Homenaje a Daphne du Maurier por Mar Cueto Aller


EL SUEÑO RECURRENTE

I

Todas las mañanas me despierto del mismo sueño. Recuerdo el mismo paseo en la pequeña barca. El extraño estuche de terciopelo granate con la alianza que llevo siempre en mi mano. Cuántas veces han intentado sacarla de mi dedo y cuántas me he obstinado en negarme a permitirlo. Sé que su valor no tiene precio y que si intentan sustraérmelo no es ni por su pequeño diamante, ni por su diminuta esmeralda o su topacio. No sé por qué, pero creo que es lo único que me puede ayudar a recobrar mi pasado. Tengo la sensación de que sólo en este único objeto está la clave que me puede indicar: ¿Quién soy? ¿Y de dónde procedo?
            Apenas he despertado cuando me traen todos los días el desayuno. Y aún así, vez tras vez, vuelvo a asustarme. No me explico qué es lo que me asusta. La sirvienta me habla con la misma dulzura todos los días. No veo maldad en ella. Todo es confortable a mi alrededor. Pero me siento asustada. Algo en mi interior me dice que éste no es mi sitio. Trato de serenarme observando y escuchando el brillo y el rumor de la mar que asoma desde la vidriera del balcón. No quiero levantarme sin antes hacer memoria de todo lo acontecido durante el sueño tormentoso que día tras día vuelvo a revivir.
            Me angustia no saber quién era el que me entregaba la caja con el anillo. No saber quién me tiende la mano para volver a subir a la inestable barca. Ni quién me recoge, inconsciente, de la arena.
            Aquí todos tratan de ser amables conmigo. Pero sé que me ocultan algo. Sé que no pertenezco a esta mansión por mucho que traten de hacérmelo creer. Me están engañando. Lo sé, lo presiento. Pero no pienso decirles nada. No, hasta que no recuerde qué es lo que ha sucedido. Necesito saberlo, quiero saber qué es lo que me ocultan y no pararé hasta descubrirlo.

II

            -¡Buenos días, señorita!- saluda la sirvienta a la vez que coloca la bandeja, sobre su cuerpo, al ver que tras asustarse se ha incorporado-. Espero que hoy haya podido descansar mejor. Lamento si la he asustado.
            -No se preocupe. He dormido igual que siempre. ¿Sabe si hoy podré irme ya?
            -¿A dónde quiere ir la señorita? Yo no sé nada, pero creo que los señores dicen que aún está muy delicada.
            -¿Por qué? ¿Qué es lo que me ha pasado?
            -Yo ya le digo que no sé nada. Pero creo que el señorito la encontró medio ahogada en la playa y la rescató. ¡Es todo un héroe!
            -Creo que ya estoy bien. Quiero vestirme para salir. Tráeme por favor mi ropa.
            -Yo no sé dónde está. Espere por favor que vaya a avisar a la señora y le diga que ya se encuentra mejor y que quiere levantarse.
            -Si, dígaselo, por favor.
Sin apenas desayunar intenta levantarse y dirigirse hacia el balcón. La debilidad la hace tambalearse y volver a la bandeja a tomar una manzana y un pastelillo que la ayudan a recobrar fuerzas. Se siente extraña, no reconoce ni el camisón que lleva puesto ni las paredes o los muebles de la habitación. Sólo el paisaje de la mar embravecida le parece familiar. Dirige su mirada hacia los jardines que rodean al palacio y su mente parece querer empezar a recordar. Le invade una sensación de conocer aquellos macizos de flores y los aromas que desprenden. Una alegre emoción se despierta en ella, que se desvanece acto seguido al oír el ruido de la puerta.
            -¡Querida mía! ¿Qué locura es ésa de que quieres levantarte? ¿No ves que aún estás muy débil? Ya tendrás tiempo para caminar cuando el doctor diga que ya estás repuesta.
            -Pero si ya puedo caminar. Mire cómo camino hasta la puerta.
            -Ya veo que sin duda os encontráis mejor. Aún así, os ruego que no os precipitéis, una recaída podría ser terrible. ¿Verdad que deseáis restableceros completamente?
            -Si, pero ya estoy mejor. Y quisiera recordar. Aquí entre estas cuatro paredes no puedo. Sé que si pudiese salir empezaría a recordar. No sé ni quién soy -dijo con lágrimas de desesperación que luchaba por evitar impotentemente-¿Podría decírmelo usted, por favor?
            -¡Pues claro! Hija mía, eres una prima lejana de la familia que ha padecido un terrible accidente en el que casi pierde la vida. Has de agradecerle a mi hijo Julián el haberte rescatado del agua. De no ser por él la mar te habría tragado para siempre. Hija mía, no te imaginas lo mucho que nos habría disgustado. Doy gracias a Dios, constantemente, por haber permitido a mi hijo que te salvase la vida.
            -Me gustaría verle y poder darle las gracias. ¿Podrían traerme mis ropas para ir a dárselas personalmente?
            -¿Si crees que ya te sientes con fuerzas para levantarte…? Veremos qué se puede hacer. Desgraciadamente, tus ropas se estropearon en el accidente y las de tu prima temo que sean demasiado anchas y cortas para ti. Habría que hacerte unas nuevas y me temo que las costureras están muy ocupadas con el cambio de estación renovando los cortinajes del palacio. En cuanto llegue mi hija Merceditas de la capital te traerá unos vestidos nuevos que ha ido a comprar para ti.
            -Pero no puedo quedarme tanto tiempo en la cama. Podría ponerme aunque sea las ropas de la sirvienta, son más o menos de mi estatura y mi complexión. Así podría visitar el lugar e intentar recordar quién soy.
            -De ninguna manera. Tú tienes que vestirte conforme a tu condición. Y no se hable más. Por la tarde llegará Merceditas con Julián de la capital y te traerán ropa adecuada para ti.
La señora Marquesa se fue de la habitación sin dejar que la joven pudiese protestar y expresar su deseo de vestirse aunque fuese con sus estropeados ropajes con tal de poder investigar el entorno.

