéndome-. Ha refrescado mucho.
Caminamos uno junto al otro. Me resulta un tanto raro. Cuando voy con los clientes tengo un objetivo y sé cuál es mi papel. Cuando voy con ligues, también. Pero con Pablo estoy muy perdida. No sé a qué vengo. Y a mí me gusta tenerlo todo calculado.
-¡Qué bonito es esto! -El interior está decorado de forma sobria, pero acogedora, con un equilibrio perfecto de espacios, volúmenes, formas... texturas, colores, luces...
-¿Quieres tomar algo antes?
-Por mí, no. Prefiero cenar ya.
-Tenemos mesa reservada en el comedor azul.
-Estupendo.
Sí, es realmente estupendo. Han sabido crear espacios íntimos integrados en el conjunto. La música es relajante.
-Bien, ¿qué te apetece?
-Sugiéreme tú.
Le dejo hablar. A mí la comida me da igual, pero debo de mostrar interés en decidir qué delicias culinarias me acompañarán durante las próximas... ¿dos horas?, ¿aguantaré tanto?
-Tengo una sorpresa para ti.
¿Otra? Con este hombre no se sabe por dónde van los tiros. Me da un pequeño envoltorio. Si yo solo quiero que me devuelva la pulsera...
-Pero... ¡Es precioso! ¿Por qué?
-Hace juego con la pulsera, ¿verdad?
-Sí, pero ¿por qué?
-Para que me perdones por haberte escatimado la pulsera. Y porque tú me has devuelto algo que perdí hace siete años.
-Dices que te robé el alma y que te he devuelto algo que perdiste hace siete años... Me siento confusa.
-Perdona. De nuevo he sido muy brusco. Vamos a cenar. Después te lo contaré todo.
La cena está transcurriendo en un clima de disimulada tensión por lo que estoy bebiendo más de lo que debería. A ver si voy a hablar más de la cuenta.
-¿Nos vamos?
-Sí, ha estado todo estupendo.
De nuevo veo la famosa cartera, esta vez en sus manos.
-¿Quieres ir a algún sitio en concreto?
-No especialmente.
Nos montamos en el coche. Supongo que me llevará a algún lugar tranquilo.
-Está bonita la luna, ¿verdad?
Asiento con la cabeza. Bien, ya tengo la pulsera y un anillo precioso. Me está empezando a hacer efecto el vino. Me quiero ir a casa, pero ahora me toca aguantar el relato del culebrón.
-Despierta, hemos llegado.
Abro los ojos. ¡Qué vergüenza, me quedé dormida! Me ha traído hasta mi casa. ¿Cómo sabrá donde vivo? ¿Se lo habré dicho sin darme cuenta?
-Perdona, estaba cansada, anoche dormí mal. Pero ahora estoy como nueva.
-¿Subes?
Duda. Le sonrío. Parece que se anima.
-¿Estás segura? ¿No prefieres dormir?
Prefiero otras cosas. Pero tengo ganas de que me cuentes qué demonios te pasa.
-No, anda, sube.
¡Qué frío tengo! ¡Qué calentito está el portal! ¡Qué largos se me están haciendo los cinco pisos de ascensor!
-¡Eres preciosa!
¡Qué bien me ha sonado! Soy preciosa. Si no fuera porque no espero nada de él, me habría puesto a cien. Con ese cuerpo, con esos ojos, con esa voz…
-Tienes un apartamento muy bonito.
-Gracias, siéntate. ¿Café? ¿Cava?
-Cava, tengo que brindar contigo.
-Pues cuéntame por qué.
-Verás, es un poco fuerte y por favor, no te lo tomes a mal, sino todo lo contrario. Hasta ayer era... impotente, pero cuando nos tropezamos en Hacienda, al sentir tu cuerpo y tu perfume... bueno, ocurrió el milagro.
Este hombre tiene una cara increíble.
-Perdona, te ha parecido mal. Si no te hubiera encontrado esta tarde, tú nunca lo hubieras sabido, pero me pareció que debía devolverte la pulsera y explicarte por qué no te la di cuando la perdiste. Yo quería tenerla como recuerdo. No te puedes imaginar lo que fue ese momento para mí, después de siete años de impotencia.
-Pero ¿no eres homosexual?
-¿Quién te ha dicho eso?
