Homenaje a Gaite por Carmen Salgado

ÉL

- ¡Pareces boba! ¿Es que nunca te das cuenta de nada?

Yo le miro y pienso que tiene razón. Tengo que fijarme más y poner el asa del tazón hacia su derecha, para que él no tenga que darle la vuelta al cogerlo para beber.
Casi nunca me doy cuenta. No es disculpa, no puede serlo, el que los niños me hablen a la vez. Por eso yo desayuno de pie, para estar más pendiente de todo. Luego me visto y me peino deprisa, para llevar a los niños a la parada del autobús. No sé cómo me queda el pelo por detrás. No me da tiempo a mirarme.
Cuando salgo con los niños a la calle quieren soltarse de mis manos, pero yo no les dejo. No puedo dejarles, porque hay que cruzar, que la parada del autobús queda enfrente. A la vuelta, lo que queda enfrente es mi casa, vacía y desordenada.
Todos los días subo despacio los cuatro pisos con la compra. Me duele la espalda. Cuando llego, me quito los zapatos y me pongo el delantal, pero todavía le sigo oyendo.
Sí. Parezco boba. Menos mal que le tengo a él.
Me cuesta cada día más hacer la litera, porque me duele la espalda, pero he visto unos edredones que sirven de sábana y de manta. Le voy a decir que si podemos comprar dos, uno para cada niño.
Ya sé que no tenemos dinero. Él siempre dice que no tenemos dinero, pero podríamos irlo juntando poco a poco y comprar los edredones. Yo no quiero que me pegue, como el día que compré la lámpara de nuestra habitación. Había estado ahorrando para darle una sorpresa.
Ya sé que él me quiere, que sólo estaba borracho, pero aquello me dolió. No me dolió sólo porque me daba vergüenza ir por la calle con la cara hinchada. También me dolió porque era la primera vez que me pegaba. Después ya me acostumbré. Sólo tengo que encogerme y taparme la cara con los brazos. Los niños también saben ponerse así. A ellos, además, les da patadas.
Le he dicho que no debe pegar a los niños, pero él dice que no les pega. No debe de darse cuenta. Sé que nos quiere, sólo nos pega cuando bebe. Y tenemos suerte de tenerle. ¡Qué sería de nosotros sin él!
Siempre nos ha dado dinero para comer y recuerdo cuando le dije que yo también podría trabajar, antes de tener a los niños, me dijo que no, que yo era su princesa y que las princesas no trabajan, que para eso están los hombres, para cuidar de sus mujeres.
Por eso me enfadé con mi madre. Me enfadé porque me dijo que él solo me quería para tener la comida hecha y la cama caliente.
No es verdad. Además, desde que tuve al pequeño, él casi no me toca. Yo a veces le acaricio, pero él se aparta de mí. Eso es porque ya no soy joven.
Sé que estoy envejeciendo porque cada día tengo menos memoria. El otro día me senté en la cama porque no sabía qué tenía que hacer. Me dolía mucho la cabeza, pero no era porque él me había gritado y había dicho que un día nos iba a matar. Eso ya lo ha dicho muchas veces. No. Me dolía la cabeza porque desde que me pegó en la cara me duele, a veces mucho.
Yo sé que no nos va a matar porque nos quiere, pero cuando bebe se pone así.
A mí me da un poco de miedo, porque se le pone la cara roja, abre mucho los ojos y es como si no fuera él. Los niños se asustan pero yo les digo que no tengan miedo, que su padre es bueno, pero ellos no lo quieren entender.
El otro día, Andrés me dijo que cuando fuera mayor me iba a defender y que si papá le pegaba otra vez se iba a marchar con su hermano y que cuando tuvieran una casa buena, volvería a por mí.
A él le gustaría no tener que esconderse de su padre y sé que le da vergüenza ir al colegio con moratones. La maestra no le cree cuando dice que se cae de la bicicleta y por eso me mandó una nota para que fuera a hablar con ella, pero no voy a ir, porque no quiero explicarle que mi marido a veces nos pega. Ella no lo entendería. También vino un día el cura a casa a preguntarme.
Al cura se lo conté y me dijo que yo era una buena mujer y que debía querer y obedecer a mi marido, pero que no estaba bien que nos pegara y que nos diera voces. Yo le expliqué que no era él quien lo hacía, sino el demonio que se le mete dentro cuando bebe, y que yo le quiero a él, pero su demonio le hace daño y que tengo que seguir a su lado para protegerle.
El cura me dijo que a mis hijos el vivir así les hace mal, que podría conseguir que cuidaran a los niños en un centro y yo le dije que mi marido sin ellos no podría vivir, porque les quiere.
El cura se marchó y no me ha vuelto a preguntar nada. Los vecinos tampoco, ni los de arriba ni los de abajo, que dan golpes cuando él da voces. Sólo me habla la vecina de enfrente. A veces viene a verme. Yo sólo le abro la puerta cuando no me duele la cabeza. Ella me cuenta cosas.
Un día me preguntó qué me pasaba, porque me veía triste y yo le dije que sí, que estaba triste porque sabía que yo no valía para nada. Ella me dijo: "Cuando estés triste, mírate al espejo y sonríe, verás como luego te sientes mejor".
Yo no puedo sonreírle a un espejo, pero ya no estoy triste porque también me dijo que sí que valía, que era la mejor mujer que mis hijos y mi marido podían tener y que los malos momentos siempre acaban pasando, si se reza mucho.