Homenaje a Gaite por Ana Alonso

_ ¿Pero qué tontería se le ha metido a la niña en la cabeza? ¿Qué se piensa ella que somos? ¿Ricos? ¡Bastante es ya pagarle la matrícula, los libros y toda esa historia! ¡Como si el dinero saliera de los árboles!

Eusebio está indignado. Se le nota en la cara, una cara arrugada y oscurecida por el trabajo en la fundición. Mientras, se lava las manos y los brazos para sentarse a la mesa a comer, una comida calórica, un potaje de alubias con chorizo y morcilla, cocinada lentamente en la cocina de carbón durante toda la mañana.

_Además… ¡que es la hija de un obrero! ¿De qué se va a pensar ella que va a estudiar Derecho? ¡Que se deje de bobadas y se centre en lo de ella, en lo que tiene que hacer! ¡Picapleitos! ¡Lo que faltaba…!

Eusebio me mira. De reojo. Secándose y sentándose a la mesa mientras se echa un vaso de vino, espera mi reacción.

Yo ya le conozco. He aprendido bien que no merece la pena contrariarle cuando está tan ofuscado, y mucho menos a la hora de comer, así que le sirvo el plato de alubias en silencio.

Cortando una gorda rebanada de pan sólo digo: Ya. Un tono de voz entre neutro, resignado y conciliador.

Eusebio se termina la comida. Come en silencio con mucho apetito y me lanza miradas fugaces mientras yo me afano en el fregadero. Se levanta de la mesa y se acerca a mí por detrás, rodeando mi cintura y abrazándome, me besa en la mejilla. Es una manera de decir que no está en pie de guerra, que no es su palabra de punto final, que espera saber mi opinión… bien lo sé yo. Tantos años a su lado, he aprendido a interpretar sus gestos y a actuar según su estado de ánimo. La crianza de 5 hijas me ha convertido en una maestra de la negociación. Y ahora toca negociar lo de Lucía. Que quiere seguir estudiando, Derecho, ¡nada menos! ¿Y si la niña tiene cabeza para estudiar? Sería la primera licenciada de la familia. ¡Qué orgullo! ¡Cuánta satisfacción! Pero yo sé que Eusebio ve esto demasiado moderno. No es tanto el dinero, aunque es verdad que sale muy caro, él puede hacer extras en la fábrica y yo puedo coser algo más y sacar un dinero… Yo lo tengo claro, si podemos deberíamos ayudar a Lucía…. Pero Eusebio… Hace tiempo que quiere cerrar la boda de la niña con Cristiano. Es un buen muchacho, compañero de trabajo, obediente, trabajador, honrado y quiere a Lucía con toda su alma. Se le ve tan enamorado…. Y la verdad, no tiene nada de malo casarse, tener hijos, formar una familia… yo misma estoy feliz y me siento orgullosa de mis hijas. Irene ya me ha dado un nieto y Laura está a punto de dar a luz. Las dos acabaron sus estudios y les faltó tiempo para casarse con sus novios y formar un hogar, y eso es lo que se supone que deben hacer las cinco. Eusebio es un buen hombre, un buen marido y buen padre… pero sé yo bien que lo de Lucía no le hace gracia. Él quiere que siga el camino de sus hermanas mayores, un camino muy claro y previsto, así que, alterar el plan, este plan no escrito para las mujeres, sé yo que a Eusebio no le hace ninguna gracia.

_Voy a echarme un rato -me dice-. Me da un beso fugaz y se va al dormitorio. Le veo marcharse por el pasillo, despojándose de la camisa y recuerdo su cuerpo joven, su espíritu alegre y su infatigable tenacidad cuando cortejábamos… el tiempo pasa muy deprisa, ahora somos más mayores y nuestros sueños se han ido desvaneciendo… y yo… ¿yo? Yo le quiero, sigo queriéndole… pero mi vida discurre entre estas paredes, estos pucheros, estas hijas que me agotan las energías y no sé nada del mundo.

Lucía siempre ha sido la más independiente y la más soñadora de todas y desde luego la que mejor estudia. Se ve que se entusiasma más con los libros que con las tardes de paseo con Cristiano… ¡ay esta muchacha! Desde luego es diferente. Tiene aspiraciones, ambición, es audaz, no tiene miedo y desde luego, tiene valor para conquistar lo que se proponga… realmente creo que no debemos interponernos, y yo deseo que lo consiga.

Bien sé yo que Eusebio se preocupa también porque a la niña se le pase el arroz, que luego no encuentre un buen marido, que ya se sabe que a los hombres no les gustan las mujeres resabiadas o que puedan estar por encima de ellos… y este muchacho, no sé, ¿sabrá entenderla? La verdad es que hay demasiadas cosas en juego, demasiados riesgos para tomar una decisión a la ligera… ¿y si me equivoco al ayudarla?

Derecho. Abogada….

Irene repite mentalmente estas palabras, como una oración, una plegaria a sí misma y se acerca a la ventana, mira hacia fuera, sin ver, es el mismo paisaje de siempre: chimeneas humeantes a lo lejos y una calle de casas humildes, todas iguales, en la que corretean niños y niñas inocentes que aún no piensan en su futuro, aunque algunas veces ese futuro es tan previsible que podría escribirse sin tachones en el libro de la vida de cada cual.

“Los caminos o paisajes entrevistos desde la ventana por una mujer, siempre llevan a una aventura soñada”. Carmen Martín Gaite.