¡Vaya, ya metí la pata! Tengo que pensar algo. Rápido... rápido...
-No sé, eres tan sensible... Tienes un gusto tan exquisito...
-¡Y qué! ¿Eso te hace pensar que soy homosexual? -Está cabreado.
-Mira, creo que lo mejor es que te vayas. Siento haberte molestado, pero por favor... ¡Vete!
Se levanta y coge su chaqueta. Se le ve apenado.
-Yo no quería que esto acabara así.
-Espera. ¿Es verdad lo de tu incapacidad? -Otra vez he metido la pata, seguro.
-Ningún hombre se toma eso a broma. ¿Por qué te lo iba a contar, si no fuera verdad?
Se va a marchar. Ahora sí que no entiendo nada: Loreto me dice que Pablo es homosexual y Pablo me dice que es impotente. Impotente... ¿Por qué? ¿Por qué desde hace siete años?
Se marchó. ¡Qué mal me siento! ¿Cómo podré ser tan estúpida? Tengo que llamar a Loreto, pero no sé el número de teléfono. ¿Cómo se apellida Pablo? No me acuerdo. ¡Ah! ¡El escáner! .Cuando lo enchufo siempre sale en la pantalla del ordenador la última imagen digitalizada. Y la última imagen que pasé fue su carné. ¡Aquí está! A ver, la guía de teléfonos... Lo tengo.
- ¿Loreto? No te asustes. Soy yo. Ya sé que no son horas para llamar, es que quería hablarte de tu marido. Se acaba de ir de mi casa y me ha contado algo que quizás tú no sepas. Me ha dicho que es impotente desde hace siete años. ¿Sorprendida? Verás, cuando me lo iba a contar todo, metí la pata. Le pregunté si era homosexual. Se enfadó y se marchó. Oye, llaman al timbre. Quizás sea él. Ya hablaremos.
- ¿Sí? ¿Pablo? Sube.
¿Qué querrá ahora?
-¿Qué quieres?
-No encuentro mi cartera. ¿Estará aquí? -¡Madre mía! ¿Se la habré cogido otra vez?
-Vamos a mirar.... Sí, se te cayó. Toma.
-No sé lo que me pasa estos días con la cartera. Parece que está embrujada.
-Pablo, quizás te apetezca un café.
-Bueno.
Nos sentamos midiendo las distancias. Él en un sillón. Yo en el sofá. La cafetera es el nexo de unión de dos personas que no saben qué decir. Cojo un cigarro.
-Pablo ¿en qué trabajas?
-Soy representante de una marca de embutidos. Hace unos años tenía mi propia empresa, pero quebró. Esa es una de las razones de mi impotencia.
Le miro con interés, parece que se anima a seguir hablando.
-Verás, nací en un pueblo en el que mi padre con otros socios crearon una cooperativa e hicieron una pequeña fábrica de elaboración de productos cárnicos. No tenían mucha idea de lo que es el mercado, la competencia, las finanzas... Por aquellos años ya sabes que lo que importaba era producir y vender. Y a ellos les iba bien. Les fue bien durante algunos años. Yo me había ido a estudiar Económicas y cuando acabé entré a trabajar en la fábrica. Quería saber cómo era cada puesto de trabajo, cada proceso, cada máquina... Allí conocí a Loreto, mi mujer. Estuvimos como un año de novios y después nos casamos.
-¿Sigues casado?
-Sí y no. Ahora te lo contaré. Cuando la empresa llevaba funcionando unos diez años empezaron los problemas. Había surgido otra empresa en el sector muy ambiciosa y con mucho capital. Las ventas empezaron a caer y los cooperativistas no se ponían de acuerdo en las soluciones. Se disolvió la cooperativa y yo pude adquirir la empresa a buen precio. Mi familia y la de Loreto nos ayudaron. Tuve que pedir también un crédito. Me sentía capaz de reflotarla. Cuando eres joven crees que te vas a comer el mundo. Al principio tuve muchas dificultades, pero las fui superando. Después, las máquinas se fueron quedando obsoletas y no tenía dinero para renovarlas. Surgieron más empresas competidoras, quise diferenciarme en calidad, pero no pude aguantar el tirón. En fin, hice todo lo que pude, pero al final tuve que vender.
-¿El que tu empresa quebrara fue la causa de tu incapacidad?
