Homenaje a Gaite por José Cueto

UNA PEQUEÑA HISTORIA

Era un niño pequeño de pelo rubio y ojos almendrados con su sombrerito jipijapa. Se lo había comprado la tía Francis en un viaje enrevesado por el centro y sur de América. Ella y su marido, el tío John, recorrieron, en un último intento de recobrar su desgastada relación, desde el canal de Panamá hasta Buenos Aires en un tour carísimo que había pagado la empresa de tío John. Con todo ello y desdeñando los esfuerzos de su incansable marido, tía Francis había terminado con él en algún sitio por Brasil y le había dejado con ese pequeño obsequio para el niño. Tía Francis, aunque no lo reconociera, amaba al chico más de lo que nunca había amado a su marido, a sus padres, a sus hermanos, incluso a su hermana y compañera de múltiples “batallas”. Ningún regalo o noticia más llegó a la familia de la tía Francis.
Tío John se encontraba en el porche, copa en mano y con una cara triste y dura. El niño le miró unos instantes tratando de desentrañar aquel mal de amores con una sola mirada. Como si con sus pequeñas manitas pudiese abrir las puertas a su alma y sacar ese dolor lacerante que acababa con las fuerzas de tío John, tocó sus mejillas, cubiertas de aquella horrible barba de tres días, y le arrancó la mayor de las sonrisas. Un manotazo en la jipijapa puso al niño en sus brazos.
Con el niño apoyado contra su corazón sintió como aliviaba el dolor de la marcha de tía Francis. Ese sentimiento, el amor y el cariño hacia ese niño erradicaron todo el mal de su corazón… “Quién pudiera tener algo así cada vez que te sientes mal…”
Sus ojos volvieron a los de aquel niño que destilaba cariño y comprensión. ¿Pero qué comprensión podía tener un niño de siete años que no tiene ni la más remota idea de lo que le pasaba?
Se sobresaltó al primer disparo. El hombrecito se escapó de entre sus brazos y salió corriendo y saltando alegre en busca de su abuelo. Otro disparo. Atravesó el bosquecillo de al lado de la casa familiar tocando de eucalipto en eucalipto. Y cuando ya veía al abuelo con su escopeta apuntando para el tercer disparo, cayó.
-Pero chico, no dejas de caerte. – Su voz estaba algo cascada, pero era grave, melodiosa y arrullante. Algo que atraía fuertemente al pequeño.
-¡Abuelo! – Se levantó corriendo al oír su voz y pronto se plantó a su lado para ver el cuarto disparo.
Un plato voló sobre el campo y el disparo sonó aún más estruendoso que desde la casa, pero al niño no le molestaba. El plato cayó en una pieza.
-¿Qué quieres, Ricky?
-Hablar y que me hables.
-Pues charlemos. – Se rió el abuelo del niño antes de tirar el quinto tiro.
-¿Alguna vez has tratado de ayudar a alguien?
-Pues sí, ¿por qué?
-¿Qué haces cuando ayudas a alguien y él no se entera? ¿Quién tiene en cuenta eso?
-Ay, Ricky. No tienes que esperar gratitud ni que te den algo a cambio, campeón. Tu meta es intentar ayudar porque así te encuentras mejor, ¿no crees? Aunque nadie sepa lo que has hecho, tú si lo sabes, y eso contribuye a que este mundo sea mejor.
-Pero yo quiero que se dé cuenta. Marco es un chico solitario y muchos niños se meten con él. Quiero que sepa que le ayudo y que puede contar conmigo, pero piensa que soy como los otros niños…
-Entonces acércate más a él.
-No puedo, es muy cabezón y no me cree. Dice que yo soy el peor de todos, que las mato callando… Por eso le intenté ayudar, para que se dé cuenta de que se equivoca. Intento que dejen de acosarle y pellizcarle. El otro día me gané una buena. No me hacen mucho caso y algunos como Rober son extremadamente malos. Aunque la verdad es que él lo es con todo el mundo. Ojalá pudiese cambiarlo…
-Y ese niño… ¿Marco? ¿No vio lo que hiciste por él?
-Pues no, y tampoco vio que yo avisase a la señorita cuando castigó a todos los chicos por lanzarle piedras. No me cree.
-¡Lanzarle piedras! Veo que seguimos tan salvajes como siempre… Los ojos del niño se le clavaron con tristeza.
-¿Siempre fue así?
-Mira, Ric. Deja de desmotivarte. La gente hace estas cosas y Dios sabe que si hubiese manera de cambiarlo, lo haríamos. “Si algo he aprendido en la vida es a no perder el tiempo intentando cambiar el modo de ser del prójimo.” Tarde o temprano Marco lo verá. Hay cosas que no se ven a simple vista... –El niño se paró a pensarlo un rato-. Bueno, voy a recoger la escopeta.
-Pero si aún no has roto ningún plato. –Se sorprendió el crío-.
El viejo sonrió.
-Tarde o temprano lo verá, hazme caso.
Se colocó el sombrero y tocó con su índice la mejilla del chico mientras le guiñaba un ojo.
-Ayuda a tu abuelo y trae esos platos.
El abuelo se puso a recoger la máquina y la escopeta y el niño salió rápidamente a por los platos.
Cuando el niño llegó hasta los platos cogió el primero de ellos…
De una pieza, sí, pero con un buen agujero en el centro.
-¡Madre, Regina! ¡¿Pero quién es ese monstruo?! – Regina le miraba incrédula desde la cocina. – Sí, no te hagas la tonta, sabes que hablo de ese niño. Ese que te agarra la mano con ternura y provoca que traces la más dulce sonrisa aunque estés de tan mal humor que no sabes cómo aguantarlo. ¿Por qué cada vez que lo veo siento esta emoción? Hasta a la más endiablada bestia podría ablandar y hacerla llorar, estoy seguro.
Ese niño es un milagro, un fenómeno extraño. De pronto llega y me habla tan seriamente que tengo que girarme y verle esos ojitos para no creerme que estoy hablando con todo un filósofo. Es tan inocente y me habla de esos ideales infantiles, de esa moral que perdimos hace tanto… que no sé cómo decirle que vivimos en este mundo de dichosas gentes infelices, inconformistas y molestas que sólo harán que un día se dé cuenta. Y para entonces… nunca más volverá a encandilarme con su sonrisa.
-Es una bendición del cielo, Carleo. Nuestro niño es un trocito de ese cielo que leemos en las sagradas escrituras.
-No sé si esas cosas existirán, Regina, pero él me imbuye esperanza como nunca lo ha hecho la dichosa Biblia y su iglesia.
El tío John lloraba en una esquina bebiendo. Lloraba por las ganas de haber sido ese niño que tanto adoraban y poder enamorar de nuevo a la impasible Francis. Cómo aliviaba su dolor cada vez que lo sentía cerca. La rabia contenida de sentir que ese niño tenía todo lo que él nunca logró tener lo embargó de repente. Lloraba como lo hace un hombre que ha perdido lo que más quería. Muchos años hacía que no soltaba una sola gota de aquella fuente que ahora volvía a limpiar sus penas.
El niño correteaba entre las flores del extenso jardín acarreando todos aquellos platos llenos de barro. Cuando entró por la puerta como un rayo de luz, le dedicó la mayor de las sonrisas a su abuelo.
En homenaje a Carmen Martín Gaite.
Gracias al Club de Amigos Escritores por “obligarme” a leer por primera vez algo de una artista como ella que tan gratamente me ha sorprendido con historias tan dispares y con una escritura tan envolvente y llena de detallismo.