III

Ya me han dejado otra vez a solas. Intento levantarme e ir hasta el balcón, pero me vuelven a fallar las fuerzas. Creo que entre las bebidas me dan algo que me atonta. No sé qué pueda ser, sólo que me debilita. Me parece haber entendido que mañana me traerán ropas nuevas y podré levantarme. Lo estoy deseando. Hoy no beberé toda la leche que me traigan con la cena. Si puedo, mañana haré lo mismo con el desayuno. Si es necesario, fingiré que se me cae o si consigo levantarme se lo arrojaré a las plantas de las jardineras sin que se note.
Oigo pasos, debo hacer que duermo. Así no sospecharán que estoy empezando a recordar. O, por lo menos, que estoy dispuesta a intentarlo. Sé que puedo hacerlo. Necesito saber quién soy. Necesito saber quién es quien me dio el anillo. ¿Dónde está? ¿Por qué no quieren que recuerde...?

IV


 En el Mercedes Benz al que todos llaman cariñosamente “la tartana” por la cantidad de veces que se le atasca la manivela, cuando el inexperto cochero lo pone en marcha, regresan al palacio la señorita Merceditas y su hermano. Esta vez ha querido conducirlo él personalmente y para sorpresa de todos ha conseguido arrancar correctamente, en todas las ocasiones, sin levantar la larga humareda gris a la que están acostumbrados.
            -Ha sido todo un acierto que hicieses tú de chófer, hermanito.
            -Sí. El pobre Bernardo, aunque le pone buena voluntad, se nota que no está preparado para estos aparatos modernos. Es mejor que se limite a llevar los carruajes o cualquier día quemará el motor irreparablemente.
            -Yo pienso negarme a viajar con él, aunque madre insista en que no es adecuado para un hombre de tu posición conducir un vehículo. Pero, por lo visto, eres el único que entiende esta máquina infernal.
            -Hermanita. Las máquinas nunca son infernales. Es el mal uso de ellas lo que las convierte en un infierno. Y no te preocupes, que aunque nuestro cochero aprendiese a manejarlas como Dios manda, no pienso renunciar al placer de conducirlas personalmente. Esto me permitirá poder tener conversaciones que de otra manera no podría permitirme por temor a las inoportunas escuchas.
            -¿Crees que si Bernardo se enterase de algo lo iría por ahí cuchicheando?-Preguntó intrigada Merceditas.
            -Nunca se sabe. Por si acaso, mejor será mantenerle en la ignorancia ¿No crees?
            -¡Desde luego! El servicio debe mantenerse siempre al margen de todos los sucesos. Si supiesen lo de Lucía seguro que lo echarían todo a perder. Las demás modistillas podrían chismorrear y hacer que llegase a oídos de sus padres y se levantaría un escándalo.
            -Si, dejemos que piensen que se ha fugado con Alfredo, así se consolarán creyendo que se han fugado para irse juntos a la capital.
            -¿Qué piensas que sucederá cuando la vean, convertida en una dama, paseando por el palacio?
            -Lo más seguro es que no la reconozcan. Encárgate de que sus peinados y su forma de arreglarse les resulten irreconocibles y así nadie se enterará de que es ella la persona que están viendo.
            -No te preocupes, hermanito. Sólo la madre y nosotros podremos reconocerla. Y con el tiempo, hasta nos olvidaremos de esta pesadilla que nos ha tocado vivir. Ya lo verás. Hasta ella cuando vea los vestidos y los zapatos tan bonitos que le he comprado, querrá olvidarse de su pasado, si es que llega a recordarlo.

V

Me siento incómoda con los vestidos que me han traído, aunque son muy bonitos, me oprimen. Tengo la sensación de que nunca he usado prendas tan apretadas al cuerpo. Casi no puedo moverme e incluso me cuesta respirar. Cuando lo he dicho en voz alta se han reído suavemente y han dicho que se debe a mi convalecencia. Sé que no pretendían ofenderme. Pero estoy segura de que esto que llaman corsé nunca lo había usado antes. Me imagino que debía de usar las camisas blancas que usan las chicas del servicio bajo sus vestidos grises, no son tan bonitas, aunque deben ser mucho más cómodas.
Estoy muy nerviosa, Merceditas me está acompañando hasta el comedor, y después daremos un paseo por el jardín. Todo me parece nuevo. Sólo me resulta ligeramente familiar el vestíbulo y la doble escalera interior que hemos recorrido al salir de mi habitación. Por fin empiezo a recordar, he visto una puerta a la izquierda que me parece familiar, casi grito de emoción. Me he mordido los labios para contenerme y hacerles creer que sigo sin recordar nada. Pero estoy segura de que allí está la clave que me hará despertar de este letargo que embota mi mente.