-No la única. Después de aquello quedé con los nervios destrozados. Al ver que cada vez estaba peor, que no era capaz de recuperarme, le dije a mi mujer que era homosexual. Yo quería aislarme y que ella buscara a otro hombre que le diera la felicidad que se merecía. Ya sé que hice una tontería, que hubiera habido otras soluciones, pero no era capaz de pensar algo mejor.
-¿Y el divorcio?
- Bueno, eso no hubiera sido adecuado para los niños. Ni para Loreto. Aunque yo no estaba bien, para ellos es importante el tener un hombre en casa. Ella nunca me planteó que nos separáramos. Llegamos al acuerdo de mantener las apariencias y llevar cada uno discretamente su propia vida.
-¿Sabes si tu mujer encontró a otra persona?
-Sí, desde hace dos o tres años tiene otra relación.
-Y tú ¿cómo te sientes?
-Yo quiero que ella sea feliz. Se lo merece. Ha pasado mucho por mi culpa.
-Pero si ahora te pones bien ¿no vas a intentar recuperarla? ¿No crees que ella aún te puede querer?
-No lo sé. Seguimos viviendo juntos, durmiendo en la misma cama. Compartimos los problemas de los niños, de la casa, de mi trabajo... Yo creo que sí me quiere, pero no sé si podría volverse a enamorar de mí. Además, no tengo derecho a interponerme en su relación con ese otro hombre.
-Pero quizá solo está con él porque tú le has empujado a ello. A lo mejor sigue enamorada de ti...
-No lo sé. Bueno, estarás cansada. Me voy a marchar. Gracias por todo. Eres una mujer maravillosa.
-Gracias. Mira, no me gusta dar consejos, pero te voy a decir lo que estoy pensando de lo que me has contado. Eres un hombre emprendedor, legal... has tenido una etapa muy mala, tanto en los negocios como en tu vida sentimental, pero... Pablo, las personas cometemos equivocaciones. Cuando alguien vive la vida como tú, procurando continuamente hacer las cosas bien, no puede reprocharse el que en un momento dado no haya tenido la capacidad de reaccionar de otra manera. Yo también tengo un negocio y sé lo dura que es la competencia. Las empresas nacen, crecen y desaparecen. Todas, sin excepción. La única diferencia entre unas y otras es la duración de este ciclo.
Respecto a Loreto, yo hablo mucho con mujeres. Todas somos diferentes pero en general, el amor para nosotras es algo muy importante. Yo creo que el día en que me enamore, cuando encuentre al hombre de mi vida, le querré siempre. Bueno siempre, mientras él me quiera a mí también. Si Loreto se casó enamorada de ti, es casi seguro que ese sentimiento siga dentro de ella. Quizás solo tengas que reavivarlo.
-Pero... ¿el otro hombre?
-Habla con Loreto, cuéntale todo. Que sea ella quien decida. Creo que es lo mejor. ¿Cómo puedes llevar siete años culpándote por lo que hiciste en un momento?
Quisiera que cuando te vayas y estés a solas pienses en lo que te he dicho. No pierdes nada por analizar tus problemas desde otra perspectiva.
¡Ah! Espera, espera. Tenemos la botella de cava sin abrir todavía. ¿Quieres que brindemos por un futuro mejor?
-No, gracias. No quiero brindar por un futuro mejor. Guárdala. Espero poder volver pronto para brindar por un presente mejor. ¿Te parece?
-Me parece. Hasta siempre.
Sin que Pablo sé dé cuenta, mientras le doy un par de besos de despedida, meto en el bolsillo de su chaqueta mi pulsera de cristales. Para que le dé suerte.
Bien, y ahora… ¿Qué hago? ¿Llamaré a Loreto? Pero no puedo contarle nada, debe decírselo Pablo. Además, tengo ya mucho sueño y mañana, bueno... luego, voy a ir a la oficina a revisar todas las cuentas. Tengo que aclarar de una vez quien es la mujer que me está robando. ¿O será todo una bobada? ¡Qué mal se va este maquillaje! ¿Y si Pablo no se lo cuenta?, ¿debería llamar a Loreto? Me conozco. Voy a llamar, porque sino, no voy a dormir en toda la noche. Pero solo le diré que Pablo se acaba de marchar de aquí.
