Homenaje a Gaite por Jesús Salgado

AÑO 1978. -CONFESIÓN-


Ayer me confesé, y aunque rompa mi norma de no hacerlo hasta la próxima semana, esto me reconcome de tal manera que el sábado volveré a hacerlo.
Qué curita tan nuevo, que no supo entenderme, continuamente quitando importancia a mis pecados, que si no son grandes pecados mejor, ¿o me voy a echar a perder ahora? y eso que acudo tres veces por semana a misa desde que hace tres años nos dejó mi Leandro, en gloria esté. Donde esté un cura como los de siempre, que se quiten estos modernos que no visten sotana, fuman tabaco rubio, alternan con mujeres y pretenden vivir, no en la casa parroquial, sino en la ciudad, en un piso, pues argumentan que deben atender varias parroquias. ¡Hasta ahí podíamos llegar! Estoy por ir al Obispado y pedir que una parroquia como la nuestra mantenga un padre titular permanente, pues fue gracias a la aportación de las Damas Cristianas que se pudo reparar los vitrales de la capilla del crucero, y ¿quién hizo el nuevo manto de la Virgen con hilo de oro? Nosotras, que además cuidamos del ropero, que da gusto ver a nuestros pobres, piadosos, limpios, como Dios manda.
Sé que puedo llegar hasta el Obispo, pues conozco a Florita Ordóñez, viuda de Don Antonio Mercano Álvarez, antiguo Gobernador Civil, que tiene mucha mano, y es íntima de la madre del Secretario del señor Obispo, así que malo será que no me ponga un día el mundo por montera y ataviada con mis mejores galas de viuda, católica y cristiana, que es lo que soy, no le pida que llame al orden a estos curas de nueva hornada, que en vez de escuchar y dar la absolución, como es su obligación, se creen psicólogos.
¡Psicólogos! ¿Creerán que esto es América? ¡Qué sabrán ellos, si cuando han nacido ya no había misas en latín, el cura de espaldas, las mujeres guardando la decencia, todas con velo, sentadas en los primeros bancos de la iglesia!
Ésas sí que eran misas, inculcando el temor de Dios, que todo lo ve, los feligreses contestando al unísono las frases en latín, una letanía preciosa, y los sermones desde el púlpito, impresionantes, demoledores, que a más de uno he visto yo llorar, vete a saber qué habrían hecho, y sentir que salía una limpia, renovada, sintiendo la Divina Gracia dentro, sin pecado y que si moríamos en ese momento acudirían todos los ángeles celestiales con sus trompetas a recibirnos en el cielo.

Acabaremos todos como los americanos, sin decencia, casándose y descasándose, teniendo hijos de varios padres, uno moreno, otro rubio y otro pelirrojo, sin orden, sin sentido, sin valores ¡Pena me dan! que también hay que apiadarse de los que crecen fuera del alcance de la Santa Madre Iglesia.
Como ese fichaje que mi hijo se ha echado de novia, Ariadna se llama ¿Es eso un nombre? Si hasta a la criada le cuesta pronunciarlo, señorita Mari-Azna, le dice. –No te des mal, le digo yo en la cocina cuando superviso lo que ha de servir, que no se conoce ninguna “Santa Ariadna”, así que dilo parecido y ya está-. Y es que hay que ver cómo viste, que cuando viene de visita bien se nota que no sabe ponerse una falda, cruza las piernas como una cabaretera y discute como varón.
Qué habrá visto mi Pablito en ella, un chico educado en los Escolapios, matrícula de honor, carrera de violín, doctor en Derecho, que tanto nos ha hecho suspirar a su padre y a mí. Pablito, un ejemplo a imitar de joven cristiano, que las otras madres se lo rifaban para sus hijas, que ya tenía yo echado el ojo a dos o tres niñas de buena familia, sin antecedentes amorosos, preparadas para ser mujeres de su casa, madres de familia, pilares de su hogar. Y mira con lo que nos sale ahora.
En mal momento se fue a Buenos Aires, que ya se lo decía yo, tres meses pagados por la Universidad bonaerense para impartir cursos, qué falta te hace, hijo, si tu padre estuviera aquí otro gallo nos cantaría, pero se fue. Y no tres meses, sino un año, volviéndome loca porque en todo veía peligro, y mira, el corazón de una madre nunca se equivoca.

Y él está colgadito por ella. Cómo no va a estarlo si a mi hijo no se le conocen escarceos, siempre pegado a sus libros, la mesa camilla de su cuarto con las faldillas cubriéndole las piernas, el flexo iluminando y libros sobre el tapete, folios encima de la cama y un vaso de agua sobre al radiador. Pablito hijo, que te dan las horas y aún no has cenado, su padre hacía como que se enfadaba con él -de lo pálido y consumido que estaba, siempre leyendo-, se te pasan las horas de las comidas.

La chica no es mala, hay que reconocerlo. Pero conduce, lleva pantalones, y pretende tener su propio trabajo aún después de casada. Que mucho le supuso sacar su carrera de bióloga, que es su vocación, que pretende seguir trabajando después de la boda, ¿su vocación? La vocación de una mujer casada es su familia, el estar mirando por sus hijos, y no estar dejándose los ojos detrás de un microscopio, viendo gérmenes y cochinadas.
Que a mi hijo lo quiere, pero que quieren tener descendencia después de los treinta ¿Y eso cómo se hace? Porque una vez casada hay que atender las necesidades fisiológicas del marido, y Dios manda hijos al mundo cuando una pareja mantiene relaciones. Y con el sueldo de mi hijo bien podrían mantenerse, que este chico llegará alto y ella podría tratar con lo más selecto, años me he pasado yo hasta que he conseguido hacerme Dama Camarera del sagrado manto de la Virgen de los Dolores, que bien de codazos hube de soportar y ver cómo se colocaban otras recién llegadas antes que yo.
Y en la cocina es un desastre. “Llo sólo sé hacer sándwiches, y acá no encuentro pan de moooolde…” A comprar “pan de moooolde” te mandaba yo de vuelta a Buenos Áires, pienso, aunque pongo la sonrisa para que mi hijo no sospeche nada. Porque ésta de cristiana tiene poco, que para presentarla a mis amigas hicimos un rosario en casa y bien apurada estuvo, que no sabía contestar y bisbiseaba. Que buen susto se llevó cuando me vio, mantilla y traje negro, mi medalla de la Virgen sobre el pecho, rosario y guantes, salir para la procesión de Jueves Santo, abrió la boca como si hubiera visto un dinosaurio con mantilla. Y a mí me desazona cada vez que hablo con ella, y desde que mi hijo me la presentó estoy en un sin vivir, que cualquier día me da un pampurrio, pero no les daré el gusto, sólo faltaba. Y mi director espiritual, Padre Damián, está enfermo desde hace dos meses, me toca lidiar mis cuitas sola, pues si no acudo a alguien de mi generación, de mi época, parece que la mala soy yo, ¡yo!, que sólo quiero lo mejor para mi hijo.
Pero esta es mi cruz y debo aprender a llevarla, aunque se me clave en el corazón como los puñales a Nuestra Señora la Virgen Dolorosa. En fin, menos mal que hoy empezamos novena en casa de Manolita, que tan buen chocolate nos pone después, y donde al menos conseguimos desahogarnos, esa es una terapia y no la de los psicólogos americanos, tumbados en una camilla, que parecen accidentados.

La novena que empiezo la dedico a mi hijo y a la argentina, para que encuentren su camino. Y se lo deseo de todo corazón, bien lo sabe Dios.

Zaragoza, a uno de marzo de l978