VI

La señora Marquesa, que en ese momento se preparaba para salir de paseo, vio cómo su hija y Lucía también se dirigían hacía la puerta. Notó cómo la invitada dirigía la mirada en dirección a la sala de costura y se sobresaltó al instante.
            -¿Pero qué estás haciendo, Merceditas? ¿No comprendes que Lucía no está aún preparada para salir al jardín? Venga, llévala ahora mismo a tus habitaciones o a la suya y léele algún poema o algún relato para que se entretenga y no se canse.
            -Pero si me lo ha pedido ella -protestó su hija- quiere ver las flores y la pajarera. Le he hablado de los pájaros tan bonitos del jardín y quiere verlos. Dice que nunca los ha visto más que en libros. O al menos no los recuerda.
            -Es cierto, -corroboró Lucía- no recuerdo haberlos visto nunca y creo que tienen que ser preciosos, por lo que me ha dicho Merceditas y las plumas que adornan su sombrero. Daría todo lo que tengo por ver esos pavos reales con sus colores brillantes y esos otros que tienen los colores del arcoiris. Por favor, déjenos ir a verlos.
            -¡Bueno, bueno! Está bien, si crees que no te hará daño. Podéis salir a verlos un momento -añadió dirigiéndose a su hija-. Pero, Merceditas, prométeme que volveréis enseguida a casa, si notas algún síntoma de que Lucía vaya a tener una recaída.
            -¡Oh, gracias! No la tendré, de verdad que no. Ya verá qué bien me sienta el aire del jardín.
Se despidieron de la Señora Marquesa y por primera vez Lucía pudo observar tanto las aves que caminan libres por el jardín, como aquéllas que volaban dentro de las hermosas pajareras circulares que le enseñó Merceditas. Se quedó maravillada al verlas y pensó que era imposible que hubiese visto antes algo tan hermoso y que se hubiese podido olvidar de ello. Estaba segura de que casi todo lo que veía era totalmente nuevo y fascinante ante sus ojos.
Cuando regresaban al palacete lo hicieron por la puerta posterior, pues algunas de las aves les habían salpicado con sus cáscaras de frutos sucias y se habían manchado ligeramente. No les había molestado el incidente y se lo habían tomado a risa, pero a Merceditas se le ocurrió que sería mejor que nos las viesen entrar así por la entrada principal. Al hacerlo, vieron cómo varias mujeres salían por la puerta. Llevaban ropajes sencillos y de colores discretos. Pero a Lucía le entró un ligero sobresalto al verlas. No le pareció recordar a ninguna de ellas. Aún así, tuvo la sensación de que había algo familiar que la unía a la que tenía el cabello cobrizo. Por su parte, la joven ni siquiera la miró al pasar por su lado, se limitó a saludar agachando la cabeza.

VII

Ya sé. Sé que conozco a la joven de pelo rojizo. No sé su nombre pero recuerdo haberla enseñado la alianza de mi mano. Sí, le hablé de Alfredo. Eso es. Ahora recuerdo su nombre, él me hizo el regalo. Él se cayó de la barca… No, no, no se cayó, le tiraron. Empujaron la barca. Sí, fue Julián. El nadó y empujó la barca. Es un asesino, no es mi salvador como intentan hacerme creer. Ahora recuerdo el baile, mi primer baile. Yo no pretendía que Alfredo se fijase en mí. Sabía que Merceditas le quería. Pero no pude evitarlo, yo también le quise y siempre le querré. Tengo que irme. No deben saber que he recordado…No, me matarían como a Alfredo. Me iré, me escaparé, buscaré a su familia en Madrid. De algún modo tengo que ir a avisarles. Les diré la verdad aunque no me conozcan y no me crean. Tienen que saberlo. No es justo, no es justo. Él no se merecía morir así. Pero no puedo demostrar aún lo que recuerdo...Tengo que escapar. Sé que estoy muy lejos, pero lo haré, su familia le vengará. Creo que no podré volver a dormir hasta que me vaya y lo aclare todo… Tampoco puedo decir lo que ahora sé… Antes de que amanezca me iré. La obscuridad me ayudará. Caminaré siguiendo las estrellas como él me enseñó. Al final se hará justicia…Juro que no descansaré hasta que no se haga justicia y se limpie su memoria. Nadie debe creer que se ha fugado como un criminal, que seguro  es lo que intentan que parezca. Él era inocente, me quería y me hubiese llevado con él, pero legalmente, sin ocultarlo a nadie. Todos deben saber que fue asesinado…no pararé hasta que encuentre a su familia y me ayuden a que se aclare todo…


Mar Cueto Aller