-Loreto, hola, soy yo otra vez. ¡Vaya noche que te estoy dando! Es que creo que todo se va a arreglar entre Pablo y tú. Se acaba de ir de mi casa. No te puedo contar más porque creo que él te va a explicar lo que le ha pasado realmente durante estos años. Iba muy animado a hablar contigo. Te quiere de verdad. Loreto, no sabes como te quiere. Ahora creo que todo va a depender de tu decisión. ¿Por qué no te apuntas mi número de teléfono y me llamas algún día? Sí, mira es fácil: 696969639. Al final, parece que Luly acertó cuando te echó las cartas. Ya me contarás. Chao.
Bueno, ya me he quedado a gusto. No sé, después de todo lo que me ha contado Pablo estoy pensando que quizás los hombres no son tan simples como yo creía. ¡Qué sueño tengo!

EL CAFÉ, CON LECHE Y SACARINA

¡El teléfono! ¿Dónde lo habré puesto?
-¿Diga? Sí, dime Loreto. Tranquila. No, mujer. Voy ahora. Ya me paso luego por el trabajo. No te preocupes.
Vaya, Loreto hecha polvo. Necesita hablar y únicamente confía en mí. Desde luego...
Vivimos rodeados de gente y a la hora de la verdad estamos solos. ¿Qué hora es? Las nueve y media. Pues... si Loreto está así, ¿cómo se sentirá Pablo?
¿Me pondré unos vaqueros?, ella viste informal. ¿Llevaré el coche? No, mejor iré en taxi, pero... ¿cómo se llama la calle? Es un nombre de santo, que suena a rayo: ¡San Fulgencio!
-Paloma, ¿todo bien? Oye, no sé si podré ir esta mañana pero por la tarde seguro.
Llámame solo si hay algo urgente, que tengo una reunión.
¡Qué asco de día! Otra vez nublado, pero no creo que llueva, por lo menos esta mañana. Es curioso: ayer al venir por primera vez a casa de Loreto se me hizo larguísimo y me sentía extraña en esta parte de la ciudad. Hoy, sin embargo, ni me he enterado.
¡Hombre, está el portero! Picaré abajo, por educación. Me estoy acordando de ayer por la tarde, cuando esperando a Luly para hacerme pasar por Loreto. ¡La de cosas que han ocurrido desde entonces!
-Hola, Loreto
-Pasa, pasa, siéntate. ¿Quieres un café?
-Con leche y sacarina, por favor, que ayer me pasé en la cena -Se sienta a mi lado. Lleva recogidos los rizos con una goma. Tiene mala cara, no ha debido dormir nada. ¡Qué triste se la ve!
-Supongo que ya sabes la historia de Pablo. Anoche en cuanto llegó me preguntó si podíamos hablar y me dijo lo que me habías contado por teléfono: que no es homosexual. Me lo hizo creer porque quería aislarse de mí, para no perjudicarme porque estaba pasando una crisis muy fuerte y no veía el final. ¡Qué estupidez! ¿Sabes? Yo le hubiera ayudado. No me hubiera importado lo de su depresión, ni su impotencia, aunque no se hubiera recuperado nunca. Pero lo que ha hecho conmigo no tiene nombre: Me obligó a cambiar toda mi vida, destruyó mis ilusiones. Incluso tuve que superar muchos conflictos morales para atreverme a salir con otros hombres. Y después de siete años me cuenta que no es homosexual... ¿Por qué ahora?
-Porque no sé si te dijo que cree que ya no es impotente. Él siempre pensó que eso sería una barrera para vuestra relación, que tú necesitabas y merecías un hombre que te hiciera plenamente feliz.
-Está loco.
-Te quiere. Prefirió que buscaras a otro hombre, en lugar de hacerte sufrir a su lado su incapacidad y su depresión.
-Mira, cuando me casé con él fue porque estaba enamorada. Y me casé para lo bueno y para lo malo.
-Pero, Loreto, ahora sigues casada con él, supongo que como tú dices, para lo bueno y para lo malo. No sé, creo que tu decisión es muy difícil, pero pienso que es mejor tener que tomar una decisión que seguir como hasta ahora sin tener claro el rumbo de tu vida. Verás, cuando yo he tenido que valorar varias alternativas he usado una especie de truco. No es que sea nada espectacular, sino todo lo contrario, pero a mí me ha ido bien. Anda, coge una cuartilla y un bolígrafo. Ahora traza en la mitad una raya desde arriba hasta abajo y otra línea horizontal de un lado hasta el otro a unos dos centímetros de la parte superior. En el cuadrito que te ha quedado arriba a la izquierda pon “Pablo”. En el de la derecha, el nombre de tu amigo. ¿Cómo se llama?
-Tomás.
-Vamos a dibujar más rayas: Otra horizontal que cruce la cuartilla por la mitad de los rectángulos grandes. Ya tenemos cuatro rectángulos más pequeños. En los dos de arriba, vas a escribir lo que más aprecias de Pablo y de Tomás. En los dos de abajo, lo que te desagrada de ellos. Nos faltan dos líneas verticales más. Son para puntuar lo anterior. Ponlas a un centímetro y medio de los lados derechos de las dos columnas. Después sumas los puntos positivos y los negativos de cada uno, restas y tendrás una idea un poco más clara de todo.
-Me parece una tontería.
-Te lo creo, a mí me pasó igual la primera vez. Pero en este momento tienes la cabeza llena de ideas y sentimientos desordenados. Te estás compadeciendo de ti misma, pero las reglas del juego han cambiado y te toca tirar. No haces más que menear el cubilete y vas a acabar lanzando el dado confiando tu suerte y la de los que te rodean al azar. O peor aún, puedes seguir compadeciéndote y caer en una depresión, de la que te va a resultar muy difícil salir. ¿Qué pierdes con probar a hacer lo que te digo? ¿Es que te da miedo enfrentarte a lo que sientes hacia cada uno de ellos? Piensa que, hagas lo que hagas, tú vas a ser la primera en sufrir las consecuencias, así que lo que decidas hacer, hazlo convencida. Tómate tanto tiempo como necesites. Ya verás como ese papel te ayuda a centrarte y a valorar con desapego tus relaciones con Tomás y Pablo. Escribe todo lo que te dé la gana, si no te cabe en una hoja, ponlo en más, lo importante es que reflejes todo lo que consideres importante. Luego puntúa. Como tú quieras, pero utiliza unos baremos claros. Y no te engañes en las puntuaciones. Al final, tendrás un criterio objetivo para tomar tu decisión. Yo lo he utilizado sobre todo en el trabajo, pero también en mi vida personal. Y me ha ido bien.
-Quizás me anime. Ya te contaré.
-Y no olvides que quien toma una determinación, también asume unas consecuencias. Como en esta vida no hay nada ni blanco ni negro, sino que todo tiene partes positivas y negativas, siempre se sale perdiendo algo y ganando algo. Lo importante es valorar lo que pierdes y lo que ganas e intentar que lo último pese más.
- Vale. Voy a intentarlo. Estos días creo que voy a necesitar que me apoyes. Sé que no nos conocemos apenas, pero cuento contigo. Tengo miedo de hundirme. ¿Te gusta el chocolate?
-¿El de comer?
-Sí. ¿Por?
-Cuando todo este lío haya acabado voy a hacerte una enorme tarta de chocolate.
-De acuerdo. Hasta pronto, Loreto.
-Adiós.
Mientras me despide, se restriega las lágrimas con la mano.

CAPITULO SEGUNDO

La verdad es que Loreto tiene una decisión difícil. No sé, me da pena verla así. Si deja a Pablo, los niños lo van a pasar muy mal, sobre todo viendo a su madre con otro hombre y si sigue con él, no sé si conseguirán restablecer su relación.
¿Y Tomás? ¿Cómo será? Loreto ya no puede seguir con los dos. Si se decide por él ¿será capaz de afrontar que Loreto tiene tres hijos? Porque hasta ahora solo se han visto ellos dos. No sé. Es complicado.
Bueno, ahora al trabajo. Es curioso, desde que he empezado a sospechar que Paloma puede estar robándome ya no me cae tan bien como antes. ¡Anda! Allí va una chica que es igual que ella pero en rubio. Estaría mejor de morena, o de pelirroja. ¿Sería mi sueño una premonición? ¿Estará Paloma pensando en dejar mi empresa? Yo no creo que esté descontenta con el trabajo pero... claro, con los empleados nunca se sabe. Tendré que hablar con ella y sondearla discretamente.
- Buenos días, Paloma. ¿Cómo va todo?
-Hola, jefa. ¿Qué tal las reuniones?
-Me parece notar un matiz de ironía en su pregunta.
-¿Qué tenemos pendiente? Espera, espera... Antes de que me lo cuentes, si no hay nada urgente quiero hablar contigo un rato.
-Dime.
-Paloma, ¿te sientes contenta en este trabajo?
Me mira con cara de sorpresa. Parece que está meditando cuidadosamente la respuesta.
-Verás, en parte sí y en parte hay cosas que creo que es necesario cambiar. Sabes que hay mucho trabajo y pienso que es conveniente poder contar con otra persona que me ayude en el tema administrativo. Los clientes se quejan de que tardamos en responderles, pero yo no puedo abarcar más.
Por otra parte, hablando con total sinceridad, te agradezco que desde el primer momento confiaras en mí como lo has hecho, pero creo que para el trabajo y la responsabilidad que llevo, el sueldo tendría que ser el doble. Precisamente en estos días estoy valorando una oferta que me ha hecho otra empresa.
-¿Y has esperado a que yo te pregunte para decirme todo esto? ¿Es que no he estado siempre a tu lado para hablar?
-Ése es el principal problema, que muchas veces no estás. Hablo más con tu contestador que contigo y cuando no puedo posponer el tomar decisiones que creo que te corresponden las tengo que tomar yo. Y sé que me respaldas, pero no me siento bien. Piensa que el negocio no es mío, es tuyo.
-Vamos a ir por partes, si te he entendido bien hay tres cosas que te preocupan: El que la carga de trabajo es excesiva, que el sueldo consideras que debería de ser mayor y que tienes, a veces, que afrontar decisiones que crees que no te corresponden. ¿Es así?
-Sí.
Pues menudo papelón. Además de lo que me pide, está valorando una oferta que le ha hecho otra empresa. ¿Será un farol? No creo, está muy segura de sí misma. Si no, no me hubiera planteado todo tan abiertamente. ¡Y quiere que le doble el sueldo! Tengo dos opciones: O negociamos o va a acabar marchándose. Lo segundo no me interesa, al menos por ahora. O sea, que hay que negociar.
-Paloma, te agradezco que me hayas hablado con tanta franqueza, voy a pensar en lo que me has dicho y estoy segura de que todo tiene solución. ¿Hay algo más que te preocupe?
-En general no, pero ayer llamó...
Bueno, de momento la situación está controlada. Decididamente hay que negociar. Esta chica vale un montón. ¿Cómo habré podido pensar que me robaba? Es más... ¿Por qué demonios habré dejado que se me metiera esa idea en la cabeza? Bien, ahora me toca pasarme el resto de la mañana trabajando duramente.
¡Qué hambre tengo! ¡Pero si ya son las tres y media!
-¡Venga, Paloma, que hay que comer! ¿Te apetece que vayamos juntas?
Me sonríe.
-¿Abajo?
Abajo significa comer en media hora para volver a la oficina rápidamente. Eso le encanta.
En seguida estábamos trabajando de nuevo, hasta que un explosivo mensaje de Loreto me desconcentró: "Ya he tomado una decisión".
-Hola, ¿Así que ya has tomado una decisión? Sí, sí puedo ir, pero a partir de las ocho. ¿Sobre las ocho y media en tu casa? Vale.
¡Loreto ha tomado una decisión!

CAPITULO TERCERO

¡Cómo se nota ya que estamos a finales de septiembre! Me da pena que pase el verano. No sé, todo es tan diferente cuando llega el otoño: Vuelven las prisas, los atascos, la caída del pelo, que me tiene frita... En fin.
-¡Hola, Loreto! ¿Dónde tienes a los niños?
-Están en un cumpleaños en casa de unos vecinos.
-Así que ya te has decidido...
-¡Mira! -Me saca dos hojas arrugadas-. Estuve a punto de tirarlas a la basura. Luego pensé que sería mejor enseñártelas.
-Veo que hiciste lo que te dije, pero no entiendo nada.
-No me extraña, no lo entiendo casi ni yo. Verás: Aquí empecé a poner lo positivo de Tomás y Pablo. Y aquí, lo negativo. Luego puntué. Y después, como ves, lo taché todo, porque he pensado que no me quedo con ninguno de ellos. No te sorprendas, creo que es lo mejor para los niños, para ellos y para mí.
-¿Por qué?
-Ya no puedo seguir viviendo con Pablo como hasta ahora. Le quiero porque es una buena persona y le perdono lo que me ha hecho, pero ni estoy enamorada, ni siento ilusión por reconducir nuestra relación. Por otra parte, Tomás solo conoce a mis hijos por fotos. Dudo que fuera capaz de afrontar nuestra relación con ellos en medio. Y ya estoy harta de todo. Quiero comenzar una nueva vida y dejar de ser la marioneta que soy ahora.
-¿Y los niños?
-Los niños no pueden vivir siempre metidos en una burbuja protectora. Tienen que aprender a asimilar la vida como es, cambiante, y aprender a adaptarse a las circunstancias. Nunca les faltará el apoyo y el cariño de su padre y el mío, pero yo no puedo hipotecar mi vida por ellos. Sé que va a ser duro para todos, pero creo que cuando sean mayores lo comprenderán.
-¿Y a Pablo, cuándo se lo vas a decir?
-Ya se lo he dicho. Le llamé por teléfono. Hemos quedado en vernos mañana. Quiero pedirte otro favor: Mira, me imagino que Pablo lo estará pasando muy mal. Y él confía en ti, supongo que te lo contará. ¡Ayúdale a pasar este mal trago, como me estás ayudando a mí!
-No te preocupes, haré todo lo que pueda. Ya sabes que puedes contar conmigo para lo que necesites.
-Gracias, tesoro. ¡Vaya! Ni siquiera te he ofrecido algo para tomar. ¿Qué te apetece?
-Nada, de verdad. Voy a marcharme. Mañana tengo mucho trabajo y tengo también que empezar a buscar a alguien para que lleve parte del tema administrativo en la empresa.
Nos quedamos mirando las dos, creo que pensando en lo mismo.
-Oye, ¿tú no estabas en eso cuando trabajabas?
-Sí
-¿Te puede interesar?
-¡Hombre, claro! ¡Sería estupendo!
-Pues entonces, dentro de unos días cuando todo se haya encauzado lo hablamos ¿Vale?
-¡Dios! -Me da un abrazo- ¡Chica, qué rara es la vida!
-¡Ni que lo digas!

CAPITULO CUARTO

-¿Sí? ¿Quién eres? Pablo, te oigo muy lejos. Ya. ¿Vernos hoy? Vale. ¿Qué prefieres? ¿Y por qué no en mi casa? De veras, no me cuesta nada. No soy una gran cocinera, pero todavía no he envenenado a nadie. ¡Vale, a las nueve! Hasta luego.
¡Uf! Tengo que salir pronto hoy del trabajo. Encargaré la compra por teléfono. ¿Qué pondré para cenar? Me imagino que dará igual, porque no creo que se vaya a fijar mucho en lo que coma.
-Paloma, ven un momento.
-Dime.
-Ayer estuve hablando con una persona para lo del tema administrativo. Es una chica que estuvo trabajando de secretaria hasta que tuvo al primer niño, hará unos diez o doce años, así que estará un poco oxidada, pero creo que se pondrá al día sin dificultad. ¿Qué te parece?
-Pues bien, sobre todo teniendo en cuenta que será amiga tuya.
-¿Cómo lo sabes?
-Por lo que me has contado, es fácil deducirlo.
-¡Vale! De lo del sueldo, ¿pensaste algo?
-He pensado mucho, pero me da miedo decírtelo.
-Pues entonces, escríbelo.
Y escribió. Una cifra que me dejó bizca.-¡Pero eso es casi el doble!
-Y da gracias a que no te pido atrasos. Me lo tenías que haber pagado mucho antes.
-¡Oye!, con ese sueldo de gerente ya no tendré que contestar ni al móvil ¿no?, podrás tomar decisiones tú solita sin sentirte traumatizada...
-¡Claro! Para eso lo hice. ¿Ves? Pensé en las dos.
¿Qué tal encajará con Loreto? Creo que bien, Loreto es muy dulce y está acostumbrada a dejarse llevar y Paloma es dominante, pero sabe tratar a la gente. Espero que no la agobie, porque es exagerada con el trabajo. Siempre lo lleva metido en la cabeza.
¿Y qué pongo de cena? A ver, para no complicarme... unos ibéricos, patés, quesos, una cinta con salsita y ensalada... un buen vino y de postre... no sé... ¿tarta helada?, ¿pastelitos? Voy a llamar para que me lo lleven a casa a las ocho. Con salir de aquí a las siete y cuarto será suficiente.
Pablo, Pablo, Pablo... Hoy casado y mañana libre como un taxi desocupado. ¿Lo cogeré yo? La verdad es que ahora que sé que se va a quedar disponible, me estoy empezando a animar. ¡Es tan romántico! ¡Tan sensible! ¡Tan inteligente! Y está tan, tan, tan bueno... Me conozco. Tengo que tener cuidado de no lanzarme. Él todavía no estará para pensar en otra relación. Aunque le gusto. Me pondré muy guapa, aunque nada de escote.

CAPITULO QUINTO

¡El timbre! ¡Pablo! ¡Dios mío! ¿Estará todo bien? ¿Estoy yo bien? ¡Si llevo puestas las zapatillas!
-Pasa, Pablo -Me da un beso en la mejilla-. ¡Qué bien huele! Me recuerda a...
-Estás preciosa -lo dice con un tono de tristeza que me preocupa. Supongo que espera que yo ahora le pregunte a él. Que me perdone, pero no puedo dejar de pensar que con esas ojeras y la cara pálida está interesantísimo.
-¿Cómo te va?
-¡Fatal! -Se desploma en mi sofá. Yo, claro, me siento a su lado-. Estuve hablando con Loreto. Le conté toda la verdad. Le dije que la quería, pero que entendería y respetaría la decisión que tomara.
-¿Y?
-Me quiere dejar. Dice que quiere romper con todo su pasado y empezar una nueva vida.
Quiere que nos divorciemos, pero yo creo es porque prefiere al otro hombre y no se atreve a planteármelo abiertamente.
-¿A Tomás? No creo.
-¿Cómo sabes tú su nombre, si yo no me había enterado hasta ayer?
¡Hale, ya metí la pata otra vez!
-No te enfades, Pablo. Bueno, o enfádate si quieres, lo entenderé. Verás, tengo que contarte una pequeña historia: El día en que te conocí, el lunes donde Hacienda, te robé la cartera. Tengo a veces un problema de cleptomanía, pero mi psicólogo dice que lo hago por llamar la atención, porque estoy necesitada de cariño -Me voy arrimando poco a poco hacia él-. La verdad es que no fui consciente de ello hasta el martes y al abrirla y ver tus fotos en los carnés, pues... me pareciste tremendamente atractivo y quise devolvértela y pedirte disculpas personalmente.
Me arrimo otro poquito y apoyo mi cabeza en su brazo. Parece que va remitiendo su enfado.
-Por la documentación localicé tu domicilio y te la llevé a casa. Así conocí a tu mujer, le dije que me había encontrado la cartera y... bueno, ella había estado llorando, se le notaba porque tenía los ojos rojos. Le pregunté si le ocurría algo, si le podía ayudar y me contestó que estaba muy deprimida y que necesitaba hablar con alguien y que si tenía un momento podría desahogarse contándome lo que le ocurría, porque a veces una persona ajena ve las cosas de otra manera. Y por eso sé lo de Tomás.
-No eres muy buena mintiendo -me dijo sin moverse.
-Es, básicamente, la verdad. Solo he omitido algunos detalles que no vienen a cuento. ¿Sabes? Loreto me ha pedido que cuide de ti. Y estoy dispuesta a hacerlo.
-Y yo estoy dispuesto a dejarme cuidar.
¡Uf, cómo besa! Me parece que pronto vamos a salir de dudas sobre su incapacidad.

Y UN TROZO DE TARTA DE CHOCOLATE

-Loreto, hola, tengo que contarte algo. Es sobre Pablo. Le he cuidado estupendamente y te garantizo que no es impotente. No puedo hablar muy alto, que está durmiendo. Oye, tía ¿sabes? : Soy feliz, tremenda, inmensamente feliz. Vete preparando la tarta de chocolate que me prometiste y llámame en cuando puedas. Un besote.

FIN